El Obispo de Roma Francisco, recientemente ha convocado a una reunión de
presidentes de las conferencias episcopales de la Iglesia Universal, que
tratará el tema de la prevención de abusos a menores. Será en el Vaticano del
21 al 24 de febrero de 2019. Previamente, el pasado 22 de agosto, el obispo
inglés Philip Egan de Portsmouth, a través de una carta pidió un sínodo extraordinario que aborde la crisis sacerdotal en el marco de los «terribles escándalos del abuso de
menores por parte del clero».
Es innegable la vigencia arrolladora del neomodernismo en el
Cuerpo Místico de Cristo que se patentiza en dos aspectos 1) la gran cantidad de
neomodernistas en la Iglesia y, 2) su incuestionable capacidad de
engañar y llevar a grandes sectores de los fieles de la Verdad al error.
Se multiplican los encuentros, las
asambleas, los simposios, las reuniones de las Conferencias episcopales; pero
los organismos de gobierno en cada nación están escindidos en su seno, como se
ve en Holanda, en Estados Unidos, o en Brasil; y unos documentos episcopales se
oponen a otros, como si en la Iglesia faltase ahora un sensus
communis. [1] Colegialidad
episcopal, democratización de la Iglesia, comunión eclesial, [2] son, como advertía magistralmente el
Profesor Plinio Correa de Oliveira, palabras talismánicas,
[3]técnica consistente en el uso manipulador del
significado flexible de las palabras o frases clave que resulta cambiar a las
personas de la moralidad tradicional de la Iglesia a un opuesto pecaminoso.
Trasvase ideológico, que Raymond E. Drake, califica como una revolución pastoral diabólicamente
inteligente.
I. NEOMODERNISMO EN LAS CONFERENCIAS
EPISCOPALES
Se estima que las llamadas conferencias de obispos existen desde 1830, cuando los prelados
belgas se reunieron en Malinas, sin la formalidad de un Concilio metropolitano
ni plenario, concilios previstos tanto por el anterior Código de Derecho
Canónico como por el actual.
Estrechamente relacionada con la
desromanización de la Curia romana, fue la expansión en alcance y poder de las
Conferencias Episcopales Nacionales bajo el pontificado de Pío XII. Cuando su
sucesor, Juan XXIII, dio su aprobación formal a la estructura de las
Conferencias Episcopales Nacionales en el Annuario
Pontificio (1959), cuarenta
de esas organizaciones burocráticas ya se habían organizado.
Actualmente cada país tiene
su Club de
Obispos. Organismos absolutamente burocratizados, como la
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) o la super
estructurada organización episcopal como el CELAM creada en 1955 en Río de Janeiro,
Brasil, que hoy representa a unos 22 episcopados en América Latina y el Caribe,
o el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa.
Las conferencias episcopales
fueron desarrollándose paulatinamente como entidades informales hasta que el Vaticano II las aprobó
formalmente en su Decreto sobre el
ministerio pastoral de los obispos. Fueron implementadas en 1966, por
el Motu proprio Ecclesiae sactae de
Paulo VI, sus competencias, están claramente legisladas en el Código de Derecho
Canónico en los numerales 447 a 459, y sustancialmente deben cumplir una
función pastoral (c. 447).
Empero, ya en su famoso Informe sobre la fe publicado en 1985, el entonces cardenal
Ratzinger se refirió claramente a el problema de las conferencias episcopales.[4] Y decía sin ambages: El
decidido impulso a la misión del obispo se ha visto atenuado, e incluso corre
el riesgo de quedar sofocado, por la inserción de los obispos en conferencias
episcopales, cada vez más organizadas, con estructuras burocráticas a menudo
poco ágiles. No debemos olvidar que las
conferencias episcopales no
tienen una base teológica, no forman parte de la estructura imprescindible de
la Iglesia tal como lo quiso Cristo; solamente tienen una función
práctica concreta.
