La Iglesia enseña
que hubo un primer pecado del hombre
del cual dependen todos los pecados que ha habido después en el mundo, y
que a partir de ese primer pecado, y por tanto, por su influencia, todos
los hombres han quedado bajo el dominio del pecado.
Enseña también la
Iglesia que la muerte, tanto física
como espiritual, es una consecuencia de ese primer pecado del hombre,
que por tanto se ha extendido a partir del primer pecado, a todos los hombres, con la excepción de Nuestro Señor Jesucristo
y la Santísima Virgen María que nunca estuvieron bajo el pecado original.
Dice el Catecismo:
“399 La Escritura
muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la
santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios
(cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un
Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban,
establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio
de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra
(cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a
tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el
deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se
rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil
(cf. Gn3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21).
Por fin, la consecuencia explícitamente
anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará:
el hombre “volverá al polvo del que fue formado” (Gn 3,19). La
muerte hace su entrada en la historia de la
humanidad (cf. Rm 5,12).”
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El Catecismo afirma el estado de justicia original como
una realidad históricamente dada primero, y luego perdida, y no como una virtualidad hipotética que no
llega a realizarse por el pecado, como sostienen algunos autores.
Además, pone
claramente la muerte corporal como
consecuencia del pecado, como se ve.
Véase a más
abundancia:
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“375 La Iglesia,
interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz
del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres
Adán y Eva fueron constituidos en un
estado “de santidad y de justicia original” (Concilio
de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una “participación de la vida divina” (LG 2).
376 Por la irradiación de
esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina,
el hombre no debía ni morir
(cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía
interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer
(cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y
toda la creación constituía el estado
llamado “justicia original".
377 El “dominio” del
mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del
hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia
(cf. 1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la
apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos
de la razón.
378 Signo de la
familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín
(cf. Gn2,8). Vive allí “para cultivar la
tierra y guardarla” (Gn 2,15): el
trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración
del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación
visible.”
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En cuanto a la universalidad de la transmisión del pecado
original a los hombres luego del pecado de Adán, dice el Catecismo:
“402 Todos los hombres están implicados en el
pecado de Adán. San Pablo lo afirma: “Por la desobediencia de un solo hombre,
todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19): “Como por un solo hombre
entró el pecado en el mundo y por el
pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron…” (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la
muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: “Como el
delito de uno solo atrajo sobre todos
los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo
(la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida” (Rm 5,18).”
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El pecado que afecta a todos
los hombres después de Adán como consecuencia del pecado de Adán o bien se apodera de ellos mediante el mal
uso que hacen de su libre albedrío, pecando, o bien lo hace independientemente
del uso que hagan de su libre albedrío. La Iglesia enseña esto último
cuando dice en el Catecismo:
“403 Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado
siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal
y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con
el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma”
(Concilio de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el
Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han
cometido pecado personal (cf. ibíd., DS 1514).”
Con lo cual la Iglesia está
diciendo al menos que el pecado original se apodera del hombre antes de que
éste nazca, y por tanto, obviamente, independientemente del uso de su libre
albedrío.
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Sin embargo, la
Iglesia dice más:
“404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado
de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán sicut unum
corpus unius hominis ("Como el cuerpo único de un único
hombre") (Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae de malo,
4,1). Por esta “unidad del género humano", todos los hombres están
implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de
Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no
podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia
originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo
al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Concilio
de Trento: DS 1511-1512). Es un pecado que será transmitido por propagación a
toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana
privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado
original es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído",
“no cometido", un estado y
no un acto.”
O sea, no solamente el pecado
original se apodera del hombre antes de que éste nazca, sino que éste lo recibe de sus padres junto con la
naturaleza humana que éstos le trasmiten por la generación natural.
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El Catecismo hace
eco así al Concilio de Trento:
“D-790 3. Si
alguno afirma que este pecado de Adán que es por su origen uno solo y, transmitido a todos por propagación, no por imitación, está como propio en cada uno, se quita
por las fuerzas de la naturaleza humana o por otro remedio que por el mérito
del solo mediador, Nuestro Señor Jesucristo [v. 171], el cual, hecho para
nosotros justicia, santificación y redención [1 Cor. 1. 30], nos reconcilió con
el Padre en su sangre; o niega que el
mismo mérito de Jesucristo se aplique tanto a los adultos, como a los párvulos
por el sacramento del bautismo, debidamente conferido en la forma de la
Iglesia: sea anatema.”
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Otra cuestión es saber si el primer pecado fue cometido por el
primer hombre, o por algún ser humano posterior. La hipótesis de los “preadamitas”
va en el sentido de la segunda alternativa, y es armónica con la tesis
del “poligenismo”,
según la cual la especie humana no procede de una sola pareja, sino de
varias.
No cabe casi preguntarse si el
primer pecado fue personal o colectivo, ya que no hay pecado colectivo sino
como la suma de los pecados personales.
Se puede pensar en una pluralidad de pecados personales que se
cometen al mismo tiempo, de modo que ninguno de ellos es primero respecto de
los otros, pero todos ellos son primeros respecto de todos los que
vienen después.
El lenguaje que usa el
Catecismo, al menos, favorece el
monogenismo, pues habla varias veces de Adán y Eva, del pecado de Adán,
y del pecado de los “primeros padres”:
“390 El relato de la caída (Gn 3)
utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento
primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre(cf. GS 13,1).
La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está
marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío
XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI,
discurso 11 de julio de 1966).”
Véase también el
texto del Catecismo ya citado:
“375 La
Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a
la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado “de
santidad y de justicia original” (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de
la santidad original era una “participación de la vida divina” (LG 2).
376 Por la irradiación de
esta gracia, todas las dimensiones de
la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la
intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni
sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la
armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2,25), y, por último, la
armonía entre la primera pareja
y toda la creación constituía el estado llamado “justicia
original".
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Acerca de basta morir con el solo pecado original para
incurrir en la condenación eterna, enseña la Iglesia:
III Concilio de Valence, 855
D-321
“Can. 2.
Fielmente mantenemos que (…) «Y no creemos que nadie sea condenado por juicio
previo, sino por merecimiento de su propia iniquidad» (1), «ni que los mismos
malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser
buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación por la culpa original o también por la actual»
(2).”
INOCENCIO III
Del efecto del
bautismo (y del carácter)
[De la Carta Maiores Ecclesiae causas a Imberto, arzobispo de Arles, hacia fines de
1201]
“Decimos que ha
de distinguirse. El pecado es doble: original y actual. Original es el que se
contrae sin consentimiento; actual el que se comete con consentimiento. El
original, pues, que se contrae sin consentimiento, sin consentimiento se
perdona en virtud del sacramento; el actual, empero, que con consentimiento se
contrae, sin consentimiento no se perdona en manera alguna… La pena del pecado original es la carencia de
la visión de Dios; la pena del pecado actual es el tormento del infierno
eterno…”
Profesión de fe propuesta el año 1267 por Clemente
IV a Miguel Paleólogo:
“Las almas,
empero, de aquellos que mueren en pecado mortal o con solo el original, descienden inmediatamente al infierno, para ser castigadas, aunque con penas desiguales.”
JUAN XXII, 1316-1334
Del infierno y del
limbo [De la Carta Nequaquam sine dolore a los armenios, de 21 de noviembre de
1321]
D-493a
“Enseña la
Iglesia Romana que las almas de aquellos que salen del mundo en pecado mortal o sólo con el pecado original, bajan
inmediatamente al infierno, para ser, sin embargo, castigados con penas distintas y en lugares distintos.”
CONCILIO DE FLORENCIA, 1438-1445
XVII ecuménico
(unión con los griegos, armenios y jacobitas)
Decreto para los griegos [De la Bula Laetentur
coeli, de 6 de julio de 1439]
“En el nombre de
la Santa Trinidad, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con aprobación de
este Concilio universal de Florencia, definimos (…) Asimismo, si los verdaderos
penitentes salieren de este mundo (…) Pero las almas de aquellos que mueren en
pecado mortal actual o con solo el
original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien
con penas diferentes”
Errores del Sínodo de Pistoya [Condenados
en la Constit. Auctorem Fidei, del 28 de agosto de 1794]
D-1526 26.
“La doctrina que
reprueba como fábula pelagiana el lugar de
los infiernos (al que corrientemente designan los fieles con el nombre
de limbo de los párvulos), en que las almas de los que mueren con sola la culpa original son
castigadas con pena de daño sin la pena de fuego - como si los que suprimen en
él la pena del fuego, por este mero hecho introdujeran aquel lugar y estado carente de culpa y pena, como intermedio entre el
reino de Dios y la condenación eterna, como lo imaginaban los pelagianos
–, es falsa, temeraria e injuriosa contra las escuelas católicas.”
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En cuanto a lo que
el Catecismo dice sobre la posibilidad de salvación de los niños que
mueren sin bautismo:
“1261 En
cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia
divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la
gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven
(cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir:
“Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de
salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más
apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños
vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.”
Digamos por ahora solamente
que, a la luz de las enseñanzas del Magisterio que acabamos de ver, eso sólo puede entenderse en el sentido de
que podemos confiar en que Dios, por su gran misericordia, tenga una forma de quitar el pecado original
a esos niños antes de que mueran.
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La doctrina del pecado
original significa ante todo que el ser
humano no es malo por naturaleza, contra lo que sostenían los maniqueos.
En efecto, según el dogma del
pecado original, el mal que afecta a la especie humana, sobre todo en el plano
moral, no es inherente a la naturaleza
misma del hombre, sino que es consecuencia del mal uso que el hombre ha hecho
de su libertad al comienzo mismo de su historia. Si Adán no hubiese
pecado, esos males no afligirían hoy a la humanidad.
