El nombre de Pablo VI siempre estará
asociado con la reforma litúrgica. A inicios de febrero de 1964, bajo la
dirección de Annibale Bugnini, un Consilium para la Ejecución de la Reforma
Litúrgica emprendió la tarea de aplicar la Constitución conciliar sobre la
liturgia, Sacrosanctum Concilium, promulgada el 4 de diciembre de
1963.
A partir
de esto, una avalancha de decretos empezaron a modificar la liturgia
tradicional; entre 1965 y 1969, se reemplazó el latín, los altares se
voltearon, se introdujeron las concelebraciones, se escribieron tres Canones
Eucarísticos, se difundió la comunión en la mano y se eliminaron las oraciones
al pie del altar, las oraciones leoninas, el ofertorio y el Último Evangelio.
Finalmente, el 3 de abril de 1969, se promulgó una nueva composición que
incorporaba todos estos cambios dando lugar al Novus
Ordo Missae (NOM). Así es
como se le conoce ahora a la “Misa de Pablo VI”, en
su forma completa y obligatoria.
¿QUÉ PAPEL DESEMPEÑÓ PABLO VI EN ESTA
REFORMA?
“El Papa Pablo VI celebraba la Misa de San Pío V todos los días en su
oratorio privado”. Hoy, la ingenuidad de tal
afirmación parece demasiado evidente, pero no lo era para quienes la repetían
en la década de 1970, prefiriendo creer que el Papa estaba siendo manipulado
por el secretario del Consilium. Por otra parte, según Monseñor Lefebvre,
Amleto Cicognani, Secretario de Estado en 1969, exclamó un día: “¡El Padre Bugnini puede ir a la oficina del Santo Padre
y hacerlo firmar lo que él quiera!” ¿Una prueba acaso de que el Papa pudo haber
sido manipulado?
Todo
parece indicar que no fue así. De hecho, Pablo VI siguió muy de cerca el
trabajo del Consilium: dio su opinión, comentó sobre los proyectos y expresó
sus preferencias. Promulgó de buena gana todos los decretos litúrgicos, y en
presencia de los cardenales reunidos para un consistorio, el 24 de mayo de
1976, en medio de la “batalla de la Misa”
(Jean Madiran), el Papa prohibió el misal de San Pío V, permitiendo únicamente
la nueva liturgia. La “Misa de Pablo VI” fue,
efectivamente, su Misa.
DOS CARACTERÍSTICAS DE LA NUEVA PRÁCTICA
LITÚRGICA
Los comentarios del Cardenal Cicognani son muy esclarecedores. El
Cardenal consideraba que las reformas se alejaban tanto del carácter litúrgico
y del espíritu de la Iglesia que optó por pensar que el Papa no podía desearlas
real y libremente. Prefirió compartir la “ingenua” opinión
popular de que el Papa rechazaba el Novus
Ordo. Y hemos de admitir que,
objetivamente, la práctica diaria de la Misa de Pablo VI es verdaderamente
asombrosa. En la práctica litúrgica postconciliar se pueden observar dos
constantes:
·
Las diferencias entre las
celebraciones “personalizables”: sacerdotes,
animadores litúrgicos y fieles reinventaron la Misa mediante modificaciones
constantes hechas a los textos y ritos, en tal grado que Pablo VI concluyó
durante una audiencia el 3 de septiembre de 1969: “Ya
no podemos hablar de pluralismo (…) sino de divergencias, algunas de las cuales
no son solamente litúrgicas sino sustanciales (…), desorden, semillas de
confusión y debilidad.”
·
La desaparición de lo sagrado y
la extinción del espíritu religioso, una verdadera “secularización”,
según Jacques Maritain; la mesa sin adornos para el altar, pan común y
corriente, lectores y animadores, comentaristas y acólitas sin vestimentas
litúrgicas, sacerdotes deambulando alrededor de la iglesia, el bullicio
universal de los testimonios, charlas, canciones no religiosas acompañadas de
guitarras (en ocasiones, eléctricas), tambores e instrumentos de percusión,
sistemas de sonido con los últimos éxitos del pop, la congregación sentada o de
pie, pero rara vez de rodillas, abrazos justo antes de la distribución de la
comunión repartida por los laicos, de prisa y en la mano…
¿Cómo puede esto ser apropiado para el acto más sublime de la virtud de
la religión, donde Jesucristo se sacrifica a sí mismo en el altar como lo hizo
en la Cruz? En los decretos firmados por
Pablo VI, ¿contempló Amleto Cicognani estos
espectáculos que se han vuelto habituales en las iglesias católicas? Si
es así, entonces su preocupación es muy comprensible.
