Una fotógrafa demuestra cuál fue la
fuente del artista barroco.
La
fotógrafa Daniela di Sarra había
notado un sorprendente parecido entre el rostro del Salvador de Bernini, y el
rostro del Hombre de la Síndone. Superponiendo las dos fotos, ha demostrado que
las dos imágenes coinciden casi perfectamente. Bernini se inspiró en la Síndone
para su última escultura, con el fin de prepararse a una buena muerte, como cuenta Emanuela Marinelli
en La Nuova Bussola Quotidiana: El 25 de enero, en Roma, se ha
presentado al público un descubrimiento fascinante: para realizar su última obra, el busto de
Cristo, Bernini se inspiró en la Síndone, que en esa época ya se
conservaba en Turín.
La feliz
intuición se debe a la fotógrafa Daniela
di Sarra, quien, durante la exposición de sus fotografías Hermano Sol, Hermana Luna en
la basílica de San Sebastián Extramuros, de Roma, había notado un sorprendente
parecido entre el bellísimo rostro del Salvador de Bernini, allí conservado y
expuesto tras haber sido hallado por el arquitecto Francesco Petrucci en 2001, y el rostro del Hombre de la Sábana
Santa.
Salvator Mundi [El Salvador del Mundo] es la última obra escultórica de
Bernini, en el año anterior a su muerte.
Inició
entonces una investigación fotográfica
para comprobar esta impresión, primero buscando puntos de congruencia entre las
dos imágenes. Encontró numerosos y, entonces, decidió hacer una prueba.
Imprimió el rostro sindónico sobre una transparencia y la superpuso al rostro
de la estatua de Bernini. Se dio cuenta de que estaba ante un hecho
extraordinario: ¡las dos imágenes coincidían casi perfectamente!
A
estas alturas este dato no se podía ignorar. Era necesario apurar el
desarrollo de los hechos que habían llevado a Bernini a retratar a Jesús según
los rasgos impresos, no se sabe cómo, sobre una antigua y misteriosa sabana
fúnebre, que en el época del escultor estaba considerada la reliquia más sagrada de la cristiandad. La fotógrafa comenzó
así una larga investigación que duró dos
años, para la que utilizó las biografías contemporáneas a Bernini,
antiguos documentos e imágenes y las conclusiones de varios estudios.
Nacieron una exposición y un libro, La Sindone e Bernini,
subtitulado L'Uomo dei Dolori, il più Bello dei
Figli d'Uomo [El Varón de Dolores, el más hermoso de los hijos del hombre].
Bernini
tenía una firme fe religiosa que
se enmarcaba en el contexto de su época, cuando estaba viva la preocupación por
el destino del alma en el más allá y, por consiguiente, la importancia de una "buena
muerte". Esta sensibilidad
estaba fuertemente presente en el alma del artista, el cual no podía escapar a
la fascinación de la Síndone. En tiempos de Bernini había una gran devoción,
muy extendida, por la antigua sábana fúnebre y la reliquia, desde hacía muchos
siglos, había inspirado a un gran número de artistas a recrear el Santo Rostro.
Dos
grandes personajes contribuyeron al
génesis del busto del Salvador: la reina
Cristina de Suecia y el rey Luis XIV de Francia. La reina, que era una confidente de Bernini, era
devota de la Sábana Santa y el artista le dejó a ella la obra en su testamento.
Cuando el rey de Francia Luis XIV pidió y obtuvo que Bernini fuese a París para
el proyecto del Louvre, en 1665, el gran escultor se detuvo en Turín, donde fue
acogido con grandes honores, y visitó la capilla de la Síndone, que estaba en
fase de construcción.
En París
esculpió también el busto del rey, que suscitó un inmenso clamor. Cientos de
personas lo fueron a ver. Bernini había retratado en mármol y metal a papas,
reyes, cardenales y nobles; a todos los grandes de su época, pero su Señor era
el Hijo de Dios, el Salvador, Jesús. No sorprende que tuviera la idea de usar
su insuperable arte y, partiendo del rostro de la Síndone, hacer el retrato del
Rey de Reyes. Conoció en París a un religioso de la capilla del Rey, Pierre Cureau de la Chambre, experto
en fisionomía, que dejó todo y se fue con Bernini cuando este volvió a Roma,
quedándose con el escultor casi un año. En el camino de vuelta a París se
pararon en Turín, donde empezaron los estudios para el busto del Salvador.
En 1679
Bernini, ya octogenario y centrado en el arte del buen morir, esculpió por fin su última obra, sin ninguna
comisión y a sus expensas. Para su buena muerte, decía. En ella, según
su hijo Domenico, el artista "resumió y
encuadró toda su arte".
El Hombre
de los Dolores (Isaías 53, 3-8), el Hombre de la Síndone, que cargó con todo
nuestro sufrimiento, con nuestros dolores, para salvarnos, gracias al arte
genial de Bernini resucita en gloria, con sus rasgos, pero transformado en el
Más Bello de los Hombres (Salmo 44), el «buen
Pastor» (Juan 10), kalòs, es decir agathos: bueno. El Resucitado, el Salvador, punto focal de toda
esa belleza que salvará al mundo.
Este
mensaje no ha escapado a la sensibilidad de Daniela di Sarra, quien, después de
haber estado en peligro de muerte por una leucemia, ha dirigido su investigación fotográfica a la belleza "como camino a lo Absoluto". Bernini, "que resumió en esta obra todo su arte"
(Filippo Baldinucci [1625-1696], en su biografía del artista),
supo dar a la estatua una increíble multiplicidad de expresiones, que la
fotógrafa ha sabido comprender de manera sugestiva, aumentando el encanto de
esta obra maestra.
Traducción de Elena Faccia Serrano.