El ultra-modernismo actual de Francisco ha liquidado, no sólo la
filosofía metafísica y la teología teorética clásicas, sino también toda forma
de teoría modernista, remplazándolas con el primado de la práctica.
El papa
Bergoglio no se interesa por la doctrina, sino que apunta a la acción y al
resultado. No quiere oír hablar de teoría, sino que quiere someter el dogma a
la realización práctica y concreta.
Se puede
decir que Bergoglio propone la “des-teologización” a
los católicos tradicionales como Togliatti proponía en 1963 la “des-ideologización” a los cristianos
progresistas.
Sin
embargo, precisamente este rechazo de la teoría se convierte en el dogmatismo
práctico más rígido del post-concilio (v. la destrucción de los Franciscanos de
la Inmaculada).
No se habla ya de hermenéutica de la continuidad, de existencia del
limbo, de ortodoxia de la Misa de Pablo VI, de “pro multis o por todos”, sino que se apunta
a homologar todo mediante el “caminar juntos”.
Francisco aplica a la a-teología (“a” de alfa privativa, no nos
interesamos ya por los problemas teológicos sin llegar al dogmatismo de signo
contrario de quien niega a Dios y la teología; se vive como si la teología no
existiera) lo que Juan XXIII (Encíclica Pacem
in terris) y Pablo VI (Encíclica Ecclesiam
suam) aplicaron a la nueva praxis del cristianismo en relación con
el marxismo, esto es, la posibilidad de actuar juntos en vistas a la paz en el
mundo y la justicia social, dejando aparte las divergencias doctrinales, lo
cual aplica ahora Francisco a todas las direcciones y sensibilidades católicas,
comprendidas las tradicionalistas.
La estrategia de la “mano tendida” del
comunismo – con Gramsci, Togliatti e Berlinguer[1]– atrapó a los cristianos ingenuos, que
fueron el caballo de Troya introducido en el santuario. Los cristianos ingenuos
respondieron, basándose en la presunción falsa de que toda doctrina errónea en
origen puede evolucionar hacia el “bien”, no necesariamente hacia la verdad,
que ya no tiene ningún interés para los pragmatistas cristianos como para los
marxistas.
Santo
Tomás, en cambio, enseña que “un pequeño error
inicial se convierte en grande al final”. El realismo tomista choca
irremediablemente con el utopismo liberal/modernista, que no tiene en cuenta la
herida de la naturaleza humana después del pecado original, por la cual el
hombre está más inclinado al mal y al error que al bien y a la verdad.
Lo que vincula al modernismo con el marxismo es el axioma de Hegel: “Dios sin el mundo no es Dios” (Begriff der Religion, Werke XII, 1, Leipzig, 1925, p.
148). Así, se puede decir modernistamente: “la misa
sin pueblo no es Misa”; “la Iglesia sin diálogo no es Iglesia”; “el
cristianismo sin mano tendida no es cristianismo”; “el nuevo Templo universal
sin modernistas y tradicionalistas no es universal”. En resumen, del
ámbito de los principios del inmanentismo kantianamente modernista (Benedicto
XVI) hemos pasado al marxiano del primado absoluto de la praxis, del encuentro
personal (Francisco). Por lo cual ya no se habla de continuidad del Vaticano II
con la Tradición, de plena ortodoxia de la Misa de Pablo VI, sino que se hacen
reuniones, se habla, se fraterniza y se termina pensando como se actúa, ya que
no se actúa ya como se piensa (“agere sequitur esse”).
Desgraciadamente, los más frágiles, vulnerables, expuestos, son los
católicos fieles, ya que, a diferencia de los modernistas, están llenos de “buenas intenciones”, mientras que el modernismo,
como el marxismo, no se preocupa del bien y de la verdad, de la metafísica y de
la moral, sino sólo del resultado práctico. Está en la naturaleza de las cosas
que el pez grande se coma al pequeño, que el lobo devore a la oveja, que el
modernismo edulcore y transforme poco a poco, insensiblemente, el cristianismo
desde dentro, dejando de él sólo la apariencia (la hermosa Liturgia) ya sin la
sustancia (la filosofía, la teología, la ascética y la mística). Y, sin
embargo, en tiempos de Arrio, los católicos, por una sola iota (homousios/homoiusius) se
hicieron excomulgar e incluso martirizar.
