El valor de la vida
humana debe ser el eje central al analizar este tema.
Por: P. José Antonio García-Prieto | Fuente: Encuentra.com
En el tema de la clonación muchas cuestiones -de
ciencia y de conciencia, es decir, de ética- quedan en el tintero.
El 21 de enero de 2016 la Cámara de los Lores
del gobierno británico dio luz verde a la clonación de células humanas, con
fines terapéuticos. El asunto no ha debido ser nada sencillo porque días antes
de la votación, líderes religiosos de todo tipo -católicos, anglicanos, judíos,
musulmanes, hindúes...- hicieron un llamamiento a la Cámara de los Lores y
firmaron una declaración conjunta, mostrando su disconformidad con lo que
estaba a punto de aprobarse. Al mismo tiempo, un editorial del 17 de enero en
The Daily Telegraph, críticaba duramente al primer ministro británico, Blair,
recriminándole su "actitud huidiza que, por
cuatro veces, evitó reunirse con los firmantes de la declaración pública, a
pesar de la incesante propaganda de su gabinete para aparecer como modelo de
gobierno comprometido con una sociedad multicultural, multiétnica y
multireligiosa". Al final, el gobierno pidió a los parlamentarios
que votaran en conciencia. Algo serio andaba en juego cuando se apelaba expresamente
a la libertad de conciencia en un foro político; ya se sabe que "cuando el río suena, agua lleva".
Después, a juzgar por algunos artículos de
prensa, parece que el resultado de la votación hubiera hecho sonar la campana
-como en las carreras de larga distancia, cuando sólo falta una vuelta-, para
que otros gobiernos aprieten el paso y no lleguen los últimos a la meta.
¿Dónde está el problema? Es
necesario saber primero lo que sucede, a nivel científico, en la clonación
humana, para hacer después una valoración serena, a nivel ético, racional, del
problema: hace falta ver claro en el hecho (qué
pasa en la clonación), para después ver claro en el juicio conforme a derecho
(de darle, o no, la luz verde). Por razones de espacio, las
consideraciones que siguen serán muy resumidas.
Veamos, pues, en qué consiste clonar: es tanto
como producir seres vivos, genéticamente idénticos a la célula de origen. Un
hecho biológico parecido, pero no igual, es la escisión de gemelos que ya se
había conseguido hace años, en el campo zootécnico, de la experimentación
animal. Incluso, desde 1993, se conocen experimentos de escisión gemelar de
embriones humanos de muy pocas células. Pero al ciudadano de a pie sólo le ha
empezado a sonar el término "clonación", desde
hace algunos años, cuando la revista Nature publicaba el nacimiento de la oveja
Dolly.
Estábamos, en efecto, ante un hecho nuevo, por
un doble motivo: en primer lugar porque no se trataba ya de una escisión
gemelar, sino de una verdadera y propia clonación: es decir, de la reproducción
asexuada (sin la previa unión sexual), y agámica (sin el encuentro de los dos
gametos, como sucede después de la unión sexual, si tiene lugar la
fecundación). Está dirigida a producir individuos (Dolly) biológicamente
idénticos al individuo adulto (la "madre de
Dolly"), del que se recibe todo el patrimonio genético nuclear. Es
decir, Dolly procedía de una célula somática, ya diferenciada, de su madre, y
no de dos gametos sexuales. Y ahí radicaba la segunda gran novedad: en el hecho
de que, hasta entonces, esta verdadera y propia clonación se consideraba
imposible, porque parecía que el ADN (el ácido desoxirribonucleico, que forma
el patrimonio genético) de las células adultas ya diferenciadas, habría perdido
su pluripotencia inicial para originar diversos tejidos, y dirigir el
desarrollo de un nuevo individuo. Este hecho enseguida hizo pensar en la
posibilidad de su aplicación al hombre. Sobre todo, se vió la posibilidad de
utilizar la clonación, no con una finalidad reproductiva -originar nuevos seres
genéticamente idénticos al donante-,sino terapéutica. Posibilidad ésta,
enormemente tentadora porque aparte de beneficios económicos, permitirá
producir -a partir de las llamadas "células
madres" del embrión clónico- cultivos de células diferenciadas, con
vistas a trasplantes. Tendrán la ventaja de evitar problemas de rechazo por
tratarse de células con idéntico patrimonio genético al del sujeto donante, que
será, a su vez, el futuro beneficiario del trasplante. Además, se espera
conseguir también tratamiento de enfermedades para las que hoy día carecemos de
recursos eficaces: Alzheimer, Parkinson, etc...
