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Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es parte muy importante de la
herencia recibida de Dios.
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Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que
termina. Acciones de gracias por los muchos beneficios recibidos.
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Propósitos para el año que comienza.
I. Hoy, es
un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el
que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el
amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del
Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma está presente
en el mundo y, sin embargo, es peregrina (1). Se dirige hacia su Señor
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Diosƒy (2).
Nuestra
vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios.
Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más
allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra
peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia
recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos
presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora,
aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad, cada día nuestro
es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con
quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras
agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no
envejece. Este es, para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la
salud (3). Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo
del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a
Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya
encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: andad con prudencia, no
como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo (4), pues pronto
viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar (5). Verdaderamente es corto
nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto,
que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la
ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada
uno(6).
San
Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia
que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la
sombra de este mundo (7). Esta vida, en comparación de la que nos
espera, es como su sombra.
La
brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de
cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está
contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien
aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el
trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con
frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con
la contradicción y con lo inesperado.
Cada año
que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de
que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos
cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos.
Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos (8).
II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este
año que termina, omisiones en la caridad, escasa laboriosidad en el trabajo
profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad,
faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no
correspondidas, intemperancia, mal humor, mal carácter, distracciones más o
menos voluntarias en nuestras prácticas de piedad… Son innumerables los motivos
para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de contrición y
de desagravio. Miramos cada uno de los días del año y cada día hemos de pedir
perdón, porque cada día hemos ofendido (9). Ni un solo día se escapa a esta
realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores. Sin embargo, son
incomparablemente mayores los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo
sobrenatural. Son incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias
recibidas en el sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística, los
cuidados de nuestro Ángel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro
trabajo o nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos
recibido. No importa que de esta realidad sólo percibamos ahora una parte muy
pequeña. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el
año.
Es
menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque
con esa condición las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran
estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más pobres,
y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los
otros. Pues, cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que
está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener
ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios; porque
somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá
aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende
tiene alguna prenda de lo de allá (10).
Terminar
el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas
veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le
dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran
misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos
de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a
la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por
adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último
año que el Señor nos concede.
III. En estos últimos días del año que termina y en los
comienzos del que empieza nos desearemos unos a otros que tengamos un buen año.
Al portero, a la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos ¡Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número
parecido de personas nos desearán a nosotros lo mismo, y les daremos las
gracias.
Pero, ¿qué es lo que entienden muchas gentes por un año bueno,
un año lleno de felicidad, etcétera? Es, a no dudarlo, que no sufráis en
este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad, ninguna preocupación,
sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que ganéis bastante
dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean
incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique
cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún
contratiempo(11).
Es bueno
desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan
de nuestro fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas,
alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en el que
unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios. Un año bueno para un
cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera posible,
de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que
hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido
un completo desastre. Puede ser, por ejemplo, un buen año aquel en el que
apareció la grave enfermedad, tantos años latente y desconocida, si supimos
santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.
Cualquier
año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene
reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este
año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para
que sea un buen año. No desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la
caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a
través del sacramento de la Penitencia.
Que
tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez
concluido, con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios,
apostolado con nuestros amigos, incontables muestras de caridad con quienes nos
rodean, muchos pequeños vencimientos, encuentros irrepetibles en la Comunión…
Hagamos
el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y
recomenzando de nuevo.
Pidamos a
la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el
último que el Señor nos concede.
(1) CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum concilium,
2.- (2) IDEM, Const. Lumen gentium, 8.- (3) 2 Cor 6, 2.- (4) Ef 5, 15-16.- (5) Jn 9, 4.- (6)
J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 39.- (7) 1 Cor 7, 31.- (8) Gal 6,
9-10.- (9) SAN AGUSTIN, Sermón 256.- (10) SANTA TERESA, Vida, 10, 3.- (11) G. CHEVROT,
El Evangelio al aire libre, p. 102.
Meditación extraída de la serie “Hablar con Dios” por Francisco
Fernández Carvajal.
Francisco Fernández Carvajal
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