martes, 8 de enero de 2019

DOS CASOS, ENTRE MUCHOS, DE «COINCIDENCIAS NO PLANEADAS»: UNA PRUEBA DE LA VERACIDAD DE LA BIBLIA


Su acumulación es un potente argumento de la apologética cristiana.

El estudio de la Biblia ofrece argumentos internos de veracidad muy poderosos: sus coincidencias no planeadas son algunos de ellos.

Hablamos de coincidencias no planeadasentre dos relatos cuando el primero suscita algún interrogante, secundario respecto al contenido principal, que halla respuesta en el segundo, sin que pueda afirmarse razonablemente que ambas versiones han sido concertadas.

Para policías y jueces, las coincidencias no planeadas son un indicio importante sobre la veracidad de un testigo, y una serie tan popular como C.S.I. descansa en buena medida sobre ellas en su descarte de sospechosos e identificación de culpables a través de pruebas de laboratorio.

EL POLICÍA, LA FILÓSOFA Y EL PASTOR
De hecho, un detective de homicidios de Los Ángeles, James Warner Wallace, escribió en 2013 un libro, Cold-case Christianity, donde, entre otras técnicas policiales, aplicaba la de las “coincidencias no planeadas” para mostrar la veracidad de los Evangelios, entendidos como un "cold case", esto es, un caso antiguo que no ha podido cerrarse del todo por falta de pruebas y se reactiva para ser investigado de nuevo ante la presencia de nuevos indicios.

Una conferencia de J. Warner Wallace sobre la veracidad de los Evangelios.
“Cuando leí por primera vez los Evangelios desde un punto de vista forense, comparando aquellos lugares donde dos o más autores evangélicos describían el mismo hecho, me sorprendió inmediatamente el apoyo inadvertido que cada autor aportaba al otro… Cuando un testigo evangélico describía un hecho y dejaba un cabo suelto que suscitaba un interrogante, ese interrogante quedaba involuntariamente contestado por otro evangelista (quien, a su vez, con frecuencia dejaba otro cabo suelto resuelto por el primero)”.

También recientemente, en 2017, una epistemóloga que pertenece a una comunidad anglicana conservadora hizo lo propio desde el punto de vista de la filosofía analítica. Lydia McGrew, doctora en Filología Inglesa aunque toda su producción ensayística es sobre filosofía, escribió Hidden in Plain View: Undesigned Coincidences in the Gospels and Acts [Oculto a primera vista: coincidencias no planeadas en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles], que presentó como “un argumento sobre la credibilidad histórica del Nuevo Testamento que ha sido muy descuidado durante más de cien años”. La relación entre pasajes de los Evangelios, o entre los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de San Pablo, nos ofrecen razones para creer que estos documentos tienen como fuente testigos oculares honestos, gente que conoció los acontecimientos que relata”.

¿Por qué habla la doctora McGrew de una negligencia apologética de “más de cien años”? Se está refiriendo a la obra clásica en este ámbito: Undesigned coincidences [Coincidencias no planeadas]. Se trata de un completo tratado sobre la cuestión, disponible en la red en edición facsímil, escrito en 1847 por un destacado teólogo y pastor anglicano, John James Blunt (1794-1855), estudioso de la Iglesia primitiva. Detectó más de cuarenta de estos casos en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Él se inspiró a su vez en un trabajo similar realizado en 1790 por otro pastor anglicano, William Paley (1743-1805), quien se limitó en Horae Paulinae a las Cartas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles.

LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
De la fuerza de estos argumentos da cuenta un reciente artículo del apologista católico Karlo Broussard en Catholic Answers, donde propone dos “casos asombrosos”.

El primero hace referencia al milagro de la multiplicación de los panes. San Juan cuenta que Jesús le pregunta a Felipe: “¿De dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?” (Jn 6, 5-7).

La cuestión que se plantea es: ¿por qué le pregunta precisamente a Felipe? ¿Por qué no a Pedro, a Santiago o a Juan? Broussard recuerda que Felipe, siempre que aparece mencionado entre los apóstoles, lo hace como en segunda fila (Mt 10, 2-4; Mc 3, 13-19; Lc 6, 12-16; Hech 1, 13-14).