En el lejano 1945, Palmiro Togliatti (Discurso al Comité Central del
PCI, 12 de abril[2]) relanzó con gran estilo la idea
leninista/gramsciana del encuentro, en los Países de mayoría cristiana, de las
masas comunistas y católicas, por encima de las discrepancias teóricas y en las
acciones sindicales, sociales, pacifistas. Sabía perfectamente que el marxismo
o la pura praxis no tenía nada que perder en ello, mientras que el
cristianismo, en el cual el primado corresponde a la teoría, habría perdido la
sal y se habría vuelto insípido y “cuando la sal se
vuelve sosa sólo sirve para echarla al suelo y pisarla” (Mt., V, 13).
Togliatti (como Francisco) planteaba el encuentro entre comunistas y
católicos (modernistas/católicos) únicamente en el plano de la acción, sin
ninguna referencia a la ideología (teología). Togliatti dijo claramente: “Si se abre un debate filosófico, yo no quiero entrar en
él” [3]. Lo mismo hace Francisco. Togliatti no
cedió nada de la doctrina comunista como Francisco no cede nada de la teología
ultra-modernista. Lo importante es actuar inicialmente juntos para llegar
finalmente al liderazgo del movimiento marxista sobre el cristiano y del
modernismo práctico sobre el catolicismo romano. ¿Qué
ha sucedido? Pues bien, la imprudencia, la confianza, el optimismo
exagerado, la presunción de sí mismo, el utopismo insano, han llevado a los
cristianos a las fauces del marxismo.
Antonio Gramsci escribía en 1920: “En
Italia, en Roma, está el Vaticano, está el Papa; el Estado liberal ha tenido
que encontrar un sistema de equilibrio con la Iglesia, así el Estado obrero
tendrá que encontrar también él un sistema de equilibrio” [4]. Bergoglio dice: hoy en el mundo ha
quedado todavía una hermosa porción de católicos no modernistas, pues bien, es
necesario encontrar un sistema para fagocitarla. Para ellos, como para Hegel, “la astucia de la razón es el
único principio que justifica o no la acción” y Bergoglio es astutísimo.
¡Cuidado con infravalorarlo!
De nuevo Togliatti, en el discurso en el Convenio de Bérgamo (20 de
marzo de 1963) dijo: “En estos momentos incluso la
Iglesia [después de Juan XXIII y con Pablo VI, ndr] está de acuerdo con que ha
terminado la era constantiniana, de los anatemas, de las discriminaciones
religiosas” [5].
En la
propuesta comunista y modernista del “compromiso
histórico” se hacen públicas y concretas garantías para el ejercicio de
la fe de los católicos, pero no se piensa adrede en una pregunta que surge
espontánea: “¿Y después?”. Se percibe, por
tanto, la falta de honestidad de la promesa marxista/modernista y la ingenuidad
de la aceptación católica.
La crisis
interna en el ambiente católico post-conciliar, favorable a la colaboración
práctica con el marxismo es semejante a la crisis que está mostrando el mundo
católico anti-modernista, cuando se muestra proclive a la unión con el
super-modernismo.
En
resumen, igual que en 1963 se decía que Cristo y Marx no pueden estar de
acuerdo, pero los cristianos y los marxistas pueden reunirse para colaborar en
la conducción de la cosa pública; así hoy se dice que modernismo y catolicismo
son inconciliables, pero los católicos y los modernistas pueden caminar juntos
y colaborar en la conducción de la Iglesia, ayudándole a superar este largo
periodo de crisis.
Lo importante es, como decía Lenin, “no
atacar frontalmente al enemigo, sino ponerlo en compromiso” [6].
[1] Cfr. A. Del
Noce, L’eurocomunismo e l’Italia, Roma, Europa Informazioni,
1976; C. Fabro, La trappola del compromesso storico,
Roma, Logos, 1979; G. Morra, Marxismo e religione,
Milano, Rusconi, 1976; G. Napolitano, Intervista sul PCI,
Bari, Laterza, 1976; E. Berlinguer, La questione comunista,
Roma, Editori Riuniti, 1975; F. Rodano, La politica dei comunisti,
Torino, Boringhieri, 1975; Id., Questione democristiana e
compromesso storico, Roma, Editori Riuniti, 1977.
[6] V.
Lenin, L’estremismo, malattia infantile del comunismo,
in Opere scelte, Moscú, 1948, tomo I, p. 584.
(Traducido por
Marianus el eremita/Adelante la Fe)
Simon
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