«Bebed porque sois
felices, pero nunca porque seáis desgraciados», decía el genial escritor y periodista británico,
G. K. Chesterton, converso al catolicismo.
La cita
es irónica y provocativa, pero más allá de eso encierra una gran verdad, y es
que, para el católico, la fuente de su felicidad no está fuera, sino dentro. Es
decir, el hombre no está hecho
para las cosas, sino las cosas para el hombre.
Hasta que
no entendamos que Dios está en
nosotros y con nosotros, seguiremos buscándole donde no está, esto
es, lejos de nosotros, fuera de nosotros. Y esto lo único que genera es
sufrimiento y desesperación.
No estoy
diciendo con esto que el alcohol sea malo. Tampoco se trata de establecer un
estándar: “a partir de dos copas, ¡pecado!”, no.
Es absurdo. Se trata de descubrir
que ese vacío que pretendemos llenar con el alcohol, no lo puede llenar el
alcohol. Y quien dice el alcohol, dice relaciones tóxicas, excesos,
placeres y desenfreno.
Todos lo
sabemos, todos tenemos experiencia de esto en mayor o menor medida, o conocemos
casos. La tentación es siempre pretender rellenar ese vacío, que tiene el
tamaño de Dios, con sucedáneos de Dios que, simple y llanamente, no lo pueden
rellenar.
Persuadámonos
de esto. No se trata de sentir más, de tener experiencias más intensas. Y no
sólo me refiero al que busca “experiencias
profanas”, sino al que busca “experiencias
sagradas”. Porque en el fondo todas esas búsquedas parten de lo mismo: la sed de infinito que todos tenemos, la sed de
Dios. «Nos has hecho, Señor, para
ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti», dice
San Agustín.
Se trata
de confiar en Dios, aceptando a veces su aparente ausencia. Estamos alegres
porque Cristo está con nosotros todos los días (Mt 28,20), y ninguna criatura puede separarnos del amor de
Dios (Rm. 8, 39). ¡Esto es lo que nos
hace escandalosamente libres! ¿Quién sobre la tierra puede tener mayor motivo
para brindar y celebrar que el cristiano?
Pidámosle a Dios que
aumente nuestra confianza y alegría en Él. Y bebamos, comamos y celebremos.
Por Rodrigo
Salmerón
https://www.jovenescatolicos.es
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