ESCENARIO
De un tiempo a esta parte el escenario de la persecución se me
presenta con decorados que no esperaba, no deseaba, no hubiera querido ver ni en
el peor de mis sueños. Ya contaba con los perseguidores de la yihad, los
radicales hindúes, los regímenes totalitarios comunistas, también con la
persecución institucional –Coran dixit- de
las numerosas dictaduras islámicas y, por supuesto, la de algunas democracias
occidentales que, con un pie en la logia y otro en la militancia liberal,
gobiernan y legislan contra Dios y los suyos.
Pero en este escenario -que yo
imagino como una guerra entre los secuaces del anticristo y los hijos de la
luz- se me había pasado por alto un
elemento que tal vez sea más siniestro que todos los que antes he citado.
¿Se había infiltrado el humo de Satanás en la
Iglesia? Efectivamente, y a grandes bocanadas. Y algunos de esos lobos están haciendo más daño a las ovejas que todas las
bombas de la yihad juntas. Y están causando escándalo, haciendo daño,
desesperando, quién sabe si llevando a la perdición a rebaños enteros.
No tengáis miedo a los que
matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a
la perdición alma y cuerpo en la gehena. (Mt 10, 28)
Algunos de estos pastores ciegos llevan mitra y solideo. Por acción –pensemos, por ejemplo, en McCarrick- y/o
por omisión –pensemos, por ejemplo, en todos los
que sabían lo de McCarrick- están
hundiendo a sus diócesis en un abismo de escándalo que hará que muchos fieles
se tambaleen o se pierdan. Al fin y al cabo, la oveja es un animalillo
bastante lerdo, al que sólo se le exige la confianza necesaria en su pastor,
suponiendo claro que éste le llevará al pasto de la buena doctrina, a las
praderas donde el Señor hace recostar a quienes le aman.
También los hay de mitra y
solideo entre quienes han dejado de
llamar pecado a lo que siempre lo fue, a quienes alabaron los supuestos
aciertos del heresiarca Lutero pretendiendo incluso que ya no es necesario el
estado de gracia, ni abrazar la fe católica, para recibir al mismísimo Cristo.
Dijo, pues, a sus discípulos: “Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien
los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le
ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.” (Lc
17, 1-3)
No necesitan que yo les
enumere todos los escándalos que nos han dolido en los últimos años. Todos ustedes los tienen marcados como heridas, algunas
sin cicatrizar, en su profundo y angustiado amor por la Iglesia, dolido Cuerpo
de Cristo. No piensen, sin
embargo, que les hablo solamente de los numerosos sobresaltos que están “aderezando” el actual papado. ¿No tienen ustedes, como yo, en la memoria, el caso de
algún sacerdote de malísima doctrina a quien, en lugar de regalarle una
prejubilación, simplemente se le cambia de parroquia? ¿Es muy distinta esta
poca preocupación por las almas que la que empuja a un obispo a ocultar los
abusos de uno de sus sacerdotes, tomando la misma cobarde determinación: el
cambio de parroquia? ¿Tan poco importan
las almas de la parroquia de destino del desnortado (si digo
“hereje” me acusarán algunos de farisea tradicionalista…) o del abusador? ¿Por qué tanto temor
al escándalo mediático y tan poco temor de Dios? ¿No es perseguir a los cristianos el poner en riesgo sus almas? Y,
recuerden, perseguir a un cristiano no es otra cosa que perseguir al mismo
Cristo.
Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno
de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces
dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí,
malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mt
25- 40,41)
RAZONES
Van a pensar –y con razón- que
me aventuro demasiado pretendiendo, desde mis pocas
letras, exponer aquí las razones últimas de tan profunda crisis.
Discúlpenme de antemano, corríjanme sin miedo –nos ayudarán a todos sus
aportaciones en este sentido- y tómense
lo que en adelante voy a decirles nada más que como el grito de un alma que
eleva sus ojos al Padre buscando respuestas. Además, a buen seguro no
les voy a decir nada nuevo…
Toda crisis de la Iglesia es una crisis de fe. Y lo que hoy veo en nuestra
amada Iglesia es una profunda crisis de fe. No puedo no pensar que casos como
el del Cardenal McCarrick solamente pueden explicarse como el inevitable
comportamiento de quien ha perdido
absolutamente la fe católica. No puede tener ni un gramo de fe alguien
que al parecer podría haber estado durante años en situación de pecado mortal.