La doctrina del pecado
original tiene que ver también con el hecho de que Dios Creador ha querido ordenar al hombre a un fin sobrenatural,
que es la participación en la vida divina.
En efecto, el principal don
del estado de justicia original
era la gracia sobrenatural que
capacitaba al hombre para realizar actos meritorios de la vida eterna, y que
Adán debía trasmitir a sus descendientes. Por el pecado de Adán, éstos nacen privados de la gracia que los
capacitaría para entrar en el Reino de Dios, y ésta es la esencia misma del
pecado original.
Se trata de un pecado propiamente dicho, no metafórico, pero sí analógico, porque es un pecado que no
ha cometido la persona que está bajo él. Pero hay algo en la persona misma que lleva en sí la huella del pecado
cometido voluntariamente por el
primer hombre pecador: la naturaleza humana, que en cada
descendiente de Adán viene al mundo privada
de la gracia santificante y la justicia original, como consecuencia de
la culpa libremente cometida por aquél.
No es un acto, sino un estado, análogo al estado de pecado mortal en que se encuentra
alguien luego de haber cometido un pecado mortal: estado de alejamiento y enemistad con Dios al que se ha ofendido pecando.
Con la diferencia, y ahí está lo analógico
del concepto, de que el acto libre
que ha dado origen a ese estado
de pecado no es un acto de la persona
que lo padece, sino del
antepasado de toda la raza humana del cual esa persona desciende y del
cual ha recibido la naturaleza humana
privada culpablemente de los dones
divinos.
La Revelación nos enseña aquí la misteriosa solidaridad que hay entre todos
los hombres para la perdición, como contrapartida de la por lo menos
igualmente misteriosa solidaridad que
hay entre los hombres para la salvación, como enseña San Pablo: por un hombre, Adán, vinieron a todos
los hombres la perdición y la muerte, y por
un hombre, Jesucristo, viene a todos los que creen en Él la salvación y
la vida.
Pero es una solidaridad concreta, real, y fundada en
algo concreto: en la generación natural, en el caso del pecado original; en el bautismo, nuevo nacimiento, en el caso de la gracia de Cristo.
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Las consecuencias del pecado original, como lo muestran los textos
citados del Catecismo, son 1) la muerte corporal 2) la muerte espiritual, que es la carencia
de la gracia sobrenatural, por lo arriba dicho 3) para los que mueren con el
pecado original, la condenación eterna.
Respecto de la muerte corporal, sin duda que es algo
que corresponde naturalmente al
hombre, pero el caso es que, habiendo sido el ser humano inicialmente elevado al estado de justicia original,
el cual, como vimos que enseña el Catecismo, incluía la inmortalidad física, históricamente
la muerte es consecuencia del pecado del primer hombre, que perdió mediante ese pecado aquel don
sobrenatural.
Más precisamente hay que decir
que, exceptuando la gracia, los dones del estado de justicia original son “preternaturales”,
en el sentido de que sobrepasan la naturaleza de algunas creaturas, no de todas (el ángel, por ejemplo, es
naturalmente inmortal) mientras que lo sobrenatural
sobrepasa las exigencias y capacidades de absolutamente cualquier naturaleza creada.
La teología católica
tradicional ha explicado esta fe de la Iglesia sobre dos fundamentos: 1) El monogenismo,
es decir, la descendencia de todo el género humano a partir de una primera
pareja 2) La transmisión del pecado original por propagación del género humano, es decir, mediante la misma
naturaleza humana que los padres trasmiten a los hijos y que ha quedado
afectada por el pecado del primer hombre.
Se distingue en ese sentido el
pecado original originante, que
es el pecado personalmente cometido por Adán, y el pecado original originado, que es el estado de pecado que los
demás seres humanos heredan de Adán.
En la Escolástica se discute
si la esencia del pecado original
originado consiste en la privación
de la gracia o en la privación
de la justicia original, admitiéndose por lo general que comporta ambas privaciones. En lo que sigue, cuando
hablemos de la privación de la gracia
como esencia del pecado original no
estaremos prejuzgando esa cuestión.
————————————————-
El monogenismo y la transmisión del pecado original por generación natural explican la universalidad del pecado original originado,
que es presupuesto de la universalidad
de la Redención realizada en Jesucristo.
Es claro que si todo el género
humano desciende de una sola pareja,
y esta pareja trasmite a sus descendientes la naturaleza humana afectada por el pecado original, entonces
este pecado original originado se encontrará en todos los hombres absolutamente hablando, con la excepción de Nuestro Señor Jesucristo,
que es Dios hecho hombre, y de María Santísima, por el privilegio de la
Inmaculada Concepción.
Esta universalidad en la transmisión del pecado original se ve clara en
el caso de los niños, que son bautizados por la Iglesia, siendo
así que uno de los efectos del bautismo es justamente quitar el pecado original. San Agustín usó mucho el argumento de
que los niños también mueren,
para mostrar, siendo la muerte, como enseña San Pablo, un castigo por el pecado, que en ellos también está presente el pecado
original, ya que obviamente no tienen pecados personales, y un Dios
justo no puede aplicar el castigo donde no se encuentra la culpa.
————————————————-
La doctrina del Catecismo se
puede resumir, para lo que nos interesa en este “post”,
de este modo: el pecado original
se trasmite por generación, a partir de un único pecado cometido en el origen
mismo de la historia humana, de tal modo que se adquiere desde el primer
instante de la existencia, independientemente de la voluntad de la persona, y
afectándola internamente.
Por supuesto que
esta doctrina de la Iglesia ha tenido siempre muchos adversarios.
Hoy día son muchos los autores
que niegan que el pecado
original se trasmita por generación
natural, y suelen ser lo que niegan
también el monogenismo,
es decir, el origen de todo el género humano a partir de una sola pareja
inicial, porque entienden que el estado actual de la ciencia, o más bien, el
modo evolutivo de ver el mundo, inclina hacia el poligenismo, es decir, la existencia de varios orígenes
independientes entre sí del género humano.
Negado, en efecto, el
monogenismo, se hace difícil sostener a la vez que todos los hombres han estado y están bajo el pecado original
y la trasmisión del pecado original por vía de generación natural, pues para ello habría sido
necesario que en todos esos orígenes independientes de la humanidad se hubiese
producido el pecado.
Por tanto, estos autores niegan o dejan de lado la transmisión
del pecado original por vía de generación
natural, y acuden a otras explicaciones, que básicamente son el “pecado del mundo”,
y la solidaridad de toda la
especie humana.
————————————————-
La mentalidad evolucionista “siempre
ascendente” tipificada en
autores como Teilhard de Chardin tiene dificultades para aceptar una caída al comienzo de la historia
humana como es el pecado original.
Esto los lleva también a negar la
realidad histórica del estado de justicia original que tenían los
primeros padres del género humano antes del pecado. Para esta forma de pensar “progresista”,
en efecto, lo más perfecto debe
estar siempre más adelante, nunca más atrás.
Los autores que niegan que el pecado original se trasmita por
generación natural, suelen decir que la definición del Concilio de Trento según la cual el
pecado original se trasmite “por propagación, no por imitación”, se
refiere solamente a que la generación natural es la condición necesaria para que un ser humano, al venir a la
existencia en este mundo, sea afectado por el pecado original, y no tiene porqué entenderse en el
sentido de que la generación natural sería la causa de la trasmisión del pecado original.
Por ejemplo, Flick y Alszeghy:
“No
hay duda de que todos los hombres actualmente nacen en pecado y, en el estado
presente, la generación natural es el
único camino para la transmisión de este pecado, pero el magisterio de
la Iglesia no ha canonizado la teoría de que el acto generativo, por su
especial naturaleza, sea la causa de la
transmisión del pecado original. Podría ser solamente condición de la difusión de dicho pecado,
en cuanto que da existencia a un individuo de la especie humana, la cual está
sellada con el pecado.”
Pero la generación es también la condición necesaria para la “imitación”
pelagiana. No se entendería entonces porqué el Concilio de Trento las ha opuesto como contrarias entre
sí. Sería absolutamente forzado
entender ese pasaje de Trento así:
“El pecado
original se ha de entender, obviamente, en cualquier hipótesis absolutamente,
como tendiendo su condición de posibilidad
en la generación natural, como la tiene
todo lo otro que se pueda decir del hombre viviente en este mundo, pero ha de excluirse en todo caso la tesis
pelagiana de la imitación”.
La primera parte sería una obviedad que no vendría a cuento,
indigna de figurar en un texto del Magisterio.
————————————————-
Entre estos autores hay
algunos que niegan simplemente el
pecado original, y otros que lo
admiten sólo de nombre.
Por ejemplo, Alfred Vanneste. Este autor viene a
decir, en resumen, lo siguiente:
1)
La doctrina del pecado original expresa la absoluta necesidad que todos los hombres tienen de la gracia de Cristo.
2)
La universalidad del pecado que enseña la Escritura se refiere solamente a los adultos y sus pecados personales.
3)
En el caso de los que aún no han llegado al uso de razón, la afirmación que
están en pecado original sirve
solamente para subrayar el estado de pecado de los adultos. En todo
caso, los niños sin uso de razón sólo
son pecadores “virtualmente”, porque han de pecar cuando lleguen a la
edad adulta.
4)
No hay, por tanto, un pecado original
originante que se haya trasmitido a todos los hombres, ni tampoco, propiamente hablando, un pecado original originado.
Obviamente que esto niega la
primera de las tres tesis que consignamos arriba y es contrario a la fe de la Iglesia.
