La Iglesia Católica es Una y
Única, porque así salió de las manos de su Fundador, de su Cabeza, que es
Jesucristo; y Ella, su Cuerpo. Esta es la razón principal y primera, aunque hay
más; por ejemplo, que siendo Dios Uno y Único no puede “desposarse”
con dos o más iglesias. O, por añadir una razón más, y de la mano del
papa Benedicto XVI: por lo mismo que “los dioses no
son Dios", las iglesias no son la Iglesia, ni lo pueden ser. O sea:
un solo Dios verdadero, una sola Iglesia verdadera, una sola Religion verdadera.
No hay margen para nada más. Como cada cuerpo tiene su cabeza, y cada cabeza su
cuerpo propio. Aparte que ningún cuerpo puede vivir en cabeza ajena.
Esta cualidad, Una y Única,
pertenece al mismo ser de la Iglesia que nos ha dado -y a la que nos ha traído-
Jesús. El Señor la ha hecho así desde el primer segundo. Y así ha vivido desde
entonces, a pesar de los pesares: desde los intentos, internos y externos, para
romperla en cachitos, para triturarla: cismas, herejías, persecuciones
reiteradas, abandonos con “nuevos inventos pseudo
eclesiales": llámense como quieran y gusten, y haya sido su
trayectoria la que haya sido; y esto ya desde el primer conato de ruptura o, al
menos, de sembrar cizaña; en concreto, con los judaizantes, recién nacida la
Iglesia;:todo resuelto -y bien resuelto- en el primer concilio de Jerusalén,
con el mismo Pedro a la Cabeza.
En aquella época, y luego en otras muchas -de muy diversas situaciones y temáticas-, la solución siempre venía, lógicamente pues para eso está en primer
lugar, por parte de la Jerarquía:
con el Papa a la cabeza de sus obispos, o estos mismos en los concilios
regionales, asentando una y otra vez la doctrina perenne que Cristo mismo les
había entregado -tenían una única
conciencia de estar defendiendo a Cristo y a sus propias ovejas, al defender a
su Iglesia-, porque esa doctrina, como la misma Iglesia, como la propia
Persona de Cristo NO ERA “propiedad” SUYA: ellos eran ADMINISTRADORES, que un día habrían de oír aquello del Evangelio: ¡Dame cuenta de tu administración!
El sistema era más o menos el mismo. El Papa para toda la Iglesia -aunque tantas veces solo acudían los
obispos que podían-, o un obispo con prestigio -en Toledo, en Reims o en
Cartago, por ejemplo-, para una parte regional más o menos amplia de la Iglesia
en Europa o en el norte de África, convocaban a los demás obispos para el
estudio, a veces, de un solo tema: el de los lapsi,
en África; el re-bautismo de los que venían de un sector cismático o herético y
volvían a la Iglesia en Roma, y en contra, por cierto, de la propuesta del
mismo Papa; los obispos que se habían vendido en Francia al poder real frente a
Roma y frente a la defensa del matrimonio legítimo del propio monarca; etc.
Reunidos, se discutían los temas, siempre en base a las Escrituras
Santas como primera referencia; luego a la Tradición, para finalmente acudir al
Magisterio que, en los
primeros siglos daba de sí lo que daba. Pero daba.
Iluminadas las nuevas ideas o las nuevas situaciones de facto con lo
inmutable de la Iglesia -lo recibido por Ella- se pronunciaban al
respecto y se dictaba sentencia. Y no se cortaban un pelo en declarar hereje al más pintado, o en
excomulgar al más gallito, o en discutirle al propio Papa sus disposiciones
cuando no concordaban con las verdaderas Fuentes, que nacían de Dios mismo.
Uno de los casos más sonados
por las repercusiones que tuvo, no solo en su momento, que también, sino porque
sentó doctrina y jurisprudencia hasta hoy mismo, como quien dice, fue el que
enfrentó al Papa Nicolás I con el rey de Francia, Lotario II. En pleno siglo
IX.
Fue un enfrentamiento de años:
casi diez -los que gobernó el Papa-, con ocasión del empeño de Lotario de que
el papa Nicolás I, refrendara la sentencia de dos obispos desleales, traidores
y entregados al poder imperante, que habían acusado y sentenciaron como
incestuosa a la mujer legítima del rey -con total injusticia, pues los
testimonios eran falsos- y casarlo con su barragana de juventud y de siempre. Y
lo hicieron. Y la reina, “a un convento, como era
su obligación".
Pero el Papa Nicolás era mucho
Papa. Les ahorro las vicisitudes de años en las que se empeñaron, pero sí cómo
acabó todo: los dos arzobispos, el de Colonia y el de Reims -dos pesos pesados-
son excomulgados y reducidos al estado laical; el rey es obligado a recibir a
su mujer y apartar a su “circunstancia", que
también es excomulgada; al rey le manda, además, que si no recibe a su mujer,
quedará obligado a perfecta castidad “como un
monje” y, caso de incumplimiento del precepto de castidad, quedará
excomulgado automaticamente.
Pero, no contento con estas
resoluciones, concretará los casos de nulidad matrimonial en solo dos; que la
Iglesia tiene la última palabra en estos temas, y en todo lo que dice relación
a la Salvación de sus fieles, frente al poder temporal; que la Iglesia no se
casa con nadie: es “Esposa-Virgen", como
lo es la misma Madre de Dios y Madre nuestra; que la Iglesia debe defender
siempre al débil frente al poderoso, sin hacer acepción de personas, como le
pide el mismo Señor; que los miembros de la Jerarquía han de ser los primeros
en obrar en favor de la Verdad, la Justicia y la Paz de sus “hijos", por hijos de Dios; etc.
