lunes, 5 de agosto de 2019

CUANDO PRESCINDIMOS DE DIOS


Recuerdo que mi padre nos decía muchas veces: «por los hijos hay que sacrificarse». Pero me temo que muchos padres de eso no se han enterado, y luego lamentan las consecuencias.
El pasado 29 de Julio, ABC publicaba en su portada la siguiente noticia: «La muerte de cuatro jóvenes en un accidente en el que el conductor consumió alcohol y drogas pone en cuestión el modelo de ocio nocturno: el 53 % de los fallecimientos tienen lugar entre las seis y las nueve de la mañana».
Cuando uno lee una noticia de este tipo, uno no puede por menos de pensar: algo no funciona en la educación que estamos dando a nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Pero ¿el qué?
Desgraciadamente hay muchos de ellos que no logran tener una evolución adecuada y se convierten en personas inmaduras. Suelen ser signos de esto el desfase entre la edad cronológica y la edad mental, la falta de madurez intelectual, la inestabilidad emocional y afectiva, la escasa responsabilidad con falta de fuerza de voluntad y ausencia de claros criterios éticos, la mala percepción de la realidad, el rehuir el enfrentarse consigo mismo y la ausencia de un proyecto de vida que les hace vivir tan solo el momento presente sin visión del medio y largo plazo. Todo esto les lleva a ser volubles, ligeros, inconstantes, superficiales y carentes de espíritu crítico.
Además, a veces encontramos en la adolescencia perturbaciones muy graves, como cuando en la escuela una minoría de sujetos indisciplinados rechazan la educación en sí misma e intentan imponer la violencia con sus actitudes agresivas que impiden la convivencia y la buena marcha de la clase. Un conocido juez, don Emilio Calatayud, nos da esta fórmula para formar delincuentes: «Comience dando a su hijo todo lo que le pida, no le dé educación espiritual, ríase cuando diga palabrotas, no le regañe nunca y póngase de su parte en los conflictos con sus profesores». Esto se da con más frecuencia en hijos de familias desestructuradas, especialmente si son de casi imposible reinserción social o totalmente marginadas, pues los hijos necesitan no sólo que les quieran, sino también que los padres se quieran entre sí. La despreocupación de los padres por la educación de los hijos, el concebir la libertad como ausencia de limitaciones y prohibiciones, una educación errónea que da todo a los hijos con lo que pierden el sentido del esfuerzo y del trabajo, la ruptura de la vida familiar, el mismo cuestionamiento de la institución familiar, pero sobre todo la carencia de afecto y el vacío religioso y moral en que viven no pocos alumnos, son elementos que originan estas conductas y dificultan la acción escolar, sin olvidar las culpas propias de la escuela y de los planes de enseñanza.
Estos chavales desmotivados, sin una conveniente educación, son también los más propicios a buscar sensaciones fuertes como el transgredir normas y consumir drogas.
Pero a mí lo que me aterra no es sólo que nuestros chavales muchas veces sean así, sino el cómo se ha llegado a esto y lo nada que se hace para corregir esta situación, mientras en realidad lo que se intenta es agravarla. Muchos se han olvidado que el fin de la educación es enseñar a amar, mientras que lo que realmente se intenta es simplemente disfrutar de nuestros instintos, destruir la familia y las referencias educativas que ayuden a madurar a las personas.
Para empezar, nuestra Sociedad se siente muy orgullosa de prescindir de Dios. Incluso en las fiestas de Navidad, nuestra Sociedad procura que sean unas grandes fiestas, pero se desea que Jesucristo esté totalmente ausente, y si en la vida pública haces mención de Cristo o de los valores cristianos, te cae rápidamente el apodo de facha, y ante eso hay muchísima gente que, en vez de no arrugarse y confesarse abiertamente como cristianos, se deja intimidar y renuncia a sus valores, porque lo que verdaderamente le importa es no meterse en líos y poder pedir otra de gambas. Y así vemos como nuestros políticos, de los que a veces me pregunto si tienen hijos, votan por unanimidad con gran frecuencia la diabólica ideología de género con sus consecuencias de promiscuidad y hedonismo en grado sumo, lo que indudablemente no ayuda a tener fuerza de voluntad. Pero para qué voy yo, padre de familia, a ir a la Iglesia el domingo o rezar en casa, con lo aburrido que es el sacrificarse por los hijos.
Para reaccionar ante esto es necesario un renacimiento de la disciplina moral y espiritual y un esfuerzo resuelto y diligente por parte de los cristianos por comprender y defender la cultura cristiana. Recuerdo que mi padre nos decía muchas veces: «por los hijos hay que sacrificarse». Pero me temo que muchos padres de eso no se han enterado, y luego lamentan las consecuencias.
Pedro Trevijano. Sacerdote.

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