En concordancia con
la crítica que hicimos arriba a la tesis de la “imitación”, dice al respecto Ruiz de la Peña, autor que a su vez criticaremos luego:
“El reparo
más grave que, en mi opinión, puede oponerse a esta tesis de Vanneste (…) es
que en ella no se da razón suficiente
del hecho escandaloso de que todos pequen ¿Por qué todos? Si la
pecaminosidad universal depende
exclusivamente de la libre opción ¿no habrá que esperar, al menos por ley
estadística, que alguien no use mal de su libertad? La advertencia del
propio Vanneste, curándose en salud al señalar que no se malentienda la
pecaminosidad de jure como una necesidad
metafísica, tiene todo el aire de una excusatio non petita, y no logra impedir que sobre su posición se
proyecte la sombra del fatalismo
harnartioíógico, o bien se incurra en un círculo que la convierte en tautológica (todos han pecado porque
cada uno es, o será, pecador, cada uno es pecador porque todos han pecado).”
Como se ve, Ruiz de la Peña
recurre al principio que señalábamos arriba, sobre la contingencia estadística de aquello que depende del libre albedrío.
————————————————-
En una línea
semejante, Alejandro Villalmonte OFM:
1)
No hay pecado original originante
2)
No hay pecado original originado.
3)
El ser humano viene al mundo en estado
de gracia.
4)
El pecado original consiste simplemente en la necesidad de la gracia de Cristo para la salvación y la
imposibilidad de salvarse sin ella. En ese sentido todo ser humano viene al
mundo en estado de pecado original.
Dejando de lado el hecho de
que no se ve claro cómo puede estar
todavía imposibilitado de salvarse y necesitado de la gracia de Cristo
el que ya está en estado de gracia,
el hecho es que no se puede reducir el
pecado original a la mera necesidad de la gracia para la salvación.
La mera carencia de la gracia no es un pecado, y si la Iglesia, en los
Concilios que han definido el dogma del pecado original, hubiese querido hablar
de mera carencia de la gracia, no hubiese hablado, como lo hizo, de “pecado”.
Recordar que cuando se reúne
el Concilio de Trento ya hacía siglos que la Escolástica había elaborado al máximo las precisiones y
distinciones entre lo que es mera
“carencia”,
que no es como tal un mal, y lo que es “privación”, que es carencia de algo debido, y como tal,
un mal.
La Escritura y la fe de la
Iglesia enseñan que la muerte física,
la muerte espiritual, y para los que mueren en ese estado, la muerte eterna,
son penas debidas al pecado original, y no se entiende que tales penas
se puedan aplicar a la mera carencia
de la gracia, ni que ello se pueda afirmar sin negar implícitamente por ello la Justicia divina.
————————————————-
Entre estos autores que niegan que el pecado original se
trasmita por generación natural,
algunos conciben el pecado original originado como afectando internamente al ser humano, otros no, pues lo reducen a
una influencia extrínseca.
En esto último viene a dar la
tesis que dice que el pecado de Adán
es simplemente “imputado”
por Dios a los demás hombres, sin que pase a ellos en realidad
pecado alguno, de modo que los hombres sufren así la pena debida al pecado
original, que es la muerte física y la muerte espiritual.
Esta tesis falla gravemente
por el hecho de que admite que Dios pueda
aplicar la pena allí donde no hay en realidad culpa alguna.
————————————————-
Antonio Sayés
Autor por otra parte meritorio en sus esfuerzos por
restablecer una teología verdaderamente católica,
sostiene que desde Adán el ser humano
está bajo el poder del demonio sin haber recibido de Adán una naturaleza herida
por el pecado y sin acudir a otra causa que explique ese “pecado original
originado”.
Sayés acepta que por el pecado
original el hombre viene al mundo privado
de la gracia, pero no parece entender que esa privación de la gracia sea
suficiente para explicar la
existencia del pecado original originado.
Dice Lucas Mateo-Seco:
“Un poco más
adelante, escribe Sayés: .. Si explicáramos el pecado original como mera privación de la gracia sobrenatural,
la situación del hombre no sería tan
trágica, no veríamos cómo puede necesitar la redención; pero si el
pecado original supone una esclavitud
por parte del demonio que impide al hombre amar a Dios sobre todas las
cosas, entonces la situación es diferente» (p. 335). Efectivamente, el pecado
original no debe concebirse como mera privación de la gracia sobrenatural, como
mera ausencia de elevación sobrenatural, sino como algo perteneciente a la
maldad, a la culpabilidad.”
Anotamos solamente que en el
concepto de “mera privación” ya hay incluida una razón de mal, por
cuanto la privación es la carencia de algo que se debería tener, y en el caso de la gracia, nadie puede estar privado de
ella sin pecado, personal u
original
Y antes ha dicho
Mateo-Seco:
“Al pecado
original originado se le llama peccatum
naturae, precisamente para no confundirlo con ningún pecado personal.
Pero este peccatum naturae es el pecado de Adán en nosotros, el cual inest unicuique proprium. Esta
afirmación habla de un pecado con el
que se nace y no sólo de una situación de esclavitud al poder de Satanás. Decir
que este pecado consiste en la esclavitud al poder del demonio significa
no valorar suficientemente lo que este pecado tiene de misteriosa comunión con
el pecado de Adán.”
(Ibid.)
En definitiva,
según Mateo-Seco:
“…decir que ese
algo perteneciente a la maldad consiste en el dominio del demonio, además de
conceder demasiado al demonio sin testimonio claro de la Sagrada Escritura, hace ininteligible la doctrina del pecado
original, llevándonos a un Dios sumamente arbitrario. En efecto, no se
entiende por qué razón Dios nos incluye en Adán -que ni siquiera tendría por
qué ser antepasado nuestro en sentido estricto- y nos hace nacer a causa de su
pecado -es decir sin que de hecho
participemos en él- bajo el dominio del demonio, de forma que nuestro
pecado original no sea otra cosa que este estar bajo el poder de Satanás. El Concilio
Arausicano II y Tomás de Aquino vieron con claridad el problema que se plantea cuando se acepta la transmisión de la pena,
sin tener clara la transmisión de la culpa. El Arausicano II exige
que se crea que la doctrina del pecado original incluye no sólo la transmisión
de las penas propias del pecado original, sino la transmisión del mismo pecado. Intencionadamente dice el
Arausicano II: «Si alguno afirma que sólo pasó a todo el género humano por un
solo hombre la muerte -que es pena del pecado-, pero no también el pecado, que es la muerte del alma, atribuirá a Dios
injusticia … »”
Como en última instancia en la
tesis de Sayés queda por explicar de
qué modo el pecado de Adán hace a los demás hombres esclavos de Satanás,
esta tesis se ha reducir, desde este punto de vista, o bien a la de la “imputación”
divina del pecado de Adán a los demás hombres, o bien, a alguna otra de
las que presentamos a continuación.
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Otros, que como los anteriores niegan que el pecado original se trasmita por
generación natural, sostienen que el pecado original originado sí afecta internamente al hombre, pero
lo hacen depender de la voluntad de
cada uno.
Ésta es la herejía de los pelagianos, que sostienen que el
pecado original se trasmite a los demás hombres por el mal ejemplo de Adán y por la libre “imitación” que cada uno hace de ese mal ejemplo.
Es claro que en esta tesis tampoco afecta el pecado original originado
al hombre desde el comienzo de su existencia, con lo cual se extiende de algún modo a todos los hombres el
privilegio mariano de la Inmaculada
Concepción.
Como veremos, no son del todo
ajenos a esta tesis Schoonenberg
y Ruiz de la Peña.
Esto choca, además, con un
principio que habrá que tener en cuenta varias veces en lo que sigue, según el
cual aquello que depende del libre
albedrío del ser humano es lógico esperar que unas veces suceda y otras no.
Es decir, esta postura no es
consistente con la universalidad de
la transmisión del pecado original.
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Otros, también negando que el pecado original se trasmita
por generación natural, y sosteniendo que afecta internamente a cada uno, reconocen como involuntaria a esa transmisión del
pecado original originado, y la atribuyen a la solidaridad esencial que une a todos los seres humanos.
Algunos de estos últimos
parecen sostener además que el pecado original no afecta al ser humano desde el comienzo de su existencia, con lo
cual se extendería a todos los
hombres, como dijimos, de algún modo, el privilegio mariano de la Inmaculada Concepción.
En realidad, no se ve porqué el pecado original
debería afectar al hombre en algún
momento posterior a la concepción, salvo en la hipótesis de que sea
necesario un acto libre de la persona
para que ésta quede afectada por el pecado original, en cuyo caso se volvería a
la herejía de Pelagio.
Al menos alguna expresión de Ladaria, como veremos, parece ir en el
sentido de que el pecado original afecta al ser humano a partir de su nacimiento.
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La hipótesis del “pecado del mundo”
dice básicamente que la
multiplicación de los pecados ha creado una “estructura
de pecado” que determina que
el ser humano que viene a este mundo se
encuentre ya inserto en esa misma estructura de pecado.
En la hipótesis del “pecado del mundo”,
por tanto, el pecado original
originante no es uno solo numéricamente, sino varios, y más aún, es el
conjunto o estructura de todos ellos.
Esta hipótesis
presenta tres fallas básicas: 1) Si no basta con el primer pecado para que quede constituido el pecado original originante, cuántos hacen falta y porqué. 2) Cómo es que en
todos esos orígenes independientes de la humanidad, sin excepción, se ha dado un pecado libremente cometido. 3) De qué manera el pecado de un hombre puede
pasar a ser el pecado de otro, si no es mediante la transmisión, por generación natural, de la naturaleza
humana afectada por el pecado, y sin recurrir a una “imitación” de tipo pelagiano,
basada en el mal ejemplo y las tentaciones que proceden de los demás
y de las “estructuras de pecado”,
que configurarían ese “pecado del mundo”.
