La revolución sexual que estalló en Occidente a finales
de 1960 hubiera sido impensable sin la píldora anticonceptiva. El discurso
contracultural de aquella época dio por sentado que los cambios sociales que
siguieron a la revuelta fueron liberadores para las mujeres. Pero Mary
Eberstadt, investigadora del Hoover Institute y miembro del consejo asesor de
Policy Review, se muestra muy crítica en su libro ‘Adam and Eve after the Pill:
Paradoxes of the Sexual Revolution’ (2012).
En un artículo publicado en el Wall Street Journal (24-03-2012),
Eberstadt se pregunta si la revolución sexual ha sido buena para las mujeres. Y
responde, ya desde el titular, con un escueto “no”.
El
artículo toma pie de la polémica organizada por el gobierno de Obama sobre la
obligación de exigir la cobertura de anticonceptivos, la píldora del día
después y la esterilización en los seguros médicos. En estas últimas semanas,
dice Eberstadt, se ha oído mucho la expresión “guerra
contra las mujeres” para referirse a la reivindicación de algunas
instituciones religiosas que no quieren colaborar ni directa ni indirectamente
en la prestación de esos servicios.
A juicio
de Eberstadt, la idea de la “guerra contra las
mujeres” es un mito. Consistiría en imaginar “una
formación de hombres tiránicos alineados contra las oprimidas mujeres, unidas
por el coraje”.
Pero es
posible, añade Eberstadt, que las mujeres no estén de acuerdo… en casi nada. Y,
desde luego, no lo están en el debate del aborto ni de la nueva exigencia que
impone el gobierno de Obama, incluida la de la píldora del día después. “Más de 20.000 mujeres de todos los estilos de vida,
firmaron una carta abierta dirigida al presidente Obama y a la ministra de
sanidad Kathleen Sebelius en contra del mandato federal”.
EL PROBLEMA NO ES LA
IGLESIA CATÓLICA
Otro mito
es el que dice: “Si no fuera por la Iglesia
católica, ya nadie se opondría a la contracepción”. Pero Eberstadt
recuerda que, en el 50 aniversario de la invención de la píldora, en 2010, no
faltaron destacados pensadores sociales que explicaron los efectos negativos
que había tenido este invento para la vida en sociedad.
La propia
Eberstadt destaca: “Las familias son más pequeñas;
las tasas de nacimiento han caído; los divorcios y los nacimientos fuera del
matrimonio están por las nubes… La demografía ha empezado a funcionar ahora en
contra del moderno Estado de bienestar, que se ha hecho difícil de mantener con
menos hijos y padres más ancianos”.
“Incluso en el ámbito religioso, esto no es un asunto meramente
católico. La enseñanza cristiana contra la anticoncepción viene de los primeros
Padres de la Iglesia que hacen frente a la Roma pagana. Los cristianos se
mantuvieron unidos en esta enseñanza hasta tiempos relativamente recientes: en
concreto, hasta 1930, que es cuando la Comunión Anglicana empieza a hacer
excepciones a la regla”.
LA PARADOJA DE LA
FELICIDAD FEMENINA
A mitad
del artículo, Eberstadt entra de lleno al mito que –como ella reconoce– más le
interesa: la revolución sexual, ¿ha hecho más
felices a las mujeres? Precisamente porque la felicidad es demasiado
personal y escurridiza, las feministas deberían contestar algunas preguntas
antes de proclamar que la revolución sexual es lo mejor que le ha pasado a las
mujeres en los últimos tiempos.
“¿Por qué las páginas de nuestras revistas rebosan de entusiasmo con
títulos como ‘The Case for Settling’ y ‘The End of Men’? ¿Por qué webs que
están dirigidas por mujeres y destinadas a mujeres se centran tanto en hombres
que no terminan de madurar, y rezuman tanta desesperación sobre las relaciones
entre ambos sexos?
“¿Por qué hoy tantas mujeres con mucho talento deciden tirar la toalla y
tener hijos ellas solas, recurriendo a veces al semen de donantes anónimos,
creando así –por primera vez, de manera intencionada– un mundo de hijos sin
padres?”.
¿O cómo explicar el que, en una época en que el progreso de las mujeres
estadounidenses y europeas ha sido enorme, sus niveles de satisfacción vayan en
declive? Eberstadt se refiere al estudio “The Paradox
of Declining Female Happiness”, publicado por dos economistas de la
Wharton School (University of Pennsylvania), Betsey Stevenson y Justin Wolfers
(cfr. Aceprensa, 10-06-2009).
A partir
de datos extraídos de varias encuestas realizadas en EE.UU. y Europa, Stevenson
y Wolferse muestran que el grado de satisfacción que declaran las mujeres ha
descendido en los últimos 35 años, precisamente en un período en el que han
mejorado indudablemente su educación, sus ingresos, su situación profesional y
social.
Aunque
las autoras del estudio se guardaron de sacar conclusiones, Eberstadt se
pregunta: a la vista de ese descenso general de la satisfacción de las mujeres,
“¿no es razonable pensar que al menos parte de ese
descontento viene de la sensación de que puede haber un mundo mejor en otro
sitio, sensación causada por la revolución sexual? (…) Si la revolución sexual
ha hecho a las mujeres más felices, no quiero imaginarme cómo seríamos si nos
hubiera hecho más infelices”.
La
alusión a la “paradoja” en el estudio de las
dos economistas y en el propio libro de Ebestardt (Adam and Eve after the Pill:
Paradoxes of the Sexual Revolution) indica el gusto de esta autora por los
matices. Parece más atractivo analizar con datos las consecuencias sociales de
la revolución sexual –algo que hace en su libro, no en este artículo– que
hablar genéricamente de “guerras contra la mujer”.
Aceprensa, 28-III-2012
Fuente: The Wall Stret Journal
Fuente: The Wall Stret Journal
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