Advertía Joseph cardenal
Ratzinger que se verificaba el peligro de una
cierta disminución del sentido de responsabilidad individual de
los obispos, y la delegación de sus poderes inalienables de pastor y maestro en favor de
las estructuras de la conferencia episcopal.
El Sínodo de 1985 que
abordó El Concilio
veinte años después, en su relación final, pidió una profundización
y clarificación del status teológico
de las conferencias episcopales, y sobre todo de la cuestión de su autoridad
doctrinal, que condujo a la publicación
de un Instrumentum laboris en 1987, remitido a
todas las conferencias episcopales, sin embargo, resistido y desdeñado.
En 1998 -once años después- Juan
Pablo II promulgó el motu proprio Apostolos Suos, sobre la naturaleza teológica y jurídica
de las conferencias episcopales mismo que afirma: su importancia obedece al hecho de que contribuyen eficazmente a
la unidad entre los obispos y, por tanto, a la unidad de la Iglesia, al ser un
instrumento muy válido para afianzar la comunión eclesial. No obstante, la
evolución de sus actividades, cada vez mayores, ha suscitado algunos problemas
de índole teológica y pastoral, especialmente en sus relaciones con cada uno de
los obispos diocesanos. Documento
que, sin embargo, deja absolutamente claro que los
obispos no pueden autónomamente, ni individualmente, ni reunidos en Conferencia
limitar su sagrada potestad en favor de la Conferencia Episcopal y, menos aún,
de una de sus partes, como el consejo permanente, una comisión o el mismo
presidente.[5] Esta
finalidad exige, de todos modos, que se evite la burocratización de los oficios
y de las comisiones que actúan entre las reuniones plenarias. No debe olvidarse
el hecho esencial de que las conferencias episcopales con sus comisiones y
oficios existen para ayudar a los obispos y no para sustituirlos.[6] Benedicto XVI, reiteró dichos
conceptos, en su discurso a los obispos de la Región Centro Oeste del Brasil
(15-XI-2010). Así y todo, la maquinaria de las conferencias episcopales incide
de manera concreta en las iglesias diocesanas, v. gr. en la edad de recepción a
la Primera Comunión, la Confirmación, la forma de recibir la Santa Comunión,
los contenidos catequísticos, etc., que no siempre están en concordancia con la
mente de la Iglesia. La pseudo primavera de la Iglesia -en
palabras de Juan XXIII-, o, la gestación de la Iglesia nueva habría sido muy difícil, si no
imposible, sin la existencia de estas estructuras burocráticas vastas y
universales. Así, en los EE. UU., el colectivo homosexual
personificado por el Ministerio
New Ways, difícilmente podría haberse salido con la suya de no haber
sido por la cooperación y los recursos de la USCCB.
II. CRISTO DIO A SU IGLESIA UNA CONSTITUCIÓN
JERÁRQUICA (DE
FE).
Los poderes jerárquicos (autoritativos) de la
Iglesia comprenden la potestad de enseñar, la de regir (=autoridad legisladora,
judicial y punitiva) y la sacerdotal o de santificar. Corresponden al triple
oficio de Cristo, que le fue conferido como hombre para salvación de los
hombres: el oficio de profeta o maestro, el de
pastor o rey y el de sacerdote. Cristo transmitió a los apóstoles este
triple oficio con sus poderes correspondientes.
El concilio de Trento declaró
contra los reformadores (los cuales rechazaban el sacerdocio consagrado y, con
ello, la jerarquía, y tan sólo reconocían el sacerdocio
universal de todos los fieles) que en la Iglesia católica
existe una jerarquía creada por institución divina (Dz 966). Pío VI rechazó
como herética la doctrina galicana del sínodo de Pistoia, de que la autoridad
eclesiástica había sido concedida inmediatamente por Dios a la Iglesia, es
decir, a la totalidad de los fieles, y por la Iglesia pasaba a sus pastores;
(Dz 1502). Según la doctrina católica, Cristo confió inmediatamente el poder
espiritual a los apóstoles. Pío x condenó la proposición modernística de que la
jerarquía eclesiástica era el resultado de una sucesiva evolución histórica; Dz
2054.
El concepto modernista de colegialidad episcopal amenaza
la clara estructura jerárquica de la Iglesia. Esta errónea doctrina derivada de
una mala interpretación de la libertad y los derechos individuales, afirma en
que un proceso
democrático estricto debe gobernar a la Iglesia en todo momento. «Consiguientemente, el papa es libre de dar su opinión,
pero a sus cardenales y obispos siempre se les debe permitir expresar también
sus propias opiniones. Del mismo modo, un obispo en su diócesis debe consultar
a todos sus sacerdotes y respetar sus puntos de vista, e igualmente cada
párroco debe consultar de a todos sus feligreses. Según el modernismo, ésta es
la única manera de preservar los derechos y la libertad individuales e
inviolables de cada persona. Por lo tanto, todo el mundo debe aprender a
comunicarse y a hacer concesiones, incluso el papa. Una devoción tan firme al
debate y a la discusión oculta gravemente la naturaleza jerárquica que Dios
quiso dar a su Iglesia y obstaculiza innecesariamente las acciones de sus
dirigentes».
El gran teólogo jesuita P.
Joachim Salaverri afirma que los fieles deben creer como verdad de Fe que la Iglesia es una sociedad jerárquica y
no una democracia. Que la Iglesia, como institución,
no es una sociedad democrática sino jerárquica, fue definida por Pío VI contra
el Sínodo de Pistoia (Denzinger 1502); contra los protestantes por el Concilio
de Trento (Denzinger 960, 966); contra los modernistas por San Pío X (Denzinger
2145, 3); y contra los innovadores por el Concilio Vaticano I (Denzinger
1827s). Por lo tanto, se puede llamar una verdad definida de fe.[7] El Papa Pío XII, volvió a condenar la opinión de que la Iglesia debe
transformarse en una especie de democracia: En
la Iglesia, en contraste con el Estado, el sujeto básico del poder y su
manifestación última, el juez supremo, nunca es la comunidad de los fieles. Por
lo tanto, no existe un tribunal popular o poder judicial que emane de la gente
en la Iglesia como fue fundada por Cristo, y no puede haber.[8]
III. LA ENGAÑOSA «PASTORAL»
Pastoral hoy en día es la palabra clave dominante en el lenguaje
eclesial.[9] En su sentido correcto la pastoral se
relaciona con la acción de pastoreo de un pastor: guiar, alimentar y proteger a su rebaño
de los lobos. En el sentido religioso, es el arte de gobernar a los fieles,
ejercido por el obispo como pastor de almas; es la doctrina que describe y
regula las tareas del oficio sacerdotal.
Se afirma
que «La teología pastoral nació como disciplina en
Europa en 1774, mediante un decreto de la emperatriz María Teresa de Austria
(1740-1780), con el fin de reformar los estudios eclesiásticos, excesivamente
teóricos y escasamente pastorales que frecuentaban los futuros sacerdotes o
pastores. De ahí el calificativo de pastoral. Los cultivadores de esta
disciplina se llaman teólogos pastoralistas. El cambio de nombre por el de
teología práctica lo hizo el teólogo protestante F. Schleiermacher en 1811 y se
consagró en el campo de la Reforma hacia 1850. La teología católica alemana
aceptó la expresión teología práctica después de la segunda guerra mundial. El
cambio de nombre pretendió evitar su sello clerical, ensanchar el campo de reflexión
a la totalidad de la Iglesia, y recoger, tanto el halo adquirido por lo
práctico como la fascinación que sugiere el término praxis».
La teología pastoral es una ciencia práctica que estudia cómo ajustar la
vida humana a la Verdad revelada mediante el cumplimiento de sus principios dogmáticos, morales y litúrgicos. No aborda
el objetivo, sino la forma de lograrlo anunciando y transmitiendo efectivamente
el Evangelio a la humanidad de una manera que corresponda a las oportunidades
del tiempo y el lugar.