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La primera pregunta no tiene
respuesta concluyente. Si el pecado individual no tiene la capacidad de afectar
a toda la especie humana, la posterior agregación de pecados individuales
tampoco. Una suma de ceros es igual a
cero.
Si a veces se tiene la
impresión de que la acumulación de pecados sí hace diferencia, puede ser porque
más o menos inconscientemente se
recurre a la solución pelagiana de la “imitación”: es claro que en la situación de una humanidad
gravemente empecatada, la libertad
individual debe hacer frente a tentaciones más fuertes y es más probable
entonces que opte por el mal.
Por eso, la impresión de que
se logra responder a la primer pregunta puede deberse a que se ha respondido la tercera en el sentido de
la “imitación” pelagiana.
En virtud del principio ya
mencionado, según el cual en lo que depende del libre albedrío es lógico
esperar que a veces suceda y a veces no, tampoco se logra explicar en esta hipótesis la universalidad del pecado original originado.
La segunda dificultad también
hace referencia a ese mismo principio. Esta consideración no pesa en el caso de
una sola pareja original,
obviamente, donde el pecado simplemente sucede
o no sucede, pero sí en el caso de varios orígenes independientes de la raza humana.
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Piet Schoonenberg S.J.
Es el principal
promotor de la idea del “pecado del
mundo”, y aboga claramente por una teoría de la “imitación” de tipo pelagiano:
“Veamos el
problema formalmente, antes de abordar el contenido concreto de la relación
entre Pecado y pecados. Hemos de describir el influjo de persona a persona, de
una libre opción sobre otra, de tal
modo que respete su libertad. Podemos servirnos aquí del concepto de
“situación". Mi acción libre pone siempre al otro en una situación, que le
orienta al bien o al mal, que le da un apoyo o se lo quita, que le comunica
valores y normas o le priva de ellos. La situación no determina la libertad del otro imponiéndole una acción concreta, buena
o mala, sino que le obliga a dar una respuesta o evitarla. Pero siempre la dará en virtud de su propia y libre
decisión. No es la reacción del otro la determinada y causada por mí,
sino la situación ante la cual debe reaccionar. Por mis actos libres (y por mil
otros, incluso no libres) se encuentra el otro en una determinada situación.
Así, la situación es el vínculo entre una opción libre y otra. (…) Desde aquí
es fácil ver en qué situación me coloca
el mal ejemplo. En primer lugar, me priva del buen ejemplo y experimento
una apelación al mal, pues el otro me dice con su acción: “me siento a gusto
así; también esto da contenido a la vida; ¿por qué no ha de ser también un
camino para tí?". El vernos privados del buen ejemplo es importante, pues
no hemos recibido la educación sólo en la infancia y siempre que estamos en las
dificultades un hombre nos puede mostrar con su vida el camino, o ir junto a
nosotros como garantía de que estamos en el camino recto. La privación del buen
ejemplo puede ser tan funesta como los antecedentes del mal camino.”
No se ve porqué esa “situación”
impuesta por los demás y que en todo caso permanece como algo extrínseco a la persona habría de ser
en el que la padece una situación de
pecado propiamente dicho. Los únicos pecados que aparecen en ese texto son los pecados personales.
Schoonengberg afirma además
una privación de la gracia, para
cada uno, por causa del pecado de los otros, y así llega a lo definitorio del
pecado original en la teología clásica como privación de la gracia santificante.
“Toda la
Humanidad es una comunidad de educación en el amor. Las realidades sobrenaturales
no caen fuera de la interdependencia, sino al contrario: en la comunión de gracia con Dios, el hombre
tiene para con sus semejantes un papel de mediador. La Teología clásica
tiene que admitirlo respecto de Adán, si no quiere explicar su influjo en nuestra
salvación o condenación como un mero
decreto externo de la voluntad de Dios (lo que significa no explicarlo).
(…) Dos hechos bastan: en primer lugar, que todo contacto, por el que una persona haga partícipe a otra de su
interioridad, es un testimonio de su relación con la gracia; en segundo
lugar, que, en virtud de nuestra propia humanidad y sobre todo de la del Verbo,
no hay ninguna infusión de gracia por parte de Dios, en la que simultáneamente
el mundo y los semejantes no desempeñen una función. Estos dos hechos muestran
que la gracia divina va siempre unida a la mediación humana. Y de ahí se sigue
que el rechazar esa gracia (pecado)
ejerce un influjo privativo de gracia sobre el prójimo.”
(Ibid.)
Es cierto que la mera carencia de algo que se debería tener
es una privación, y por
tanto, un mal, pero un pecado debe ser algo intrínseco a la persona, como sucede
si el sujeto de esa privación es
la naturaleza humana que ha
recibido de sus padres.
De lo contrario no parece que
quede otra alternativa que decir que el
pecado es simplemente imputado por Dios a quien no lo ha cometido, o
bien, que el único pecado es el pecado
personal, por el cual “imitamos” a Adán, como decía
Pelagio.
En efecto, parece claro que
esa mediación de los demás en la comunicación de la gracia a cada uno se hará también mediante el ejemplo,
como se ve por la parte del texto que hemos subrayado.
En esta hipótesis no se ve
porqué, como ya dijimos, el mal
testimonio de uno tenga más fuerza que el buen testimonio de otro, de
modo que un individuo X quede privado
de la gracia por aquel en vez de abundar
en la gracia por éste.
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Como antes hemos
dicho, una consecuencia lógica de esto es que queda comprometida la universalidad del pecado original originado,
y el mismo autor lo reconoce:
“Hay que
aclarar una segunda cuestión: ¿hay en
esa caída una razón suficiente para la universalidad del pecado original?
Si la caída original no se consuma en un único pecado cualificado, sino en toda
una historia, entonces parece posible que la Redención de Cristo, en una
historia de fe, esperanza y amor, tome posesión de un determinado medio, de modo que en él los hombres comiencen su
existencia en una abertura a la vida de gracia; y; por consiguiente,
“concebidos sin pecado original". ¿Está esto excluido por el Dogma?
La universalidad del pecado original es siempre una universalidad después de la
caída; de modo, que, si es posible que
esa caída se consume en una historia, se da con ella la posibilidad de una
progresiva universalización del estado de pecado original. En esa caída podría, pues, haber habido más hombres
“concebidos sin pecado"; no en el sentido en que la Iglesia lo
reconoce de María (como don de la Redención), sino como se dice de Adán y Eva:
como justicia original.”
(Ibid.)
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El problema de fondo con la
tesis del “pecado del mundo” es que no se ve porqué ni cómo haría falta más de un
pecado para constituir el pecado original originante. ¿Cuántos serían
suficientes? Porque, como bien dice Ruiz de la Peña, mientras no estén
todos los que son necesarios, no hay pecado original originante, ni tampoco,
por tanto, pecado original originado:
“La pregunta
que suscita de inmediato es ésta: si el primer pecado no es todavía el pecado
originante, ¿cuándo y cómo puede darse
éste por constituido? Pues, obviamente, mientras no se dé, tampoco se dará el pecado originado, con lo que
queda en suspenso su extensión universal. Schoonenberg pensó en un primer
momento que el asesinato del Hijo de Dios sería una especie de «segunda caída»
que, consumando el pecado del mundo, clausuraría su período constituyente.
Posteriormente ha abandonado esta conjetura complementaria; lo que no ha dicho
es cómo la ha sustituido, de forma que quede a salvo la universalidad sin
excepciones del pecado originado.”
(Ruiz de la Peña,
loc. cit.)
Ya vimos por el texto antes
citado que en realidad Schoonenberg no
parece tener muchas intenciones de salvar la universalidad del pecado
original originado.
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Juan Ruiz de la Peña
A diferencia de Schoonenberg,
con el cual sin embargo coincide en algunos puntos como veremos, Ruiz de la Peña se apunta a la tesis
de la “concausalidad”
entre el primer pecado y los posteriores:
“…el
pecado originante sería una magnitud dinámica, no estática, que comienza a producir su efecto desde la
comisión del primer pecado histórico y que se va engrosando, a modo de
bola de nieve, con todos los pecados
personales; cada acción pecaminosa, en efecto, afirma la dominación del
mal sobre el mundo y aumenta el peso de culpabilidad que pende sobre cada
existencia humana.”
(Ibid.)
Pero sigue sin entenderse qué agregan los pecados posteriores al primer
pecado en lo que tiene que ver con el pecado original originante.
O por el primer pecado ya está presente la muerte espiritual en el alma,
para Adán y para sus descendientes, o no.
Esa muerte espiritual no puede estar en el hombre sólo un poco, e ir aumentando a
medida que se van cometiendo nuevos pecados.
Igualmente, o el primer pecado
sujeta a los hombres a la necesidad de
la muerte corporal, o no, no puede tampoco sujetarlos sólo un poco. Y lo mismo, o los hace reos de la condenación eterna, o
no, no hay tampoco término medio en esto.
Dicho de otro modo: o el primer pecado es suficiente para producir los
efectos negativos del pecado original, o no.
En el primer caso, salen sobrando los otros pecados en
orden a la producción de esos efectos negativos.
En el segundo caso, o bien alguna cantidad de los pecados
posteriores es suficiente, o no.
Si lo primero, habría que ver cuántos y porqué, y cómo el estar o no privado de la gracia podría
depender de un tema cuantitativo;
además, en realidad será suficiente o serán suficientes el último o los últimos pecados de esa serie, pues los anteriores,
sin ellos, no lo eran todavía
Si lo segundo, entonces nunca habrá ni pecado original
originante ni pecado original originado.
