Hay una laxitud
muy grande y se ha perdido el sentido de pecado, de la ofensa a Dios y el
meditar en la eternidad del infierno y su trascendencia. Nos olvidamos que se
puede pecar de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión. No somos
conscientes de nuestra debilidad y de que es muy fácil ofender al Señor si
bajamos lo más mínimo la guardia. Somos pecadores y a lo largo del día
cometemos un buen número de pecados veniales. Hay que luchar por combatir el
pecado venial, especialmente el pecado venial deliberado (a sabiendas), que
endurece el alma y nos predispone para el pecado mortal.
En el tema de la santa pureza,
del sexto y noveno mandamiento, no hay parvedad de materia, lo que quiere decir
que todo pecado deliberado y consciente contra la santa pureza es de suyo
grave. No se puede pecar venialmente contra la pureza. Otra cosa es que tengamos
un mal pensamiento y no lleguemos a consentir, pero si consentimos a sabiendas
es de suyo grave.
Sabiendo esto y conscientes de
nuestra debilidad (el espíritu está presto, pero la carne es débil) debemos
extremar las precauciones en esta materia. No solo se peca contra la pureza con
actos impuros (de suyo graves como hemos dicho) sino se puede pecar fácilmente
de palabra, de pensamiento y de omisión. Por eso debemos evitar todo aquello
que sea una ocasión de pecado (una película sensual, una novela erótica, una
revista indecente, determinadas imágenes de internet, anuncios por la calle,
curiosidad en las miradas etc… Esto es de cajón, pues tras caer en la
curiosidad es muy fácil que venga el consentimiento y la delectación en algo
que tanto atrae a la naturaleza caída. Siempre está la tentación de lo
prohibido, que como una espada de Damocles, amenaza nuestro estado de gracia,
que pende de un hilo.
De la misma manera si queremos
ser santos y no pecar, no poner en riesgo nuestra salvación eterna, debemos
evitar aquellos lugares que sean ocasión de pecado. Y es tan evidente que las
playas, hoy en día tan masificadas, son una ocasión de pecado que no habría
casi necesidad de demostrarlo, aunque lo vamos a hacer.
La mayoría de católicos
tristemente consideran que no pasa nada por ir a la playa, pues es lo más
natural y no hay que ver pecado en todos los lados. Efectivamente concedo que
la playa en sí, bañarse en el mar, no es algo malo… es algo creado por Dios.
Pero bien es cierto que, quitando algunas playas solitarias de difícil acceso,
la mayoría de playas de la actualidad se pueden considerar seminudistas, pues
los trajes de baños son cada vez más ligeros y el topless es una práctica
generalizada. Está plenamente demostrado que, salvo en caso de individuos
asexuados, la mayoría de personas no permanecen indiferentes en determinados
ambientes como pueden ser las playas hoy en día y reaccionan a los estímulos
sexuales. Por eso los santos, perfectos conocedores de la naturaleza humana,
siempre nos han advertido del peligro. El Santo Cura de Ars perseguía duramente
el baile, seguramente más inocente que determinados ambientes actuales como
playas y discotecas. El Padre Pío combatía severamente las modas y cualquier
falta contra la modestia y la impureza.
Mucha gente argumenta que eso
es algo natural y que para ellos no es ocasión de pecado, que ni se lo
plantean. Esto es desconocer la naturaleza humana y
el fomes peccati.
El fomes peccati es un
concepto teológico que se suele traducir por “inclinación
al pecado” y se considera fruto de la herida del pecado original.
Aceptar un cierta debilidad de la naturaleza ante el mal, es realidad innegable de la experiencia de cada día. Considerar que la inclinación al mal es irresistible, como hacían determinados herejes (Lutero, Calvino), fue condenado ya por la Bula de León X “Exurge Domine” del 13 Junio de 1520 y luego rechazado por el Concilio de Trento. (Sesión VI del 13 de Enero de 1547).
El pecado original nos dejó
una propensión al mal, la concupiscencia, pero no destrozó la libertad humana
(la responsabilidad). El que peca es libre para hacerlo y para arrepentirse.
Por eso es responsable.
Dicho esto, vemos que nuestra
naturaleza caída tiene fácilmente la tendencia al pecado. Por eso hay que hacer
hacer agere contra a esta tendencia y llevar una vida de oración y
de sacramentos, evitando las ocasiones de pecado, las malas compañías, malas
lecturas etc. Dada nuestra debilidad es muy importante no acercarnos al
peligro, evitar las ocasiones de caer en el precipicio. La Virgen nos advierte
en Fátima que la mayoría de las almas se condenan por pecados de impureza.
Digan que soy un exagerado, pero los pastorcillos de Fátima vieron el infierno
abierto y como caían las almas en él. Les dejo con una conocida meditación, que
siempre conviene recordar.
Yo, ¿para que nací?
Fray Pedro de los Reyes
Yo, ¿para qué
nací? Para salvarme.
Que tengo de morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme, Triste cosa será, pero posible.
¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
Que tengo de morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme, Triste cosa será, pero posible.
¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
Javier Navascués Pérez
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