martes, 5 de noviembre de 2019

UN TEXTO QUE ME HA AYUDADO A VIVIR MEJOR EL MOMENTO EN QUE DIGO: "ESTE ES EL CORDERO DE DIOS".


Leí hace unos días una conversión que me impactó mucho, la de Paul de Partee. Tomo la traducción de Religión en Libertad. La leí varias veces y después la busqué en lengua original para ver si había perdido algún matiz. El artículo de la citada web cuenta como este señor y su esposa, evangélicos, en la nochebuena, hace cuatro años, fueron a una misa católica. 

Dejo que el artículo de Religión en Libertad sea el que siga el relato:

«A esa hora, por supuesto, todos los asientos buenos estaban ocupados. "Así que en vez de bancos y velas teníamos luces fluorescentes y sillas plegables en una sala anexa, porque la nave principal estaba llena". Titubearon un poco, pero decidieron quedarse y perseverar. "No teníamos ni idea de qué esperar o qué hacer. Íbamos precavidos, porque si era verdad lo que nos habían dicho, probablemente nos asaltarían con cosas de María o algunas 'vanas repeticiones' y veríamos sin duda gente tratando de ganarse el Cielo con sus obras", explica, enumerando algunos tópicos protestantes sobre el catolicismo.

Empezó la procesión de entrada. Entraron los monaguillos con el incienso, el diácono con los Evangelios en alto "evocando a los judíos en procesión con la Torá", pensó Paul. Salió el sacerdote revestido. "Y por alguna razón, en ese momento, algo en mi interior se quebró. Por un brevísimo instante, me pareció que se movía el suelo, o quizá la cabeza, como si me mareara o cayera. Entonces el canto y el incienso me abrumaron. Durante la siguiente hora, yo me inclinaba por dentro mientras todo lo que sucedía alrededor me traspasaba".

"Tres cosas sucedieron en mi interior durante esta misa que aún hoy recuerdo", detalla.

Para empezar, tuvo varias visiones interiores o locuciones interiores. En una, él y Jenna estaban en un barco, en mar calma y con día soleado, pero una brisa suave empezaba a cambiar la dirección del barco. En otro momento, cuando tocó arrodillarse en misa, y así lo hicieron, "nos vi desde arriba, vi como nuestros corazones eran atraídos hacia el altar, brillando con unas llamas de oro, casi artísticamente pintados".

"En tercer lugar, casi me abrumaba lo judío que era todo: los sacerdotes representaban a Dios ante el pueblo, a la vez que representaban al pueblo ante Dios. El altar, el Tabernáculo, el incienso... era como el judaísmo del que me había enamorado siempre, ¡y mucho más! Y, de alguna manera, sabía sin duda que también Jenna estaba experimentando algo grande y similar a su vez".

Después el sacerdote pronunció unas palabras que Paul sabía que eran de la Escritura, y todos se arrodillaron o inclinaron la cabeza. "Yo sabía que esa parte era importante". Y el sacerdote proclamó: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Bienaventurados los invitados a la cena del Cordero".

"Al elevarse la Hostia, el pequeño mareo que había sentido se convirtió en un terremoto. Mi corazón se abrió en pedazos, mis ojos explotaron, y aunque veía la Hostia en sus manos, ya no era un pedazo de pan. No sé cómo, pero supe instantáneamente, más profunda y verdaderamente de lo que he sabido nunca nada, que aquello era, de hecho, Jesucristo. Nunca he querido nada con más plenitud en mi vida. 

Quería postrarme largo en el suelo de esa habitación de fluorescentes. Quería asaltar el altar y consumirle a Él. Quería contemplar ese extraño pedazo plano de pan hasta mi último aliento... y a la vez pensaba que no podría resistirlo ni un momento más. me pareció una eternidad, y durante esa eternidad, me di cuenta de que toda esa cosa católica de 'no es pan, es Jesús' era verdad. 

Si esa chaladura era verdad (afrontémoslo, esta verdad es una locura de la forma más hermosa posible) entonces todo eso era verdad. Me arrodillé abrumado mientras esos católicos iban hacia el altar, al lugar del sacrificio, al sacerdote que representa a Dios, a recibir a Jesús. ¡A mi Jesús!"».

Ahora sigo yo, Fortea. He recordado esta conversión cuando celebro misa y elevo la forma. Ojalá yo sintiera ese mismo ardor de fe.

P. FORTEA

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