sábado, 1 de diciembre de 2018

ALEXANDRINA MARIA DA COSTA, VIDENTE DEL INMACULADO CORAZÓN, PORTUGAL (13 OCT, 2 DIC)


Alexandrina vivió numerosas experiencias místicas de Jesús y visitas de la Virgen María. Desde 1942 hasta su muerte (1955) se alimentó solamente con la eucaristía. Jesús le solicitó que pidiera al Papa la Consagración del Mundo al Inmaculado Corazón de María. La que realiza SS Pio XII el 31 de octubre de 1942.
El 2 de diciembre 1944 la Virgen se le apareció por primera vez Alexandrina Maria da Costa.
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Para confirmar las palabras del Hijo que el día anterior se había unido en matrimonio místico con ella, diciendo:
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“Acepta mi santísimo manto puede cubrir todo el mundo …. Es suficiente para todos.
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Acepta mi corona, eres la reina.”

LA VIDA DE ALEXANDRINA
Alexandrina Maria Da Costa nació en Balazar, provincia de Oporto y Archidiócesis de Braga, el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado Santo. Fue educada cristianamente por su madre, juntamente con su hermana Deolinda. Alexandrina permaneció con la familia hasta los siete años, luego fue mandada a Pòvoa de Varzim, en pensión con la familia de un carpintero, para poder frecuentar la escuela elemental, que no había en Balazar. Allí hizo la primera Comunión en 1911 y, el año siguiente, recibió el sacramento de la Confirmación de manos del Obispo de Oporto. Después de dieciocho meses volvió a Balazar y fue a vivir con su madre y su hermana en la localidad de “Calvario”, donde residirá hasta su muerte. Comenzó a trabajar en el campo, pues gozaba de una constitución robusta: podía compararse con los hombres y ganaba lo mismo que ellos. La suya no fue una niñez muy movida: dotada de un temperamento feliz y comunicativo, era muy querida por sus compañeras. Pero a los doce años cayó enferma: una grave infección (tal vez una fiebre intestinal tifoidea) la puso a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero su físico quedará marcado para siempre por este episodio. Fue a la edad de catorce años cuando sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado Santo de 1918. Aquel día, ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz, estaban ocupadas en su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres intentaban entrar en su habitación. A pesar de que las puertas estaban cerradas, los tres lograron forzarlas y entraron. Alexandrina, para salvar su pureza amenazada, no dudó en tirarse por la ventana, desde una altura de cuatro metros. Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto, las diversas visitas médicas a las que tuvo que someterse diagnosticaron sucesivamente, cada vez con mayor claridad, un hecho irreversible. Hasta los diecinueve años pudo todavía arrastrarse para ir a la iglesia, donde, completamente entumecida, permanecía con gusto, con asombro de la gente. Luego la parálisis fue avanzando cada vez más hasta que los dolores se hicieron horribles, las articulaciones perdieron su movimiento y ella quedó completamente paralítica. Era el 14 de abril de 1925, cuando Alexandrina se acostó para no volver a levantarse en toda su vida.
Hasta 1928 Alexandrina no dejó de pedir al Señor, mediante la intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la curación.
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Prometiendo que, si se curaba, se habría hecho misionera.
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Pero, apenas comprendió que el sufrimiento era su vocación, la abrazó con prontitud.
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Decía: “Nuestra Señora me ha hecho una gracia aún mayor.
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Antes, la resignación, luego, la conformidad completa a la voluntad de Dios.
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Y finalmente, el deseo de sufrir”.
Se remontan a este período los primeros fenómenos místicos, cuando Alexandrina comenzó una vida de gran unión con Jesús en los Sagrarios, por medio de María Santísima. Un día en que se encontraba sola, le vino de improviso este pensamiento: “Jesús, tú estás prisionero en el Sagrario y yo en mi lecho por voluntad tuya. Nos haremos compañía”. Desde entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del Sagrario. Pasaba las noches como peregrinando de Sagrario en Sagrario. En cada Misa se ofrecía al Eterno Padre como víctima por los pecadores, juntamente con Jesús y según Sus intenciones. Crecía en ella cada vez más el amor al sufrimiento, a medida que la vocación de víctima se hacía sentir de forma más clara. Hizo el voto de hacer siempre lo que fuese más perfecto. Desde el viernes 3 de octubre de 1938 hasta el 24 de marzo de 1942, o sea 182 veces, vivió todos los viernes los sufrimientos de la Pasión. Alexandrina, superando el estado habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de dolores angustiosos, reproducía los diversos momentos del Via Crucis, durante tres horas y media.
“Amar, sufrir, reparar” fue el programa que le indicó el Señor.
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Desde 1934 – por invitación del Padre jesuita Mariano Pinho, que la dirigió espiritualmente hasta 1941- Alexandrina ponía por escrito todo lo que le decía Jesús.
En 1936, por orden de Jesús, Alexandrina pidió al Santo Padre, por medio del Padre Pinho, la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Esta súplica fue renovada varias veces hasta 1941, por lo que la Sede Apostólica interrogó tres veces al Arzobispo de Braga sobre Alexandrina. El 31 de octubre de 1942, Pío XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María con un mensaje transmitido a Fátima en lengua portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la Basílica de San Pedro el 8 de diciembre del mismo año. Desde el 27 de marzo de 1942 en adelante, Alexandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de la Eucaristía. En 1943, durante cuarenta días y cuarenta noches fueron controlados atentamente por médicos competentes el ayuno absoluto y la anuria, en el hospital de la Foz do Douro en Oporto. En 1944 el nuevo director espiritual, el salesiano Don Umberto Pasquale, animó a Alexandrina para que continuase dictando su diario, después de haber comprobado las alturas espirituales a que había llegado. Ella lo hizo con espíritu de obediencia hasta la muerte. El mismo año 1944, Alexandrina se inscribió en la Unión de los Cooperadores Salesianos. Quiso colocar su diploma de Cooperadora “en lugar donde pudiera tenerlo siempre ante sus ojos”, para colaborar con su dolor y con sus oraciones en la salvación de las almas, sobre todo juveniles. Rezó y sufrió por la santificación de los Cooperadores de todo el mundo. A pesar de sus sufrimientos, ella seguía interesándose e ingeniándose en favor de los pecadores y procurando el bien espiritual de los parroquianos y de muchas otras personas que acudían a ella. Promovió triduos, cuarenta horas y celebraciones cuaresmales en su parroquia. Especialmente en los últimos años de su vida, muchas personas acudían a ella también desde lejos, atraídas por la fama de santidad; y muchas atribuían a sus consejos su conversión.
En 1950 Alexandrina festejó el XXV aniversario de su inmovilidad.
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El 7 de enero de 1955 le fue preanunciado que aquel sería el año de su muerte.
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El 12 de octubre quiso recibir la Unción de los enfermos.
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El 13 de octubre, aniversario de la última aparición de la Virgen en Fátima, se la oyó exclamar: “Soy feliz, porque me voy al cielo”.
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A las 19,30 expiró.
Sobre su tumba se leen estas palabras queridas por ella: “Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad por encima de ellas, pisoteadlas hasta que desaparezcan. ¡Pero no pequéis más; no ofendáis más a nuestro Jesús!”. Es la síntesis de su vida consumida exclusivamente para salvar las almas. En Oporto, la tarde de aquel día, 15 de octubre, los floristas se quedaron sin rosas blancas: todas vendidas. Un homenaje floral a Alexandrina, que había sido la rosa blanca de Jesús.

Fuentes:
Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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