viernes, 1 de febrero de 2019

LA SUCESIÓN DEL CARDENAL CIPRIANI


Desde hace tiempo la archidiócesis de Lima ha estado en vilo esperando lo inevitable. Se trataba del relevo episcopal posiblemente más importante de la Iglesia en América. Perú es uno de los últimos bastiones de batalla contra las ideologías que están asolando los países de cultura occidental. El día ha llegado y el desenlace ha sido algo que nadie, o casi nadie, se esperaba. No voy a insistir en el sucesor más que para aportar algún contexto, porque quiero centrar la atención en la categoría del Arzobispo saliente.
El Cardenal Juan Luis Cipriani ha tenido una de las cualidades que hoy son consideradas intolerables para muchos: ha sido odiado por todos los que odian a la Iglesia y amado por (casi) todos los que la aman. Yo no digo que todo lo haya hecho bien, pero creo que cualquiera que conozca la historia reciente de Lima tendrá que admitir que ha dejado la diócesis muchísimo mejor de lo que se la encontró.
Una de las cosas que peor han llevado sus «adversarios» ha sido el hecho de superar a todos en casi todos los aspectos posibles. En el aspecto natural, el Card. Cipriani tiene una inteligencia notable, una capacidad oratoria que destaca entre sus hermanos en el episcopado, e incluso se destaca en el aspecto deportivo, dado que ha sido jugador de la selección peruana de baloncesto (vale, ya sé que Perú no es una gran potencia en ese deporte). En el plano espiritual, ha sido un hombre de fe, piadoso, cuidadoso con la liturgia. Si uno quiere destacar los defectos, yo diría que lo peor ha sido alguno de sus nombramientos episcopales.
Cuando tuvo que intervenir en la vida política lo supo hacer siempre del lado correcto. Se puso al lado del Card. Vargas Alzamora y el resto de la Conferencia Episcopal Peruana  cuando había que luchar contra la política de control de la natalidad realizada por el gobierno de Alberto Fujumori, con la presión económica de la ONU y del USAID y la logística de las agrupaciones feministas; pero se puso del lado de las Fuerzas Armadas cuando combatieron eficazmente a los terroristas que asolaban el país. Por cierto, esto último lo hizo mientras era obispo de Ayacucho, una de las zonas más que más sufrió el azote comunista y la respuesta del ejército y del pueblo, a veces excesiva. Mientras él estaba allí, su némesis (a eso quisiera él llegar) Vargas Llosa huía a España para no tener que ensuciarse mucho con la sangre de sus compatriotas, mientras enmierdaba (eso en Perú no se puede decir, pero como escribo desde España…) a los que allí luchaban contra el terror rojo.
En ese contexto aparece una de sus frases más polémicas, aquella en la que presuntamente habría dicho que los derechos humanos eran una cojudez (gilipollez). Esa frase es continuamente aireada por los enemigos del Cardenal (que curiosamente lo son normalmente también de la vida y de la Iglesia), como el novelista antes mencionado. Pero, como muchas otras cosas de las que se dicen de Cipriani, esta también es mentira. En realidad, la respuesta del Cardenal se refería a la Coordinadora de Derechos Humanos, institución comunista bien financiada (cuál no lo está) que se dedicaba a atacar a los que luchaban contra los terroristas. Mientras se refería a la actividad de la Iglesia durante los peores momentos de la guerra contra el terrorismo, declaraba: «durante ese trajín no he visto a los de la Coordinadora de Derechos Humanos, esa cojudez…». Por allí tampoco se vio a Vargas Llosa, ni a ninguno de los teólogos de la liberación (al menos no del lado del fusil por donde salen las balas).
Su labor en Lima ha sido impresionante. Se encontró con una diócesis en un estado de descomposición avanzada y la ha dejado con una salud eclesial muy aceptable. ¿Todo lo ha hecho bien en Lima? Yo no diré tal cosa. Desde luego hay muchas cosas que pueden no parecernos bien, o que podrían haberse hecho de otra manera. Pero para poder valorar su obra hay que entender que cuando él llegó Lima era una diócesis mastodóntica e ingobernable, tanto que tuvo que ser dividida en cuatro diócesis, creándose tres nuevas.
En Lima ha velado lo mejor que ha podido porque se cuide la fe católica y la disciplina eclesiástica. No le ha temblado el pulso cuando ha tenido que sancionar a algún sacerdote que ha atacado la fe de los fieles. Los que tratamos de defender la fe católica estamos enormemente agradecidos por ello, y sólo por esto ya lo recordaremos como un gran arzobispo. Se ha pronunciado con claridad meridiana a favor de la vida y en contra del aborto, la ideología de género. Ha hablado contra la corrupción política y de las instituciones, contra la exclusión de los católicos de la vida pública, contra el auge de las ideologías contemporáneas. Un detalle que a algunos nos parece muy importante: estableció que en la Archidiócesis de Lima la forma ordinaria de comulgar era de rodillas y en la boca.
