Como saben bien mis
lectores españoles, el diario “El País” es el más vendido en España, y
probablemente el más influyente, siendo el portavoz oficial del liberalismo progresista en nuestro país (la
llamada gauche divine). En el pasado ha puesto y quitado ministros, y
hasta gobiernos, y hoy en día aspira a seguir siendo la principal influencia mediática de uno de los dos partidos
históricos del sistema, el PSOE (socialdemócrata o liberal de izquierdas más
que socialista, pese al nombre), como lo ha sido durante décadas. A mantenerse
como el New York Times o el Washington Post de nuestro “Partido
Demócrata”.
El diario dedicó su editorial del 9 de julio pasado a la reforma de la ley general de educación
promulgada por el gobierno del PP (la llamada LOMCE), con el título “Equidad y laicismo”.
Esta ley había recibido muchas críticas desde ciertos sectores educativos y
partidos de la oposición, fundamentalmente los mismos progresistas y
socialistas.
Hemos de tener muy claro que
en la posmodernidad, la revolución no sólo se practica desde la legislación o
las estructuras económicas, sino principalmente
desde la educación (sea formal o cultural).
Eliminadas la teología y la lógica, arrinconada la filosofía (incluso la mala)
y manipulada la historia, la asignatura
de religión es el último obstáculo para lograr un adecuado moldeamiento de las
mentes de los niños y adolescentes al margen de sus padres. Hace ya
tiempo, y más en el futuro próximo, esa es la principal arma del poder: lograr
una sociedad acrítica y receptiva desde la escuela a los eslóganes del poder
económico y político.
El editorial progresista-
adelantándose a o que posteriormente explicó la ministra de Educación Isabel Celaá- hace hincapié en lo que
llama los aspectos “retrógrados y disfuncionales” de
la LOMCE que el flamante gobierno de Pedro Sánchez, sostenido en clara minoría
parlamentaria por el PSOE, y puntualmente por otros partidos autodenominados de
“izquierda” o
nacionalistas-independentistas, se dispone a cambiar. Uno de ellos, que trata
de pasada, es la derogación de la
segregación de alumnos por tramos de rendimiento. Que un alumno no haya
sido capaz de demostrar que ha adquirido los conocimientos requeridos es
secundario, para la pedagogía progresista, con respecto a que se mantenga en el
curso correspondiente a su edad. Se afirma gratuitamente en el artículo que
ello supone quitarle oportunidades y cerrarles puertas académicas. Lo llaman
equidad pero más bien suena a igualitarismo.
Pero el asunto que más
interesa a los editores (y a nosotros) es otro: la eliminación de la religión como asignatura evaluable, que la
LOMCE había reintroducido. En lo sucesivo, no contará para la media académica.
Al propio editorial se le escapa reconocer que la materia había conocido un repunte en su solicitud desde
entonces (sobre todo en los grados superiores, aquellos que decide el propio
alumno más que sus padres, donde paulatinamente había bajado su demanda) ya que
“al ser percibida como una materia fácil, los
alumnos la elegían para mejorar la nota
media“. Gracias a la editorial de El País ya sabemos que- en
pura lógica- la próxima reforma educativa eliminará cualquier asignatura María optativa, pues los alumnos podrían
escogerla para mejorar la nota media. ¿Propone “El
País” que eliminemos optativas como Música, Dibujo, o Psicología, ya que
pueden ser escogidas para “mejorar la media"?
Hay más: el ministerio de Wert
había satisfecho las demandas de los grupos de presión ateístas, ofertando como
alternativa también evaluable a la
religión la asignatura de “Valores Cívicos y
Éticos”. Se trata de una
puesta al día de la famosa “Ética” secular
que solicitaban los mismos ateos en los albores de la actual democracia
liberal, cuando se pretendía que la Religión católica debía ser obligatoria, y
se exigía que se ofertase una educación ética aconfesional. Qué curioso, los
mismos que procuraron e implantaron aquella dualidad religón-ética en 1980, son ahora los que exigen eliminar la religión
(de momento como evaluable) y dejar sólo la ética. Es decir, que la solución
buena de 1980 es inaceptable en 2018. O por decirlo de otro modo, que la
tolerancia sólo se exige cuando se está en minoría y que sólo se practica
mientras no haya otro remedio. O que ética es lo de menos, lo importante es eliminar a la Religión de
los programas educativos. Usando el mismo argumento de los ateos para
mandar a la religión católica a los domicilios y la catequesis parroquial: no hace falta ninguna asignatura de ética, si
los padres quieren formar a sus hijos en la materia, que lo hagan en su casa.
