martes, 8 de enero de 2019

HISTERECTOMÍA: LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE SE CONTRADICE


La Congregación de la Doctrina de la Fe, respondiendo un dubium, decidió el mes pasado que es lícito extirpar el útero cuando hay certeza de que un embarazo acabaría en aborto (10 de diciembre de 2018). En concreto, según la duda presentada, la cuestión concierne la  licitud de la histerectomía, es decir de la extirpación del útero, si «el útero se halla de forma irreversible en un estado tal que ya no puede ser idóneo para la procreación, y médicos expertos han alcanzado la certeza de que un posible embarazo conducirá a un aborto espontáneo, antes de que el feto pueda alcanzar el estado de viabilidad».
La Congregación de la Fe ha respondido que es lícito realizar la histerectomía en esos casos, «porque no se trata de esterilización». Y explica que «el elemento que hace esencialmente diferente la pregunta actual es la certeza alcanzada por médicos expertos de que, en caso de embarazo, el mismo se detendría espontáneamente antes de que el feto alcance el estado de viabilidad. Aquí no se trata de dificultades o riesgos de mayor o menor importancia, sino de una pareja para la cual no es posible procrear».
La respuesta es sorprendente, porque basa su argumentación en la idea de que si el feto no llega a nacer, no hay procreación. Esa afirmación, sin embargo, es obviamente falsa. La Iglesia siempre ha creído y enseñado que el feto es una persona humana y que, por lo tanto, desde el mismo momento de la concepción ya hay procreación. Baste recordar el Catecismo de la Iglesia Católica: «La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 1, 1). “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado” (Jr 1, 5)» (CIC 2270)
¿Acaso puede la Congregación de la Fe afirmar que los padres que han tenido un hijo, si ese hijo no sobrevive hasta el parto, no han procreado? ¿Cómo puede basar su respuesta a una duda moral en esta afirmación evidentemente errónea?
Por otro lado, esta premisa errónea lleva a una serie de consecuencias igualmente absurdas a la hora de calificar moralmente la operación: «La intervención médica en cuestión no puede juzgarse como anti-procreativa, porque se está en presencia de un contexto objetivo en el que ni la procreación ni como resultado la acción anti-procreativa son posibles».  En otras palabras, la Congregación considera que la operación no puede ser antiprocreativa porque la procreación «no es posible», a pesar de que ha reconocido unas líneas antes que la procreación, lejos de ser imposible, se produce (porque se produce la fecundación del óvulo, que es el momento en que se procrea), al margen de lo que suceda después (que el niño muera o no durante el embarazo).
Es falso, pues, que la procreación no sea posible y, por lo tanto, es falso también que la operación no sea «antiprocreativa». Parece evidente que toda la argumentación se derrumba en cuanto se tiene en cuenta que el niño no nacido, según la doctrina de la Iglesia, es un ser humano, con la misma dignidad los que ya han nacido. Y que es un despropósito moral hacer depender esa dignidad del tiempo que va a vivir. 
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En el razonamiento de la CDF existe otra contradicción implícita, pero no menos grave. En el caso tratado se da por supuesto que la histerectomía se produce sin que haya razón médica para ello, más allá de evitar esos embarazos que no pueden llegar a término. En efecto, ya existe otra respuesta de la Congregación para las histerectomías por razones médicas, publicada el 31 de julio de 1993, en la que la CDF estableció que la histerectomía era moralmente lícita «cuando el útero, por ejemplo, durante un parto o una cesárea, resulta tan seriamente dañado que se hace médicamente indicada su extirpación (histerectomía), incluso total, para evitar un grave peligro actual para la vida o la salud de la madre».
Así pues, si el caso actual fuese de histerectomía por peligro para la vida de la madre, la Congregación simplemente habría respondido al autor de la duda citando su decisión de 1993. En cambio, el caso actual señalado en el dubium, y en su respuesta, queda claro que la histerectomía no se realiza por razones médicas que afecten a la madre y pongan su vida en peligro (ni tampoco, obviamente, por razones frívolas, ya que se trataría de una mutilación, que también es moralmente ilícita). Se trata de una extirpación del útero para evitar esos embarazos que, con gran probabilidad según los médicos, terminarán con la muerte del feto antes del nacimiento.
Esto muestra claramente la contradicción patente con que argumenta la Congregación, ya que 1) afirma que no es «antiprocreativa» una extirpación del útero cuya única finalidad es, de hecho, evitar la procreación (porque se da por supuesto que, si no se hiciera la extirpación, esa procreación sucedería, pero los fetos resultantes no vivirían una larga vida) y 2) se dice expresamente que no se trata de una «esterilización», pero la motivación de la operación es, precisamente, esterilizar a la mujer para que no se quede embarazada. ¿No hay que reconocer en esto dos contradicciones patentes?
Ante el peligro de que en un matrimonio concreto los posibles embarazos muy probablemente terminen en el aborto espontáneo antes del nacimiento, la respuesta moral católica puede darse en tres opciones principales, entre las cuales los padres deberán elegir en conciencia: 1) arriesgarse a ello, según el grado de probabilidad de aborto apreciada por los médicos, que en casos como éste no siempre alcanzan la certeza; 2) la abstinencia completa; y 3) la abstinencia periódica, siguiendo las normas de la Humanae vitae, y limitando las uniones conyugales a los tiempos infecundos de la esposa. Pretender la solución del problema acudiendo, sin necesidad clínica, a la esterilización directa por la extirpación del útero, acción intrínseca y gravemente mala, que ninguna circunstancia o finalidad puede hacer lícita, va en contra de la moral católica.