¿SIMPLE ABUSO O CONSECUENCIA DE LAS DINÁMICAS
QUE INTEGRARON EL NUEVO RITO?
“Son interpretaciones abusivas y excesivas”, dicen algunos, “que no tienen nada que ver
con el manual, el único promulgado por el Papa”. Es cierto. Sin embargo,
cabe señalar que estas interpretaciones abusivas y excesivas se difundieron
universalmente, como parte del Novus Ordo, como si
la “Misa de Pablo VI” por su misma
naturaleza, fomentara estos desórdenes. Por lo tanto, parecen pertenecer a la
dirección y dinámica de la liturgia de Pablo VI.
De hecho, la diversidad es uno de los parámetros de la reforma deseada.
El Concilio Vaticano planeaba incorporar a la liturgia “los
talentos y la ornamenta de las distintas
razas y pueblos”, así como “las variaciones
y adaptaciones legítimas a diferentes grupos, regiones y pueblos, especialmente
en las tierras de misión”, según “las tradiciones y cultura de cada pueblo” (Sacrosanctum Concilium, § 37-40). Se decidió elaborar
distintos “rituales adaptados a las necesidades de
cada región” (§63), “oraciones comunes” y
“oraciones de los fieles” (§53) que serían
universales, compuestas e inventadas en cada Misa. El Concilio también confirió
a las conferencias episcopales y a los simples obispos diocesanos la potestad
de adaptar los rituales a las culturas locales y poner a prueba experimentos,
en caso de ser necesario (§22, 40, 57…). El Novus Ordo Missae tenía
cuatro cánones, hasta que se agregó un quinto, en 1975, que ofrece a los
celebrantes la opción para otras oraciones y rituales.
UNA LITURGIA DESACRALIZADA
La pérdida del sentido de lo sagrado también forma parte del Ordo Missae de
Pablo VI. La Presencia Real del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, por ejemplo, se
elimina literalmente mediante la supresión de todos los actos de adoración
(sólo quedan tres genuflexiones para los sacerdotes y fieles), la purificación
opcional del ciborium, cáliz, patena y dedos que han tocado el Cuerpo de
Cristo, la ausencia de oro en los vasos sagrados, la desaparición de la patena
para la comunión, de la obligación de arrodillarse para recibir la comunión y
de la acción de gracias, de un modo de proceder prescrito si una Hostia llegara
a caer en el suelo o si se derramara la Sangre Preciosa, la autorización para
usar pan normal sin levadura, la ausencia de una bendición para las vestimentas
y lienzos sagrados, etc. Todo contribuye a popularizar la liturgia y eliminar
su naturaleza sagrada.
Pablo VI
quería simplificar los ritos para hacerlos más claros. Al hacer esto, ignoró
completamente el principio litúrgico recordado por el Catecismo del Concilio de
Trento (Ch. 20, §9): Tiene
este Sacrificio muchas y muy hermosas ceremonias, de las cuales ninguna se debe
considerar superflua ni inútil, puesto que todas tienen por objeto hacer
brillar más la majestad de tan sublime Sacrificio, y excitar a los fieles a la
contemplación de los misterios que en él se encierran.
El
resultado indica una falta extrema de prudencia y, como mínimo, una
incoherencia trágica.
Nos vemos forzados a concluir que las interpretaciones excesivas y
abusivas son sólo la consecuencia del desprecio por los principios litúrgicos y
de las dinámicas intrínsecas de la práctica moderna de la liturgia. Sus
fundamentos son las prescripciones contenidas en el Novus Ordo Missae. Pero eso no es todo.
