«Ellos
traman la ruina de la Iglesia, no desde afuera, sino desde adentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de
la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es
tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen la Iglesia» (Papa San Pío X).[1]
«Nos encontramos con un mundo que ha recaído casi en el paganismo»
(Papa Pío XI).[2]
«El laicismo ha hecho aparecer
cada vez más claras las señales de un paganismo corrompido y corruptor» (Papa Pío XII).[3]
I. NÚCLEO VIGOROSO
San Pío X, «grande entre los más grandes
Papas de la Iglesia católica», comprendió
inmediatamente la hora presente y en rápida síntesis, profundizó todas las
necesidades del momento.
En su primera encíclica, delineaba con claridad las líneas fundamentales
de su Pontificado: «Instaurare omnia in Christo»;
el mismo programa de la «plenitud de los tiempos»,
el mismo e idéntico programa que él, hombre de acción rígidamente rectilínea,
había vivido y llevado a cabo en todos los días como una gran batalla de fe y
meta suprema de una continua afirmación, de la cual no se había apartado ni un
sólo momento.
Reunido San Pío X con un grupo de cardenales, el Papa les había pedido
que le expongan sus opiniones sobre lo que consideraban más necesario para
salvar la sociedad. Cada uno de los cardenales había expuesto su propia
respuesta a la pregunta; todas fueron diferentes. Uno dijo, construir escuelas
católicas; otro, multiplicar iglesias; otro, promover vocaciones para aumentar
el clero; otro, fomentar la prensa católica. «No», decía
el Papa a cada sugerencia. Una vez que todos habían hablado, el Papa afirmó: «Lo más necesario es
tener en cada lugar un grupo de seglares virtuosos, instruidos, decididos y
verdaderamente apostólicos».
San Pío X, habló de núcleos
vigorosos de seglares virtuosos, instruidos y verdaderamente
apostólicos como lo más urgente para salvar la sociedad.
Un grupo de selectos, como diría
el P. Ángel Ayala, S.I.: San
Ignacio de Loyola tuvo una visión muy clara de esta idea. Y por eso estuvo
muchos años consagrado a formar sus primeros compañeros, muy pocos, pero
sobresalientes.
El mundo pagano puede convertirse, si una minoría de hombres se decide a
vivir el evangelio con todas sus consecuencias, así lo pudieron hacer los primeros cristianos.
Lo recordaba el Papa Pío XII: «En la lucha
contra el materialismo, se ha de lanzar esta consigna obligatoria: volvamos al cristianismo de los orígenes. Los
cristianos de los primeros siglos se
opusieron a una civilización pagana y materialista que se
enseñoreaba sin oposición. Se
atrevieron a atacarla, y al final, se
impusieron, gracias a su tenacidad
constante y mediante gravísimos
sacrificios». [4]
Una minoría de
hombres a finales del siglo IV y en los primeros años del V, ve con claridad
que el Imperio romano se derrumba. Capta sumisión providencial: entregarse en cuerpo y alma a una trascendental labor
espiritualizadora. Así se realiza una de las mayores maravillas de la
historia, sin la cual los quince siglos últimos del mundo no se podrían
explicar.
Una minoría
de selectos, acaudillados por grandes de la Fe, como San Agustín de
Hipona y San Ambrosio, lanza a la romanidad al cumplimiento de su misión única
en la Historia, crear las bases de una nueva civilización de la que todavía hoy
vivimos. El tertium
genus, la tercera raza como
diríamos, de hombres distintos de romanos y bárbaros, esa minoría de selectos,
que empuñó el timón para sacar al mundo a flote en medio de uno de los
cataclismos más grandes de la historia.
Al amanecer del siglo X, destrozada totalmente la obra
política-religiosa de Carlomagno, apagadas las luces de un efímero renacimiento
cultural, otra minoría de hombres comprende su papel. Así surge Cluny, en el
910, para influir poderosamente en el mundo de entonces, necesitado, como el
actual, de honda transformación, para convertirlo de «selvático
en humano, de humano en divino, según el corazón de Dios». [6] Y el influjo de la minoría-Cluny
repercute en la masa, transformando la vida social, cultural y política, a
pesar de ser minoría.
Casi dos
centurias más tarde, cuando de nuevo el caos y el confusionismo se apoderar de
los espíritus al relajarse el fervor, una nueva minoría entra en escena para
salvar al mundo. En 1098, toda Europa se conmueve al paso de hombres, mujeres y
hasta niños que parten para la primera cruzada. Había empezado una
contra-revolución en la sociedad de entonces. La mecha estaba ya encendida.
«Los cirstercienses están cambiando Europa. El fin
de nuestro siglo va a ser la antítesis de su comienzo. Y todo a causa de unos pocos hombres que
han tenido la osadía de vivir íntegramente sus convicciones, que, despojándose
de todo lo accesorio, han descendido al fondo del problema». [7]
Desde los
monasterios va invadiendo la vida religiosa y civil, la santidad es restaurada.
Unos «pocos hombres viviendo íntegramente sus
convicciones» echan así las bases y consolidan la civilización cristiana
occidental.
Un núcleo
vigoroso en la mente de San Pío X, es una fuerza.
EFICACIA DE UN NÚCLEO VIGOROSO:
Con una organización de sobresalientes, a
priori, el fruto del apostolado sería incalculable y seguro.
Pero si se quisiera un criterio a posteriori, para juzgar de su eficacia, se podría sacar por
las siguientes normas:
1.ª Por el número y fecundidad de sus obras buenas. «Por los frutos los
conoceréis», dijo Cristo.
2.ª Por el odio de los enemigos de la Iglesia: «Si a mí me han perseguido, a
vosotros también os perseguirán», dijo el Señor a sus apóstoles. Si los
enemigos de la Iglesia miran a una asociación con indiferencia, no vale; si la
combaten, vale.
3.ª Por el entusiasmo que despierta en los católicos militantes. Si no
despierta entusiasmo, no vale. Si lo despierta, vale.
4.ª Por el valor en la defensa de la verdad. Si calla y no riñe con nadie,
no vale. Si habla alto y fuerte contra el error, vale.
5.ª Por los sinsabores y sufrimientos que padece. Si huye de las molestias y
busca las comodidades, no vale. Si sufre contradicciones y se enfrenta con
quien puede perjudicarla, vale.
6.ª Si se contenta con hablar, rezar, alabar lo bueno, callar lo malo, estar
bien con todos, no vale. Si actúa, mueve la opinión, organiza, se mete en
todas partes, vale.[8]
II. NÚCLEOS DE MALDAD
«Reconozcámoslo. En la actualidad, en los últimos
siglos, hemos tenido uno de los laicados más mediocres de la Humanidad. Los
laicos, en grandísima parte, han organizado el protestantismo que paraliza a la
Iglesia Católica en tantas naciones. El comunismo ha creado el imperio más
grande de la historia, el gran imperio rojo, y el comunismo está constituido
sólo por laicos». [9]
Mirando a
nuestro alrededor, patentizamos la encarnizada lucha entre la Verdad y el
error, entre la Luz y la oscuridad, entre el Bien y el mal.
Los
núcleos de la fe cristiana que deberían ser verdaderas fuerzas transformadoras,
santas y santificantes, se han trocado hoy en día en centros de mundanidad, y
hasta en generadores de la irreligión.
En los Ejercicios espirituales San
Ignacio de Loyola, expone muy claramente la batalla permanente que hay en el
mundo entre la luz de Dios y las tinieblas del diablo: «El
primer preámbulo es la historia: cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su
bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya» (137): los dos campos
que se enfrentan son Jerusalén y Babilonia (138). El tercer preámbulo es «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y
ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra
el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle» (139). El jefe de
los enemigos «hace llamamiento de innumerables
demonios y los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así
por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas
en particular» (141). Contra él y contra ellos, «el Señor de todo el
mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo
el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todo los estados y condiciones de
personas» (145).
