martes, 14 de agosto de 2018

¡CALLA! ASÍ SERÁ MI JUICIO


En la celebración del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Benedicto XVI consciente de los graves problemas que atraviesa el sacerdocio católico, decía: «La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos, de ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos», «¿Cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en “ladrones de ovejas”, ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con los lazos del pecado y de muerte?».

I. CORRUPCIÓN, PAGANISMO Y CARDENALES
Es evidente, como lo enseña la perenne doctrina católica que en tres campos fácilmente se descontrola el hombre: el alcohol, la lujuria y la avaricia.

El pecado de lujuria se llama impuro con especial propiedad porque:
a) Aparta el corazón del hombre del amor a Dios, como una especie de idolatría.
b) Porque atenta contra el cuerpo haciendo de él y de la pasión, un ídolo.
Santo Tomás de Aquino dice: de la lujuria proviene la ceguedad de la mente, la cual excluye casi totalmente el conocimiento de los bienes espirituales. Y en otro lugar, tratando de «Las hijas de la lujuria» enumera los efectos siguientes: la ceguedad de la mente, la inconsideración, la precipitación, la inconstancia, el amor propio, el odio a Dios, el afecto al mundo presente y el horror al mundo futuro. De la lujuria proviene, en efecto, la ceguedad de la mente, la cual excluye casi totalmente el conocimiento de los bienes espirituales. Esto se debe, explica Santo Tomás, a que, a causa de la vehemencia de la pasión y de la delectación, la lujuria, por aplicar al hombre vehementemente al deleite carnal, desordena sobre todo las potencias superiores, que son la razón y la voluntad.[1]
La crisis clerical que constatara y enfrentara el Papa Ratzinger, en los últimos años se ha hecho más evidente con el afloramiento de denuncias de graves hechos. Siguen y suman los escándalos de miembros de la Jerarquía Eclesiástica.
Los casos de inmoralidad episcopal del ex diplomático polaco Józef Wesołowski, o de los obispos Fernando Bergalló, de Merlo-Moreno, o Juan Carlos Maccarone, de Santiago del Estero, extorsionado por un prostituto, quedan minimizados por el chorreo continuo de casos similares o peores.
También escándalos de abusos, y la crítica merecida, amontonada sobre la jerarquía irlandesa por sus fracasos, aceleraron la decadencia de la Iglesia en ese país, otrora, catolicísimo. Los fieles quedaron horrorizados, los obispos perdieron toda autoridad moralUn grito de víctimas y supervivientes de los abusos sexuales del clero que traspasa el Cielo y la Tierra, pidiendo signos radicales de arrepentimiento.
El National Catholic Register, señala en su editorial del 10.08.2018, que «cualquier análisis sólido del escándalo (del cardenal) McCarrick -y otros casos que ahora salen a la luz que involucran a abusadores clericales acusados ​​de atacar a seminaristas y otros clérigos debe reconocer dos dimensiones fundamentales: una ausencia casi incomprensible de estructuras efectivas de responsabilidad episcopal; y, aún más fundamentalmente, una aberrante falta de fidelidad a lo que la Iglesia enseña con respecto a la moralidad sexual».[2]