En efecto, una condición
necesaria, no suficiente, no es una causa. Mientras no sean suficientes para producir los efectos
del pecado original, los pecados anteriores son solamente, a lo sumo, condiciones, no causas, de esos
efectos.
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En realidad, lo que propone
Ruiz de la Peña es una antropología en
la cual está ausente el auténtico concepto de “naturaleza
humana”. El ser humano es una
realidad dinámica y social, relacional,
y por tanto, histórica. El mismo “ser
persona” es algo dinámico y que por tanto se da gradualmente, no es
persona el niño en el mismo sentido que el adulto.
Por todo ello, el pecado
original originado no es ya un “pecado de la
naturaleza”, sino un “pecado de la persona”, y también se va dando en forma gradual, lo mismo
que el pecado original originante
(cfr. la mencionada tesis de la “concausalidad” entre
el primer pecado de la historia y los posteriores).
“Precisamente
porque no pertenece al orden natural, sino al personal, el pecado —como la gracia— no es una «cosa» inmutable, que «se tiene» o
«no se tiene». En cuanto expresión de relaciones interpersonales, es una magnitud dinámica, susceptible de
graduación desde una realidad germinal hasta una plenitud que embarga la
totalidad del sujeto en ella comprometido; puede crecer, disminuir,
desarrollarse, etc. Y aquí es donde aparece más claramente la índole analógica,
antes sugerida, del pecado original respecto del pecado personal. El pecado original
es análogo respecto del pecado actual, mas no porque sea un «pecado de la
naturaleza» y no de la persona. No; lo es justamente por ser una realidad
personal; lo es en la medida en que el
término persona es también análogo. Resulta, en efecto, evidente a todas
luces que tal término se predica legítimamente del hombre en cualquiera de las
edades de su vida, pero no en el mismo sentido: el niño no es persona del mismo modo en que lo es el adulto.”
(Ibid.)
El problema, justamente, es
que fuera de tener o no tener algo no
hay tercera posibilidad, por el principio de tercero excluido. Ahí se ve
precisamente lo errado de la antropología “movilista”, heraclitiana a fuerza de “personalista”, que propone Ruiz de la Peña.
Por lo que tiene que ver con
la “realidad
germinal”, el germen ha de ser, justamente, de la misma naturaleza que lo que se
desarrolla a partir de él, de lo contrario no sería ese mismo germen el que se desarrollara: no se plantan semillas de naranjo si se quiere que crezcan manzanos.
Las naturalezas o esencias son
inevitables, y en ellas mismas no hay grados ni desarrollos, no se puede ser más o menos perro, o gato,
más o menos manzano o naranjo. La semilla de naranjo no es que sea
menos naranjo, sino solamente
que es menos desarrollada.
La “persona” no es excepción a
esto. Hay una naturaleza del ser
personal, por la cual se distingue de los seres impersonales. El ser
personal no es cualquier cosa, ni es tampoco una tendencia a ser persona, que es otra cosa diferente. Hay
un conjunto de notas necesarias y
suficientes para ser persona, de lo contrario, o cualquier cosa podría ser persona, o nada podría serlo. La persona se caracteriza naturalmente como subsistente y como ser de naturaleza racional. Sin esas
notas no hay persona y con ellas ya la hay.
Y todos podemos ver lo grave que es la afirmación según la
cual no todos los seres humanos somos
personas en el mismo sentido, o sea, en el mismo grado. Una larga lista
de dictadores y tiranos querrían poder usar ese concepto. Viene a la mente la
frase de Orwell: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que los
otros”.
Y además de ser grave, esta
afirmación es falsa, porque
tampoco se puede ser más o menos
subsistente ni más o menos de
naturaleza racional.
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Así llega Ruiz de la Peña a
concebir el pecado original originado más bien como una tendencia a obrar mal que tampoco anula la libertad de la persona,
con lo cual vuelven las preguntas
que él mismo había planteado a Vanneste
sobre la efectiva universalidad
del pecado original; pero al mismo tiempo, reconoce que el ser humano viene a este mundo privado de la gracia y hace
consistir precisamente en eso la esencia del pecado original originado.
“La repulsa
de la oferta divina «se objetiva necesariamente en instituciones, usos
históricos, reglas morales, cultos religiosos, vida social», todo lo cual
«comporta una herencia negativa, socialmente acumulada e individualmente
recibida», en base a la cual la
libertad de las personas singulares «oscilará espontáneamente hacia el
polo negativo de la relación con Dios».”
(Ibid.)
Y es que si el pecado original
originado es algo que no es verdad que “se tiene o no se tiene”, sólo queda se lo tenga y no se lo tenga a la vez,
lo cual va contra el principio de no
contradicción, pero “habilita” a
decir a la vez que el pecado original originado no se tiene de nacimiento, porque en todo caso va a depender de la libertad de la persona “oscilar hacia el polo negativo de la relación con Dios”,
en cuyo polo negativo no estaría
por tanto antes de todo uso de su
libertad, y se tiene de
nacimiento, puesto que se nace privado
de la gracia de Dios.
Por otra parte, la gracia tampoco es, según Ruiz de la
Peña, como vimos, algo que “se tiene o no se tiene”, así que esa privación de la gracia que él afirma
en todo ser humano sin excepción tampoco es que tenga mucho contenido.
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Efectivamente se
confirma lo anterior por estos dichos de Ruiz de la Peña:
“Examinemos
el caso límite del niño no bautizado. ¿Es pecador? Lo será en la medida en que es persona. Y es
persona (ser responsable, dador de respuesta) en la medida en que va a llegar a
serlo. Hay en él una personalidad
virtual, potencial, no actual. Pero ciertamente nadie se atreverá a
negar que se trata de una personalidad real. Pues bien, de forma paralela es
menester afirmar: el pecado (o la
gracia) en un niño no actualmente responsable posee una existencia real, pero
como virtualidad o latencia, como germen a desarrollar. Por eso se ha
dicho más arriba que no es acertado considerar el pecado original abstrayéndolo
del pecado personal. Todo ser humano comienza su existencia como pecador en potencia, porque —y en
tanto en cuanto— es persona en potencia;
de no intervenir la gracia, cuando sea persona en acto será también pecador en
acto.”
(Ibid.)
Así que no es solamente que el
niño sea menos persona que el
adulto, sino que no es persona
simplemente hablando, porque no lo es en acto, sino solamente en potencia.
Demás está decir lo agradecidos que han de estar los
promotores de la legalización del
aborto por este tipo de definición.
Y por lo mismo, tampoco hay pecado simplemente hablando,
según Ruiz de la Peña, en el ser humano antes
de su primer acto libre, pues lo hay solamente “en potencia”.
El “personalismo” se combina, en
Ruiz de la Peña, con una concepción del ser humano ya concebido como “persona en
potencia”, para convertir al pecado original, una vez trasladado
desde la “naturaleza”
hacia la “persona”, en algo simplemente potencial.
Esto es más que negar la universalidad del pecado original originado: es negar simplemente su existencia.
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Igualmente aquí:
“La
psicosociología ha puesto al descubierto, en efecto, que muchas de nuestras
actitudes básicas son interhumanas, colectivas y personales a la vez; que
nuestra acción supone y demanda a menudo una co-laboración; que nuestro
psiquismo consciente arraiga en la profundidad del inconsciente relacional ;
que nuestra responsabilidad, en suma, se juega no sólo en aquello que procede de la propia iniciativa
personal, sino que está concernida además por la asunción voluntaria, no coaccionada, de iniciativas ajenas.”
(Ibid.)
Aquí no queda lugar, por
tanto, para un pecado original originado que está en nosotros en forma totalmente independiente de nuestra
voluntad y de nuestra libertad, que es justamente el que siempre ha enseñado la Iglesia
Católica.
El siguiente pasaje
de Ruiz de la Peña confirma lo dicho:
“Hasta que no
se ratifique responsablemente la situación en que el hombre nace, dicha
situación no estará consolidada, no podrá
producir su efecto. El mero
germen de pecado no conlleva aún su fruto, la muerte (eterna). El solo pecado original no puede conducir a
la perdición escatológica. Así lo entendió también la teología medieval
al idear la hipótesis del limbo, precisamente porque se percibía que el pecado
original no es homologable sin más con el pecado actual en orden a su efecto,
que es la no-salvación definitiva.”
(Ibid.)
Por tanto, si no basta el pecado original para la
condenación eterna, o el “pecado original”, antes de la libre asunción por parte de la
persona, no comporta una privación de
la gracia, o comporta una privación de la gracia que no es pecaminosa, ambas cosas igualmente absurdas.
Como dijimos, eso lleva no
solamente a negar la universalidad
del pecado original originado, sino su
misma existencia.
Esto es, en el fondo, volver a la teoría pelagiana de la “imitación”, cuyo
núcleo esencial es que el pecado de
Adán nos afecta solamente
mediante nuestro acto libre de consentir a su influjo.
————————————————-
Lo que afirma aquí Ruiz de la
Peña, además, parece ir claramente contra
un dogma de fe definido por la Iglesia en el Concilio de Florencia, luego de haber sido enseñado por Papas y
Concilios regionales, y que hemos citado al comienzo de este “post”, a saber, que basta con morir con el pecado original para la condenación eterna.
Lo cual implica que el “limbo”, tal
como siempre se lo entendió, no es, como
sugiere el autor, un ámbito que quedase
por fuera de la perdición escatológica, como se ve por lo que se dice en
la condena arriba citada del error respectivo profesado por el Sínodo de Pistoya.
————————————————-
Una verdadera universalidad del pecado original
originado, entonces, si estuviese presente en la teoría de Ruiz de la Peña, daría pie a la sospecha de determinismo, como él mismo ha
señalado respecto de la tesis de Vanneste,
pues resultaría que ese “espontáneo” oscilar
de cada voluntad libre hacia el polo negativo de la relación con Dios se habría dado en absolutamente todos los casos.