La realidad es que el nuevo
plan del Ministerio, en lugar de eliminar junto a la Religión a su gemela de “Valores cívicos y éticos” (habría que suponer que
se trata también de otra María elegida para “mejorar
la nota media“), lo que hacen es dejarla como única evaluable,
y pasarla de optativa a obligatoria. La
apoteosis de las “Marías” que suben
artificialmente la media.
El editorial, que conocía de
antemano qué iba a proponer el nuevo gobierno, adelanta que la asignatura
obligatoria de Ética será reformada para que “aborde
cuestiones esenciales para el buen funcionamiento de la democracia desde la perspectiva de una sociedad plural y
diversa“, y considera que no puede ser dejada de lado para
tomar como alternativa otra asignatura en la que los alumnos “se formen según las reglas de una moral religiosa concreta, presentada como incompatible con
la primera“.
Cabe recordar que hace pocos
meses, en abril de 2018, el Tribunal
Constitucional de España rechazó precisamente un recurso interpuesto contra la
ley por el PSOE, que denunciaba que la asignatura de Religión tuviera
una alternativa obligatoria. El Tribunal determinó que “la equiparación de la asignatura de
Religión con la de Valores Cívicos y Éticos que plantea la Lomce, es respetuosa con el principio de neutralidad
religiosa del Estado, porque no implica valoración alguna de las
doctrinas religiosas y, al mismo tiempo, garantiza el derecho de los padres a que sus hijos reciban formación
religiosa y moral, de acuerdo con sus convicciones“.
Dicen que Caifás fue profeta a
su pesar, cuando anunció que convenía que muriese un hombre para salvar a todo
un pueblo. El editorialista de “El País",
el portavoz del pensamiento escéptico ateo clásico en España, describe a la perfección la realidad del
combate educativo: la eufemísticamente llamada “sociedad
plural y diversa” es fruto de un trabajo constante de muchas décadas de
introducir contravalores sociales
en línea con el materialismo, el relativismo moral, el epicureísmo (mejor
dicho, el hedonismo más grosero), el individualismo y el egoísmo social; y la
moral “religiosa concreta” (o sea la de la
Religión Revelada por Dios y Verdadera) debería presentarse como incompatible con
la primera, ya que las enseñanzas de Cristo son diametralmente opuestas.
[Naturalmente, muchos de mis
lectores que sean padres o educadores, pensarán en este momento que ojalá la
Religión que se enseña en su centro escolar o el de sus hijos (o en su
parroquia…) realmente “se presentara como incompatible” con esa
sociedad plural y diversa anticristiana. Otro día podríamos hablar del modo
en que los centros educativos católicos de España, en su mayoría, parecen más interesados en el concierto económico del
ministerio del ramo que en la enseñanza de la Religión, así como de la
pastoral general de la Iglesia en España, que con frecuencia se parece más a
una combinación de técnicas de coaching
y consejos de best-seller de autoayuda que al apostolado que permitió a los primeros cristianos llevar el
mensaje de Cristo a costa de sus propias vidas, por todo el Imperio romano y
más allá de sus fronteras. Y sin embargo, un periódico marcadamente ateísta-
manifestando un temor poco basado en la realidad actual- nos ha mostrado el camino.]
¿Y cuáles son esas enseñanzas
de la religión cristiana que resultan incompatibles con la “sociedad plural y diversa” del progresismo
triunfante? ¿Tal vez el amor al prójimo
hasta dar la vida por él? ¿Tal vez el perdón de las ofensas? ¿Tal vez la
sencillez y no poner el corazón en las cosas materiales (¡caliente, caliente!)?
¿Quizá el respeto por la vida y la propiedad ajenas? ¿La pureza de corazón, no
levantar falso testimonio?
¿O no será más bien la
creencia firme en la existencia de lo
sobrenatural? ¿Acaso lo incompatible no será creer que un Dios inteligente y bueno creó el mundo
(en lugar de surgir todo él del azar, doctrina oficial implícita actual), y que
por tanto todo poder y autoridad
en el mundo- desde la de los padres hasta la de los gobiernos- no son sino delegados y sometidos a aquella primera?
Se derrumba entonces la autonomía plena del poder humano, y con ello se cierra
el paso al totalitarismo, y eso sí que no lo puede admitir la “sociedad plural y diversa” (eufemismo del
rebaño creado con la contracultura progresista).
Porque si hay un Dios,
entonces hay una ley natural y
(en el caso del cristianismo) una ley
revelada, que son de obligado cumplimiento, no optativas. Y eso no tiene
relación absoluta con la fe de cada uno, porque la mera razón puede analizar o
no la Verdad y conveniencia de dichos mandatos.