Casi desde el primer momento, la comunidad
científica internacional -comenzando por los investigadores que produjeron a
Dolly-, rechazó la clonación humana con fines reproductivos; se calificó de "ofensiva" y "repugnante"
para la especie humana. Son muchos los argumentos que justifican estos
calificativos, aunque ahora no es posible entrar en ellos. Vamos a ocuparnos,
en cambio, de la clonación con fines terapéuticos, objeto del debate y de la
reciente aprobación por el gobierno británico. Ahora, comenzará a entreverse el
problema ético; pero antes hay que llegar al fondo del hecho biológico y de lo
que implica ese cultivo de "células
madre".
Para conseguir esas células diferenciadas con
vistas a la regeneración de tejidos y de futuros trasplantes, es preciso
manipular al embrión; esto ya se viene haciendo desde hace algunos años, no con
embriones clónicos, sino con los sobrantes de fecundaciones in vitro. Se trata
de una operación de auténtico "desguace" del
embrión aunque, eso sí, de alta biotecnología y precisión científica. Tal vez
la palabra "desguace" sea el
término más preciso, con la diferencia de que no estamos aprovechando los
materiales de un viejo barco o desbastando un trozo de madera, sino una vida
humana incipiente. Porque en eso consiste la operación: al embrión de pocos
días de vida (en la llamada fase de blastocito) se le separan las células de su
masa interna (las "células madre"),
para multiplicarlas y, en un segundo momento, guiar su desarrollo para formar
diversos tejidos con fines terapéuticos. En pocas palabras: se sacrifica al
embrión. Esta es la realidad biológica y el dato científico, es decir, la
verdad cruda y dura.
Ahí reside el nudo de la cuestión y el problema
ético. Hay que preguntarse: ¿valen más los fines
terapéuticos por buenos que sean, conseguidos a expensas de esa vida
incipiente, que esta misma vida que ha de inmolarse? O, para decirlo en
términos clásicos: ¿el fin justifica los medios?. Por
supuesto, un fin bueno, pero a cambio de algo malo como el sacrificio de vidas
nacientes. Dicho así, sin velos ni maquillajes que oculten la verdad, suena un
poco fuerte; y en el fondo esto es lo que llevó, en 1984, a un gran debate
sobre la licitud ética de experimentar con embriones humanos. No se trataba
entonces de la clonación, porque aún no se había planteado; pero sí estaba en
juego la condición necesaria para sacar partido terapéutico a la clonación: es decir, la destrucción de vidas nacientes. Fue
necesario entonces tranquilizar la conciencia de la opinión pública y, por
supuesto, de no pocos investigadores, que deseaban seguir adelante en la
carrera emprendida. Y la "solución final"
fue dictaminar -no porque así lo dijeran los datos de la biología, sino
porque así convenía para seguir adelante sin detener la investigación-, que
hasta el día 14, desde el momento de la fecundación, no podía hablarse
propiamente de embrión ni considerar aquel cúmulo de células, como una vida
humana en desarrollo. Me estoy refiriendo -lo sabe cualquier iniciado en esta
materia- al famoso informe Warnock, que también vio la luz -como Dolly- en el
Reino Unido.
Este último punto está en la base de todo el
problema. Por eso, su dimensión biológica y su valoración ética requieren una
consideración más detenida, que será objeto de un próximo artículo. A fin de
cuentas, es la cuestión neurálgica de todo el asunto: la
protección jurídica del embrión humano, frente a prometeicos objetivos,
resultado de su manipulación. Importa pues saber si la vida humana
comienza o no en el momento mismo de la fecundación; y, según sea la respuesta,
si es o no éticamente lícito, experimentar con el fruto de esa fecundación, por
muy buenos fines que nos propongamos.
Vemos que están cayendo las barreras éticas
protectoras, aunque se siguen dando pasos hacia adelante, sin haber resuelto
bien el punto de partida. Es mucho lo que nos estamos jugando, y no sería bueno
que nos sucediera aquello que cuentan del nuevo presidente de cierto país. En
el discurso de toma de posesión, dijo con tono dramático: "este país se encuentra al borde del abismo.." Y
meses más tarde, en otro discurso sentenció: "hemos
dado un gran paso hacia adelante, y seguiremos en la misma dirección".
