Este 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de
Lourdes, la Iglesia celebra la 27ª Jornada Mundial del Enfermo bajo el lema
“Gratis habéis recibido; dad gratis” (Mt 10,8).
Calcuta (India) es el lugar escogido por el Papa Francisco para la
celebración solemne de la jornada ya que es la Santa Madre Teresa de Calcuta
quien “nos ayuda a comprender que el único criterio
de acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura,
etnia o religión”.
“Su ejemplo sigue guiándonos para que abramos
horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad necesitada de comprensión y
de ternura, sobre todo a quienes sufren”, agregó el
Santo Padre en su mensaje con ocasión de la 27ª Jornada Mundial del Enfermo.
“La gratuidad humana es la levadura de la acción de
los voluntarios, que son tan importantes en el sector socio-sanitario y que
viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano”, aseguró.
En ese sentido exhortó a las estructuras sanitarias católicas a vivir “la dimensión de la gratuidad” porque “es la lógica del Evangelio la que cualifica su labor,
tanto en las zonas más avanzadas como en las más desfavorecidas del mundo”.
“Las instituciones de salud católicas no deberían
caer en la trampa de anteponer los intereses de empresa, sino más bien en
proteger el cuidado de la persona en lugar del beneficio”, alertó.
El Papa Francisco encomendó a los fieles a la Virgen María para que “ella nos ayude a compartir los dones recibidos con
espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas
atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a
aprender la alegría del servicio desinteresado”, concluyó.
MENSAJE
DEL PAPA FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
La Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó este
8 de enero el mensaje del Papa Francisco para la 27° Jornada Mundial del
Enfermo, que se celebrará solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero de
2019.
En el texto, el Santo Padre recordó a Santa Madre Teresa de Calcuta como
“un modelo de caridad que hizo visible el amor de Dios
por los pobres y los enfermos” y exhortó a las estructuras sanitarias
católicas a vivir “la dimensión de la gratuidad” porque “es la lógica del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en las
zonas más avanzadas como en las más desfavorecidas del mundo”.
“Las instituciones de salud católicas no deberían
caer en la trampa de anteponer los intereses de empresa, sino más bien en
proteger el cuidado de la persona en lugar del beneficio”, alertó.
A continuación, el texto completo del mensaje del
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando
envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase
a través de gestos de amor gratuito.
Con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará
solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero de 2019, la Iglesia, como
Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos
gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble
para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y
ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a
través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: «¿Tienes algo que no hayas recibido?» (1 Co 4,7).
Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera
posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la
medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la
tentación de la manipulación del “árbol de la
vida” (cf. Gn 3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que
el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y la
contemporánea fragmentación social, para impulsar nuevos vínculos y diversas
formas de cooperación humana entre pueblos y culturas. El diálogo, que es una
premisa para el don, abre espacios de relación para el crecimiento y el
desarrollo humano, capaces de romper los rígidos esquemas del ejercicio del
poder en la sociedad. La acción de donar no se identifica con la de regalar,
porque se define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una
simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la
acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone el deseo
de establecer un vínculo. El don es ante todo reconocimiento recíproco, que
es el carácter indispensable del vínculo social. En el don se refleja el amor
de Dios, que culmina en la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del
Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos,
necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y
etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de
la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia
ante alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro
ser “criaturas”. El justo reconocimiento de
esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la
solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Esta conciencia nos impulsa a actuar con responsabilidad y a
responsabilizar a otros, en vista de un bien que es indisolublemente personal y
común. Solo cuando el hombre se concibe a sí mismo, no como un mundo aparte,
sino como alguien que, por naturaleza, está ligado a todos los demás, a los que
originariamente siente como “hermanos”, es
posible una praxis social solidaria orientada al bien común. No hemos de temer
reconocernos como necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos hace
falta, porque solos y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los
límites. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha
inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra
pobreza para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros mismos
nunca podríamos tener.
En esta circunstancia de la solemne celebración en la India, quiero
recordar con alegría y admiración la figura de la santa Madre Teresa de
Calcuta, un modelo de caridad que hizo visible el amor de Dios por los pobres y
los enfermos. Como dije con motivo de su canonización, «Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa
dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por
medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la
abandonada y descartada. [...] Se ha inclinado sobre las personas
desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la
dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la
tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes [...] de la pobreza
creada por ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la “sal” que daba
sabor a cada obra suya, y la “luz” que iluminaba las tinieblas de los que no
tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento. Su misión
en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece
en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los
más pobres entre los pobres» (Homilía, 4 septiembre 2016).
Santa Madre Teresa nos ayuda a comprender que el único criterio de
acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura,
etnia o religión. Su ejemplo sigue guiándonos para que abramos horizontes de
alegría y de esperanza a la humanidad necesitada de comprensión y de ternura,
sobre todo a quienes sufren.
La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que
son tan importantes en el sector socio-sanitario y que viven de manera
elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano.
Agradezco y animo a todas las asociaciones de voluntariado que se ocupan
del transporte y de la asistencia de los pacientes, aquellas que proveen las
donaciones de sangre, de tejidos y de órganos. Un ámbito especial en el que
vuestra presencia manifiesta la atención de la Iglesia es el de la tutela de
los derechos de los enfermos, sobre todo de quienes padecen enfermedades que
requieren cuidados especiales, sin olvidar el campo de la sensibilización
social y la prevención. Vuestros servicios de voluntariado en las estructuras
sanitarias y a domicilio, que van desde la asistencia sanitaria hasta el apoyo
espiritual, son muy importantes. De ellos se benefician muchas personas
enfermas, solas, ancianas, con fragilidades psíquicas y de movilidad.
Os exhorto a seguir siendo un signo de la presencia de la Iglesia en el
mundo secularizado. El voluntario es un amigo desinteresado con quien se puede
compartir pensamientos y emociones; a través de la escucha, es capaz de crear
las condiciones para que el enfermo, de objeto pasivo de cuidados, se convierta
en un sujeto activo y protagonista de una relación de reciprocidad, que
recupere la esperanza, y mejor dispuesto para aceptar las terapias. El
voluntariado comunica valores, comportamientos y estilos de vida que tienen en
su centro el fermento de la donación. Así es como se realiza también la
humanización de los cuidados.
La dimensión de la gratuidad debería animar, sobre todo, las
estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica del Evangelio la que
cualifica su labor, tanto en las zonas más avanzadas como en las más
desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas están llamadas a expresar
el sentido del don, de la gratuidad y de la solidaridad, en respuesta a la
lógica del beneficio a toda costa, del dar para recibir, de la explotación
que no mira a las personas.
Os exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la
cultura de la gratuidad y del don, indispensable para superar la cultura del
beneficio y del descarte. Las instituciones de salud católicas no deberían
caer en la trampa de anteponer los intereses de empresa, sino más bien en
proteger el cuidado de la persona en lugar del beneficio. Sabemos que la salud
es relacional, depende de la interacción con los demás y necesita confianza,
amistad y solidaridad, es un bien que se puede disfrutar “plenamente” solo si se comparte. La alegría del
don gratuito es el indicador de la salud del cristiano.
Os encomiendo a todos a María, Salus infirmorum. Que ella nos
ayude a compartir los dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida
recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las necesidades de los
demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender la alegría del
servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía en la oración
y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de noviembre de 2018
Solemnidad de N. S. Jesucristo Rey del Universo
Redacción ACI
Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario