¿Cuál pretexto pongo
yo para no seguir a Jesús?
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
II
Samuel 5, 1-7.10: “Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo”
Salmo 88: “Contará con mi amor y mi lealtad”
San Marcos 3, 22-30: “Satanás ha sido derrotado”
Salmo 88: “Contará con mi amor y mi lealtad”
San Marcos 3, 22-30: “Satanás ha sido derrotado”
¿Cuál pretexto pongo yo
para no seguir a Jesús? Hemos escuchado muchas veces acusaciones en
contra de su Iglesia a la que se le condena como perversa y ambiciosa, pero
esto parece más un pretexto para no acercarse a Jesús y justificar los propios
problemas. No justifico los errores que cometemos como Iglesia, pero esto no
puede servirnos de pretexto para alejarnos de Jesús. Las acusaciones que le
hacen a Jesús no están lejanas en la actualidad. También a Él se le decía que
era diabólico, también se le decía que tenía un espíritu inmundo… y sin embargo
lo que se buscaba era justificar los propios pecados y no escuchar la buena
nueva que ofrece Jesús. Las acusaciones le sirven de ocasión a Jesús para
insistir en la unidad pues la división destruye no solamente las obras malas,
sino también las grandes y heroicas comunidades que buscan vivir el evangelio.
Detrás de la división se encuentra el egoísmo y la ambición que mira a los
otros como si fueran enemigos y no como hermanos. Pero lo que más llama mi
atención en el pasaje de este día, es la afirmación que hace Jesús de que se
perdonarán todos los pecados y todas las blasfemias pero que no se perdonará la
blasfemia contra el Espíritu Santo. Con frecuencia en la confesión se acercan
personas agobiadas por sus pecados y dudando de la misericordia de Dios. Muchas
veces, dudando, me dicen: “¿Dios me perdonará mi
pecado?”. Y yo recuerdo estas palabras de Jesús y les aseguro que todo
pecado tiene perdón. Ésa es la gran enseñanza que nos ha traído Jesús: manifestarnos a Dios como un padre amoroso que está
esperando a que el pecador se arrepienta y se vuelva a casa. Siempre que
el hombre retorna de su pecado, encuentra un Padre que lo ama, lo rescata, lo
purifica y le devuelve su dignidad de Hijo. Es más, el mismo Padre ha enviado a
su Hijo a buscarnos a nosotros que somos pecadores. El gran problema es cuando
nosotros no queremos aceptar ese perdón, cuando no queremos arrepentirnos y nos
obstinamos en el mal camino. No se puede perdonar a quien trastoca los valores
y, a sabiendas hace confundir el mal con el bien. No se puede perdonar a quien
no se quiere arrepentir.
¿Tendremos el corazón tan duro
como para no aceptar la reconciliación que nos ofrece nuestro Padre?
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