Eso pondría a la
tesis de Ruiz de la Peña en la senda del gnosticismo, contra lo que él mismo dice:
“De cuanto
antecede se sigue obviamente que el pecado original es algo que atañe a la
relación hombre-Dios. Es, pues, una
realidad concerniente a la esfera de lo personal, no de lo natural.
Junto a su función antipelagiana, antes aludida, nuestra doctrina cumple una
función antignóstica;
deslegitima todo ensayo de emplazar el mal por excelencia en el ámbito de la
naturaleza. Expresiones como peccatum
naturae, pecado hereditario (Erbsünde), etc., confinan de nuevo al
pecado original en ese ámbito; deben, pues, ser tenidas como inapropiadas.”
(Ibid.)
Por el contrario, sí escapa a
toda sospecha de “gnosticismo” la doctrina tradicional, precisamente
porque al radicar la transmisión del pecado original en la naturaleza del hombre, no incluye a la libertad humana en
aquello hace necesaria la
transmisión del pecado original.
Y decimos que al poner lo que
hace necesaria la transmisión del pecado original en la naturaleza humana no se incluye en ello la libertad, no
porque la libertad no sea parte de la
naturaleza humana, sino porque la naturaleza humana que recibimos de
nuestros padres no depende de nuestra
libertad.
————————————————-
Para esquivar estos
inconvenientes del “pecado del mundo”, otros recurren al concepto de la “solidaridad de
la especie humana”, que viene a decir que el ser humano está ontológicamente en relación con los otros seres
humanos, de tal modo, que el pecado de uno puede ser también el pecado
de los otros.
El problema general
con esta hipótesis es doble: 1) Por un lado, no se ve bien qué clase de relación entre los hombres
(fuera de la relación de descendencia
natural tal como la concibe la tesis tradicional) haría que por el solo
hecho de que uno pecase otro fuese constituido pecador. 2) Por otro lado, no se
ve bien porqué sería solamente el
pecado de alguno o algunos lo que afectase a un hombre determinado, en vez de afectarlo también la virtud y las
buenas obras de otro.
Analizaremos esto
más en detalle al exponer la tesis de Flick
y Alszeghy.
En realidad, muchos autores
actuales parecen presentar una especie de oscilación entre la tesis del “pecado del mundo”, que hace
naturalmente pensar en una solución pelagiana
del tipo de la “imitación”, con el consiguiente peligro, además, para la universalidad del pecado original
originado, y la tesis de la solidaridad
esencial entre todos los hombres, que tiene la dificultad de que no se
ve cuál sería en ese caso el fundamento
“in re” de
la transmisión del pecado original.
Se da la impresión, en efecto,
en algunos casos, de que se trata de mezclar
ambas hipótesis, para que cada una
cubra las insuficiencias de la otra.
En realidad, son hipótesis contradictorias entre sí,
porque si hay una especie de relación
metafísica entre las personas que hace que el pecado de una pase por eso mismo a ser pecado de otra,
entonces salen sobrando la
multiplicación de los pecados, el “ambiente de
pecado” y las “estructuras de pecado” que
acompañan típicamente a la hipótesis del “pecado del mundo.
————————————————-
Mauricio Flick S.J. y Zoltan
Alszhegy S.J.
Estos autores fueron
profesores de la Universidad Gregoriana de Roma.
Podemos resumir así
su tesis:
1)
Poligenismo. Se supone que la
especie humana tiene su origen en varias parejas iniciales independientes entre
sí.
2)
Un cierto preadamismo. Se
sostiene, en línea con la mentalidad evolutiva, que el género humano pasó
primero por un período de “infancia” en
el cual no era capaz todavía del bien y el mal moralmente hablando, de
modo que el primer pecador no es el primer hombre, sino aquel ser humano que
primero llegó a la adultez moral.
“Supongamos también que la evolución
del género humano es semejante a la evolución del individuo que, desde la
infancia, pasa al estado de adulto. Durante
varias generaciones, por tanto, el hombre hubiera sido como un niño, todavía
incapaz de entender y querer. Cuando el hombre llegue a la posibilidad de discernir entre el bien y el mal dentro de un
horizonte de libertad, la evolución deberá pasar por una nueva etapa,
porque Dios creó nuestro mundo para que produjese no sólo animales racionales,
sino también hombres vivificados por la
gracia. (…) El hombre debe ascender a este grado superior del ser de un
modo conforme a su naturaleza, es decir, mediante una opción personal, y es en este momento cuando se produce por
primera vez en la historia una
detención en el proceso evolutivo: la humanidad se coloca frente a la
voluntad de Dios y el pecado entra en
el mundo, sin que esto cambie de ningún modo el aspecto exterior del
mundo y del desarrollo de la humanidad. Pero, en realidad, se ha realizado un
gran cambio: el hombre que no poseerá
la gracia desde su nacimiento, no podrá dominar todo el dinamismo de la
naturaleza ni podrá evitar el sufrimiento y deberá sufrir aquella experiencia
de “ruptura” que es la muerte, tal como nosotros la conocemos.”
Este estadio pre-moral de la
humanidad no parece compadecerse con
las exigencias de la naturaleza humana, pues todo indica que una de
ellas es que el uso de razón
acompañe a la madurez biológica.
Un ser humano “incapaz de
entender y querer” no parece que sea un ser humano, y hasta
dichas de un niño esas palabras
parecen excesivas.
Una tesis así se entiende más
en una mentalidad evolucionista
para la cual no existen naturalezas o
esencias en general, sino que todo es cuestión de pequeñas diferencias gradualmente
acumuladas, lo cual lleva a borrar la
distinción entre lo esencial y lo accidental.
3)
Negación del estado de “justicia
original” como realidad efectivamente acontecida en la historia y
reducción del mismo a una posibilidad
que fue frustrada por el primer pecado del hombre. En esto los sigue
Ruiz de la Peña.
4)
Monoculpismo. Más que al “pecado
del mundo”, estos autores le dan relevancia al primer pecado, por el cual el primer hombre que llegó a la
adultez moral cerró el camino de la gracia para todos los otros que todavía no
habían llegado a ese nivel.
“Se exige la descendencia de un único padre
mientras no aparezca otra posibilidad de afirmar la universalidad del pecado
original. Ahora bien, la idea de la justicia
original evolutiva, tal como la hemos descrito, permite concebir de un
modo menos inverosímil la entrada del pecado en la humanidad poligenista por culpa de un solo
hombre. En esta hipótesis, el primer hombre que llegó al uso de razón cometió
un pecado. En los otros, que aún vivían en un estado preconsciente, no se
destruyó la vida que ya poseían, pero quedó
bloqueada la fuerza interna instintiva hacia un ulterior evolucionismo
sobrenatural. Por la gracia de Cristo seguirán orientados a la vida
sobrenatural, pero de un modo distinto: no a través de una fidelidad
paradisíaca, sino por medio de la cruz y de la muerte.”
(Ibid.)
5)
De este modo estos autores explican que el pecado del primer pecador haya
afectado a todos los otros orígenes
independientes de la raza humana, a medida que éstos iban llegando al
estado de adultez moral que los capacitaba para obrar bien o mal. A partir de
ahí, dicen, el pecado se trasmite por
la generación natural, pero no como causa, dicen, del pecado original originado, sino como condición de posibilidad del mismo,
como veremos más adelante.
6)
El pecado original originado entendido no
como pérdida de la gracia previamente poseída, sino de la gracia que el hombre
hubiese alcanzado en caso de no pecar, con la consiguiente incapacidad
para hacer el bien en el plano sobrenatural.
“En
nuestra hipótesis, la incapacidad de amar a Dios sobre todas las cosas, de
entrar en diálogo con Él, significa la
incapacidad de llegar a aquella forma superior de existencia a la
que, originariamente, destinó Dios a la humanidad y que, desde entonces, se ha hecho inaccesible sin la gracia del Redentor. Así, pues, permanece válida la afirmación de que el pecado original es “muerte del alma” (D. 789), pero la teoría evolucionista la considera desde el punto de vista de la perfección a que la humanidad debería haber llegado. Es manifiesto también que este desorden se encuentra en cada persona que entra a formar parte del género humano, tal como se afirmó en. Trento (D. 790). Y tiene razón de pecado en cuanto deriva de una resistencia a la voluntad de Dios.”
que, originariamente, destinó Dios a la humanidad y que, desde entonces, se ha hecho inaccesible sin la gracia del Redentor. Así, pues, permanece válida la afirmación de que el pecado original es “muerte del alma” (D. 789), pero la teoría evolucionista la considera desde el punto de vista de la perfección a que la humanidad debería haber llegado. Es manifiesto también que este desorden se encuentra en cada persona que entra a formar parte del género humano, tal como se afirmó en. Trento (D. 790). Y tiene razón de pecado en cuanto deriva de una resistencia a la voluntad de Dios.”
(Ibid.)
¿Cómo ha sido posible que el pecado de Adán
tenga esa influencia negativa en sus contemporáneos, y luego, en los
demás hombres? A ello viene el siguiente punto:
7)
Transmisión del pecado original en virtud del concepto de “personalidad corporativa”. Al negar el
monogenismo y al poner el acento en el primer pecado, estos autores deben
buscar otra vía de transmisión del pecado original que no sea la propagación de la especie.
