Sus palabras no son
meras fórmulas, sino verdaderos preceptos que son como condiciones para el
ingreso en el Reino de Dios, y en los que tienen su sitio vocablos como
sacrificio, renuncia, despegue de sí, penitencia.
El Sermón de la
Montaña se presenta como la Carta Magna, continuación de la Ley Antigua y
promulgación de la Nueva y Eterna Alianza.
Ante él nos preguntamos: los
preceptos de este Sermón ¿conciernen a cada cristiano
personalmente?, ¿en qué medida hay que tenerlos en cuenta?, ¿cómo deben
realizarse?, ¿son simples consejos sin poder obligante?, ¿son respuestas a una
casuística concreta o directivas legales siempre válidas?
El Sermón de la Montaña es el
primero de los cinco grandes discursos que forman el armazón del Evangelio de
S. Mateo y es la expresión concentrada de la Moral evangélica. Literariamente
está formulado en frases cortas que poseen un cierto ritmo con paralelismos y
asonancias que facilitan la memorización, con vistas a la transmisión oral, y
la meditación, intentando formar un conjunto tan completo como sea posible. Su
enseñanza comienza con las Bienaventuranzas, agrupadas como un conjunto de
promesas sobre el Reino, que responden a la cuestión de la felicidad y de la
salvación y que alimentan una confianza donde se renueva la esperanza judía.
Las Bienaventuranzas nos colocan ante opciones morales decisivas: «Nos invitan a purificar nuestro corazón de sus malvados
instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la
verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria
humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las
ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios,
fuente de todo bien y de todo amor» (Catecismo de la Iglesia Católica,
nº 1723).
«Jesús lleva a
cumplimiento los mandamientos de Dios, y en particular el mandamiento del amor
al prójimo, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo
brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a
vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser
entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda
abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior
es el amor (cf. Col 3,14)» (San Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor nº 15). Por ello las
bienaventuranzas forman un conjunto de preceptos que orientan la actividad de
los discípulos a la vez hacia el Padre que «ve en
lo secreto» (Mt 6,18), y hacia el prójimo, según las dos dimensiones de
la caridad. El cambio es tal que supone una transformación de la Moral: ya no se trata de una Moral estática basada en una ley
natural que fija límites, sino de una Moral dinámica animada por un ímpetu
hacia el progreso y hacia el perfeccionamiento de la generosidad.
El Sermón nos revela lo que el
Espíritu Santo quiere realizar en nuestra vida si abrimos nuestro espíritu a su
acción por la fe, esperanza y caridad. El Sermón es una Palabra que quiere
encarnarse en nosotros y ser puesta en práctica con ayuda de la gracia
vivificante que contiene. Posee por tanto dos dimensiones: una es la de
interioridad, dirigida hacia el corazón del hombre y su relación con el Padre;
la otra puede ser calificada como su dimensión exterior, estando dirigida hacia
la acción concreta y hacia los demás, dimensiones que coinciden con el amor a
Dios y al prójimo, incluido el amor hacia los enemigos (Mt 5,44).
Jesús no intentó abolir la ley
judía. Él mismo la cumplió y mandó cumplirla (Mt 5,17). Pero al mismo tiempo se
siente con autoridad para interpretarla y cambiarla, ya que se sabe portador de
un mensaje nuevo, de una interpretación de la voluntad de Dios que supera la praxis
legalística judía y la justicia de escribas y fariseos (Mt 5,20). En efecto el
problema central para el judío religioso era como alcanzar la justicia ante
Dios, siendo la respuesta del rabinismo la acumulación de un número de méritos
que supere ante Dios el peso de las culpas.
En cambio Jesús rompe con este
esquema. Radicaliza su espíritu, incluso yendo más allá de la letra (cf. Mt
5,21-48). La enseñanza sobre el divorcio (Mt 5,31-32), los juramentos (Mt
5,33-37), la ley del talión (Mt 5,38-42) constituyen casos claros de revocación
de la antigua Ley. Para el discípulo cristiano el toracentrismo de la Ley queda
desplazado por el cristocentrismo. Además una de sus enseñanzas más claras es
la gratuidad de la salvación. Las parábolas del publicano y del fariseo (Lc
18,9-14), del hijo pródigo (Lc 15,11-32) y la de los jornaleros de la viña (Mt
20,1-16) nos indican que no debemos confiar en nuestras propias fuerzas, sino
que lo que hemos de buscar es nuestra entrega radical a Dios.
Por ello la voluntad de Dios
es para Jesús norma absolutamente obligante, voluntad que hay que buscar en la
realidad viva, siendo la intención el centro de la personalidad moral (Mt 5,8 y
28; Mc 7,6), pero sin olvidar el actuar externo (Mt 7,21; Lc 6,43-49).
Sus palabras no son por tanto
meras fórmulas, sino verdaderos preceptos que son como condiciones para el
ingreso en el Reino de Dios, y en los que tienen su sitio vocablos como
sacrificio, renuncia, despegue de sí, penitencia. En cuanto a su posibilidad de
realización hemos de reflexionar y meditar la respuesta de Jesús a sus
discípulos que le preguntaban asombrados ante sus exigencias, sobre quién
podría salvarse: «Para los hombres es imposible,
pero no para Dios, porque para Dios todo es posible» (Mc 10, 27). Es
decir Jesús es exigente pero bueno frente a los desconcertados y cree
realizables sus preceptos, no porque podamos realizarlos por nosotros mismos,
sino porque sabe que Dios nos ayuda siempre con sus gracias. Por nuestra parte
si queremos comprender el Sermón de la Montaña, es necesario empezar por creer
y ponerlo en práctica, pues sólo resulta comprensible para aquéllos que se
comprometen con él por la fe activa y debemos tener muy claro que necesitamos
la ayuda de la gracia divina para empezar a cumplirlo.
En resumen Jesús nos invita a
poner nuestra confianza, no en nuestros méritos u obras, sino en la
Omnipotencia, Misericordia y gracia de Dios.
Pedro Trevijano,
sacerdote
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