"Pero en aquellos días, pasado
el tiempo de sufrimiento, el sol se oscurecerá, la luna dejará de dar su luz, las
estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales vacilarán. Entonces verán
al Hijo del hombre venir en las nubes con gran poder y gloria. Él enviará a sus
ángeles y reunirá a sus escogidos de los cuatro puntos cardinales, desde el
último rincón de la tierra hasta el último rincón del cielo.
Aprended esta enseñanza de la
higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y empiezan a brotar las hojas,
comprendéis que el verano está cerca. De la misma manera, cuando veáis que
suceden esas cosas, sabed que el Hijo del hombre ya está a la puerta. Os
aseguro que todo ello sucederá antes que haya muerto la gente de este tiempo. El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto al día y la hora, nadie lo
sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el
Padre."
Hoy os dejo solamente el comentario de
Koinonia que me parece muy completo:
"Por su parte el evangelio nos
presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco
antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús,
los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor
escatológico.
El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más,
conviene que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos
también el discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver
mucho mejor las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado,
nos facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso
darle a esta sección.
Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del
«fin del mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que
no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso
con el prójimo y con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de
allá, el «fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías del hombre» de
que nos hablaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos
enseñaba la teología... O, por lo menos, no se debe reducir a eso.
Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes
de una conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se
oscurecen, etc., son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún
rey o de una nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran
representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16),
mientras que los demás astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo»,
representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su
nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is
14,12-14; 24,21;
Dn 8,10). Pues bien, en línea con el Primer Testamento, Jesús no
pretende describir la caída de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más
importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el
evangelio de Jesús debe propiciar, en efecto, el resquebrajamiento de todos los
sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el
firmamento humano.
Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar
el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia,
es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar
el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado
de vida pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el
discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la
intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo
«secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede
conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él,
implica, además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar
hasta el final por su realización.
Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los
sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella
alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Ésa debiera de ser
nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras
tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo
injusto en relaciones de justicia está causando de veras el efecto que debe
tener el evangelio, o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del
momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente
de Jesús."(Koinonia)
Enviat per Joan Josep
Tamburini
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