Sin ironías ni alarmismos que no son del caso, sino con un discurso racional y
sereno -para seguir viendo claro en el hecho y después en el derecho-,
concluyamos que un progreso sin rigurosa orientación ética llevará por fuerza a
dar pasos en falso, contrarios a la dignidad humana, aunque sean pasos al
frente.
Toda persona, tarde o temprano, ha de poner en
juego su conciencia y su responsabilidad moral, especialmente ante los retos
decisivos de nuestro tiempo. A este propósito cuenta Ratzinger un suceso
protagonizado por el premio Nobel, Sajarov, en 1955. Había intervenido en
importantes experimentos termonucleares, pero las sucesivas pruebas militares
costaron la vida a un soldado y a una niña de dos años. Invitado a un banquete
de celebración, Sajarov se permitió un brindis en el que manifestaba su
esperanza de que las armas rusas nunca más explotaran sobre ciudades. Un alto
oficial, director del programa, le replicó que esa cuestión no le competía,
porque los científicos debían limitarse a perfeccionar las armas, y no a
enjuiciar cómo debían emplearse. A lo que el premio Nobel repuso: "ningún hombre puede rechazar su parte de
responsabilidad en aquellos asuntos de los que depende la existencia de la
humanidad". Esto vale también para el tema de la clonación humana
que ahora tratamos.
Aunque la clonación presenta aspectos propios,
en el centro del problema están -como decíamos en el artículo precedente- los
experimentos sobre embriones. Y que, por tanto, el punto clave residía en
determinar si se puede o no hablar de vida humana -susceptible, en caso
afirmativo, de protección jurídica-, en los primeros 14 días de vida del
embrión. Este tema se debatió en 1984 por el Comité Warnock, nombrado por el
gobierno británico. En el dictamen final -conocido como informe Warnock-, se
sentenció (así: se "sentenció")
que el comienzo de la vida humana no tenía lugar hasta el día 14, a partir de
la fecundación. Para ello, hubo que inventar el término "pre-embrión" -no aún "individuo
humano"- dando así vía libre a la experimentación. Posteriormente,
en 1990, las Cámaras inglesas lo transformaron en ley. Sin embargo, todo esto
se hizo arrinconando valoraciones éticas y, además, marginando datos biológicos
que hablan en favor de que existe una vida humana desde el momento mismo de la
fecundación. Como prueba de ello, basten algunos testimonios, tanto biológicos
como de los propios científicos.
En primer lugar, varios miembros del propio
Comité Warnock, reconocieron más tarde este hecho. Así, la embrióloga A.
MacLaren, admitió honestamente que fue ella precisamente quien introdujo el
término "pre-embrión", y que lo
hizo por influjo de "cierta presión ajena a la
comunidad científica"; y sabiendo, como reconoció D. Davies,
miembro también del mismo Comité, que estaba "manipulando
las palabras para polarizar una discusión ética" (D. Davies, Embryo
research: Nature 320 (1986) 208). Huelga todo comentario. Pero el resultado
final de ese subterfugio, fue el reconocimiento legal en no pocos países de la
experimentación sobre embriones. Así se escribe la historia.., y es lo mismo
que ahora desean hacer algunos a propósito de la clonación con fines
terapéuticos: quieren que la historia se repita.
Pero sigamos con otros testimonios. Una voz
importante en esta materia es el francés J. Testart, nada sospechoso de
mogigatería a la hora de experimentos biomédicos, pues trabajó en el equipo que
en 1982 hizo posible el nacimiento de Amandine, primer "bebé-probeta"
de Francia. Testart, que tiempo después dejaría esos caminos, afirma en
su libro "Los caprichosos catorce días del
pre-embrión", que los embriólogos británicos responsables del
informe Warnock "se vieron obligados a hacerlo
para justificar un punto de vista extra-científico que les convenía: el Comité
ético del Departamento de Sanidad y Educación norteamericano, sin referencia
alguna a consideraciones biológicas, había decretado que se necesitaba un
intervalo de catorce días tras la fecundación sin que el producto de la
concepción adquiera status moral alguno". Por desgracia, la suerte
para el embrión estaba echada...
