Estaba embarazada de
nuestro tercer hijo cuando empecé a sentir un fuerte dolor en el estómago. Como
era nuestro tercer hijo, sabía bien que no era un problema relacionado con el
embarazo. Mi esposo sabe cuánto odio las citas con el médico y organizó sin mi
conocimiento una cita con un especialista. Este último solicitó una biopsia,
luego me puso en las manos de un gran oncólogo en París. Después me auscultó y me dijo que tenía cáncer y que necesitaba operarme
muy rápidamente debido a mi corta edad. Esto no podía esperar hasta el
final del embarazo. Y dijo sin rodeos que yo debía eliminar al niño.
Gracias al Espíritu Santo,
pronuncié un grito del corazón y expliqué
a ese médico que no era una opción que yo abortara. Este último explicó
que la operación no podía tener lugar sin aborto. Insistí mucho en que estaba
fuera de todo planteamiento que yo abortara. Él no lo podía comprender, porque
ya teníamos un niño y una niña, por lo que no veía donde estaba el problema.
Cansado por mi insistencia, me
mandó a ver a un compañero ginecólogo, un gran ginecólogo en París. Este
invirtió tiempo en explicarme que debido
a la operación, el bebé se convertiría en un vegetal y que era mejor que
abortara. Otra vez le expliqué que el aborto no era una opción.
Gracias a Dios, mi esposo me apoyó completamente en esta elección.
Teníamos 3 días para organizar la custodia de nuestros dos niñitos. Una cadena de oración entre nuestras familias y amigos se organizó sin que nosotros lo supiéramos. A las cinco de la mañana, justo antes de la operación, el primer médico al que me había enviado mi esposo le telefoneó para darle un consejo. Realmente fue el fruto del Espíritu Santo… ¡el pequeño doctor dio un consejo sobre un gran punto! ¡Realizar una revisión final mientras estaba dormida para tener seguro, a pesar de las biopsias, que tenía cáncer! ¡El consejo expresaba una duda sobre el veredicto del gran oncólogo!
Cuando me desperté, no había sido intervenida, no fue más una cuestión de cáncer y el bebé estaba perfectamente. ¡Gloria a Dios!
Nunca supimos si fue un error de diagnóstico de mi médico o si se obró un milagro. Pero siempre nos imaginamos que Dios vino a nuestro rescate.
Hortense Callens
(Francia)
Padre Federico
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