EL CORAZÓN DE LA MISA ATACADO
Si se
analiza el rito de Pablo VI se puede ver el severo ataque a la esencia de la
Misa. En primer lugar, la primera edición del Institutio Generalis (introducción
al nuevo misal) define la Misa como “una synaxis
[cena] sagrada o una asamblea del pueblo de Dios presidido por el sacerdote
para celebrar el memorial del Señor” (§7). Esta
definición incluye:
·
Una doble omisión: 1) la identificación de la Cruz con
la Misa, la renovación de la muerte de Cristo de forma incruenta; 2) la naturaleza sacrificial de la Misa, realizada por
la separación sacramental del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en las dos
consagraciones pronunciadas por el sacerdote. El Concilio de Trento dice que la
Misa es “verdaderamente y propiamente” un
sacrificio que aplica los méritos de la Cruz para cuatro fines, en particular:
la gloria de Dios y la eliminación de los pecados de los hombres (propiciación).
Por consiguiente, la Misa muestra que la muerte de Cristo es el único
sacrificio que salva a los hombres. Estas dos omisiones son muy graves.
·
Una doble afirmación: La Misa es 1) una cena y 2) un memorial, lo cual es una contradicción a la noción de un
sacrificio sacramental. En primer lugar, porque un memorial supone la
ausencia real de la persona conmemorada, mientras que un sacramento es el signo
eficaz que produce una persona o cosa verdaderamente activa y presente. En
segundo lugar, porque la Misa no es una cena; ni siquiera la comunión, donde se
consume el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, se parece en lo más mínimo a una
cena, ya que la comunión es la realización del sacrificio a través de la
destrucción de la víctima al ser ésta comida. Cuando la liturgia habla de un
banquete sagrado, no es para reducir la Misa a una simple cena.
Esta definición errónea hecha por el Institutio
Generalis es extremadamente
grave. Gracias a sus omisiones y contradicciones, la nueva Misa vuelve
incomprensibles las acciones del sacerdote en el altar, y entonces son posibles
todas las aberraciones.
UNA FALSA DEFINICIÓN ENCARNADA EN EL NOVUS
ORDO
Esta falsa definición de la Misa se aplica perfectamente en los ritos
del Novus Ordo Missae.
Toda
alusión precisa al sacrificio ha desaparecido por completo. Empezando con la
desaparición de la primera parte, a pesar de que es un elemento esencial del
sacrificio: el ofertorio, que pone a la víctima a disposición de Dios antes de
sacrificarla a Él. El nuevo rito reemplazó el ofertorio con simples alabanzas a
Dios por sus beneficios, utilizando bendiciones empleadas en las sinagogas.
Esta desaparición presenta un problema teológico innegable.
Lo mismo aplica para las otras partes del rito de las cuales han
desaparecido muchas expresiones del sacrificio: el crucifijo del altar, las
señales de la cruz, las palabras “hostia”,
“víctima”, “derramamiento de sangre”, etc. Es debido a este silencio
impuesto sobre la naturaleza sacrificial de la Misa que el Hermano Thurian
de Taizé (una comunidad protestante en Borgoña) se atrevió a decir que ya no
había nada que impidiera que los católicos y los protestantes celebraran juntos
(La Croix, 30 de mayo de 1969). El Novus Ordo Missae favorece
el ecumenismo, el cual es una de sus dimensiones esenciales [1].
Así pues, podemos entender la conclusión dada por los Cardenales
Ottaviani y Baci en 1969 en su Breve Examen Crítico sobre la
Nueva Misa: Si se consideran las
innovaciones implicadas o dadas por hecho, las cuales pueden, desde luego, ser
evaluadas de distintos modos, se puede ver que el Novus
Ordo se aleja de modo
impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la
Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento.
