Son incontables las noticias que hemos dado en los últimos años sobre declaraciones y actuaciones escandalosas por
parte de instituciones e individuos, mayormente sacerdotes, de la Compañía de Jesús. Empezando por
el actual Prepósito General, el
P. Arturo Sosa, que tuvo el cuajo de asegurar que había que reinterpretar a Jesucristo respecto a la indisolubilidad
del matrimonio y «discernir» lo que
realmente dijo, ya que en aquella época «nadie tenía una grabadora». Más de un año y medio después de semejante
barbaridad, ni se ha desdicho de la misma ni nadie con autoridad sobre él le ha
pedido que rectifique.
La última noticia escandalosa
protagonizada por jesuitas llega de México. La Universidad de la Compañía de
Jesús en Guadalajara acoge un evento proabortista.
No va a ser un debate en el que haya dos
bandos, uno provida y otro proabortista. Las tres ponentes son favorables al
derecho al aborto. (Actualizado:
finalmente, loado sea el Señor, se ha cancelado el evento)
¿Cómo es posible que siquiera se atrevan a
organizar algo así, haciendo publicidad de ello, en una universidad que
se dice católica? Pues porque saben que gozan de
absoluta impunidad. Y cuando los perversos son conscientes de que nada
ni nadie pondrá freno a sus perversiones, no solo las cometen, sino que
presumen de cometerlas.
Algo parecido ocurre con otro
«insigne» jesuita, el P. James Martin. Si
alguien podía dudar hace años de la existencia de un lobby gay en la Iglesia,
es evidente que ya no cabe dicha duda. Existe y es promocionado
abiertamente desde sectores muy destacados de la jerarquía. Y el P. Martin
presume de ello. ¿Cómo no habría de hacerlo?
Sería absurdo.
La verdadera pregunta es que si alguien que predica claramente
contra la doctrina católica es
invitado por cardenales, arzobispos y obispos a dar charlas y es
invitado, ni más ni menos, que a todo un Encuentro Mundial de las Familias organizado por la
Santa Sede, ¿en
base a qué se puede afirmar que la propia Iglesia respeta sus enseñanzas?
Esto no es de ahora. Hace justo cuatro años, en pleno sínodo
extraordinario sobre la Familia, el cardenal Pell advirtió: «La comunión para
los divorciados vueltos a casar es para algunos padres sinodales -muy
pocos, ciertamente no la mayoría- solo
la punta del iceberg, el caballo de Troya. Ellos quieren cambios más
amplios, el reconocimiento de las uniones civiles, el reconocimiento de las uniones homosexuales»
De hecho, la famosa frase del papa Francisco «si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena
voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?»,
era en el contexto de una pregunta sobre el lobby gay dentro de la
propia Iglesia.
Parece evidente que están en
el proceso de cambiar la doctrina por la vía de los hechos. Estamos en plena demolición del edificio de
la fe católica. Recientemente Mons. Ganswein dijo que la nueva crisis de
los abusos sexuales y su encubrimiento -que no tiene nada de nueva, dicho sea
de paso- era el 11-S de la Iglesia.
Puede que a nivel mediático así sea, pero a nivel doctrinal, el 11-S de la Iglesia fueron los dos sínodos
sobre la Familia -primer avión- y la exhortación apostólica Amoris
Laetitia -segundo avión-. Tras semejante ataque, las dos
torres de la fe católica, doctrina y moral, no pueden hacer otra cosa que
colapsar. Podrá tardar más o menos pero, si Dios no interviene por medios
ordinarios o extraordinarios, caerá. Y arrastrará
consigo no unos pocos miles de almas, sino a millones y millones, de
forma que quede en evidencia la razón por la cual nuestro Señor Jesucristo
preguntó si habría fe en la tierra cuando Él regresara.
Mucho se ha especulado sobre cuál podría ser el “katejon”
que será retirado para que se manifieste el hombre de perdición,
tal y como profetiza San Pablo en 2Tes 2,7. Mi sugerencia es que tal papel lo ha ocupado la Iglesia docente,
que lleva en plena retirada desde hace décadas, en un proceso que se ha
acelerado vertiginósamente en este pontificado. Pero sólo Dios sabe si tal cosa
es así.
Cristo, ven pronto. Cuéntanos, Señor, entre tus elegidos.
Luis Fernando
Pérez Bustamante
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