Parece que todos los
días te levantas con una noticia mala o un escándalo nuevo. Y todo te lleva a
perder la esperanza: inmoralidades, abusos, pecados contra el sexto
mandamiento; curas y obispos pro-LGTBI que quieren bendecir los pecados que
claman al cielo; documentos que afirman que todas las religiones son queridas
igualmente por Dios; otros que dicen que puedes comulgar aunque vivas en
flagrante adulterio; nombramientos de cardenales que meten miedo al pánico;
documentos que dicen, poco más o menos, que la Amazonia es el paraíso terrenal
y que los indígenas amazónicos poco menos que viven libres del pecado original
y que tenemos mucho que aprender de su canibalismo, de su vida paleolítica y de
la espiritualidad de sus chamanes, que pillan unos ciegos con las hierbitas que
se fuman que flipas… Y así vamos tirando día a día… De mal en peor.
Yo sé que hay mucha gente
desmoralizada, desorientada, confusa… Hay mucha gente que no sabe qué hacer
ante lo que está pasando en la Iglesia. Bueno… Seamos sinceros: mucha gente
tampoco. La mayoría pasa de todo. A la mayoría no le importa un bledo lo que
pase. La mayoría ni siquiera se entera de nada. Y como llevamos décadas de
adoctrinamiento modernista, hay mucha gente a la que todo lo que está pasando
le parece fenomenal. Y luego está el sector, llamémosle “oficialista”, que cree que hasta los ronquidos del Pontífice
son magisterio infalible y que cuando Francisco orina, mea agua bendita. En
fin… “Hay gente pato”, que
decía el torero.
En la Resistencia Católica
contra estos modernistas de la iglesia del nuevo paradigma quedamos cuatro gatos:
insignificantes, irrelevantes… Da igual: no es
cuestión de número. Esta guerra no la gana el ejército más numeroso: la gana Cristo y la Santísima Virgen María, que pisará la
cabeza de la Serpiente.
Lean con atención
estos tres puntos del Catecismo de San Juan Pablo II:
LA ÚLTIMA PRUEBA DE LA IGLESIA
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una
prueba final que sacudirá la fe
de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución
que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn
15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo
la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres
una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la
verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es
decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a
sí mismo colocándose en el lugar de Dios
y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts
5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez
que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no
puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio
escatológico: incluso en su forma mitigada, la
Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de
milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo
secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico”
“de esta especie de falseada redención de los más humildes"; GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a
través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su
Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El
Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia
(cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios
sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20,
7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El
triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap
20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2
P 3, 12-13).
Yo sé leer y veo lo que está
pasando a mi alrededor. ¿No estamos viendo ya esa
apostasía de la verdad? ¿No? Pues quien no la vea es que está
ciego de remate. La impostura religiosa es más que evidente. La religión que
glorifica al hombre y pone a la persona humana en el centro, donde solo debe
estar Dios; ese falso humanismo, antropocéntrico, liberal, que pone la
soberanía popular en el lugar que le corresponde a la soberanía de Cristo y los
derechos humanos en el lugar de la Ley de Dios… Esa falsa religión, ¿no la están viendo ya? ¿Están sordos y ciegos? ¿No es
más que evidente lo que está pasando?
Pues
la Iglesia solo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua
en la que seguirá a su Señor en su muerte y su resurrección. ¿Tenemos que
morir con Cristo? Pues yo digo amén. Yo estoy dispuesto a morir por Cristo, si esa es la
voluntad de Dios y mi Señor me concediera esa gracia. Si muero con Él,
resucitaré con Él. ¿Qué pueden hacerme? ¿Dejarme
sin trabajo, calumniarme, perseguirme, reírse de mí, despreciarme, matarme? Todo
lo doy por bueno, si es para mayor gloria de Dios. Todo lo estimo basura al
lado de Cristo. Nada ni nadie me podrá separar del amor de Dios.
Pero yo no dejaré de cumplir
los Mandamientos de la Ley de Dios, si el Señor me da fuerzas para ello. Cristo
es el único Redentor. Él es el Salvador. Cristo es el centro de la historia,
del cosmos, del universo. Y yo solo soy un siervo indigno suyo, un pobre
pecador, el excremento del can sarnoso – como decía Dámaso Alonso:
Yo soy la piltrafa que el
tablajero arroja al perro del mendigo, y el perro del mendigo arroja al
muladar. Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo de la miseria, mi
corazón se ha levantado hasta mi Dios, y le ha dicho: Oh
Señor, tú que has hecho también la podredumbre, mírame, Yo soy el orujo
exprimido en el año de la mala cosecha, yo soy el excremento del can sarnoso, el
zapato sin suela en el carnero del camposanto, yo soy el montoncito de
estiércol a medio hacer, que nadie compra y donde casi ni escarban las
gallinas. Pero te amo, pero te amo frenéticamente. ¡Déjame, déjame
fermentar en tu amor, deja que me pudra hasta la entraña, que se me aniquilen hasta
las últimas briznas de mi ser, para que un día sea mantillo de tus huertos!
No perdamos la
esperanza. Sigamos el ejemplo de nuestra Madre Santísima:
María
es obediente. Ella cumple los mandamientos de la Ley de Dios. No los cuestiona, no
los discute. No pone su voluntad por encima de voluntad de Dios. No pone sus
deseos por delante de la Ley de Dios. Seamos obedientes. Quien ama a Dios de
verdad cumple sus Mandamientos. Quien dice que ama a Dios y no cumple los
mandamientos es un mentiroso. Hoy está de moda la rebeldía y la obediencia nos
parece cosa de frikis. Pues benditos frikis los que obedecen a Dios antes que a
sus deseos, que a sus pasiones, que a sus vicios.