En línea parecida a la de Testart, se expresan
muchos otros científicos. El que fue mi profesor en la Facultad de Medicina de
Madrid, Botella Llusiá, refiriéndose al embrión recién fecundado, escribe: "hay una cosa que como biólogo u objetivamente, por
mi propio conocimiento, sí que puedo afirmar: ...desde el momento mismo de la
fusión de los gametos es ya una vida humana. No sólo podemos ver bajo el
microscopio (...) unirse el espermio con el ovocito, sino que hoy día conocemos
el genoma de cada uno de ellos y sabemos que, fundiendo sus moléculas de DNA,
dan lugar a un nuevo ser, el embrión, cuyo genoma a su vez es propio, y diferente
del padre y de la madre. Allí ha nacido, hoy ya la hemos visto nacer bajo
nuestra vista, una nueva vida. (...) Y esta certeza biológica -que no
antropológica, ni teológica- me permite a mí, y a los que me quieran seguir,
condenar el aborto en cualquier momento que tenga lugar y sin limitación de
tiempo. Y además es un argumento que sirve lo mismo a creyentes que a
agnósticos". La razón científica desmiente, pues, el subterfugio
del "pre-embrión".
El código genético que hemos sido cada uno de
nosotros cuando sólo éramos una célula, y que se encuentra encerrado en el ADN
de los cromosomas, lo compara Lejeune a una minicasete en la que hay escrita
una sinfonía: la de la vida. Sobre los
pequeñísimos minicasetes que son nuestros cromosomas están escritas diversas
partituras de la obra que es nuestra sinfonía humana. Y una vez reunida la
información necesaria para expresar toda la sinfonía (lo que sucede en el
momento de la fusión de los gametos), "la
sinfonía suena sola, es decir, un hombre nuevo comienza su carrera".
Este lenguaje gráfico ayuda a que la verdad, que no tiene vuelta de hoja, sea
más verosímil: es decir, que no sólo sea verdad , sino que también lo parezca.
A pesar de todo, algunos poderes políticos
parecen empeñados en proseguir en la línea del gobierno británico. Por citar un
ejemplo, Francia se ha propuesto recientemente modificar su legislación sobre
bioética: se les queda pequeña para una libertad de
investigación mal entendida. Se trata de justificar el uso de los
embriones sobrantes de fecundaciones in vitro, para fines terapéuticos; y, como
todo argumento, el primer ministro L. Jospin, se preguntaba: "¿Razones basadas en principios filosóficos,
espirituales o religiosos deberían llevarnos a privar a la sociedad y a los
enfermos de la posibilidad de avances terapéuticos?". La
contestación debería ser: pues claro que sí; porque no se trata sólo de esas
razones -que no deben quedar al margen-, sino porque también, y al mismo
tiempo, esas razones están firmemente sustentadas en hechos biológicos, en
análisis científicos, en pruebas experimentales. Y si hubiera que contestar con
una respuesta menos académica y más contundente, habría que decir que cuando la
eficiencia y los fines prácticos desplazan a los principios éticos, el final
tiene un nombre: Auschwitz. Y es que con la
verdad de los principios no se juega.
Los testimonios de científicos y los hechos
biológicos expuestos, bastan para probar que, gracias a Dios, los Sajarov
siguen vivos; y que no están dispuestos a doblegarse bajo el peso del poder
económico o político, ni los de cierta investigación biomédica que, bajo capa
de progreso, parece decidida a seguir dando pasos en falso.
Muchas cuestiones -de ciencia y de conciencia,
es decir, de ética- quedan en el tintero. Y esto, sin haber dicho nada de una
investigación que puede, y sin duda conducirá, a resultados óptimos en el campo
biomédico y en sus aplicaciones prácticas: los experimentos con células madres
procedentes de adultos. Tienen incluso ventajas sobre la clonación, tanto desde
el punto de vista científico, como ético. En el año 2015, esas células madres
de adultos se han cultivado en el laboratorio en suficiente cantidad; y han
mostrado su poder de transformación en diversos tejidos. Además, se trata de un
progreso que no lesiona los valores éticos. Sin duda se está en la línea del
mandato divino "dominad la tierra",
pero bien entendido. Por lo mismo, no dejará de producir frutos abundantes sin
perjuicio de los valores éticos, es decir sin el sacrificio de vidas humanas.
José Antonio García-Prieto
Segura.
Sacerdote. Médico. Doctor en Filosofía
Sacerdote. Médico. Doctor en Filosofía
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