“En segundo
lugar, el concepto bíblico de personalidad corporativa facilita la comprensión
de este problema. Si esta personalidad se realiza en el caso de patriarcas y
reyes con respecto al pueblo de Israel, del
cual no todos los miembros son “hijos de Israel” en sentido de descendencia
física, con mayor razón se puede realizar en el caso del primer pecador con respecto a todos los miembros del
género humano. En realidad, sólo se puede hablar de una personalidad
corporativa, en la medida en que colectividad como tal tiene una vocación
común. Es manifiesto que sí la humanidad como tal tiene la vocación colectiva,
aún es más fácil comprender que la
respuesta del primer hombre fue, efectivamente, la respuesta de toda la
humanidad que, de este modo, determinó su propia situación ante Dios.”
(Ibid.)
Si se quiere recurrir a la
hipótesis de la “personalidad corporativa” de la humanidad, en un sentido
que vaya más allá de la mera imputación
jurídica, y por tanto, estableciendo algún tipo de vínculo ontológico entre Adán y los demás seres
humanos, entonces parece inevitable decir que los descendientes de Adán vienen al mundo ya realmente afectados por el
pecado de Adán.
Pero la razón de esa afectación del ser humano por el pecado de Adán no
estaría en la naturaleza humana que recibe de sus padres, sino en la red de relaciones reales que lo uniría
al resto de la humanidad en esa “personalidad
corporativa”, y con esto, se
abriría la puerta a una formulación poligenista
de la doctrina del pecado original.
En ese caso, decimos nosotros,
obviamente que ya no tiene sentido
recurrir a la hipótesis del “pecado del mundo”, pues la transmisión del pecado original ya estaría suficientemente explicada
por ese influjo metafísico sobre
todos los hombres a partir del pecado del primer pecador.
Pero entonces la dificultad
fundamental es cómo el pecado de un
hombre pasa a ser pecado de otro hombre en virtud solamente de las relaciones que naturalmente unen a
todos los hombres entre sí. Así dicho, eso podría decirse de cualquier pecado cometido por
cualquier ser humano.
————————————————-
Se podría replicar que el primero es en realidad el único que
produce ese efecto en todos los demás, pues cuando tienen lugar los
otros pecados ya todos los hombres
existentes están afectados por el pecado original.
Pero queda por aclarar cómo ese primer pecado ha privado de la
gracia a los otros hombres.
Si no se trata de una mera imputación divina del pecado a
quienes en realidad no tenían culpa
alguna, lo cual como dijimos iría contra la Justicia divina, entonces ha de haber alguna causalidad real del primer pecado sobre el estado de
pecado de los otros hombres.
Los autores acuden al carácter
de “representante”
de la raza humana que tenía el primer pecador, pero nuevamente, o eso se
entiende en términos meramente
jurídicos, y volvemos a la mera imputación
del pecado, o en términos físicos.
En ese caso, excluida obviamente la unidad personal de todos los hombres,
queda la unidad de naturaleza, o
la unidad basada en las relaciones
reales entre los seres humanos.
La unidad de naturaleza, a su vez, si se toma
simplemente en sentido metafísico,
que todos participamos de la misma naturaleza humana, puede entenderse respecto
de la naturaleza humana abstracta,
ideal, y entonces no fundamenta
una unidad real y una causalidad real del pecado de uno sobre los demás,
o bien respecto de una naturaleza
humana real que fuese numéricamente una, en el sentido del realismo exagerado platónico, lo cual
hace de la diversidad de las
personas algo accidental, o
incluso imposible, porque la naturaleza existente con unidad numérica
y la sustancia individual son lo
mismo.
O bien puede entenderse en el
sentido genético, es decir, que
todos los seres humanos recibimos
nuestra naturaleza humana individual de un ancestro común, lo cual lleva
lógicamente a la doctrina católica
de la transmisión del pecado original por generación natural.
————————————————-
La unidad basada en las relaciones reales que hay entre todos los seres humanos, lleva ante
todo a preguntarse cuáles son esas
relaciones reales, fuera de la común
descendencia de un mismo ancestro, que en esta hipótesis se excluye.
Si se acude a la relación real de dependencia respecto del
Creador, como esa relación es
real solamente en la creatura, no en Dios, resulta que no se puede aplicar aquí la transitividad
de la relación, por la cual si A es relativo a B y B es relativo a C, entonces A es
relativo a C, y entonces, por ese solo título las creaturas no
están todavía realmente relacionadas entre sí.
Además, con ese criterio el pecado original originante debería
haber sido el de Satanás, no el
del primer pecador humano.
Si se acude, finalmente, en la
línea del moderno “personalismo relacional”, a sostener que el ser humano es esencialmente relación a
los otros seres humanos, se entra en una antropología absurda, porque se cae en un retroceso al infinito: A es humano
porque es relación a B, que es humano,
porque es relación a C, que es humano, porque es relación a D…
O en un círculo interminable: A es humano
porque es relación a B, que es
humano, porque es relación a A,
que es humano, porque es relación a B…
Además, las únicas relaciones subsistentes son las
Relaciones divinas, y tampoco son subsistentes por sí mismas, sino por su identidad real con la Esencia divina absoluta, y por
eso mismo no es ése el caso,
obviamente, de las relaciones creadas,
y en particular, las humanas,
las cuales por tanto suponen los
términos relacionados, los cuales no pueden ser a su vez relaciones, porque se entra nuevamente en
un retroceso al infinito, y
entonces, suponen sujetos y términos del orden de lo absoluto, es decir, de lo sustancial.
————————————————-
Estos autores sostienen que
los seres humanos sí tienen un origen
mundano común, porque todos ellos han evolucionado, junto con los otros seres de este mundo, de la materia primordial.
Ese origen común daría lugar a
relaciones reales entre todos los seres
materiales, y en particular, entre todos los seres humanos.
Pero entonces la cuestión es qué sentido tiene decir que el pecado de A
influye sobre B en virtud de las relaciones que A tiene con B.
Porque el efecto de la relación, como tal, es uno solo: hacer al sujeto de la relación relativo al término de la misma.
Se puede decir que esas
relaciones no son causa, sino condición
de posibilidad del influjo del pecado de uno sobre otro.
Lo cual quiere decir que queda sin explicar el porqué, es decir, la
causa, la razón suficiente, de que el pecado de uno sea también pecado
del otro o influya sobre el
otro.
————————————————-
Los autores que siguen esta
línea suelen decir que la finalidad de
la Revelación no es explicarnos cómo se trasmite el pecado original, y
que en definitiva es un misterio
que probablemente no podremos resolver nunca en esta vida.
Pero ése no es el punto, sino que ellos han hecho una afirmación falsa: que las relaciones entre los hombres son la causa, la razón suficiente, de la transmisión del pecado original.
Con lo cual demuestran,
además, que la teología sí necesita
una explicación inteligible de
dicha transmisión.
Además, si todo ser humano es
esencialmente relativo a todos los demás, entonces ese automático traslado de
la condición de uno a todos no debería
restringirse a sólo el pecado original. En virtud de la “personalidad corporativa”, también el bautismo de uno debería ser el bautismo de
todos, la salvación de uno la
salvación de todos, y la condenación eterna de uno la condenación eterna de
todos; cuando uno es absuelto de
sus pecados, todos deberían serlo, y cuando uno pierde la gracia por el pecado mortal, todos deberían perderla.
————————————————-
Respecto del estado
de justicia original vemos que
esta hipótesis es contraria a lo que
enseña el Catecismo:
“Adán y Eva fueron constituidos en un estado “de
santidad y de justicia original"(Concilio de Trento: DS 1511).Esta gracia de la santidad original era una “participación
de la vida divina” (LG 2).(…)Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones
de la vida del hombre estaban fortalecidas.”
Por lo mismo, y en cuanto a la
tesis que dice que con su pecado Adán
no perdió una gracia que ya tenía, sino una que hubiese tenido en caso
de no pecar, en primer lugar es
contraria a lo que enseña el Catecismo y que arriba hemos citado, donde
luego de decir que
“Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la
santidad original”,
Agrega que “la armonía en la que se
encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida”.
La tesis de estos autores
sobre este punto implica un cambio
importante respecto de la enseñanza tradicional, porque hace al estado
de justicia original algo dependiente de la aceptación o no del ser
humano, cuando no hay rastro de
algo así en la Escritura, donde es
Dios el que pone inicialmente al hombre en ese estado al crearlo, y el
pecado del hombre no consiste en
rechazar algo que se le ofrece pero nunca llega a poseer, sino en abandonar libre y culpablemente un estado de
privilegio del que ya gozaba por la libre y gratuita iniciativa
divina.
Adán ya tenía la gracia divina antes de pecar, pero como dice San
Agustín, no era la gracia de no poder
pecar, sino la de poder no pecar
si no quería hacerlo, conservando sin embargo la posibilidad de pecar, si quería hacerlo.
————————————————-
Luis Ladaria S.J.
Ladaria señala por
un lado la común vocación de todos los
hombres en Cristo como fuente tanto de la unidad del género humano, que no dependería así de descender
biológicamente de un solo individuo, Adán, como de la solidaridad entre todos los hombres que hace que los pecados de
unos puedan afectar a los otros sin
intervención de la voluntad de estos últimos.
“Si tomamos
en serio cuanto hemos dicho sobre la
llamada a la solidaridad de los hombres en Cristo y su valor determinante en el
ser concreto del hombre que conocemos (…), no podemos considerar que
esta condición de privación de gracia en que se halla el hombre que viene al
mundo y que en él vive le pueda afectar sólo
externamente; el misterio de la comunión con los otros en el bien y,
negativamente, en el mal es el misterio
mismo de su ser de hombre. Podemos, por tanto, afirmar que el hombre que llega a este mundo se encuentra
con una privación en la comunicación y la «mediación» de gracia que lo hace
«pecador», en solidaridad (negativa) con todos los demás hombres; lo
incapacita para el bien y lo aboca a la
ratificación personal de esta situación heredada o recibida en los
pecados personales.”