María
es humilde. Ella no se
cree más que nadie. Y sobre todo, ella no se cree más que Dios. Acepta que Dios
es Dios y que ella es una criatura de su Creador. María no se cree más que
Dios, no se cree más que nadie. María no es sabia ni entendida: es sencilla y
humilde de corazón. Ella solo sabe que no sabe nada y que no es nada al lado de
Dios Padre, Creador y Señor de todo cuanto existe. Seamos humildes como María.
Nosotros no somos nada. No somos más que nadie. No nos creemos más que nadie.
Pero obedecemos a Dios antes que a los hombres. Porque sólo Dios es Dios. Yo
soy una mierda al lado del Papa o de los cardenales o de los obispos. Pero si
cualquiera de ellos me predicare un evangelio distinto del de Jesucristo, sea
anatema; y me apartaré de ellos como de la lepra.
8 Pero si nosotros mismos o un
ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado!
9 Ya se lo dijimos antes, y
ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un
evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado!
10 ¿Acaso yo busco
la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero congraciarme con los
hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería servidor de Cristo.
Gálatas 1, 8-10
¿Acaso
yo busco la aprobación de los hombres o la de Dios? Yo lo tengo clarísimo.
Obedeceré a Dios, si su gracia me ayuda, y permaneceré fiel pase lo que pase.
Mantened
la esperanza. No desfallezcáis. Todo lo que ocurre, todo lo que está pasando, pasa
para nuestro bien. Dios tiene un plan a favor nuestro. Y por muy negras que
veamos las cosas, sepamos que Dios conspira para nuestra salvación. La Divina
Providencia nos conduce por sus caminos – que no son los nuestros – hacia
Cristo.
14 Todos los que son conducidos
por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
15 Y ustedes no han recibido un
espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace llamar a Dios
16 El mismo espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
17 Si somos hijos, también somos
herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él
para ser glorificados con él.
18 Yo considero que los
sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que
se revelará en nosotros.
19 En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios (incluidos los océanos y la Amazonía, añadiría yo)
20 Ella quedó sujeta a la
vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero
conservando una esperanza.
21 Porque también la creación
será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa
libertad de los hijos de Dios.
22 Sabemos que la creación
entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto.
23 Y no sólo ella: también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente
anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.
24 Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve?
25 En cambio, si esperamos lo que
no vemos, lo esperamos con constancia.
26 Igualmente, el mismo Espíritu
viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero
es Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
27 Y el que sondea los corazones
conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos
está de acuerdo con la voluntad divina.
28 Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo
aman, de aquellos que él llamó
según su designio.
29 En efecto, a los que Dios
conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que
él fuera el Primogénito entre muchos hermanos;
30 y a los que predestinó,
también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que
justificó, también los glorificó.
31 ¿Qué
diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?
32 El que no escatimó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no
nos concederá con él toda clase de favores?
33 ¿Quién podrá
acusar a los elegidos de Dios? Dios
es el que justifica.
34 ¿Quién
se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el
que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
35 ¿Quién podrá
entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la
persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?
36 Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera
como a ovejas destinadas al matadero.
37 Pero en todo esto
obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.
38 Porque tengo la
certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni
lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales,
39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor.
Romanos 8, 14-39
Dios
dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. Nadie nos podrá separar del
amor de Dios. Gracias a Cristo, que nos salvó, obtenemos una amplia victoria.
Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra
nosotros?
María
es ejemplo de esperanza. María se mantiene firme al pie de la cruz. No se viene abajo, no huye,
no se avergüenza de su Hijo. Sabe que Dios siempre es más grande. Quien ama a Dios no teme ni a la muerte, porque no tiene miedo de
encontrarse con su Señor. María
no teme a la muerte, no rehúye la muerte. Coge en brazos a su hijo cuando lo
descuelgan de la cruz. María llora, sufre, pero no se
desespera. Espera
contra toda esperanza. Sufre y espera. Hagamos nosotros lo mismo:
sufrimos pero seguimos esperando. Llorar no es malo. Sufrir no es malo. Morir
no es malo. Lloremos, suframos o muramos, si Dios lo quiere. Pero no nos
desesperemos porque Cristo Resucitó y suya es la victoria. “Por tu causa
somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas
destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias
a Aquel que nos amó.”
Mantengámonos
unidos a María Santísima: obedientes a la voluntad de Dios (que son
sus Mandamientos), humildes, sin perder nunca la esperanza. María es la llena de gracia,
la mediadora de todas las gracias. Encomendémonos a ella, que
desbarata todas las herejías. El
Corazón de María triunfará. Nuestra esperanza es Cristo. Nuestra esperanza es
la Mujer vestida de sol y coronada con doce estrellas que aplasta a Satanás.
Recemos
el Santo Rosario, adoremos al Santísimo en cada Sagrario del mundo, vivamos en
gracia de Dios, confesémonos con frecuencia, alimentémonos de la Eucaristía.
Estas son nuestras armas para la Resistencia. La guerra está ganada. Pero
nuestra guerra – no lo olvidemos – la ganamos pasando por la cruz. Seamos
santos, por la gracia de Dios.
¡Viva Cristo Rey!
Pedro L. Llera
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