¡Caminemos
con esperanza! Esta es
la gran invitación que el Papa está haciendo a todos los cristianos que nos ha
tocado la suerte de comenzar este nuevo milenio de la humanidad, este nuevo
milenio de la cristiandad. Ya hemos dicho anteriormente que la condición de los
cristianos es ir como peregrinos en medio del mundo hacia la patria prometida.
Caminar
es el modo común de vivir del cristiano. No podemos darnos el lujo de quedarnos
sentados ni cruzado de brazos. Dios nos ha dado la vocación de peregrinos, de
caminantes. Y hoy menos que nunca podemos acobardarnos frente a la gran tarea
de colaborar con nuestra fe y con nuestro esfuerzo en la transformación de
nuestra sociedad tan maltrecha y tan golpeada, por una sociedad nueva, donde
todos los hombres puedan vivir con dignidad, en un marco de justicia, de
tranquilidad y de armonía, donde nadie se quede afuera, ni porque se le falte
respeto sus derechos, ni porque se quede con los brazos cruzados. «Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia – dice
el Papa – como un océano inmenso en el cual hay que
aventurarse, contando con la ayuda de Cristo”.
Hay que
adentrarse, Hay que remar mar adentro, con coraje, con fe pero sobre todo con
una gran esperanza, ya que sabemos que nuestro Dios no nos va fallar porque él
es fiel a su palabra y lo que dice lo hace. “El
Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre,- sigue
diciendo el Papa – realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para
verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en
sus instrumentos”. ¡Si, en sus instrumentos!, poniendo nuestros brazos,
nuestras piernas, nuestras inteligencias, nuestra voluntad y sobre todo nuestro
corazón, con entrega generosa, sin recortes ni egoísmos, sin miedo ni
desesperación.
Es muy
importante no dudar, no titubear ante esta importante hora a la que Dios nos
llama, con la conciencia de que asumimos una importante responsabilidad
histórica: no podemos fallar, no le podemos fallar
a Dios que espera de nosotros, no le podemos fallar a las futuras generaciones
que no nos tienen más que a nosotros. “Cristo… ahora nos invita una vez más a
ponernos en camino: « Id pues y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo » (Mt
28,19).
El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a
tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos” sigue exhortándonos el Vicario de Cristo. “Para ello podemos contar con la fuerza del mismo
Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados
por la esperanza « que no defrauda» (Rm 5,5).”
Y aquí,
de plano, mejor dejo al Papa hablar, ya que sus palabras se entienden por si
solas: “Nuestra andadura, al principio de este
nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos del mundo. Los
caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias
camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos por la
única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan
eucarístico y de la Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos convoca
de nuevo como en el Cenáculo, donde al atardecer del día « primero de la semana»
(Jn 20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don
vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.
“
“Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos
meses, junto con muchos Obispos llegados a Roma desde todas las partes del
mundo, he confiado el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he
presentado e invocado como «Estrella de la nueva evangelización». La indico aún
como aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos»,
le repito, evocando la voz misma de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz,
ante ella, del cariño filial de toda la Iglesia”.
“¡Queridos hermanos y hermanas! El
símbolo de la Puerta Santa se cierra a nuestras espaldas, pero para dejar
abierta más que nunca la puerta viva que es Cristo. Después del entusiasmo
jubilar ya no volvemos a un anodino día a día. Al contrario, si nuestra
peregrinación ha sido auténtica debe como desentumecer nuestras piernas para el
camino que nos espera.
Tenemos
que imitar la intrepidez del apóstol Pablo: «Lanzándome
hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al
que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús» (Flp 13,14). Al mismo
tiempo, hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la
peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth
meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf. Lc 2,51).”
“Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose
reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan » (Lc 24,30), nos
encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia
nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)“
Y porque
hemos visto al Señor, nos aventuramos a vivir intensamente centrados en
Jesucristo, en un espíritu comunitario cada vez más auténtico, trabajando con
ahínco cada día en la santidad personal, en un clima de profunda oración y con
un testimonio palpable de fe y caridad, movidos por la Esperanza en el que está
vivo y está entre nosotros, Jesucristo Resucitado.
P. Alberto Gutiérrez
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