martes, 3 de septiembre de 2019

ACABO DE LEER TODA LA BIBLIA EN EL TRANSCURSO DE UN AÑO: ALGUNAS REFLEXIONES


Septiembre es el mes de la Biblia. Estamos en tiempo oportuno para compartir el siguiente testimonio junto con algunas reflexiones.
1. Sin pretensión alguna, comento que esta es la cuarta vez, en mi vida, que leo toda la Biblia. Pero es la primera en voz alta. Pueden creerme: hace una diferencia. El camino que recorrí, con sus respectivos archivos de audio, está en este enlace. La versión leída es la que aparece en la página web del Vaticano.
2. La lectura la empecé el 31 de agosto del 2018 y la terminé, por la misericordia de Dios, el 30 de agosto de 2019. He podido comprobar por experiencia que Dios es el que da el querer y el obrar (Filipenses 2,13), y también que Él acoge nuestros deseos: le pedimos que Él, que había iniciado la buena obra, la llevara a buen término (Filipenses 1,6).
3. Los archivos de audio fueron publicados en YouTube, en Spreaker y en SoundCloud. El número total de audiciones se acerca actualmente, o posiblemente ya ha sobrepasado, los tres millones. Hay hambre de la Palabra de Dios, bendito sea Dios. Cada archivo dura entre unos 12 y unos 25 minutos. La secuencia de lecturas fue tomada de esta página web, con ligeras modificaciones.
4. Me impacta la cantidad de texto de la Biblia que simplemente es desconocido por la inmensa mayoría de la gente. Sabemos que la Sagrada Biblia es el libro más publicado en el mundo pero es bien posible que sea uno de los más desconocidos. Según un estimado propio, hay un 70% o más de la Biblia que no está en ningún leccionario de Misa, rituales o sacramentos de nuestra Iglesia Católica. Esto significa que un católico muy fervoroso, que vaya a Misa todos los días y celebre todos los sacramentos propios de su estado, sin embargo morirá sin haberse enterado de mucho más de la mitad de la Biblia.
5. Lo anterior no significa que ese 70%, o cosa parecida, que nunca se lee en la liturgia sea “secreto,” distinto o contrario al mensaje que uno encuentra en la Liturgia. Muy al contrario, mi experiencia de lectura (del 100%) del texto me conduce a la gratitud y admiración hacia quienes a lo largo de los siglos han escogido los textos litúrgicos, ya sean de la Misa, los sacramentos, los demás rituales o la Liturgia de las Horas. Mas es claro que el resto del texto no “sobra” y que es inspirado y querido por Dios para nuestra salvación.
6. Un pensamiento clave al acercarnos a la Biblia es que es Palabra que revela. Por algo dijo San Jerónimo, en su prólogo al Comentario del profeta Isaías: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo.” El problema está en que “desconocer a Cristo” no impide seguir hablando de Cristo. Ya no será el Cristo verdadero, ya no será el Dios verdadero, ya no será la verdad sobre la Iglesia o sobre la evangelización, pero el torrente de discursos no parará. Cuanto más nos alejamos de la Escritura mayor porcentaje de “Cristo inventado” y de “Dios inventado” habrá en las predicaciones y los criterios morales.
7. Dicho de otra manera: el vocabulario genuinamente bíblico es inseparable del conjunto del texto, incluyendo las partes más incómodas, y es inseparable del pueblo creyente que vivió aquellas experiencias , ya sea en el antiguo Israel o en los tiempos de los apóstoles. Y por supuesto: apartarse del sentido propio de esas palabras conduce inevitablemente a la ideología. Palabras tan preciosas como “misericordia,” “amor” o “justicia” quedan severamente dislocadas y profanadas fuera de la lectura amplia de los textos de la Biblia.
8. Por todo ello, yo recomiendo a todo cristiano que quiera madurar en su fe, y muy especialmente a mis hermanos sacerdotes, a que se sometan a una inmersión profunda, voluntaria, prolongada, humilde, en el texto sagrado. La lectura completa puede tomar, si se hiciera sin interrupciones, y sin añadir títulos ni anotaciones ni comentarios, algo más de 100 horas. Tome usted su tiempo. Siga usted un camino metódico, pedagógico, orante, y recuerde: de lo que se trata es de que la Palabra tome poder y tenga su lugar en nosotros; no de imponer nuestro pensamiento o el pensamiento de nuestro tiempo sobre Dios.
Fray Nelson

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