No es nada banal, porque ese
tipo de planteamiento es lo que hace que consideremos la vida humana sagrada y el homicidio del inocente un terrible crimen,
y así se cierra el paso al aborto y la eutanasia. O que el hombre tiene un alma y es reflejo de Dios, y así se cierra el
paso a la explotación laboral, la trata de personas, la prostitución o las
torturas. O que entendamos que la unión
de hombre y mujer para engendrar vida es lo natural, y por tanto, lo correcto.
No “una opción más”, sino lo normativo (como por otra parte nos
enseñan todas las disciplinas científicas que ocurre en la naturaleza, donde
existe la norma y existe la excepción, y jamás son puestas en el mismo plano, y
donde a la desviación de la regla se le llama desviación, no “opción”). Y así
se corta de raíz la catarata de ataques
a la familia, desde el divorcio, el adulterio, los anticonceptivos o la
fecundación in vitro, hasta las
madres de alquiler, la promoción de la sexualidad antinatural o la pornografía.
Si hay un Creador, hay un plan; y si hay un plan hay unos mandamientos y unas prohibiciones. Y así no
hay manera de ser el propio dios, y el nuevo
Prometeo se tiene que ir para
casa.
Atención al párrafo final del
artículo que comento, y que viene a ser la sentencia y resumen del mismo: “Los valores cívicos son universales y deben ser
explicados y conocidos por todos los alumnos, al margen de que algunos opten
por recibir también una instrucción religiosa, que nunca puede ser obligatoria
ni impartida como un instrumento de evangelización dentro del sistema
educativo. El Estado no puede actuar de forma confesional y debe limitarse a
fomentar una moral cívica“.
No existen “valores cívicos universales”, es decir, aplicable a todas
las sociedades del mundo (y caso de que algo se le acercase, eso sería el
Decálogo). Precisamente, el optar por unos valores comunes u otros es lo que caracteriza a un pueblo, o incluso a
una civilización, frente a otras. Lo que quiere decir el editor de “El País", es que espera que los (contra) valores
cívicos del modernismo progresista que propugna, y que ya dominan casi todo
occidente y se van introduciendo en muchas otras sociedades, lleguen a ser universales (ejem, nada
que ver con el NOM). Y lo que quiere decir es que precisamente la educación es
una de las herramientas más importantes para conseguirlo. Y que, por tanto, el Estado debe ser confesional de esos
contravalores (¿qué es eso de que el estado
no puede actuar de forma confesional? ¿Acaso en España las instituciones
estatales no son abierta y escandalosamente confesionales del aberrosexualismo
y la ideología de género?) y debe
propagarlos. Y que en esa
función no debe tener rivales. Mucho menos el gran enemigo, la Iglesia
católica, dique contra ellos en tiempos pretéritos.
Así lo detectan, y así lo denuncian los obispos
españoles, con su lenguaje tan diplomático, cuando afirman, ante la
modificación de la ley de educación que «Hacer
obligatoria para todos los alumnos una asignatura de valores éticos (no meramente
cívicos) corre el riesgo de imponer una
ética del Estado, o del partido del gobierno». Lo del partido del gobierno es una enternecedora
ingenuidad: a día de hoy ningún partido
español con opciones de gobierno (y casi ninguno sin ellas) pone en duda tales
contravalores inepticos. Por supuesto que se trata de imponer una ética
de estado. Más aún, no habría nada
reprochable en ello, salvando la libertad de pensamiento individual, si tal imposición lo fuese de las creencias y
virtudes (mejor que “valores") del
Evangelio, ya que harían un gran bien a las almas de los españoles
cristianos y ningún mal a la de los ateos, pues los mandatos divinos sólo nos
limitan aquello que es malo para nosotros. Naturalmente, si se hiciese así en
vez de imponer los “valores cívicos” de la
autonomía radical y el egoísmo solo limitados por el estado absolutista, los
enemigos de Cristo que dominan el poder hace siglos no hablarían de “fomentar una moral cívica” sino
de “Inquisición”. Cosas del lenguaje.
Me llamó la atención (y me
hizo un poco de gracia), que el mismo día de la publicación de este editorial,
una de las noticias antiguas destacadas en los apartados de abajo que suele
haber en los diarios en red (esas en las que pone “temas
relacionados") versase precisamente sobre
la caída de la natalidad en España, y la
forma de ponerle remedio. ¡Vaya por Dios, otra vez el diario progresista profetizando! Efectivamente, la
enseñanza religiosa o su eliminación tiene
mucha relación con la caída de la natalidad. Habrá que empezar a leer
los temores de los jacobinos para hallar una guía de pensamiento ortodoxo en
nuestra sociedad.