II. CHILE: CARDENAL ARZOBISPO DE SANTIAGO NO PRESIDIRÁ «TE DEUM ECUMÉNICO»
A causa del encubrimiento o negligencia episcopales en abusos de autoridad, de podersexuales y de conciencia, el Presidente Sebastián Piñera reaccionó a través de las redes sociales al destacar que «el Tedeum de Fiestas Patrias es una ceremonia de acción de gracias a Dios y debe contribuir a unir y no a dividir a los chilenos», «yo soy católico y me duele profundamente lo que pasa en la Iglesia», expresó Piñera, sobrino carnal del arzobispo Bernardino Piñera, Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile en la década de los 1980. Criticó también que «muchos de ellos (altas autoridades religiosas) se equivocaron. En lugar de proteger a los niños, se protegieron a ellos mismos».
Consecuentemente el cardenal Ezatti se excusó de presidir dicho «Tedeum Ecuménico».
Ese mal llamado «Tedeum Ecuménico» fue impuesto por el presidente marxista Salvador Allende al cardenal comuno progresista Raúl Silva Henríquez, cardenal que declarara que «un católico puede votar por los marxistas», y desde entonces dicha blasfema celebración, se verifica con la presencia del mundo político chileno, y la participación activa en el «rito» de otras confesiones cristianas, judíos y musulmanes.
Es decir que el Tedeum católico fue deconstruido a «Tedeum Ecuménico», y luego a celebración interreligiosa.
El Te Deum (en latín: A ti, Dios) es uno de los primeros himnos cristianos, tradicional de acción de gracias al Dios Verdadero que es entonado en las Misas celebradas en ocasiones especiales como en las ceremonias de canonización, la ordenación de presbíteros, etc., los Cardenales lo entonan tras la elección de un Papa.
Es una blasfemia llamar Tedeum, a otras funciones, o ritos paganos o sincréticos. El sincretismo –como sabemos- es una ofensa a Dios, porque se pone al Dios verdadero a la altura de los ídolos, y la razón humana que busca la Verdad, sabe que no todas las religiones son iguales y que es injusto equiparar a la Verdad con el error, deduciéndose que no habría por qué practicar ninguna en concreto: indiferentismo religioso, que llevaría a los cristianos a abandonar la Verdad plena por verdades parciales, o aún, por expresiones paganas. Sabe la Iglesia, en 2000 años de existencia, que si no recibimos religión, pronto nos encontramos en el puño de la superstición y declarando lo absurdo. Bien lo decía G.K. Chesterton: «Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa».
Los defensores de esos ritos pseudo ecuménicos de Chile dicen «Los Tedeum Ecuménicos se remontan hasta los primeros años de la Independencia». Afirmación falaz, ya que «no es sino hasta 1970, a petición del presidente electo Salvador Allende, en que toma el carácter de “ecuménico”, es decir en la que participan las iglesias cristianas, y no solamente la católica, de la Acción de Gracias». En el Tedeum ecuménico de 2010, celebrando el Bicentenario de Chile, también se unieron «la iglesia judía y musulmana».[3]
El Papa Pío XI definió como «ignominiosa» la colocación de la religión verdadera de Jesucristo «en el mismo nivel de las falsas religiones», no obstante eso, en 2015, tanto el Nuncio de Su Santidad en Chile como la totalidad de los obispos de ese país, verificaron un acto pagano de culto a la Pachamama en la ciudad de Arica.
Recientemente respecto de la situación eclesial chilena, el analista católico Gonzalo Rojas S., en su columna titulada «A tomarse la Iglesia» pone en evidencia dos cosas: la primera que se está asentando un concepto de laico distinto al de la Iglesia y segundo «la pretensión de constituir al laicado en gestor y rector de la Iglesia Católica, al margen del sacerdocio y de la jerarquía. No hace falta buscar mucho para encontrarse con declaraciones -incluso de sacerdotes chilenos- que proponen la “celebración” de los sacramentos por parte de los laicos y, por cierto, el desarrollo de una democracia plena en la elección de sus pastores». Es decir un «clericalismo laical».[4]
De manera similar, el prelado boliviano Toribio Ticona Porco, a quien recientemente se le impusiera en el Vaticano la birreta cardenalicia, participó de varios actos interreligiosos paganos en Potosí, al lado del Presidente socialista Morales, y en la «bendición» de la nueva residencia presidencial en La Paz.
