Es posible que más de uno pueda pensar que la pregunta del título de hoy
sobra.
Efectivamente sobra porque, en realidad, todo católico ha de estar contra la
dizque fiesta de Halloween pero no por llevar la contraria sino por lo que
supone el sentido que se le da y la razón por la que se hace. Por eso afirmamos, a continuación que
sí, que es obligación nuestra “estar” contra
tal presunta “fiesta”.
Sin embargo resulta acertado
preguntar si, en efecto, hay que estar contra Halloween para decir las causas
de tal posicionamiento aún a sabiendas de que, con casi toda seguridad, a lo largo de esta semana en la que estamos
muchos centros, públicos, privados o concertados habrán llevado a cabo algún
tipo de celebración entorno a tan extraña forma de traer a la muerte a nuestra
vida.
La fe se puede manifestar de muchas formas. Una de ellas es, sin
duda alguna, la de aceptar (o no) determinados comportamientos que, en
apariencia, tienen relación con la cristiandad.
Así, en determinadas
ocasiones, se aceptan costumbres que viniendo allende del espíritu católico
tienen relación, al unísono, con alguna festividad que en nuestra fe tenemos
como importante.
Por experiencia propia o, lo que es lo mismo, por haberlo visto y vivido, cuando se acerca el día 1 de
noviembre, tradicionalmente dedicado al recuerdo de Todos los Santos y el 2 del
undécimo mes del año dedicado a la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos o
Benditas Almas del Purgatorio-Purificatorio, siempre acude a las pantallas de
nuestra vida una costumbre que trata de sustituir a las festividades citadas
arriba: Halloween.
Es más que conocida la costumbre que encierra tal fiesta. Por tanto, no se trata
aquí de hacer exposición alguna del contenido de la misma porque cualquier
lector de este artículo sabe y conoce, seguramente más que de sobra, en qué
consiste la tal festividad fantasmagórica.
Sin embargo nos gustaría hacer hincapié en algo que es
bastante peor que la fiesta misma: la aceptación
católica de Halloween.
Sabemos, a este respecto, que, para no causarse excesivos problemas de
convivencia, los seres humanos tenemos la tendencia a mimetizarnos con el
terreno (“Donde fueres, haz lo que vieres”, se dice) Es
decir, aceptar todo aquello que nos venga dado para que no se pueda decir eso,
precisamente, de “qué dirán” es lo que, en
general, se hace y que damos por llamar “respeto
humano”. Y eso es equivalente al comportamiento políticamente correcto.
Vamos, que es lo mismo.
Tendríamos que preguntarnos cómo ha sido posible que, siendo una fiesta
eminentemente foránea haya ido calando en la sociedad española (no digamos, por
ejemplo, en América no inglesa…) de tal forma que parece, ahora mismo,
inseparable de las fechas en las que estamos.
Así, de haber empezado siendo,
en exclusiva, una forma de festividad para los niños en la que se disfrazaban
imitando los modelos televisivos, ha acabado por invadir (impulsada la misma
por el desconocimiento de su origen o, lo que es peor, por el resultado de
aquel principio) cada uno de los centros públicos de enseñanza que no pueden
pasar, como así parece, sin su fiesta de Halloween.
¿Qué decir de los mismos en los que la gran mayoría
de padres optan, para sus hijos, por la asignatura de Religión Católica?
Oponiéndose el catolicismo al sentido que ha adoptado la tal fiesta ¿Qué
nivel de culpabilidad tenemos los padres por no oponernos a que pasen tales
cosas? Seguramente, elevado.
Para los católicos y para los
que no siéndolo, tienen un respeto por sus antepasados (pues esto es un
principio de derecho natural totalmente insoslayable) el que un día al año se
celebre su recuerdo, se acuda o no al cementerio a hacerlo patente (pues hoy
día muchas personas tienen las cenizas de sus difuntos en su propia casa) tiene
más importancia de la que muchos quieren darle como si se tratase de algo
anecdótico que ocupa espacio en el telediario como algo simpático y para
rellenar pantalla, papel escrito o internáutico.
Por eso, ese recuerdo hay que
diferenciarlo, claramente, de ese día por el que pretenden sustituirlo, que no
es más que una fiesta claramente pervertidora del sentido aquel que celebramos
y que respetamos. La presencia de
la muerte, de la que se hace escarnio y risa no es para hacerla menos gravosa
sino, precisamente, para hacerle una mueca. Sin embargo, para los
creyentes, o no, esa muerte, que no es el final (como dice la célebre canción
militar) es, al contrario, un dejar de existir para alcanzar la vida eterna (si
acaso se alcanza, claro está), muy al contrario del concepto que esa fiesta
extraña tiene de la misma cosa.
Se trata, entre otras cosas, de una concesión al paganismo que debería ser impropia
del católico cuando, además, de ninguna manera nos hace falta el recuerdo, así,
de los muertos. Para tal memoria ya tenemos la celebración de Todos los Fieles
Difuntos (el 2 de noviembre, como hemos dicho arriba) y también, antes, el 1 de
noviembre, la de Todos los Santos (como también hemos recordado aquí mismo)
Nos debemos acoger, por tanto, no a la banalización de nuestros muertos
sino, muy al contrario, a darles honra que no es, precisamente, lo que se hace en Halloween sino mofa del
que murió cuando no se le tiene como enemigo que ataca.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa
tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la
nada y el vacío y
habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y
que, ahora, quieren que esté presente para dar al traste, seguro que es
así, con la Verdad.
A esto lo podemos llamar de muchas formas: relativismo
o de la forma que mejor convenga a la verdad de las cosas.
Lo que no podemos decir, de ninguna de las maneras, es que sea una
actitud muy católica la aceptación de Halloween como algo que, dentro de la normalidad espiritual, pueda sustituir
a alguna fecha importante para la Iglesia de Cristo y como si, al fin y al
cabo, no tuviera importancia alguna. Y es que la tiene… y mucha.
Sin embargo, a lo mejor no todo está perdido porque quisiera decir que se
puede hacer algo positivo para tratar de mitigar el efecto de la calabaza y la
muerte vista de tal forma.
En tanto en cuanto parece que
se va a acabar imponiendo esta “fiesta” entre nosotros (si es que no se ha
impuesto ya que va a ser que sí) y, sobre todo, entre las jóvenes generaciones
que son las que tienen, en sus manos, el futuro, sería conveniente, necesario, obligado, el dar a conocer el verdadero
sentido de lo que el día de Todos los Santos y los Fieles Difuntos tiene y,
así, dejar claro que, aunque ellos se vean “obligados”,
por los medios y el propio centro en el que estudian, a llevar a cabo
juegos, disfraces, etc., relacionados con Halloween, en el fondo, y en la
superficie de su vida diaria, lo que, en verdad deben de tener en cuenta es que
los Santos y los Difuntos que nos precedieron han de gustar, por fuerza, de que
su recuerdo no esté manchado por deformaciones del mismo.
Por eso, sí hemos de manifestarnos contra Halloween porque es una forma,
como diría san Pedro, de “dar razón de nuestra
esperanza”. Y a eso no podemos negarnos. Además, San Pablo dijo que debíamos examinarlo todo y quedarnos con lo
bueno. ¿Es, acaso, bueno Halloween?
Pues eso, a actuar en
consecuencia.
Eleuterio Fernández Guzmán
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