Ni tiene fe católica quien con tranquilidad le encubre sin corregir la
situación. Tampoco tiene fe católica el que trata la Eucaristía como una
especie derecho de ingesta igualitario y universal no discriminatorio, a buen
seguro quien así trata al Señor en la Eucaristía ya no cree que Él esté
realmente presente en la misma. Transubstanciación,
otra palabra delicada…
Ni qué decir tiene que, quien ha perdido la fe católica, desoye por
completo la maravillosa doctrina católica sobre la gracia. De ese modo,
en lugar de confiar en quien es el camino, la
Verdad y la vida, desconfiando
–como no podía ser de otro modo- del alcance de las fuerzas humanas
desprovistas de la gracia de Dios, es natural que se negocie con el pecado. “Dios no puede pedir
tanto”…y empezamos a liarla con la conciencia, el acompañamiento. La
verdadera doctrina, en contra de lo que piensan los “detectores
de fariseos”, es una maravillosa manifestación de la misericordia de
Dios.
Te busco de todo
corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos.
En mi corazón
escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.
Bendito eres,
Señor, enséñame tus decretos.
Mis labios van
enumerando todos los mandamientos de tu boca;
Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que
todas las riquezas.
Me fijo en tus
mandatos, y me fijo en tus sendas;
Tus decretos son mi delicia, no olvidaré tus
palabras. (Sal
119(118) 10-16)
Y, ¿de
dónde nos ha venido esta pavorosa crisis de fe? Permítanme
aventurar una de las posibles razones, que es necesario traer precisamente a
este blog: el horror al martirio.
Hemos ido disfrazando la Verdad para congraciarnos con el mundo, hasta el punto
que, en algunos casos, en lugar de
evangelizar al mundo ha sido el mundo quien nos ha mundanizado.
Quizás no hemos sabido identificar al enemigo. Quizás el Enemigo, en el
acomodado occidente, ha abonado el terreno del apego al éxito económico,
material, social…y ya no queremos sufrir por Cristo.
Ante la necesaria y anunciada
persecución del mundo, no caben, como ya vimos, sino dos alternativas: los cristianos fieles son los confesores de Cristo
y sus mártires, los que padecen alegremente por amor a Él la persecución, y
permanecen fuertes en la Palabra divina, y por tanto en la verdad y en el bien.
Por el contrario, los cristianos infieles son los pecadores y los apóstatas, es decir,
aquellos que, avergonzándose de la cruz de Cristo, aceptan en su frente y en su mano
–en su pensamiento y en su conducta- el sello de la Bestia, y escapan así a la
persecución del mundo.
Quede claro, en todo caso, que
los cristianos en este mundo han de verse necesariamente puestos a prueba por
sus tres enemigos, demonio, mundo y carne. ¿Cuál
será su respuesta? ¿Y cuáles serán las consecuencias de la fidelidad o de la
infidelidad?
“A todo el que
me confesare delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi
Padre, que está en los cielos. Pero a todo el que me negare delante de
los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
Padre José María Iraburu. El martirio de Cristo y de los cristianos.
Por otra parte, Dios es Señor
de la historia, y su providencia amorosa no nos abandona jamás. Y no está sucediendo nada que no
haya sido ya anunciado.
El Catecismo de la Iglesia
Católica cuando habla de “la última prueba de la
Iglesia”, (¿de momento?) dice así (negritas y subrayados son
míos):
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de
numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su
peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio
de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que
proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el
precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es
la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en
la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn
2, 18.22).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última
Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap
19, 1-9). El Reino no se realizará, por
tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8)
en forma de un proceso creciente, sino
por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap
20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21,
2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio
final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este
mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
Oigamos ahora lo que dijo la
Virgen el 13 de octubre del año
1973 en Akita (Japón), en unas apariciones que fueron calificadas por el
Cardenal Ratzinger, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, como “una continuación de Fátima”.
“Si los hombres
no se arrepienten y se mejoran a sí mismos, el Padre infligirá un castigo
terrible sobre toda la humanidad. Este será un castigo más grande que el
diluvio, tal como nunca se ha visto antes. Fuego descenderá del cielo y
destruirá una gran parte de la humanidad, los buenos también como los malos,
sin escoger sacerdotes o fieles.
Los
sobrevivientes se encontrarán tan desolados que envidiaran a los muertos. Las
únicas armas que permanecerán para ustedes serán El Rosario y el Signo dejado
por mi hijo. Cada uno recitará las oraciones del Rosario.
Con el rosario
recen por el Papa, los Obispos y los sacerdotes.
El trabajo del demonio se infiltrará aun dentro de
la Iglesia en tal forma que uno verá cardenales oponiéndose a otros cardenales,
obispos en contra de obispos. Los sacerdotes que me veneren serán ridiculizados
y opuestos por otros sacerdotes. Las iglesias y los altares serán saqueados. La Iglesia estará llena de aquellos que
aceptan compromisos y el demonio pondrá presión sobre muchos sacerdotes y almas
consagradas para que dejen el servicio del Señor.
