“Y el nombre
de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura
y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el
lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva,
de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre
de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los
siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor…
Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama
de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto
más el de María!… Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y
representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al
mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra
después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la
liturgia una fiesta especial en su calendario.
España se
anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta
del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de
Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513.
Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.
La Virgen
en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas
dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo
su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de
Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La
carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la
primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas
henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los
cristianos.
Después
de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia.
Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena.
Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército
cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan
Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de
comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa
María!»
Se lanzan
al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta
sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La
victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate
invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende
a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para
conmemorar este triunfo de la Virgen.
«Y el nombre de la Virgen era María»… Preguntas:
«¿quién eres?»> Con suavidad te responde:
«Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y
frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la
santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la
esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).
ESTRELLA, LUZ, DULZURA
María,
Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y
encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.
María,
Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que
une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu
santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el
alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».
Está
llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn
8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro
Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la
fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el
aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi
recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad mejor que los panales» (Si
24, 19‑20).
María,
mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de
Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación
y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de
dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan…
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un
cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más
excelente no puede hacerla». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía
lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de
cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios.
Debajo de ti, cuanto no es Dios>.
«Dios te salve, María…» San
Bernardo (.‑ 20 de agosto), entusiasmado al mirarla, siente su corazón
arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer
misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día
rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este
destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue
solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh
clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María…!»
MIRA A LA ESTRELLA,
INVOCA A MARÍA
Estrella
de los mares. Ave, Maris stella», le canta
la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin
mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la
estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y
brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la
tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se
ahogan los vicios.
Es la
estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la
ruta del cielo. «» (cf. Si 24, 20‑22).
San
Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si
no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de
tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María.
Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a
la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la
nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la
multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu
salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus
trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje
de tu corazón ni se separe de tus labios».
«Dios te salve, María…» Es tu
santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de
confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella
alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas
alegrías del cielo.
El
Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así
ella va delante señalando luminosa el camino… Nos apropiamos las palabras de
San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación.
Padre Tomás Morales, s. j.
www.mariologia.org
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