miércoles, 26 de septiembre de 2018

LA PUREZA DE MARÍA


El limpio de corazón, es aquel que en su corazón sólo tiene un amor y ese es Dios.

Por: Pia Hirmas | Fuente: la-oracion.com
Pocos valores en nuestros días tienen menos defensores que la pureza. Es increíble como ya ni a los niños tienen resguardado este valor.  Visto así la pureza de María nos sorprende y abruma por lo inimaginable.

Desafortunadamente nuestra cultura pansexista sólo entiende la pureza en materia sexual. No obstante, la pureza de María y a la que estamos llamados todos es una pureza profunda y radical, que abarca todo el ser.  Su pureza consiste en que la obra creadora de Dios en Ella se trasluce perfectamente en toda su belleza original. Es un don ciertamente, pero es necesario pedirlo y corresponderlo. Así que también tiene mucho mérito.

Es necesario no poner el ego, la rebeldía humana a buscar otras formas de ser, vivir y ver distintas de las que Dios quiere. La pureza no sólo trata de evitar las situaciones que puedan mancharnos, sino que positivamente busca la luz de Dios en todo. Es así que es muy lógica la bienaventuranza que dice “bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. Y es que el limpio, el puro, no lo es sólo o principalmente en la piel, sino en el corazón.

Busca con todo su ser a Dios. cuando actúa trata de tener pureza de corazón poniéndose en un segundo plano, para que la voluntad de Dios sea realizada. Busca ver a las personas y a las cosas como Dios las ve, por eso no juzga, no se burla, no cosifica a nadie. Mira con ternura y verdadero interés, como nos ve Dios. El limpio de corazón, es aquel que en su corazón sólo tiene un amor y ese es Dios.

Por todo esto, es clarísimo que Santa María es purísima, pues ella como nadie ama a Dios y a nosotros como Dios nos ama. Eso la llevó a un comportamiento corporal irreprochable, pero es que ya era irreprochable en el corazón.

María ya alcanzó la meta de modo pleno y perfecto, pero nos anima a seguirla para alcanzar con ella esta plenitud. Tal vez no podemos imitarla en la pureza como decía un santo, pero podemos imitarla al menos en la humildad, y seguir intentando con paciencia y mansedumbre volver a empezar la ardua tarea de realizar el plan de Dios en nuestras vidas y poder reflejar y servir con la mejor versión de nosotros mismos.

Imitar a María en su pureza implica muchos sacrificios, pues el mundo justo ofrece lo contrario. Será necesario salirse de ciertos ambientes, no estar al ritmo de ciertas modas, ser modestos y no buscar tener los reflectores encima. Habrá que cuidar lo que se ve y se escucha en los medios. Implicará cierto martirio porque nos expondremos a ser ridiculizados, a veces por envidia. Sin embargo, al final de la vida Dios retribuirá al que trata de vivir en santidad y justicia y no se alegra en el mal, pero también, podremos gozar de verdaderos encuentros humanos porque la gente va poder sentir la presencia de Dios pasar a través nuestro porque sentirán el amor de Dios en nuestras palabras, en nuestras gestos y miradas y en todas nuestras acciones.

Demos gracias a Dios por habernos dado una mamá tan ejemplar que sólo con verla nos mueve a ser mejores y estar más cerca de Dios.

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