Así se ha mantenido la unidad de la Iglesia Católica a lo largo de más
de veinte siglos de vida. Y el puntal en todo este horizonte ha estado en los
miembros de la Jerarquía: porque lo han sido.
¿Que con Nicolás
I a la cabeza han pecado de “rígidos", de “legalistas", de “usar un
lenguaje que nadie entendía", de “encerrados en sí mismos", de
“obsoletos” y “con cara de vinagre"? Sinceramente, y vistos los resultados, nadíe en su sano juicio lo
diría. Desde Roma se llamaba al pan, pan, y al vino vino. Y todos sabían a qué
carta quedarse. O de qué había que descartarse.
El lenguaje del Papa lo
entendió hasta Lotario II, el mayor implicado, y el primer destinatario de la
sentencia. Y los fieles comunes, ni te cuento. Y los demás miembros de la
Jerarquía, para qué hablar. Y no armó ningún “lio",
sino todo lo contrario: deshizo los nudos que había, que no eran pocos,
ni fáciles: porque resistirse a todo un emperador, Luis II, cuando aparece ante
Roma con sus tropas, flanqueando a los dos obispos indignos y empieza el jaleo,
no debió ser nada fácil, me da. Y, además, el Papa, que se entrevistó con el
mismo Luis II, arregló todo el desaguisado que le habían montado, a él, y a la
Iglesia. Porque él no estaba por la labor, desde luego.
¿Igualito que
ahora? Igualito tal
cual.
Ahora “cada
loco con su tema". Y para mayor gloria de los locos, hoy pueden
decir una cosa, mañana su contraria, y pasado cambiar de tema, para volver la
semana siguiente a la misma murga. Y no pasa nada, porque ya se sabe: están como cabras.
Ahora, un miembro de la
Jerarquía dice una cosa, y otro la contraria. ¡Viva
la “comunión"!, como ahora a la progrez eclesial les gusta llamar a
la Unidad de toda la vida. Pero lo más gordo es que nadie interviene, ni se
interpone, ni aclara… porque “no juzga":
¿quien es él para cometer tamaña fechoría?. Y el “lío” pasa de chascarrillo a divisa vigente y en regla. Y crece
como una bola de nieve cuesta abajo. Y arrasa.
Ahora, basta que el Papa firme
unas resoluciones de un sínodo parcial y particular que ha trabajado un instrumentum laboris
que se les ha dado “fabricado” -en el
anterior sobre la familia se les suministraron también las conclusiones
fabricadas de antemano, para facilitarles la recopilación-, para que eso, lo
que salga de ahí, sea “magisterio"… Será
“magisterito” en todo caso y exagerando: “como aquel que tenía un cerebro de tamaño mosquito
porque lo tenía hinchado". Pues eso.
Hoy y ahora, en la Iglesia
Católica, impera el KAOS. Lo escribo así para que lo entiendan hasta los más “periféricos". Y si pretendes sacar un tema a
relucir, para recordar la doctrina de siempre y fortalecer la Fe de todos,
apoyándote en el Catecismo, o en los Evangelios, vas “apañadito",
¡y por tus mismos “hermanos"!
La UNIDAD
en la Iglesia -un Bien preciso y absolutamente necesario para la supervivencia-
solo se construye en la Verdad, en el Bien, en el buen Camino, en la Vida que
lleva a la Santidad, en la tierra y en el cielo. Es decir: en CRISTO. Nunca “chalaneando”
-por táctica o sin ella- con las cosas del Señor y de su Iglesia.
Todo lo demás es bla, bla,
bla, cuando no herejías formales y/o materiales, locuras de “teólogos arrodillados” ante el mundo y no ante
Dios y su Iglesia, sueños -pesadillas, mejor, aunque no lo reconozcan- de “revolucionarios trasnochados” y/o “infantilizados” que no han madurado y siguen
siendo críos que anteponen la fantasía a la realidad y, por supuesto, a la Fe.
Y están también los de la máquina con la pinza gigante para que no quede más
que arena y polvo. Más los de “no sabe, no
contesta"; en cierto modo, hacen “bien".
Lo malo es que no hacen NADA.
La UNIDAD
está en UNA sola Fe, UN solo
Bautismo, UN solo Dios y Padre. Como solo
hay UN Cristo y UNA
Iglesia: la Católica. Con esto, y solo con
esto, se ilumina cualquier situación humana, vieja o nueva, cualquier
pretendido ataque de la (sub) "kultura” occidental
que, intelectual y moralmente hablando, no resiste la más mínima confrontación
con la verdad más sencillita, por más evidente.
Y no solo con la Verdad de la
Iglesia: el pollo que le montaron a una del PP por decir que un niño de una
escuela castellana iba dos o tres años por delante de un niño andaluz, fue de
traca. ¿Alguien dijo que “no es verdad"? Nadie.
Lo que le achacaron fue que “una cosa así no se
puede decir"; y los tontos -con máster donde Sánchez- añadieron que
eso era meterse e insultar a los niños andaluces. Quod
est demostrandum. Habían estudiado en Andalucía, fijo.
En la Iglesia está pasando
exactamente lo mismo, solo que más en gordo y con mayores y más nefastas
repercusiones: porque se pierden las almas, en una
trágica desbandada histórica, organizada y facilitada desde hace 50 años en la
propia Iglesia. Pero exactamente lo mismo: lo
peor de la subkultura hecha por la progrez en todos sus horizontes ha tomado
carta de naturalidad en la Iglesia Católica. Y no ha venido sola, ni ha
empezado ayer, como acabo de señalar.
En conclusión: hay que rezar el Rosario por la Iglesia y frente al
demonio: lo ha pedido el Papa.
Amén.
José Luis
Aberasturi
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