La política pastoral, por lo tanto, depende del dogma,
la moralidad y la liturgia; no toca la esencia y el
fundamento de la Iglesia y no puede cambiar los dogmas, las leyes y el culto;
no trata con quod (la cosa) ni con quia (la razón por la cual), sino solo con
quomodo (cómo), es decir, cómo tratar las reglas, los métodos y los medios de
apostolado. Su autonomía relativa de acción está subordinada a la meta
perseguida, es decir, la salvación de las almas.
Sin embargo actualmente la pastoral ya no se entiende como el arte de evangelizar y gobernar la
Iglesia. En un primer movimiento
mutó a la pedagogía de diálogo y el encuentro entre iguales, Iglesia-mundo en
su situación histórica y social concreta. En una segunda etapa, se convierte
en el arte de adaptar
la Iglesia a las necesidades de la modernidad, insertándola tanto en la historia, tal como se desarrolla, y
la evolución del cosmos. Al final de este proceso, se produce una reversión: en
lugar de adaptar la vida a la verdad, la verdad se adapta a la vida y, por lo
tanto, la política pastoral ya no es un camino sino un objetivo, no un medio
sino un fin. Como resultado, la evolución de la política pastoral como una
palabra talismánica es probable que transmita a los fieles del cristianismo a
un humanismo secularizado: ya no es Dios primero, sino el hombre.
«El resultado es una nueva hermenéutica y “una
nueva manera de hacer teología”.[10]“Partimos de un presupuesto: la teología
que no es práctica, que no parte de la praxis para encaminarse a ella de un
modo próximo o remoto es irrelevante. Por el contrario, toda teología
básicamente referida a la praxis transformadora de la realidad será, a nuestro
entender, teología pastoral o teología práctica. La teología de la liberación,
por ejemplo, es hoy básicamente teología práctica fundamental”.»[11] Edward Schillebeeckx viene a decir que la teología es «teoría de la
praxis eclesial» y el cardenal alemán Walter Kasper afirma que «la teología
debe partir de la práctica de la Iglesia».
Proceso al final del cual «la única verdadera ortodoxia es la
ortopraxis» como el cardenal Ratzinger denunciara en su
tiempo.[12] Así el dogma, la moral y el
apostolado son gradualmente reemplazados por buenos sentimientos, proyectos
pastorales, y animaciones eclesiales, para que «ya
no haya necesidad de milagros, solo leer el manual del propietario»,
como dijo Kierkegaard.
Ergo, el
transbordo ideológico no percibido no es el único subterfugio que utilizan los
neomodernistas. D. Plinio Correa de Oliveira denunció también otra técnica:
cuando los enemigos de la Iglesia se enfocan en la destrucción de una verdad
católica, primero la silencian y la ocultan. Intentan borrar todo recuerdo de
ella. Durante mucho tiempo, la verdad no es mencionada; su razón de ser
inexplorada; sus perfecciones no expresadas; su belleza ordenada consignada al
olvido; su conformidad con el plan de Dios no enseñado. Después de inducir esta
amnesia universal, los enemigos de la Iglesia se movilizan para el asalto. Su
ataque encuentra a los defensores de la verdad desprevenidos, desorganizados e
inseguros de la importancia de lo que está en juego.
[2] MAZUELO-LEYTÓN,
GERMÁN, ¿Comunión o discriminación eclesial?https://adelantelafe.com/comunion-o-discriminacion-eclesial/
[3] CORREA DE
OPLIVEIRA, Prof. PLINIO, Trasvase Ideológico Inadvertido
y Diálogo.http://www.fundacionspeiro.org/verbo/1966/V-42-43-P-77-165.pdf
[8] Alocución a los Auditores de la Rota del 2 de octubre de 1945: https://w2.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1945/documents/hf_p-xii_spe_19451002_roman-rota.html
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