Edgardo Flores Herrera nos responde a la interrogante
sobre el sentido del trabajo.
“Así como no existen personas pequeñas ni vidas sin importancia, tampoco
existe trabajo insignificante”. Elena
Bonner
Inicio de
semana. De vuelta al trabajo. Sin embargo, en el ambiente se respira
pesadumbre, disgusto, tristeza y demás. ¿Qué
sucede? ¿Por qué tantas caras largas?
Hablar
del trabajo es hablar sobre un aspecto sumamente importante en la vida de
cualquier mujer u hombre de esta sociedad, sin embargo éste ha sido
conceptualizado, desde tiempos remotos, como una carga que hay que tener que
sobrellevar, un aspecto de la vida que no se realiza por gusto, sino por
necesidad.
¿Por qué trabajas tú? En la
respuesta podríamos encontrar la motivación de muchos de nosotros: “para poder vivir mejor, para darle lo mejor a mis hijos,
para comprar lo que me gusta, por necesidad, porque no queda de otra, etcétera,
etcétera y más etcéteras”, todas respuestas enfocadas a motivaciones
extrínsecas.
Por otro
lado, tenemos una historia que pesa y ha pesado en la vida del ser humano. Si
hacemos una revisión rápida acerca del concepto del trabajo, nos encontraremos
con que se le ha dado una connotación negativa.
Las
diferentes interpretaciones que se han hecho de la Biblia con respecto a la
expulsión del Paraíso hacen hincapié en el “castigo”
que se le impone al hombre: la de trabajar
la tierra a causa del pecado original, que desencadenó en la expulsión del
paraíso.
En
Grecia, el trabajo era una actividad no tan preciada por sus habitantes; se
prefería que ésta se delegara a los esclavos, quienes como ciudadanos no
libres, tenían que estar al servicio de los demás. Los seres “libres” habrían de enfocar su tiempo de ocio
hacia la reflexión u otras artes que llevaran al crecimiento; el trabajo, para
lo griegos, constituía un obstáculo para ello.
En la
época medieval, el trabajo siguió manteniendo el estatus de pesadumbre. El ser
humano debía trabajar para sobrevivir, pero no todos trabajaban, ya que había
ciertas personas “elegidas” que estaban
destinadas a gobernar o liderar.
La
Revolución Industrial trajo consigo una visión del hombre-máquina, destinado a
laborar para obtener las mayores ganancias. Y es entonces que, con el
surgimiento de las economías, el trabajo toma la concepción más fuerte de ser
un medio para conseguir un capital personal que me permita adquirir las mayores
comodidades. “Mientras lo necesite, trabajaré para
conseguir más”. El ideal sigue siendo, al final de cuentas, tener el
suficiente dinero como para no trabajar.
Mientras
el trabajo siga siendo visto como medio, seguirá siendo una carga que hay que
sobrellevar. ¿En qué momento nosotros, los seres
humanos, podremos ver el trabajo como un fin, como un legado?
Si bien
es cierto que una parte de la población no tiene la oportunidad de elegir en
qué trabajar, dada las circunstancias que le ha tocado vivir, sí es cierto que
tiene la posibilidad de elegir cómo vivir su trabajo; es decir, el contexto no
lo ha determinado en la cuestión de elección personal sobre la manera en que
hará el trabajo: podrá hacerlo lamentándose de su condición o dando lo mejor de
sí.
Es triste
escuchar o leer comentarios de personas que dicen: “estoy
en el trabajo, ¡qué flojera!”, o derivaciones semejantes. Entonces, ¿qué haces ahí? ¡Qué torpeza es luchar contra una
realidad como el trabajo! Se quiera o no, el trabajo es una necesidad
para subsistir en nuestra sociedad actual, entonces, si a pesar de todo voy a
trabajar, ¿por qué no hacerlo con la mejor actitud
y dando lo mejor de uno mismo?
Sin
embargo, hallamos día con día ejemplos de todo lo contrario. Personas que
realizan lo mínimo o lo que únicamente les piden. Individuos que se sienten
cómodos y seguros con el puesto que tienen, y por lo tanto, sólo hacen lo que
sea necesario para seguir manteniéndolo.
Hombres y
mujeres de reacción y no de acción, que se desviven en lo urgente al no ser
capaces de ser propositivos, sino únicamente trabajando para lo que se tenga
que hacer en ese momento. Seres humanos que, al final de cuentas, terminan
siendo unos simples mendigos que piden caridad para poder comer y vestirse… eso
sí, la mejor comida y el mejor vestido, si no, caen en angustia.
El
trabajo se ha de ver como un legado, como una oportunidad de servir, no
únicamente como un simple medio de donde trataré de obtener lo mejor para mí
con el menor esfuerzo posible. El trabajo tiene la virtud de presentarse como
un legado, donde se tienen muy diversas oportunidades de trascender, ya sea en
el servicio o en la convivencia con mis compañeros.
Una
sonrisa, una palabra de aliento, un servicio con atención, una palmada, un
regaño en tiempo, una palabra de ánimo, hacer tu trabajo lo mejor posible, ¡todo ello es trascendencia! La alegría en el
trabajo no se encontrará nunca en lo externo, más bien, se ha de hallar en lo
poco o mucho que yo esté haciendo bien en el lugar donde laboro; de eso
dependerá mi satisfacción o insatisfacción con el trabajo.
Claro
está que existirán momentos en que el cansancio se presente, por eso tampoco
hay que olvidar la importancia del descanso o de pasatiempos en los cuales nos
dediquemos a una actividad que nos agrade y que también nos lleve a ser mejores
seres humanos, a hallar nuestro sentido de vida.
Si la
vida, y por ende también el trabajo, carecen de sentido, se presentará como
algo aburrido, como una carga, como un tormento; pero si está lleno de razones
para hacerlo, el trabajo será un legado.
Al final
de cuentas, el amor que le tienes a tu trabajo es un reflejo del amor que te
tienes a ti mismo.
Autor: Edgardo Flores Herrera | Fuente: Yoinfluyo.com
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