Al igual que el
Concilio Vaticano II no dijo nada sobre abolir el latín, los sacerdotes mirando
al pueblo, o recibir la comunión en la mano, tampoco dijo nada acerca de que
los laicos distribuyeran el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
En la gran
tradición de la Iglesia católica, en sus ritos latinos y griegos, occidentales
y orientales, sólo a los clérigos o ministros ordenados se les permite
distribuir el precioso Cuerpo y la preciosa Sangre de Nuestro Señor. Esta
tradición permaneció intacta hasta que la serie de experimentos litúrgicos de
los años 60 allanó el camino para la casi indiscriminada y sin precedentes
multiplicación de «ministerios» laicos.
La razón para la limitación
tradicional es que, como explica el mayor teólogo de la Iglesia, Santo Tomás de
Aquino, pertenece al mismo individuo el producir un cierto efecto y el ver que el
efecto es otorgado a aquellos a los que va dirigido. Cuánto más esto es verdad
con los efectos sobrenaturales que pueden ser producidos sólo por los sujetos
que están facultados sobrenaturalmente; no sería adecuado confiar tales efectos
a alguien que no ha sido designado para este ministerio. Esto explica por qué,
incluso teniendo en cuenta el derecho canónico vigente, el único ministro
ordinario de la comunión, el único ordinario, es el obispo, sacerdote o
diácono, en virtud de su ordenación, que se consagra al servicio de Dios.
¿Por qué es tan
importante la ordenación? Porque la Sagrada Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Dios Encarnado.
Es Dios. Cuando sostienes la hostia, estás en contacto con el Autor de toda
vida, de toda realidad. Esto no es algo que deba ser tratado con ligereza, o
delegarse en un empleado como si fuera un trabajo de oficina. Nuestro Señor
Jesucristo instituyó el sacerdocio con sus responsabilidades específicas, que
el diácono comparte y el obispo ejemplifica.
Nunca en toda la historia
documentada de la Iglesia se les ha permitido a los laicos (ya no digamos a las
mujeres) distribuir los dones preciosos, hasta hace unas décadas. Este paso fue
parte de una iniciativa más amplia para crear una «nueva»
liturgia para el hombre moderno donde las reglas y costumbres antiguas
ya no se respetan, y donde se prefiere un enfoque más informal, trivial a uno
más solemne y formal. (Esta es la razón por la que los católicos bizantinos que
no han abandonado sus propias costumbres y son plenamente conscientes de la
reverencia debida a los impresionantes misterios de Cristo, están justamente
preocupados por lo que ven que está ocurriendo en tantas iglesias de rito
latino). Desafortunadamente, cuando las normas y costumbres antiguas
desaparecen, la misma fe, y la vida que va ligada a ella, también desaparecen,
como hemos visto con nuestros propios ojos, y confirman todas las estadísticas.
Al igual que el Concilio
Vaticano II no dijo nada sobre abolir el latín, los sacerdotes mirando al
pueblo, o recibir la comunión en la mano, tampoco dijo nada acerca de que los
laicos distribuyeran el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sin embargo, incluso
cuando se empezó a permitir esta práctica, fue expresamente limitada a casos
específicos: llevar la comunión a los enfermos si
no hay un ministro ordenado disponible, o ayudar a distribuir la comunión
cuando el celebrante es muy mayor o está demasiado débil para hacerlo él mismo,
o cuando hay un número tan grande de fieles que se requiera dicha ayuda. Esto
se puede probar fácilmente consultando todas las normas disciplinarias universales relevantes.(
N del T)
Por esta razón, ya en 1997, el
Vaticano aclaró, y con alguna insistencia, que «para
no provocar confusiones han de ser evitadas y suprimidas algunas prácticas que
se han venido creando desde hace algún tiempo en algunas Iglesias particulares,
como por ejemplo: el uso habitual de los ministros extraordinarios en las SS.
Misas, extendiendo arbitrariamente el concepto de 'numerosa participación'»
(Sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de
los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes)
Tengan en cuenta que no existe
ni un solo documento del Vaticano, ni ningún otro con fuerza legal, que
requiera la distribución de la sagrada comunión bajo las dos especies a pesar
de la ausencia de ministros ordinarios. En otras palabras, si hay ministros
ordinarios, la comunión se puede dar bajo las dos especies; pero si no, no hay
ninguna razón imperiosa ni primordial para hacerlo. La comunión bajo la forma
del pan solo es y así es considerada, completamente adecuada para el propósito
para el cual Nuestro Señor instituyó la Eucaristía, unirse completamente con el
fiel Él mismo, el que está verdadera, real y sustancialmente presente en
cualquiera de las dos especies.
La mayoría del mundo
occidental ha hecho oídos sordos a la repetida petición del Vaticano de que los
ministros extraordinarios se limiten a los cometidos que les corresponden. De
acuerdo con el punto de vista modernista, esto significaría que esta petición
del Vaticano es errónea ya que el pueblo de Dios (o quizás algún monstruo
burocrático llamado conferencia episcopal) ha decidido lo contrario.
Pero este punto de vista
modernista, que es inherentemente antiautoritario, fue condenado por el Papa
San Pío X. El hecho de que la Iglesia en el mundo occidental esté en un «statu abusus», un estado de (casi perpetuo)
abuso, no debilita de ninguna forma el derecho canónico ni, sobre todo, su
sabia tradición bimilenaria. Ni la tradición ni la disciplina desaparecen solo
porque sean ignoradas y porque el Vaticano elija tolerar esta situación, o más
bien, no tomar medidas punitivas.
Hemos visto, desgraciadamente,
que no podemos esperar mucha ayuda del Vaticano en materias importantes en
estos días. Por lo tanto, si el cambio no tiene lugar a nivel parroquial, puede
ser que no ocurra nunca. Dichoso sea el pastor que tiene la convicción, el
coraje, el tacto que requiere el acabar con los abusos, manteniéndose en línea
con lo que dice la Redemptionis Sacramentum, en el número 183:
«De
forma muy especial, todos procuren, según sus medios, que el santísimo
sacramento de la Eucaristía sea defendido de toda irreverencia y deformación, y
todos los abusos sean completamente corregidos. Esto, por lo tanto, es una
tarea gravísima para todos y cada uno, y, excluida toda acepción de personas,
todos están obligados a cumplir esta labor.»
Quizás más que en ninguna otra
nación, los americanos han decidido simplemente desobedecer lo concerniente a
los ministros extraordinarios, creando sus propias normas sobre la marcha. Me
pregunto, ¿es ésta una actitud verdaderamente
católica? ¿o es sólo un ejemplo más de cuánto se ha desviado la Iglesia en
América, creando su propia religión con sus reglas hechas a su medida?. La
tierra de las 30.000 denominaciones ha encontrado una forma de perder la
esencia católica y romana, a menos que se hagan grandes y concienzudos
esfuerzos para evitarlo.
Peter Kwasniewski
Publicado originalmente en Life Site News
Traducido por
Ana María Rodríguez para InfoCatólica
N del T: el
autor del texto nos remite a otro artículo suyo en el que recopila
documentación relevante sobre el papel de los ministros laicos. http://www.ewtn.com/library/Liturgy/EXTRMIN.HTM
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