Es imperioso reconocer que estos «pastores» fueron renunciando progresivamente, a conducirse en puntos esenciales, como guías espirituales, de la parcela de la Iglesia a ellos encomendada, abandonando los deberes inherentes a sus sagrados cargos. Entre los cuales está la lucha contra los adversarios de la Iglesia, como el comunismo y sus auxiliares de ruta. Negaron a los fieles la sana orientación doctrinaria a que éstos tenían derecho, máxime en horas particularmente aciagas de la historia.
III. PECADO EN EL ALMA, EN DIOS Y EN LA IGLESIA
La causa principal de que muchos cristianos sigan empeñados en pecar es porque no conocen ni la gravedad del pecado, ni las consecuencias trágicas del mismo.
Se imaginan que han robado una pequeña cantidad, han fornicado sin efectos subsiguientes, han dejado de participar en el Sacrificio de la Misa por simple pereza, han insultado a alguno hasta producirle un dolor intenso, han provocado un daño que es externo, la materialización del pecado, pero no sus funestas consecuencias en Dios, en la Iglesia y en la propia alma.
Y así, siguen una práctica del pecado, en una permanencia en estado de pecado, como si se tratara de algo baladí y no una situación de emergencia que atañe a cielo y tierra.
Y si uno lee con atención las Sagradas Escrituras, hay estos cuatro argumentos para comprender la importancia del pecado:
1.      Un pecado de rebelión convirtió de ángeles brillantes en demonios horrendos a quienes se rebelaron contra Dios en el Paraíso.
2.      Un pecado arrojó a nuestros primeros padres del Paraíso terrenal condenándoles a ellos y a todos sus descendientes al dolor de la muerte corporal y a la posibilidad de condenarse eternamente.
3.      Un pecado y los subsiguientes pecados de los hombres exigieron la muerte en la Cruz del Hijo amado de Dios para redimir al hombre culpable.
4.      Un pecado mantendrá por toda la eternidad los terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.
Estas cuatro con las más trágicas consecuencias del pecado, de todo pecado, pero existen otras consecuencias interiores no menos temidas:
La pérdida de la Gracia Santificante y de los dones del Espíritu Santo que constituyen un auténtico tesoro divino.
La pérdida incomparable de la presencia y de la acción de la Santísima Trinidad en el alma que se convierte en morada de Satanás.
La pérdida de todos los méritos adquiridos en la vida anterior.
La mancha tenebrosa y repugnante en el alma que la deja horrible y odiable ante los ojos de Dios.
La esclavitud de Satanás, el aumento de las malas inclinaciones y el gusano roedor del remordimiento.
Finalmente el peligro de que la muerte sorprenda al pecador en ese miserable estado que provocaría su condena para siempre. Hay que calibrar debidamente cada una d estas consecuencias externas e internas, para que uno se percate de que el pecado, no sólo es el acto u omisión que se dé, sino toda una serie de enormes males que no se ven, sino con los ojos de la fe.
IV. ALTO A LA CULTURA DEL SILENCIO
Se fomenta desde las estructuras eclesiales un clericalismo referido a una «cultura del secreto» clerical, en la que la mala conducta o las actividades ilegales se estimulan tácitamente, o al menos se generalizan, hasta el punto de que cualquier miembro de la Iglesia, incluso sacerdote que considere hacerse crítico o denunciante corre el riesgo de ser condenado en vida. Clericalismo que encubre la doble moral de los clérigos, que tanto daño hace al Cuerpo místico de Cristo.
La Conferencia de Obispos Católicos de los EE. UU. (USCCB) tendrá su reunión anual en Baltimore del 12 al 15 de noviembre de 2018.
El Instituto LepantoChurch MilitantLife Site NewsCrusade Channel y la revista Regina estarán allí también, exigiendo un fin a la cultura del silencio y el encubrimiento entre los obispos estadounidenses: sírvase visitar este enlace: http://www.thebishopsknew.com/
San Ambrosio estará rogando desde el Cielo para que los sacerdotes fieles no caigan en la trampa de la tentación de todos los siglos, bajarse de la Cruz (San Mateo 27, 39-40). Pues bien lo dijo el gran y santo Obispo de Milán: «¿Podremos creer que los consejos de los demás son mejores que los de los Apóstoles? Dice San Pablo: Yo os doy consejo; y estos hombres quieren disuadir a todo el mundo para que no abracen la virginidad».
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[1] Cf: BOJORGE S.J., HORACIO, Las bienaventuranzas.

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