viernes, 17 de agosto de 2018

POR QUÉ DEBEMOS AYUNAR LOS CATÓLICOS ANTES DE RECIBIR LA SAGRADA COMUNIÓN


A pesar de lo poco que se habla actualmente de él, el ascetismo –la práctica del sacrificio– es un elemento no negociable de la espiritualidad católica, y por consiguiente también lo es en la espiritualidad de los matrimonios y las familias. Como somos pecadores en constante necesidad de purificación, todos debemos hacer examen de conciencia, hacer penitencia y prepararnos debidamente para recibir los sacramentos.

El mayor problema de los tiempos que vivimos –y Pío XII ya se lamentaba de él– es la pérdida del sentido del pecado. Sin embargo, el problema se ha agravado con la pérdida por parte de muchos de las costumbres que recordaban al católico su condición de pecador y su necesidad de penitencia: abstinencia todos los viernes del año; ayuno diario en Cuaresma en vez de sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; y el ayuno eucarístico de la noche anterior, reducido más tarde a tres horas, y finalmente a una.
Cuando en 1953 Pío XII redujo el ayuno eucarístico que empezaba a la media noche a las tres horas previas a la Misa, aquello fue recibido como una destacable concesión a las exigencias de la vida moderna. Y se podría reconocer que era adecuado a las circunstancias. En 1964, Pablo VI redujo a su vez el ayuno a la hora que precede a la comunión, lo cual en muchos casos equivale simplemente a no comer nada durante el camino a la iglesia para oír misa el domingo. ¿Queda algo de sustancia o sentido en el ayuno? Tan fácil es ayunar durante una hora que ello ha resultado, paradójicamente, en que muchos católicos se salten el ayuno, ya que, como señala Aristóteles, el poco por lo que se pierde el fin buscado no parece nada.
Un buen ayuno eucarístico es señal de que respetamos a Nuestro Señor Jesucristo y deseamos recibirlo por ser el más importante alimento de nuestra vida. Supone también una exigencia moral que pone de relieve la obligación de recibirlo dignamente: presta atención a lo que te propones hacer; medita bien si estás en gracia de Dios en medida suficiente para acercarte de modo digno al Señor Jesucristo y recibirle de forma tan íntima. El ayuno de tres horas tenía a la vez la finalidad de dar al Señor la honra debida y de que yo me examinara para ver si estaba en condiciones para comulgar. Esta disciplina contribuía a evitar las comuniones despreocupadas, indiferentes o hechas para quedar bien ante los demás.
Son demasiadas las parroquias en que el ambiente contribuye a acabar con la verdadera fe en el Santísimo Sacramento que la Iglesia Católica confiesa ser Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, con el que debemos estar unidos en fe y caridad antes de consumar la unión en un solo cuerpo. El leccionario del Novus Ordo católico excluye totalmente la amonestación de San Pablo a hacer examen de conciencia antes de recibir la Eucaristía (1ª Cor. 11, 27-29), que aparece varias veces en el leccionario tradicional. Laicos de ambos sexos tocan y distribuyen el Santísimo Sacramento con toda despreocupación. Una música propia de un centro comercial o de carácter sentimentaloide impide que los sagrados misterios se perciban como sagrados y es incapaz de suscitar una actitud de humilde adoración en los fieles. Prácticamente no hay preparación para la Misa ni acción posterior de gracias. Todos estos factores combinados banalizan y vulgarizan tanto la recepción de la Sagrada Comunión que hay que ser ciego para no verlo.
En las feligresías de Misa Tradicional los fieles suelen ser muy conscientes de que deben hacer examen de conciencia y, si saben que han cometido algún pecado mortal, tienen que confesar antes de recibir el Santísimo Sacramento (en las mismas feligresías, son habituales las confesiones antes de la Misa y durante ésta los domingos y fiestas de guardar, cosa que se adapta a las necesidades de los católicos normales. Un sacerdote dice Misa mientras otro confiesa. Durante la Consagración, se interrumpen momentáneamente las confesiones; y a la hora de comulgar, el confesor ayuda al celebrante a distribuir la Comunión). No se observa que todo el mundo se acerque desde cada banco. Quienes están listos para participar en el banquete místico se acercan para hacerlo, se arrodillan en reverente adoración, y la mano consagrada del sacerdote les pone al Señor en la lengua. Se hace todo bien, como Dios manda. El hombre se acerca a Dios y, tras haber eliminado todo impedimento que estaba en sus manos eliminar, implora recibir el tremendo obsequio de la vida divina en Cristo.
¿Podría nuestra falta de preparación en (llamémoslo así a falta de una expresión más exacta) templanza eucarística y reverencia al Cuerpo del Señor estar relacionada con la ruina experimentada por la virtud de la castidad en lo que atañe al matrimonio; templanza en lo sexual y respeto por el cuerpo del cónyuge? Del mismo modo que a muchos les parece que no hay necesidad de prepararse, esperar y pedir al Señor la gracia de que los haga dignos de recibir el regalo que nos hace el Señor de Sí mismo en la Comunión, tampoco les parece necesario prepararse, esperar e implorar la gracia para recibir el regalo del otro cónyuge en matrimonio indisoluble mientras uno mismo se prepara para hacerse digno obsequio para el otro.

En la sociedad en que vivimos –y desgraciadamente también en ambientes católicos– ya no se ve la necesidad de la castidad previa al matrimonio y en el matrimonio. Ahora todo es amor libre. Pero el amor libre no vale nada y es falso. ¿Y acaso no pasa lo mismo con la Comunión? Es el supremo regalo mutuo de amor: Cristo se me ofrece, y yo a Él. ¿Soy casto por haberme preparado para ese matrimonio místico con el Salvador y porque nadie más sea dueño de mi alma? ¿Estoy en condiciones de entregarme por entero a Él obedeciendo sus mandamientos y enseñanzas? Es indudable que es siempre será merecedor de mi amor; ahora bien, ¿soy yo, seré, digno del suyo?

Recuperar la disciplina del ayuno y la costumbre de que el Santísimo Sacramento sea distribuido por sacerdotes a comulgantes arrodillados son medios evidentes de combatir la pandemia de falta de reverencia y la epidemia de comuniones indignas.

Con el tiempo, estas medidas pueden también motivar a los casados a tener otro concepto de sí mismos y de su cuerpo, del cuidado y respeto con que se debe tratar todo cuerpo cristiano que es templo del Espíritu Santo, y de la reverencia totalmente de manipulaciones que se debe al cuerpo del cónyuge. Al fin y al cabo, la intimidad sexual conyugal consiste en la entrega mutua según las condiciones fijadas por Dios, no en la explotación consensuada.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

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