“Por ello hay
que afirmar que desde que un hombre
entra en el mundo se encuentra realmente inserto en la masa de pecado de
la humanidad, en una situación de pecado, de ruptura de la relación con Dios.
Es claro que no se realiza desde el
primer instante la ratificación personal, por parte de cada uno, de esta
historia de pecado, pero esto no
significa que esta inserción sea menos real.”
(Ibid.)
————————————————-
Al mismo tiempo Ladaria,
como también otros autores, a pesar de afirmar el “pecado del mundo”
como pecado original originante guarda
un puesto especial dentro de él al primer pecado.
Sin él no se
explicaría, dice, la universalidad del
pecado y por ende la universalidad de la redención realizada en Cristo.
“Si los
pecados de los hombres se condicionan unos a otros, en algún momento ha tenido
que empezar esta cadena; el pecado o los pecados cometidos al principio han de
tener algún valor desencadenante; si
éste no se reconoce, no se ve cómo se puede pensar que toda la suma de pecados
de la historia grave sobre la situación actual.”
(Ibid.)
“Sin dar al
primer pecado o pecados (prescindiendo del modo concreto como puedan haberse
producido) una relevancia especial, no
se ve cómo se puede salvar la universalidad de la condición pecadora de la
humanidad. El dominio del pecado y el apartamiento de Dios han entrado,
por tanto, en el mundo desde el comienzo, aunque no sólo este momento inicial
es responsable de todo el mal
que ahora vivimos.”
(Ibid.)
————————————————-
Pero esto cae en una disyuntiva insalvable: o bien el primer pecado es suficiente para producir en los demás hombres el estado de pecado
original originado, o no.
En el primer caso, se trataría
en efecto de una influencia de tipo metafísico,
como arriba decimos, que no necesitaría
para nada de otras mediaciones históricas, y entonces, salen sobrando los otros pecados y con ellos el “pecado
del mundo”.
Se entendería además en ese
caso que el ser humano estuviese bajo el pecado original desde su misma concepción.
En el segundo caso, no se ve
porqué, repetimos, la suma de pecados
de suyo insuficientes para provocar el estado de pecado original
originado sí sería suficiente
para hacerlo.
Y tampoco se entiende en esta
hipótesis cómo esas “estructuras de pecado” puedan afectar al ser humano desde su concepción.
————————————————-
En efecto, Ladaria sostiene
que el pecado original originante no ha
sido solamente el de Adán, sino que en él toman parte también los pecados posteriores de los hombres,
que van formando una situación general de pecado de la humanidad, que es
justamente el “pecado del mundo”, y que es la que influye en cada nuevo
ser humano que viene al mundo para que quede incorporado a esa situación de
pecado antes de toda intervención de su
libre albedrío.
“…las «estructuras de pecado», que en su origen no pueden
ciertamente ser separadas de las culpas personales; pero después, en su
crecimiento y desarrollo, producen situaciones de difícil superación y control aun por parte de quienes las han
iniciado, y se convierten a su vez en fuente de nuevos pecados; con ello se aumenta la presencia del mal en el mundo,
se crea una situación de pecado previa
a la decisión de cada hombre que éste, si no le mueve una fuerza de
signo contrario, va a ratificar.”
(Ibid.)
Aquí se afirma una situación
de pecado previa a la situación de cada hombre, pero en tanto que depende de los pecados anteriores de los demás,
que cristalizan en “estructuras de pecado”, da
la impresión de que éstas sólo pueden
actuar sobre el hombre mediante
esa libre “ratificación” de que habla el texto.
En efecto, es lógico que los que han pecado estén
relacionados entre sí mediante relaciones o estructuras de pecado, pero
no se ve cómo ingresaría alguien
en una estructura o relación así, de
modo que ello fuese un pecado en esa misma persona, antes de haber cometido ningún pecado
personal.
————————————————-
Si se habla de una “estructura
de pecado” que no se reduce a la suma de sus elementos, tenemos
por lo menos que ha debido pasar un
cierto tiempo para que esa “estructura” se
conforme, y entonces, hasta ese momento los seres humanos no habrían nacido bajo el pecado original
originado, es decir, se vuelve a negar
la universalidad de este último.
Y sigue en pie la pregunta de cuántos pecados hacen falta para que
finalmente surja esa “estructura”, y
porqué; de dónde viene ese “plus” que
la estructura tiene, supuestamente, sobre la suma de sus partes, cuál puede ser
su causa si no son los pecados mismos,
y si son éstos, cómo la causa es
superada por el efecto, o si estos pecados que causaron tal “estructura” ya estaban previamente estructurados entre sí de modo que
igualaban a su efecto, la estructura, y en ese caso qué necesidad explicativa habría de ese efecto mismo, si ya había
una “estructura” en funciones, y de nuevo, de dónde y cómo surgió esa otra “estructura” previa.
————————————————-
Para explicar esa influencia de un ser humano sobre otros
se acude en definitiva a la solidaridad
entre todos los hombres arriba mencionada, cuyas dificultades ya señalamos al comentar la tesis de Flick y Alszeghy.
En realidad, el texto de
Ladaria da la impresión de oscilar
entre una influencia negativa de unos hombres sobre otros que no depende de la voluntad de estos
últimos, en virtud de la “solidaridad” que une a todos
los hombres, y una que sí depende de su
voluntad, y que sería efecto de las “estructuras de pecado”, pues
esa mediación de la gracia que los hombres deberían ser unos para otros y esa
influencia de las “estructuras de pecado” se entiende más fácilmente en el sentido del
testimonio y de las relaciones interpersonales que dependen del libre
albedrío de las personas.
Véase por ejemplo
estos pasajes:
“El pecado de
las personas que están en una situación
más relevante produce, según la Escritura, efectos más visibles y graves, que se extienden al ámbito en que su influjo se hace presente.”
(Ibid.)
Esa situación más relevante de
estas personas, que produce efectos visibles,
es lógico pensar que ejerza su influjo sobre los demás mediante el ejemplo y el testimonio.
“Se
puede por tanto entender el pecado
original «originado» a partir de esta privación de la gracia querida por
Dios como consecuencia de la ruptura de
la comunicación de amor y de bien que de hecho se ha producido en la
historia.”
(Ibid.)
Es natural pensar esa
comunicación de amor y de bien histórica
en el contexto de las relaciones
interpersonales que involucran el libre albedrío de las personas.
————————————————-
Otro influjo de las “estructuras de
pecado” que fuese independiente
de la voluntad de cada uno, hasta el punto de colocarlo en situación objetiva de pecado,
parecería pertenecer al ámbito de la magia
(“mal de
ojo”) o de la epidemiología
(microbios o bacterias, pero que
tendrían un efecto moral y espiritual), o de las concepciones acerca de objetos “contaminantes” en el marco de concepciones acerca de la pureza legal o ritual.
En todo caso, esa influencia
de las “estructuras de pecado” mediadas por la libre ratificación de cada
uno dará cuenta de los pecados
personales que se cometan, pero no del pecado original originado como situación anterior a toda
intervención de la voluntad de la persona.
Conviene señalar, además, que el aumento de la presencia del mal en el
mundo no tiene que ver directamente con la transmisión del pecado original,
que quiere dar cuenta solamente de la privación
de la gracia divina con la que el hombre viene al mundo, y el
consiguiente desorden y división que
experimenta “naturalmente” en su ser.
————————————————-
Dice también
ladaria:
“En todo
caso, la transmisión del pecado original por generación significa que
éste es un elemento más de la condición humana que cada uno recibe por el hecho
de su nacimiento, y que los efectos de este pecado están presentes desde
el primer instante. Se ha advertido también, por otra parte, que hay que entender la «generación humana» en un
sentido integral que tiene en cuenta una pluralidad de factores; no sólo su
aspecto físico, sino también el de la entrada en un medio humano y cultural,
en una sociedad entera, en el
«mundo» en general; todos estos ámbitos se ven afectados por la privación de la
mediación de gracia.”
(Ibid.)
Aquí se está diciendo, al
menos si se lo toma al pie de la letra, que
el pecado original no se contrae hasta que la persona nace, lo cual,
repetimos, sería extender a todos los
hombres, en cierto sentido, el privilegio mariano de la Inmaculada Concepción.
Es claro, por el contrario,
que la transmisión del pecado original por
generación quiere decir precisamente lo que dice el Salmo: “pecador me
concibió mi madre”.
La referencia posterior a que la generación humana no se completa ni
siquiera con el nacimiento, pues incluye la entrada en un medio
cultural, en una sociedad entera, va
de nuevo en la línea de una teoría de la “imitación”
de tipo pelagiano, pues es claro que el influjo cultural y social
sobre el hombre supone en éste el
ejercicio de su intelecto y su voluntad.
Es posible que en concepciones
como ésta, además, esté la raíz del documento
de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre la licitud de extirpar el
útero de la mujer si éste está dañado de tal forma que se prevé que un
eventual embarazo no llegaría a término.
En efecto, allí se argumenta
que tal intervención no sería
esterilizante, porque la esterilización es una intervención cuyo objeto
es impedir la procreación, y en
este caso, la procreación no está
impedida, puesto que ya es imposible, y ya es imposible, porque, aunque
en esa hipótesis sí habría habido
concepción, sin embargo, la
procreación no consiste solamente en eso, sino que es un proceso que
llega a incluir hasta la educación de la persona.
————————————————-
En síntesis: no parece que haya una forma de abandonar la doctrina tradicional sobre el pecado original, que
incluye el monogenismo y la
transmisión del pecado original por vía
de generación, que sea coherente
con todos los datos de la fe católica
sobre el mismo, especialmente con la universalidad
del pecado original originado.
Néstor
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