He
escuchado hoy una magnífica conferencia sobre los estudios genómicos de la
historia de la población europea. El experto es un profesor de cierta
universidad española que demostraba un impresionante conocimiento de su
materia. Me ha gustado mucho. Perdonad que no ponga el nombre ni de él ni de la
universidad, pero no lo recuerdo y tardaría un rato en encontrarlo.
En un momento dado, este profesor explicaba el cambio tan grande que han
dado los nuevos estudios genómicos a lo que se pensaba sobre la historia de los
europeos.
Ahora ha
quedado demostrado que muchas tesis que se daban por seguras acerca del
neolítico y de los dos mil años posteriores eran completamente falsas. No es
que fueran un poco erróneas, sino totalmente equivocadas.
El problema
de los antropólogos es que llevo toda mi vida escuchando que algo ya está
totalmente demostrado, plenamente demostrado, y diez años después leo cómo eso
se ha demostrado que era falso. Todo es absolutamente seguro como que el sol
luce en el cielo, hasta dentro de diez años. En este campo concreto de los
inicios de la Humanidad, todo está archidemostrado hasta que tal o cual
descubrimiento...
Hasta ahora
me fiaba de nuestros queridos amigos los antropólogos y no sabía qué pensar
acerca de las cronologías de la Humanidad en la Biblia. No negaba yo lo que
decía la Biblia, pero pensaba cautamente: “¿Quién
sabe si habrá una explicación que desconozco por la que, en realidad, las dos
cosas se pueden conciliar?”.
Pero hoy he
comprobado, otra vez más, los bandazos que da esta ciencia de la antropología.
(El profesor no era creyente. No penséis que él me ha influido.) Así que, a
partir de ahora, he abierto los ojos y lo echo todo a rodar: ¡Doy por cierta la cronología bíblica de la Historia de
la Humanidad! La doy por cierta, segura y creíble. Se acabó la cautela.
Al menos, la Biblia siempre me ha ofrecido la misma cronología, no como los
otros.
Los antropólogos me han cambiado radicalmente, varias
veces, la versión de los hechos en lo que llevo de vida. Si esto hubiera sido
un juicio por asesinato, ya hubiéramos ahorcado a media docena de culpables.
Eso sí, los hubiéramos sentenciado con pruebas indudables.
P. FORTEA
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