Hay muchos más artículos sobre
el tema en ese diario, algunos muy recientes (el problema se agrava de año en
año), pero alguno tan antiguo como del año
1981, cuando la preocupación era que la tasa de natalidad había caído en pocos años (se diría que la
democracia liberal es enemiga de la natalidad…) al 2.3, un poco por encima de
la llamada “tasa de renovación poblacional” (ahora
anda por 1.3). Uno de los autores era Joaquin Leguina, posteriormente diputado
nacional y autonómico, y presidente de la comunidad de Madrid por el PSOE… mis
lectores españoles le reconocerán enseguida. En los artículos más recientes (aquí y aquí) se describen bastante bien los síntomas del
cuadro clínico, pero más allá de una demanda de conciliación entre la
maternidad y el desarrollo profesional (iniciativa loable aunque tardía, pero
no la más importante ni mucho menos suficiente), no parece ser capaz de ver las
causas, aunque estén delante de sus narices, para poder establecer un tratamiento
eficaz.
Las “madres”
(o sea, las parejas o matrimonios) retrasan la maternidad primero porque
pueden, ya que la profusión y
accesibilidad de cualquier método anticonceptivo de forma libre y sin control
médico, promocionada durante décadas, ha logrado su objetivo: fomentar
la irresponsabilidad con respecto al acto carnal, y desligarlo de la reproducción. Punto positivo para la “autodeterminación de las mujeres” y punto
negativo para la natalidad. Una iniciativa apoyada activamente por diarios como
“El País” desde el principio.
Segundo, porque la formación de una familia ya no es el más y
mejor proyecto para una persona. Su importancia queda relegada y sujeta a otras muchas
consideraciones, desde el desarrollo de una carrera profesional, la
seguridad laboral, alcanzar un determinado nivel de vida, haber probado una
relación sentimental estable durante periodos absurdamente largos- como si eso
fuese garantía de algo (otro día hablamos de cómo ha dañado a la relación
conyugal la promoción de la promiscuidad, otro de los logros del progresismo
(in)moral)-, haber vivido previamente una serie de experiencias (viajes
absurdamente lejanos, experiencias iniciáticas bizarras, etc), o incluso
meramente poner una fecha a partir de la cual una/uno se lo plantea. Es la ficción del control de la propia vida,
que el autonomismo vende como él no va más del desarrollo personal, cuando normalmente planificamos bastante peor que la
naturaleza, e invariablemente peor que la Providencia.
Tercero, por el mero egoísmo, la verdadera filosofía
de vida que triunfa en occidente. Por su propia naturaleza, la paternidad exige sacrificio,
entrega y donación gratuita a otros, en este caso los hijos. Uno no puede
escapar de eso, va en ello. Si uno es educado en el valor del sacrificio, si es
criado en una familia donde lo natural es dedicarse a la siguiente generación,
si se le inculca la Verdad de que la
humanidad no es más que una interminable cadena donde cada generación es un
eslabón, y que tanto debemos a los que nos precedieron como estamos
obligados a los que nos sucederán, la paternidad resulta algo normal y
espontáneo, y sus inconvenientes y peajes, aceptables. Si, por contra, nos han inculcado que en nosotros y nuestro
ombligo empieza y termina el mundo, que la renuncia o el sacrificio son
intolerables limitaciones a nuestra autonomía y “realización",
pues es obvio que se renunciará a la maternidad, o se retrasará al máximo
(hasta salirse de la edad biológica y recurrir entonces a la tecnología previo
pago para satisfacer nuestro instinto) y, desde luego, una vez comprobado lo
que es, no se repetirá la experiencia. Y se comprarán un perro (o un pez rojo).
Todos y cada uno de esos
factores son hijos de la misma
filosofía progresista que propugna el editor de “El
País"; todos ellos son hijos legítimos suyos, y todos ellos han
provocado el desplome de la natalidad que tanto deplora (y desde luego no es lo
más grave que el triunfo de esa ponzoñosa filosofía ha causado). No puede uno
evitar recordar al insigne Aparisi y
Guijarro cuando acusaba a los liberales de su época (nada menos que
mediados del siglo XIX) de poner tronos
a las causas y cadalsos a las consecuencias.
Sí. Efectivamente, eso tiene mucho que ver con las clases de
Religión y su ausencia. O con la Religión a secas.
Luis I. Amorós
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