Dice San
Cipriano: «Cuando el diablo vio que el
culto de los ídolos fue abolido, y los templos paganos se vaciaron, él ideó un
nuevo veneno, y llevó a los hombres a un error al amparo de la Religión
Cristiana, el veneno de la falsa doctrina y el orgullo… oponiéndose a la
verdadera Iglesia fundada por Cristo». [10]
Mientras
el mal florece como por encanto, parecería que esas fuerzas de otrora, no son
ya capaces de mantenerse como una realización cristiana, así, el mal ha hecho
lo suyo con fidelidad y perfección, mientras que el bien no.
Consecuentemente,
como lo demuestra patentemente la historia, lo que cuenta en la multitud no es
sólo el número sino núcleos ardorosos. El núcleo del mal triunfará sobre la
inercia, aun sobre una virtuosa inercia. Pero un núcleo del bien prevalecerá
sobre un núcleo del mal.
Así por lo menos pareció durante tantos años, y eso debido a que se han
sustentado desde dentro de la Iglesia núcleos de maldad, para verificar la ruina de la Iglesia.
¿Qué otra cosa es, sino, lo que se ha venido en
llamar una sub cultura
homosexual intra eclesial?
Tristemente, muchos seminarios, donde deben formarse los candidatos al
sacerdocio son conocidos como «feminarios» por la
infiltración homosexual ocurrida mientras los obispos diocesanos volcaban la
cara a otro lado, o en esos horripilantes casos denunciados estos días,
beneficiándose del ingreso de niños y jóvenes vulnerables para abusar de ellos.
Aberraciones que Sor Lucía llamó desorientación diabólica que afecta a tantas personas que ocupan cargos de
responsabilidad en la
Iglesia.[11]
Antes de
la verificación del llamado «Concilio Vaticano II»,
la Iglesia ya había sino infiltraba de homosexuales y comunistas en los
seminarios y las órdenes religiosas en los Estados Unidos y Europa. En la
década de 1960, una enfermera francesa llamada Marie Carre se hizo cargo de un
hombre en un horrible accidente automovilístico. Ella encontró en su
maletín pruebas casi increíbles de que los comunistas habían colocado 1.100
hombres en los seminarios occidentales para su ordenación, y que habían llegado
a la ordenación sin ser detectados. El punto es que la infiltración del
sacerdocio de comunistas, homosexuales y masones comenzó en algún momento del
siglo XX significativamente antes del Vaticano II.
El Instituto
Lepanto, señala que «la crisis en la Iglesia Católica en los Estados
Unidos no se detiene con el Cardenal McCarrick o el Cardenal Wuerl. De hecho, el legado de encubrir al clero
homosexual se remonta al mismo cardenal Spellman, un notorio clérigo
homosexual cuyo reinado comenzó primero preparando a los jóvenes para su propio
gusto antes de controlar cada centavo que fluía a través de la Iglesia… y
amenazando arruinar la reputación de hombres buenos como el Obispo Sheen.
Sólo una
investigación completa y abierta resolverá la cuestión, Dolan es quien está
apalancando a hombres como Bill Donohue de la Liga Católica para defender las
acciones de Wuerl. Dolan es quien permite que los homosexuales participen
en el Desfile del Día de San Patricio. Dolan es quien alberga a sacerdotes
heterodoxos como el Padre. James Martin S.J. … y es Dolan quien disfruta
de una relación fraternal tan cercana con hombres como McCarrick. ¿No es una pequeña maravilla por qué Dolan haría todo lo
posible para proteger a un hombre así? ¿Para proteger la podredumbre
introducida por el clero homosexual en el molde de Spellman?»
«El actual arzobispo de Nueva York, cardenal Dolan
es parte del problema» de la homoherejía presente y actuante entre el episcopado y el
clero.
Es que,
los homosexuales se autoperpetúan y avanzan en la escala jerárquica, es por eso
que hay un alto porcentaje homosexual entre aquellos que tienen poder.
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