El demonio será
especialmente implacable en contra de las almas consagradas a Dios. El
pensamiento de la perdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los
pecados aumentan en número y en gravedad, ya no habrá perdón para ellos.
Recen mucho las oraciones del Rosario. Yo sola
todavía puedo salvarles de las calamidades que se acercan. Aquellos que ponen
su confianza en mí serán salvados”.
Esta última frase de la Virgen
en Akita me hace recordar la “advertencia amorosa” de
nuestra Madre en sus mensajes a Sor Lucía de Fátima: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. Recuerden que la mismísima Virgen insistía en
la importancia de la consagración a Su Inmaculado Corazón-
LA TENTACIÓN DE LA
DESESPERACIÓN
¿Qué podemos
hacer para resistir esta prueba que está sacudiendo la fe de numerosos
creyentes? Como no soy
amiga de “recetas espirituales”, compartiré
con ustedes lo que yo misma intento vivir, por si les fuera de alguna ayuda.
Quiero decir que no se tomen esto como “10 cosas que tienes que hacer para…”. Por favor.
No aguanto las recetas semipelagianas. Y menos las pelagianas.
Pidan, supliquen,
demanden con todas sus fuerzas la gracia necesaria para que Dios, si es su
Voluntad, nos dé hacer algo de lo que les voy a proponer a continuación:
-
Conságrense al Inmaculado Corazón de
María.
-
Entreguen sus preocupaciones a nuestra
amorosa Madre (si me vieran abrazada a veces a un busto de la Virgen
que tenemos en casa, diciendo: “¡¡Mamá!!”…) aunque sea para dejar sus
lágrimas en su manto.
-
Agárrense al Santo Rosario como
si se tratara de un salvavidas.
-
Hagan suya, a modo de jaculatoria, esa frase que oímos en el Canon Romano –y
que hoy en día parece pasar tan inadvertida-: “Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
No vayamos a pensar que, como nos damos cuenta de ciertas cosas, somos ya el
resto fiel que se salvará mientras los “herejes” perecen. ¡A ver si vamos a
acabar de verdad siendo unos fariseos!
-
En este tiempo Satanás está poniendo a prueba nuestra confianza y
nuestra esperanza. Si la
desesperación les atenaza, véanla como una tentación de Satanás. Vade retro!
En momentos de tentación, yo suelo rezar la oración al Arcángel San
Miguel (Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, etc.)
-
No se dejen agobiar por quienes pretenden que los católicos debemos mostrarnos
siempre con una alegría que debe evidenciarse en una perpetua sonrisa.
Recuerden que Cristo, en Gestemaní, sudó sangre. Una cosa es
la paz interior, fruto de la confianza en su Sagrado Corazón, y otra sonreír
todo el tiempo. Si quieren llorar,
lloren. También el regazo de “Mamá”, es el mejor sitio para esas
lágrimas. Abracen ustedes también la cruz y quédense “de guardia”, con la
Virgen, en el Calvario.
-
CRUX, VIRGO…ET HOSTIA. SEAN ADORADORES.
Permítanme también decirles
que no estoy totalmente de acuerdo con quienes dicen simplemente –citando
a un gran santo, lo sé- que “lo que no da paz, no
es de Dios” para referirse al pasmo (y, por qué no, cabreo) que
nos producen los acontecimientos, recomendando
una “sana ignorancia” de cuanto sucede.
Es esta una cuestión delicada que por supuesto debe discernirse en la oración y
la dirección espiritual, pero diría que en algunos casos, por vivir en esa
ignorancia, se pierde mucha necesaria oración. Quizás necesitamos repasar lo
que de las pasiones dice Santo Tomás: no son buenas ni malas. Todo depende de
su objeto. Ya nos mostró el Señor una “santa ira” en
el Templo…
Por otra parte, se pone un excesivo énfasis en la paz,
entendida a veces como tranquilidad, como signo de una buena o mala situación
espiritual. El reto espiritual al que hoy muchos nos enfrentamos es cómo
enfrentar la realidad que nos ha tocado vivir sin perder la fe. Lo de la paz…si
toca Getsemaní, toca sufrir y llorar, pero con la confianza puesta en el Padre.
Vivir la filiación divina da muchísima
paz. Aunque nos ahoguemos en lágrimas.
Quizás algo de lo que
les he propuesto antes pueda ayudarles. A mí me ayuda. Si quieren proponer más, adelante. En cualquier caso, digamos con
la liturgia: “Danos, Señor, luz para ver Tu
voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla”.
Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios. No desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, Virgen gloriosa y
bendita.
María Arratíbel
No hay comentarios:
Publicar un comentario