El Papa Francisco preside este viernes 29 de marzo
una Celebración Penitencial en la Basílica de San Pedro en el marco de la
Jornada “24 horas para el Señor”, una iniciativa suya en la que alienta a los
católicos de todo el mundo a acercarse al sacramento de la confesión.
A CONTINUACIÓN EL TEXTO COMPLETO DE SU HOMILÍA:
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la
misericordia» (In Io. Ev. tract. 33,5). Así
encuadra san Agustín el final del Evangelio que hemos escuchado recientemente.
Se fueron los que habían venido para arrojar piedras contra la mujer o para
acusar a Jesús siguiendo la Ley. Se fueron, no tenían otros intereses.
En cambio, Jesús se queda. Se queda, porque se ha quedado lo que es
precioso a sus ojos: esa mujer, esa persona. Para
él, antes que el pecado está el pecador. Yo, tú, cada uno de nosotros estamos
antes en el corazón de Dios: antes que los errores,
que las reglas, que los juicios y que nuestras caídas. Pidamos la gracia
de una mirada semejante a la de Jesús, pidamos tener el enfoque cristiano de la
vida, donde antes que el pecado veamos con amor al pecador, antes que los
errores a quien se equivoca, antes que la historia a la persona.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la
misericordia». Para Jesús, esa mujer sorprendida en adulterio no representa un
parágrafo de la Ley, sino una situación concreta en la que implicarse. Por eso
se queda allí, en silencio. Y mientras tanto realiza dos veces un gesto
misterioso: «escribe con el dedo en el suelo» (Jn
8,6.8).
No sabemos qué escribió, y quizás no es lo más importante: el Evangelio
resalta el hecho de que el Señor escribe. Viene a la mente el episodio del
Sinaí, cuando Dios había escrito las tablas de la Ley con su dedo (cf. Ex
31,18), tal como hace ahora Jesús.
Más tarde Dios, por medio de los profetas, prometió que no escribiría
más en tablas de piedra, sino directamente en los corazones (cf. Jr 31,33), en
las tablas de carne de nuestros corazones (cf. 2 Co 3,3). Con Jesús,
misericordia de Dios encarnada, ha llegado el momento de escribir en el corazón
del hombre, de dar una esperanza cierta a la miseria humana: de dar no tanto leyes exteriores, que a menudo dejan
distanciados a Dios y al hombre, sino la ley del Espíritu, que entra en el
corazón y lo libera.
Así sucede con esa mujer, que encuentra a Jesús y vuelve a vivir. Y se
marcha para no pecar más (cf. Jn 8,11). Jesús es quien, con la fuerza del
Espíritu Santo, nos libra del mal que tenemos dentro, del pecado que la Ley
podía impedir, pero no eliminar.
Sin embargo, el mal es fuerte, tiene un poder seductor: atrae, cautiva.
Para apartarse de él no basta nuestro esfuerzo, se necesita un amor más grande.
Sin Dios no se puede vencer el mal: solo su amor
nos conforta dentro, solo su ternura derramada en el corazón nos hace libres.
Si queremos la liberación del mal hay que dejar actuar al Señor, que
perdona y sana. Y lo hace sobre todo a través del sacramento que estamos por
celebrar. La confesión es el paso de la miseria a la misericordia, es la
escritura de Dios en el corazón. Allí leemos que somos preciosos a los ojos de
Dios, que él es Padre y nos ama más que nosotros mismos.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la
misericordia». Solo ellos. Cuántas veces nos
sentimos solos y perdemos el hilo de la vida. Cuántas veces no sabemos ya cómo
recomenzar, oprimidos por el cansancio de aceptarnos. Necesitamos comenzar de
nuevo, pero no sabemos desde dónde.
El cristiano nace con el perdón que recibe en el Bautismo. Y renace
siempre de allí: del perdón sorprendente de Dios, de su misericordia que nos
restablece. Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados, después de
haber experimentado la alegría de ser amados plenamente por el Padre. Solo a
través del perdón de Dios suceden cosas realmente nuevas en nosotros.
Volvamos a escuchar una frase que el Señor nos ha dicho por medio del
profeta Isaías: «Realizo algo nuevo» (Is
43,18). El perdón nos da un nuevo comienzo, nos hace criaturas nuevas, nos hace
ser testigos de la vida nueva. El perdón no es una fotocopia que se reproduce
idéntica cada vez que se pasa por el confesionario. Recibir el perdón de los
pecados a través del sacerdote es una experiencia siempre nueva, original e
inimitable. Nos hace pasar de estar solos con nuestras miserias y nuestros
acusadores, como la mujer del Evangelio, a sentirnos liberados y animados por
el Señor, que nos hace empezar de nuevo.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la
misericordia». ¿Qué hacer para dejarse cautivar por la misericordia, para
superar el miedo a la confesión? Escuchemos
de nuevo la invitación de Isaías: «¿No lo
reconocéis?» (Is 43,18). Reconocer el perdón de Dios es importante.
Sería hermoso, después de la confesión, quedarse como aquella mujer, con
la mirada fija en Jesús que nos acaba de liberar: Ya
no en nuestras miserias, sino en su misericordia. Mirar al Crucificado y decir
con asombro: “Allí es donde han ido mis pecados. Tú los has cargado sobre ti.
No me has apuntado con el dedo, me has abierto los brazos y me has perdonado
otra vez”.
Es importante recordar el perdón de Dios, recordar la ternura, volver a
gustar la paz y la libertad que hemos experimentado. Porque este es el corazón
de la confesión: no los pecados que decimos, sino el amor divino que recibimos
y que siempre necesitamos. Sin embargo, nos puede asaltar una duda: “no sirve confesarse, siempre cometo los mismos pecados”.
Pero el Señor nos conoce, sabe que la lucha interior es dura, que somos débiles
y propensos a caer, a menudo reincidiendo en el mal. Y nos propone comenzar a
reincidir en el bien, en pedir misericordia.
Él será quien nos levantará y convertirá en criaturas nuevas. Entonces
reemprendamos el camino desde la confesión, devolvamos a este sacramento el
lugar que merece en nuestra vida y en la pastoral.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la
misericordia». También nosotros vivimos hoy en
la confesión este encuentro de salvación: nosotros, con nuestras miserias y
nuestro pecado; el Señor, que nos conoce, nos ama y nos libera del mal.
Entremos en este encuentro, pidiendo la gracia de redescubrirlo.
Redacción ACI
Prensa
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