La liturgia romana fue reformada por el Papa Pío V para exponer los
dogmas definidos en Trento; el concilio y la Misa estaban intrínsecamente
conectados por el principio Lex orandi lex credendi: la oración dictamina la creencia. Atacar el rito
de la antigua Misa romana sólo puede corromper la fe de la Iglesia…
EL PRINCIPIO DETRÁS DE LA REFORMA LITÚRGICA
DE VATICANO II
Falta todavía ver por qué se emprendió esta reforma. La respuesta nos la
da el Concilio Vaticano II, citado por la constitución Missale Romanum que
instituyó la Nueva Misa: “El rito de la Misa debe
ser modificado de tal manera que pueda realizarse más fácilmente la
participación devota y activa de los fieles” (Sacrosanctum
Concilium § 14). De ahí el uso de la lengua vernácula
comprendida por todos, de los ritos simplificados que “expresan
más claramente las cosas sagradas que significan”, de la multiplicación
de las lecturas de la Biblia (§21), etc. La reforma se emprendió en nombre
de una “participación activa de los fieles”. ¿Qué
significa esta expresión? No sólo se trata de la multiplicación de los
cánticos y oraciones recitadas por los fieles. Eso es sólo la capa exterior: Los
fieles forman un Pueblo Santo (…) para que puedan agradecer a Dios y ofrecer la
Víctima inmaculada (Institutio Generalis, § 95), y
el sacerdote ya no es más que el presidente de la asamblea. Esto es un cambio
total: los fieles ya no se unen al sacrificio sacerdotal; en vez de esto, el
sacerdote presenta a Dios el culto ofrecido por los bautizados (Sacrosanctum Concilium, § 48). El Concilio
habla de un “sacerdocio común” de los fieles
que “participan en el sacerdocio único de Cristo.
(Lumen Gentium, § 10).
La
liturgia de Pablo VI se adapta a la teología del Concilio, que considera que el
culto emana del corazón de los fieles y que la jerarquía no es más que una
especie de vigilante que supervisa la organización del culto mientras éste se
adapta a la cultura de los creyentes y a las iniciativas de los laicos “que viven su fe”. Esa es la razón teológica del
trastorno litúrgico.
Pablo VI
hizo suya esta teología desde el inicio de su vocación, en 1913, con los
Benedictinos de Chiari. Entre 1931 y 1932, simplificó la liturgia de la Semana
Santa para alentar la “participación activa” de
los estudiantes de la Federación de la Universidad Católica de Italia (FUCI).
Se adhirió al movimiento litúrgico de Dom Beauduin y eligió como confesor
y maestro al Padre Giulio Bevilacqua (1881-1965), uno de sus propagadores,
a quien más tarde hizo miembro del Consilium y uno de los principales artesanos
de las reformas poco antes de su muerte. Durante el Concilio, el 11 de
noviembre de 1962, la única contribución del Papa Pablo VI fue aprobar el
borrador sobre la liturgia…
Y cuando
en 1966 Pablo VI notó el alarmante caos litúrgico en que se había sumergido la
Iglesia, jamás cuestionó los principios que lo habían causado. ¿Cómo iba a cuestionarlos? No eran más que sus
propios principios, los principios del “culto al
hombre” y del “humanismo pleno” [2]
que son idénticos a los principios de la nueva liturgia.
Padre Nicolas
Portail
Bibliografía
Le Rôle de G. B. Montini-Paul VI dans la réforme liturgique, Instituto Paolo VI,
Brescia-Rome, 1987, XI-86.
La messe en question. Autour du problème de la réforme liturgique, Actes du Ve congrès théologique de Si si No no, París,
2002, 505 páginas (los principales problemas del NOM).
FSSPX, Le problème de la réforme
liturgique. La messe de Vatican II et de Paul VI, s. l., 2001, 125
páginas (sobre la nueva teología de la Misa).
Cardenales Ottaviani y Bacci, Breve Estudio Crítico sobre la Nueva Misa (primer
análisis que proporciona los detalles de las modificaciones hechas al rito;
múltiples ediciones desde 1971).
Yves Chiron, Paul VI, París,
2008, 325 páginas (para los elementos históricos).
Philippe Chenaux, Paul VI, le souverain
éclaté, Paris, 2015, 346 páginas (escrito debido a su canonización).
[1] Cf. Grégoire Celier, La
dimension œcuménique de la réforme liturgique, Fideliter, 1987.
[2] Discurso de clausura de Pablo VI para el
Concilio, el 8 de diciembre de 1965; Encíclica Populorum Progressio, 1967.
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