LA CATÓLICA
Uno de los conflictos más graves al que se ha tenido que enfrentar es el de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Este tema cobra especial relevancia porque su sucesor es un sacerdote limeño profesor de dicha universidad.
No voy a extenderme en detalles, porque los lectores podrán encontrar abundancia de los mismos en internet. Sólo destacar una cosa y una experiencia personal. La PUCP es uno de los muchos tentáculos con los que la iglesia alemana tiene atenazados a los países católicos humildes. Forma parte de un bloque conjunto para extender la teología de la liberación como herramienta de deconstrucción de la Iglesia en América. En el plan que existe para reconfigurar la Iglesia a imagen y semejanza de la deformación luterana (aceptación de la anticoncepción, divorcio, abolición del celibato, sacerdocio femenino, matrimonio homosexual…), un elemento necesario es la crisis de la Iglesia que en Europa ha venido como consecuencia de la indigestión eclesial del mayo del 68, pero que en América debe ser prefabricada. En la PUCP no hay clases de teología católica, pero sí hay talleres de masturbación femenina y un plan de reforma «trans». ¡Ah! y por supuesto son muy cuidadosos con el lenguaje inclusivo.
Mi experiencia personal es que, a pesar de vivir seis años en Lima, no había podido visitar la PUCP hasta el verano pasado. Mientras participaba en un congreso sobre «Evangelización en Hispanoamérica» en la Universidad Mayor de San Marcos, visité con el comité organizador del congreso la PUCP con intención de pasar a la librería. Para poder entrar tuve que pasar un control exhaustivo en el que tuve que dejar el pasaporte, y me dio la impresión de que me dejaban entrar por lástima. Es normal que la Universidad tenga controles tan estrictos, porque dentro es como un oasis de lujos y confort, que sólo debe estar al alcance de los que paguen las altísimas mensualidades que cobran a sus alumnos. Lo de la Iglesia pobre para los pobres debe ser un eslogan que no se aplica a los profesores de la PUCP que, como el futuro arzobispo limeño, reciben sueldos de más de 5.000 $.
Y ojo, hay muchos profesores excelentes en la PUCP, algunos de ellos amigos míos y buenos católicos, que sobreviven a duras penas tratando de mantener como pueden la identidad católica de «La Católica». Creo que muchos de ellos estarán también sorprendidos por la inesperada promoción de su compañero a sucesor de Santo Toribio.
LA SUCESIÓN
No creo que desvele ningún secreto, ni diga nada que no sepa ya todo el mundo, si afirmo que ésta no era la sucesión que Cipriani hubiera deseado y que su voluntad era haber permanecido aún algún tiempo al frente de la Archidiócesis. Al principio él pensó que sería posible, sobre todo después del enorme éxito de la visita del Papa a Perú, con la que se lavó la pésima imagen que había quedado de otros viajes a países hispanoamericanos. Sin embargo, han podido más otros factores, entre los que pueden contarse la presión de los distintos grupos eclesiásticos de poder y el peso de una difícil relación personal.
La actitud de Cipriani ante todo esto no ha podido ser más ejemplar. Desde hace meses, aunque se sabía que él ya sabía quién sería su sucesor (posiblemente se lo dijeran como una forma de amargarle más sus últimos momentos en su querida Lima), nunca dejó entrever una crítica o un desprecio. Más al contrario, me consta que insistió ante sus sacerdotes en que debían ser fieles al nuevo Arzobispo y al Papa.
La última muestra de quién es Cipriani puede verse en la conferencia de prensa que se organizó para presentar al que será el nuevo Arzobispo. Después de reiterar los puntos sobre los que ha librado su feroz batalla, se dedicó a escuchar con una paciencia sobrenatural al nuncio de Su Santidad y a su sucesor. Una vez escuché decir al P. Mendizábal (que en gloria está) que a una persona que haya pasado toda su vida sonriendo habría que canonizarla de inmediato. Yo creo que en las circunstancias de Cipriani podemos excusarle la sonrisa y conformarnos con su heroica paciencia, y canjearle toda esa vida por esta hora de paciencia.
Francisco José Delgado

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