miércoles, 29 de abril de 2020

LA COMUNIÓN ECLESIAL COMO MORDAZA


Me sueltan el argumento algunas veces. Yo sé que el disenso molesta. Y mucho. Hay cuestiones en las que uno, libremente, disiente de otros, sin excluir sus pastores. Evidentemente en cosas que pueden ser matizables. Aquí no hablamos del credo, el dogma, las normas litúrgicas o la moral católica según se nos ha enseñado de siempre. Hasta ahí podíamos llegar. Hay otras cuestiones que son perfectamente opinables.  
A un servidor le puede parecer una barbaridad el dinero que la conferencia episcopal inyecta en 13TV y decirlo. No creo que nadie tenga que rasgarse las vestiduras si opino que la homilía del obispo tal me ha parecido un error o si afirmo que soy firmemente partidario de una evangelización más directa y agresiva y menos ecológica. Son opiniones de un servidor más o menos acertadas, pero opiniones libres. Dicho esto, si hay que plantar un huerto ecológico, lo hablo con Rafaela y se planta.
También puede darse el caso de otras cosas en las que la discrepancia se haga más fuerte y pudieran afectar a cuestiones más de base. Por ejemplo, he discrepado en su momento con la forma en que se celebró el último sínodo de la familia o he denunciado aquí que me parece inaceptable que conferencias episcopales en pleno mantengan posturas contradictorias ante una misma cuestión. Cuando expreso mi opinión sobre estas u otras cuestiones, no faltan quienes me dicen que sea prudente porque no podemos romper la comunión eclesial.
¡Alto ahí!
Mucho me temo que con la cosa de guardar la comunión se pretenda amordazar bocas y conciencias. Y el caso es que no te dicen que estés equivocado, eso no, sino que, aunque estés acertando el pleno al quince, es mejor callar por la cosa de la comunión eclesial. Por ejemplo, lo de las conferencias episcopales con las interpretaciones de Amoris Laetitia. El problema no es que un servidor se calle, que no estoy descubriendo nada oculto, sino que se toleren esas discrepancias que rompen, esas sí, la comunión eclesial y en este caso entre obispos, lo cual es gravísimo y un escándalo para el pueblo de Dios.
Además, la comunión eclesial no es un bien en sí mismo, ni se ha de cuidar sin condiciones. Aquí el único bien en sí mismo es la fe en Jesucristo, la conversión y la salvación de nuestras almas, y si por la salvación de nuestras almas fuera necesario romper la comunión, a ver qué está primero. Triste fue la ruptura protestante, pero ¿hubiera sido mejor una falsa comunión, aparente eso sí, pero minando la doctrina y arrastrando a tantos a perdición? Más aún, a una perdición mayor, porque dejando los errores protestantes dentro de las Iglesia católica se hubiera dado carta de verdad a todas sus barbaridades.
Me van a perdonar mis lectores, pero hay veces en que cuando se me apela a lo de mejor callarse por no liarla y cuidemos la comunión eclesial, me suena a cállate, pero por lo fino. Y no es cosa de recibo, porque no podemos decir a sacerdotes, religiosos y laicos que tenemos una misión en la Iglesia, que debemos contribuir a su edificación y señalar los posibles errores, hasta con grave obligación de hacerlo, y luego, cuando opinas en contra de la corriente, que te digan que es que rompes la comunión eclesial.  
Me queda aún otro punto que tocar. O dos. El primero es referido a eso de que mejor la corrección en privado. Pues depende. Jamás he hablado en público de cosas que haya conocido privadamente, pero si al asunto es público, uno públicamente puede decir lo que crea. Y el otro. Que mejor callar y rezar. Rezar ya rezo, de verdad. Callar depende. ¿O no nos enseñaron lo del pecado de omisión?
Y un tercero. Cada vez que escribo, son muchos los sacerdotes que calladamente me dicen que adelante, que tengo razón y que no me calle. No solo eso, los mismos que me dicen que no calle luego en público sostienen lo contrario o al menos lo toleran. Son los buenos. Je.
Jorge González

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