Elegir esta opción
por Cristo no es por no haber tenido novia
sino por haber sido conquistado por
un amor más poderoso.
Por: Alexis Gatica Andrade, LC. | Fuente: Catholic-link.com
Casi todos los días, además de mi trabajo con
los novicios, recibo alguna llamada de teléfono. No siempre puedo atender a
todas las llamadas. Ya quisiera ayudar a todos, pero soy ser humano y no puedo
con todo. Hoy, después de una reunión, recibí un mensaje de
una chica que comencé a orientar el año pasado. “Era” católica pero, por una
serie de circunstancias muy desagradables (que no mencionaré), dejó de serlo. Y aunque tenemos una muy buena amistad, cuando
habla conmigo, me comparte sus dudas y quejas sobre la fe católica,
especialmente sobre la moral de los sacerdotes. Hoy, sinceramente, tenía
bastante trabajo por realizar. Pero mi corazón me decía que tenía que responder
a la llamada. Le hice caso a mi corazón y le respondí. Hablamos de muchos
temas. Hubo uno en concreto que me dejó pensando y que les quiero compartir.
En un momento de la conversación, ella me dijo
que le costaba creer en la Iglesia, especialmente cuando algunos sacerdotes
tenían serias caídas en la castidad. Y entonces comencé a explicarle que no
todos los sacerdotes eran malos, que somos hombres y que también tenemos
limitaciones y que es necesario mantener siempre fresco el amor a Dios, etc.
Ella me lanzó unas preguntas afiladas: «¿Y tú no tienes problemas? ¿Te
gustan las mujeres? ¿No te afecta la castidad?». Yo, con calma, comencé a explicarle que la
vocación sacerdotal es una cuestión de amor. Cuando te enamoras de alguien,
dejas de lado otra opción (por muy bonita y atractiva que sea) y te consagras
de lleno a lo que te ha conquistado el corazón. Le expliqué que me gustan las
mujeres (¡Gracias a Dios!), pero que mi
corazón ha hecho una opción. Me dijo que yo no sabía lo que decía, porque nunca
he tenido “experiencias” y que, si las
tuviese, pensaría diferente. Esto me hizo reflexionar un poco y me vino del
corazón decirle que no es necesario tener “experiencias”
para optar o no por una vida consagrada a Dios, ofreciéndole
especialmente mi castidad a Jesús. Me puse a pensar en que el próximo año
cumpliré veinte años desde que entré al seminario menor y que mi corazón ha
pasado por muchos momentos y etapas. ¡Claro que me
ha costado! ¡Claro que he tenido que educar mi amor! Pero el que hoy esté haciendo esta
opción por Cristo no es por no haber tenido novia… sino por haber sido
conquistado por un amor más poderoso…
Esperaba que este argumento existencial le
pudiese ayudar, pero no, ella me dijo que yo era un caso muy diferente al “normal” que ella dice conocer. Creo que,
lamentablemente, ella solamente conoce casos tristes. Yo, al contrario, estoy
rodeado de hombres que aman apasionadamente a Dios y a las personas. Y que han
tenido que llorar sangre en muchas ocasiones. Esto me hizo pensar nuevamente y
comprendí que la consagración virginal al Señor no puede ser entendida por los
ojos del mundo. Ella me decía que Dios había dicho a Adán y a Eva que tenían
que ser fecundos, y que, por ello, yo estaba malgastando mi
fecundidad en el sacerdocio.
En estos años nunca como antes me he sentido padre, amigo y hermano. He podido
ejercer mi afectividad de una manera más profunda, más rica, más libre.
Sin la fe, mi opción de vida es un fracaso. Con
la fe, es la mejor opción que hombre alguno puede hacer. Mi corazón tiene que
madurar mucho. Lo sé. Pero también sé que tengo que dejarme llenar por Cristo.
Tengo que dejarme amar. Amar es más que
tener sexo. Amar es entregar lo mejor y recibir lo mejor.
Terminé
la conversación y elevé mi oración a Dios por tres intenciones:
– Por los que no creen en
Dios, para que se dejen amar por Él.
– Por los que hemos sido
llamados por Dios a una entrega total, para que no nos cansemos de amar y siempre
estar siempre enamorados, apasionados por Cristo.
– Por los que han caído,
para que sepan levantar la mirada y acoger la misericordia de Dios. Nunca es
tarde para acoger de verdad el amor de Cristo.
Explicar tu opción de vida a alguien que no cree
es duro. Sin embargo, Dios te renueva por dentro y te hace ver que tu entrega
no solamente ha valido la pena, sino la vida misma.
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