Nos vamos entonces al relato del mismo hecho por San Lucas (Lc 9, 10- 17). En su principio se nos dice que, “habiendo vuelto los apóstoles… tomándolos consigo, [Jesús] se retiró a solas con ellos hacia una ciudad llamada Betsaida”. Y “esto es importante porque, según Juan 1, 43, “era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro”. Por tanto, estando en Betsaida, y aunque “bien sabía Él lo que iba a hacer” (Jn 6, 6), esto es, el milagro que iba a realizar, Jesús pregunta dónde podría comprarse pan al que puede saberlo porque es de allí: Felipe.

Es cierto que también Andrés y Pedro eran de Betsaida, pero en el momento del milagro no viven allí. En el primer capítulo del Evangelio de San Marcos leemos sobre el inicio de la predicación de Jesucristo en Cafarnaúm (Mc 1, 21-34). Es donde obra el milagro de la curación de la suegra de Pedro, después de predicar en la sinagoga: “Y luego, en saliendo de la sinagoga, vinieron a la casa de Simón y de Andrés”. Es decir, Pedro y Andrés, “aunque naturales de Betaida, vivían en Cafarnaúm durante la vida pública de Jesús”, señala Broussard.

Siendo de Betsaida y viviendo en aquel momento allí, “Felipe podía tener un conocimiento actualizado sobre dónde comprar pan. He ahí una explicación aceptable de por qué Jesús le pregunta a Felipe. Lucas aporta una información que no encontramos en Juan, pero en una forma indirecta que no parece planeada. Se trata de una coincidencia no planeada”.

LA SUEGRA DE PEDRO
Relacionada con ésta hay una segunda coincidencia.
Nos habíamos ido hasta Cafarnaúm, donde Jesús entraba en la casa de Pedro y curaba a su suegra. San Mateo (Mt 8, 14-16) lo cuenta así: “Y venido Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste postrada en cama y calenturienta. Y la tomó de la mano, y la dejó la calentura; y se levantó y le servía. Y llegado el atardecer, le presentaron muchos endemoniados, y lanzó los espíritus con su palabra, y a todos los que se hallaban mal los curó”.

La cuestión que suscita este pasaje de Mateo, explica Broussard, es la siguiente: “¿Por qué la gente espera hasta ‘el atardecer’ para llevar a Jesús a los poseídos y a los enfermos? Lo lógico sería que quisieran que Jesús empezase a curar a los enfermos y dolientes de forma inmediata”.
La respuesta se encuentra un poco antes del relato de San Marcos de ese mismo hecho (Mc 1, 29-34). En el versículo 21, cuando va a empezar a contar el episodio del endemoniado de Cafarnaúm, que sucede mientras Jesús predica en la sinagoga antes de curar a la suegra de Pedro, dice el evangelista: “Y entran en Cafarnaúm; y luego que fue sábado enseñaba en la sinagoga”.

Es decir, el día que Jesús curó a la suegra de Pedro era sábado. “Por eso la gente esperó al atardecer”, explica Broussard, “el final del sabbath (durante el cual estaba prohibido trabajar), para llevar donde estaba Jesús a sus seres queridos enfermos y poseídos”. En efecto, en otros pasajes (Mc 3, 1-6; Jn 5, 16) posteriores leemos cómo los fariseos consideraban una violación del descanso preceptivo del sabbath el hecho de que Jesús curase en sábado. Las gentes de Cafarnaúm, conocedoras de esa prescripción, esperaron a la finalización del día para aquellas primeras curaciones.

UN MILLAR DE MOSQUITOS
“Individualmente consideradas, las coincidencias no planeadas no tendrían por qué ser totalmente convincentes para un escéptico”, concluye Broussard: “Pero hay que verlas en su conjunto. Constituyen un argumento acumulativo: es más fuerte cuando las coincidencias se toman en su conjunto”.

Como señala Jonathan McLatchie, biólogo molecular anti-evolucionista y también apologista cristiano que acude a las coincidencias no planeadas para defender la veracidad de los Evangelios, no es que una sola aporte una fuerza de convicción absoluta sobre dicha veracidad: se trata más bien de la suma de todas ellas, internas (es decir, textos bíblicos explicados por otros textos bíblicos) y externas (textos bíblicos explicados por fuentes históricas no bíblicas). La picadura de un mosquito normal no te mata, “la picadura de mil mosquitos, sí”.

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