Los nueve modos de
oración de Santo Domingo son un catálogo bastante exhaustivo. Expresan
una profunda penetración física. Y un enfoque espiritual que promueve el
recogimiento y el celo.
Las primeras siete formas siguen un orden ascendente – al igual que los
pasos en un camino -, hacia la comunión íntima con Dios, con la Trinidad.
Las dos últimas posiciones corresponden a dos de las prácticas
habituales de devoción del Santo.
En primer
lugar estaba la meditación personal.
Luego vinieron sus oraciones mientras viaja de un convento a otro. Recitaba
Laudes, Vísperas y la hora de Sexta, con sus compañeros. Lo mismo que paseando por los valles y en las colinas iba
a contemplar la belleza de la creación. Era un canto de alabanza y acción de gracias a Dios por todos sus
regalos que brotaban de su corazón, y sobre todo por la mayor maravilla: la
obra redentora de Cristo.
Santo Domingo
nos recuerda que la oración, el contacto personal con Dios está en
la raíz del testimonio de fe que cada cristiano debe tener en casa, en el trabajo,
en los compromisos sociales e incluso en los momentos de relajación.
Esta verdadera relación con Dios nos da la fuerza para vivir cada evento con
intensidad, sobre todo los momentos de mayor angustia. Este Santo nos recuerda también la importancia de las
posiciones físicas en nuestra oración. De rodillas, de pie delante del
Señor, con la mirada en el crucifijo, en recogimiento silencioso, lo que nos
ayuda a poner todo nuestro ser hacia el interior en contacto con Dios.
Recuerda la necesidad, para nuestra vida espiritual, de encontrar todos
los días tiempo para oración en silencio.
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Debemos conseguir de este tiempo para nosotros mismos.
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Tener un poco de tiempo para hablar con Dios.
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Debemos conseguir de este tiempo para nosotros mismos.
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Tener un poco de tiempo para hablar con Dios.
Estas formas de oración fueron reveladas por un autor anónimo, posiblemente,
un fraile dominico. Que muy probablemente haya recibido esta información de la hermana
Cecilia del Monasterio de Santa Inés en Bolonia (que había recibido
personalmente el hábito de Santo Domingo) y de otras personas que lo había
conocido personalmente. Los nueve modos de oración de Santo Domingo presumen una conexión entre el cuerpo y el
alma, de devoción y de oración.
Cada una de las maneras habla de la importancia de lo que se llama la
oración “vocal”.
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Tal oración va más allá de las palabras que se dicen en voz alta.
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Tal oración va más allá de las palabras que se dicen en voz alta.
PRIMER
MODO DE ORAR
Santo
Domingo, manteniendo el cuerpo erguido,
inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo
su ser. Se inclinaba ante el altar como si Cristo, representado en él,
estuviera allí real y personalmente. Se
comportaba así en conformidad con este fragmento del libro de Judit: “Te ha agradado siempre la
oración de los mansos y humildes”
(Jdt 9, 16) También se inspiraba
en estas palabras: “Yo no soy digno de que
entres en mi casa” (Mt 8, 8) Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del
crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera
humillados ante su majestad. Jesús es
el único Señor de la historia: un crucificado se erige como salvador de
todos los hombres y mujeres. Inclinamos
unos instantes nuestras cabezas ante Jesús crucificado porque es el
único Señor de nuestras vidas.
SEGUNDO
MODO DE ORAR
Oraba con frecuencia Santo Domingo postrado completamente, con rostro en
tierra. Se dolía en
su interior y se decía a sí mismo, y lo hacía a veces en tono tan alto, que en
ocasiones le oían recitar aquel versículo del Evangelio: “¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador” (Lc 18, 13).
Con piedad y reverencia, recordaba frecuentemente aquellas palabras de David: “Yo soy el que ha pecado y
obrado inicuamente” (Sal 50, 5).
También del
salmo que comienza, “Con nuestros oídos ¡oh Dios! hemos oído”, recitaba con
vigor y devoción el versículo que dice: “Porque mi alma ha sido humillada hasta el polvo, y mi cuerpo pegado a la
tierra” (Sal 43, 26).
En alguna
ocasión, queriendo exhortar a los frailes con cuanta reverencia debían orar,
les decía: “Los Reyes
Magos entraron…, y cayendo de rodillas, lo adoraron” (Mt 2, 11)…
TERCER
MODO DE ORAR
Motivado Santo Domingo por todo cuanto precede, se alzaba del suelo y se
disciplinaba diciendo: “Tu disciplina me adiestró para
el combate” (Sal 17, 35), “Misericordia, Dios mío” (Sal 50), O también: “Desde lo hondo a ti grito, Señor” (Sal 129). Nadie, por inocente
que sea, se debe apartar de este ejemplo. Sufre y ora por todos los que sufren, prolongando en su cuerpo la
Pasión de Jesús.