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Por desgracia, las contradicciones no terminan aquí. Existe también una contradicción directa con la respuesta anteriormente dada por la propia Congregación para la Doctrina de la Fe (31-VII-1993). En aquella ocasión, como segundo caso, se preguntó a la Congregación si era moralmente legítima una histerectomía «cuando el útero, por ejemplo, a causa de precedentes intervenciones cesáreas, se encuentra en tal estado que, aunque no constituya en sí un riesgo actual para la vida o la salud de la mujer, no está ya previsiblemente en condiciones de llevar a término un futuro embarazo sin peligro para la madre, peligro que en algunos casos puede resultar incluso grave».
Y la Congregación respondió entonces que no era moralmente legítimo. Aquel caso era el mismo que la Congregación ha atendido ahora, pero con el agravante de que entonces se suponía que podría haber peligro futuro para la vida de la madre, mientras que ahora ni siquiera se supone eso. Si la operación no era legítima ni siquiera aunque hubiera un peligro futuro para la vida de la madre, ¿cómo va a ser legítima cuando no existe ningún peligro?
En 1993, la Congregación explicaba así el fundamento moral de su respuesta: «Por tanto, los procedimientos arriba descritos no tienen carácter propiamente terapéutico, sino que se ponen en práctica para hacer estériles los futuros actos sexuales, de suyo fértiles, libremente realizados. El fin de evitar los riesgos para la madre derivados de una eventual gestación es pues perseguido por medio de una esterilización directa, en sí misma siempre ilícita moralmente, mientras que quedan abiertas a la libre elección otras vías moralmente lícitas».
Con este razonamiento impecable desde el punto de vista de la moral católica, la Congregación condenó de antemano en 1993 la respuesta que ella misma da ahora en 2019, señalando que «tal esterilización queda absolutamente prohibida según la doctrina de la Iglesia». Esto nos indica que la nueva respuesta de la CDF es un claro caso de consecuencialismo moral, condenado por toda la moral católica tradicional, y reafirmada por San Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor (6 de agosto de 1993, nn.71-83). O, dicho de otra forma, la Congregación defiende ahora que el fin justifica los medios, es decir, que el fin de evitar embarazos que con toda probabilidad no van a terminar en el nacimiento justifica algo moralmente ilícito, como es una esterilización directa. Y lo afirma a pesar de que la propia Congregación advirtió que esa acción era inmoral, pues la Iglesia siempre ha condenado, y condena hoy, la idea de que el fin justifica los medios, como diametralmente opuesta a la moral católica.
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A esto se suma, por supuesto, que con el mismo razonamiento actual de la Congregación se podrían considerar legítimos los anticonceptivos y la ligadura de trompas. Si en estas circunstancias es legítimo extirpar el útero, ¿cómo no va a ser lícita una operación de menor importancia como la ligadura de trompas o un medio que no supone mutilación, como el uso del preservativo?
Es evidente asimismo que la nueva respuesta abre la puerta a consecuencias aún más graves. Si, como dice ahora la Congregación, la «finalidad del proceso procreativo es dar a luz a una criatura», es decir, «el nacimiento de un feto vivo», se podría justificar el aborto de un niño no nacido gravemente enfermo, cuando se suponga que no va a llegar a nacer. Es más, con los mismos principios se podría justificar el aborto de cualquier niño, porque si hasta el nacimiento no hay procreación, eso implica necesariamente que tampoco hay un ser de la especie humana hasta el nacimiento (ya que, «procrear» significa, literalmente «engendrar un individuo de su misma especie»). Increíblemente, la CDF da la razón así a los que afirman que el niño por nacer no es un ser de la especie humana o que su vida solo tiene valor si llega a nacer.
Más aún, podría justificarse el infanticidio o cualquier homicidio, porque del mismo modo que la argumentación de la CDF hace depender arbitrariamente la existencia de procreación de un nuevo ser humano de «dar a luz a una prole viva», se podría hacer depender de otras mil condiciones extrínsecas: que los hijos lleguen a los cinco años, a la mayoría de edad, a formar su propia familia o a vivir cien años. Es evidente, pues, que la premisa absurda utilizada en la decisión de la Congregación, devalúa por completo la dignidad inherente a toda vida humana, ya sea en el tercer mes después de la concepción, en el quinto año después del nacimiento o en cualquier otro punto de su vida.
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Por supuesto, además, si el fin justifica los medios, absolutamente cualquier cosa podría ser lícita, desde el asesinato de inocentes, hasta el adulterio o el genocidio: bastaría con encontrar unas circunstancias justificantes. Y, desgraciadamente, la experiencia nos muestra que esa justificación aparentemente buena siempre se encuentra. De esta manera, aceptar el razonamiento esgrimido hoy por la CDF socava la totalidad de la moral de la Iglesia.
Como todo católico ortodoxo, mi instinto es aceptar lo que dice la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sin embargo, nadie puede estar obligado a creer una afirmación evidentemente contradictoria consigo misma, porque lo que es contradictorio no significa nada, es mero ruido. A eso se suma que, como hemos visto, la nueva respuesta de la CDF contradice directamente la doctrina anterior de la propia Congregación, la encíclica Veritatis Splendor de San Juan Pablo II y un principio fundamental de la moral católica sostenido siempre por la Iglesia: que el fin no justifica los medios.
Como hijo de la Iglesia, estoy deseando dejarme enseñar por ella. Pero para creer lo que dice en esta ocasión la Congregación para la Doctrina de la Fe, tendría que arrancarme la cabeza. No es posible creer algo que se contradice a sí mismo y que, además, se supone que debe creerse a la vez que se cree la doctrina moral anterior que contradice directamente la nueva. Quizá los partidarios del neoparadigmático 2+2=5 puedan creer a la vez dos afirmaciones contradictorias, pero otros, como seres racionales, nos confesamos absolutamente incapaces de hacerlo.
Bruno M.

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