EN EL EVANGELIO DE
AYER, ESCUCHAMOS:
La Palabra era
la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo
estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su
casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en
su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor
humano, sino de Dios. Jn 1,9-13
La humanidad está radicalmente
dividida en dos: aquellos que creen en Cristo y han sido bautizados y aquellos
que no. Unos son hijos de Dios, otros no. Los que no creen en Cristo son solo
hijos del primer Adán. Los que creen son hijos de Dios en el segundo Adán, que
es Cristo (1 Cor 15,45) (*). De ahí la absoluta necesidad de predicar el
evangelio a todos los hombres.
Entre los hijos de Dios
también se puede establecer una división. Los que viven en pecado y los que
viven en gracia. Se entiende que vivir en pecado no es pecar ocasionalmente,
cosa que todos hacemos, sino pecar gravemente a conciencia -pecado mortal- y
sin intención de arrepentirse y cambiar de vida. Si mueren en ese estado, aun
siendo hijos de Dios su condenación es segura e incluso se puede decir que su
situación será peor que la de aquellos que nunca creyeron porque nadie les
predicó el evangelio.
En uno de sus sermones navideños, San León Magno,
Papa, explicó para qué nació Cristo y cuál es el deber de todo cristiano: Demos, por
tanto, amadísimos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el
Espíritu Santo, pues, por la inmensa misericordia con que nos amó, ha tenido
piedad de nosotros y, cuando estábamos
muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo, para que fuésemos en él
una nueva creatura, una nueva obra de sus manos. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo y de sus acciones y, habiendo
sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo, renunciemos a las obras
de la carne. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza
divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda
de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que has sido arrancado
del dominio de las tinieblas y transportado al reino y a la claridad de Dios.
Por el
sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas un
huésped tan excelso, ni te entregues otra vez como esclavo del demonio,
pues el precio con que has sido comprado es la sangre de Cristo.
SERMÓN 1 EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, 1.3
Por tanto, que
nadie nos engañe. Ni todos los hombres son hijos de Dios, ni todos los hijos de
Dios se van a salvar por el mero hecho de haber creído. Quien vive según la
carne, seguramente morirá en la carne y se condenará. Quien por gracia de Dios
vive en Cristo, seguramente morirá en Cristo y se salvará. Esclavos del pecado
y condenados o libres en Cristo y salvos.
VEN PRONTO, SEÑOR.
Luis Fernando
Pérez Bustamante
(*) Desde muy
temprano (s. II), los cristianos entendieron que al igual que Cristo era el
segundo Adán, la Virgen María era la segunda Eva y, por tanto, madre de la
nueva humanidad al haber concebido al Salvador. Cristo nos confirma y concede
la maternidad de María en la Cruz.
Luis Fernando
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