CUARTO
MODO DE ORAR
Después de
esto, Santo Domingo, se volvía hacia el
crucifijo, le miraba con suma atención. A veces, tras el rezo de la oración de
Completas y hasta la media noche, y decía, como el leproso del
Evangelio: “Señor, si
quieres, puedes curarme” (Mt. 8,
2). O como Esteban, que clamaba: “No les tengas en cuenta este pecado” (Hc
7, 60). Tenía una gran confianza en la
misericordia de Dios, en favor suyo, en bien de todos los pecadores y en
el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. En ocasiones no podía contener su voz y los
frailes le escuchaban decir: “A ti, Señor, te invoco, no seas sordo a mi voz, no te calles” (Sal
27, 1); así como otras palabras de la Sagrada Escritura. Domingo ora ante Cristo presentándole la obra
de sus manos, unas manos que son también las nuestras ¿qué le podemos
presentar de nuestras vidas?
QUINTO
MODO DE ORAR
Algunas
veces el Padre Domingo, estando en el convento, permanecía ante el altar; mantenía su cuerpo derecho, sin apoyarse ni
ayudarse de cosa alguna. A veces
tenía las manos extendidas ante el pecho, a modo de libro abierto; así
se mantenía con mucha reverencia y devoción, como si leyera ante el Señor. En la oración se le veía meditar la Palabra
de Dios, y cómo se la recitara dulcemente para sí mismo. Le servía de
ejemplo aquel gesto del Señor: “Que entró Jesús según su costumbre en la sinagoga y se levantó para
hacer la lectura” (Lc 4, 16). A veces juntaba las manos a la altura de los ojos, entrelazándolas
fuertemente y dando una con otra, como urgiéndose a sí mismo. Elevaba también
las manos hasta los hombros, tal como hace el sacerdote cuando celebra
la misa, como si quisiera fijar el oído para percibir con más atención algo que
se diría desde el altar. Domingo ora en
actitud de ofrenda, ora por toda la creación, ora con toda la
naturaleza. Es el universo hecho oración en la mente y corazón de Domingo.
SEXTO
MODO DE ORAR
A veces se veía también orar al Padre Santo Domingo con las manos y
brazos abiertos y muy extendidos, a semejanza de la cruz, permaneciendo derecho
en la medida en que le era posible. De este modo oró el Señor mientras pendía en la cruz y “con el gran clamor y lágrimas
fue escuchado por su reverencial temor” (Hb
5, 7). Pero Santo Domingo no utiliza este modo de orar sino cuando, inspirado por Dios, sabía que se iba a obrar
algo grande y maravilloso en virtud de la oración, o que Dios le movía
con especial fuerza a una gracia singular. Pronunciaba con ponderación, gravedad y oportunamente las palabras del
Salterio que hacen referencia a este modo de orar; decía atentamente: “Señor, Dios
de mi salvación, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia;…Todo
el día te estoy invocando, Señor, tendiendo las manos hacia ti”
(Sal 87, 2-10) Se identifica con Cristo
y abraza a todos los hombres y mujeres con su oración.
SÉPTIMO
MODO DE ORAR
Se le hallaba con frecuencia orando, dirigido por completo hacia el
cielo. Oraba con las manos elevadas sobre su cabeza, muy levantadas y unidas entre
sí, o bien un poco separadas, como para recibir algo del cielo. Pedía a Dios
para la Orden los dones del Espíritu Santo y la práctica de las
bienaventuranzas. Pedía mantenerse en la
pobreza, en el hambre y sed de justicia, en el ansia de misericordia,
hasta ser proclamados bienaventurados; pedía mantenerse devotos y alegres en la
guarda de los mandamientos y en el cumplimiento de los consejos evangélicos. A
veces decía “Escucha
mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario” (Sal 27, 2). Domingo se deja llevar por sus pensamientos, por sus deseos, por
sus dudas, por sus proyectos y se los expone a Jesús con sinceridad de corazón.
OCTAVO
MODO DE ORAR
Santo
Domingo tenía otro modo de orar, hermoso, devoto y grato para él. Se iba pronto a estar solo en algún lugar,
para leer u orar, permaneciendo consigo y con Dios. Se sentaba tranquilamente y, hecha la señal
protectora de la cruz, abría ante sí algún libro. Leía y se llenaba su
mente de dulzura, como si escuchara al Señor que le hablaba, según lo que se
dice en el salmo: “Voy a escuchar lo que dice el Señor”
(Sal 84, 9). A lo largo de esta lectura hecha en soledad, veneraba el libro, se inclinaba hacia él, y
también lo besaba, en especial el Evangelio.
NOVENO
MODO DE ORAR
Observaba este modo de orar al trasladarse de una región a otra, especialmente cuando se
encontraba en lugares solitarios. Decía a veces a su compañero de camino: Está
escrito en el libro de Oseas: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 14). En ocasiones se
apartaba de su compañero y se le adelantaba y oraba. Y es que siempre “hablaba de Dios
o con Dios”. Domingo ora
mientras va de un lugar a otro como
testigo, como predicador. Oración de súplica, de alabanza, de acción de
gracias, de petición, de contemplación.
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