Juan el
Bautista fue el profeta más importante. Fue el encargado de señalar a Jesús
como el mesías. La Biblia nos habla poco de Juan. Lo hace especialmente
referido a la visitación de María a Su madre, a su bautismo de Jesús y a su
decapitación.
Pero algunos místicos y videntes manifiestan que han recibido visiones,
del propio Jesús, que les ha mostrado a Juan y sus bautismos.
Acá traemos
un resumen de Ana Catalina Emmerich y María Valtorta que recomendamos.
LAS
VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH
ESCONDEN
A JUAN EN EL DESIERTO
Zacarías e
Isabel conocían el peligro que amenazaba a los niños. He visto a Isabel llevándose al niño Juan a un sitio muy retirado del
desierto, a unas dos leguas de Hebrón. Zacarías los acompañó hasta un lugar donde atravesaron un arroyuelo.
Allí se separó de ellos.
He visto que Juan, en el desierto, no llevaba sobre el cuerpo más que
una piel de cordero, y a los dieciocho meses ya podía corres y saltar.
Tenía en la
mano un bastoncito blanco, con el que jugaba como juegan los niños. Isabel llevó al niño Juan hasta una gruta.
No sé cuánto tiempo estuvo allí oculta Isabel con el niño; probablemente quedó
todo el tiempo hasta que no podía ya temerse la persecución de Herodes. Regresó con su hijo a Juta, pero volvió a
huir cuando Herodes convocó a las madres que tenían hijos menores de dos años,
lo cual tuvo lugar un año más tarde.
JUAN
DA DE BEBER A JESÚS
Vi a la
Sagrada Familia huyendo. Más allá de
Hebrón entraron en el desierto donde se encontraba entonces el pequeño Juan,
pasando a un tiro de flecha de la gruta donde estaba refugiado. El recipiente
de agua y el cantarillo de bálsamo estaban vacíos. María estaba sedienta y triste, y el Niño también tenía sed. Pude
ver al niño Juan lleno de inquietud
y como si esperara algo. De la misma manera que se había estremecido en el seno
de su madre, como queriendo ir al encuentro de su Señor, esta vez se halla excitado por la vecindad de su
redentor, que está sediento. Tenía en la mano un bastoncito, en cuya
alta punta flotaba una banderola de corteza.
Corrió impulsado por el Espíritu hasta el costado de una roca, y golpeó
el suelo con su vara, brotando de inmediato agua abundante.
Juan corrió
hacia el sitio donde caía, y allí se detuvo y vio a lo lejos a la Sagrada Familia. aría alzó al Niño en los
brazos y, señalando hacia el lugar, dijo: ‘Mira a Juan en el desierto’. Vi a Juan estremecerse de alegría junto al
agua que caía; hizo una señal con su banderola y luego huyó a la
soledad… José cavó una pequeña hondura, que pronto se llenó del agua, y cuando
estuvo limpia todos bebieron.
EL
PEQUEÑO JUAN SE QUEDA SOLO
Santa
Isabel, avisada por un ángel antes de la matanza de los inocentes, se había refugiado con el pequeño Juan
nuevamente en el desierto. Permaneció allí con el niño durante unos 40
días. Más tarde volvió a su hogar, y un
esenio del monte Horeb fue al desierto para llevar alimentos al niño y ayudarle
en sus necesidades. Este hombre, cuyo nombre he olvidado, era pariente
de la profetisa Ana. Al principio iba cada semana y después cada quince días, mientras Juan necesitó ayuda. No tardó
en llegar el momento en que al niño
Juan le gustaba más estar en el desierto que entre los hombres.
Estaba destinado por Dios para crecer allí en toda inocencia, sin
contacto con los hombres y sus maldades.
Juan, como Jesús, no fue a la escuela, y era instruido por el Espíritu
Santo.
JUAN
Y LOS ANIMALES
Tenía extraordinaria familiaridad con los animales, especialmente con los
pájaros, que venían volando para posarse sobre sus hombros. Y mientras él les
hablaba parecía que le comprendieran.
Los animales lo querían tanto que le servían en muchas cosas.
Lo llevaban
a sus refugios o a sus nidos, y cuando los hombres se acercaban él podía huir a
los escondites sin peligro. Se
alimentaba de frutas silvestres y de raíces. No le costaba mucho
encontrarlas pues los animales mismos
lo conducían donde estaban y se las mostraban.
ZACARÍAS
ES ASESINADO POR HERODES
Una vez que
Zacarías fue al templo a llevar víctimas para el sacrificio, Isabel aprovechó su ausencia y fue a visitar
a su hijo al desierto. Juan tendría unos seis años entonces. Zacarías no había ido a ver al niño nunca,
de modo que si Herodes le preguntaba por el niño podía, sin mentir, responder
que lo ignoraba. Se había hablado mucho
del niño desde los primeros días de su vida.
Era conocido su nacimiento maravilloso y mucha gente afirmaba haberlo
visto rodeado de resplandor.
Por esta
causa Herodes quería apoderarse de él
para matarlo. Repetidas veces Herodes
había preguntado a Zacarías dónde se escondía el niño. Pero ahora, yendo
Zacarías al templo, fue asaltado y
maltratado por los soldados encargados de vigilarlo. Lo llevaron a una
prisión en el flanco de la montaña Sión. El anciano fue torturado para que descubriese dónde se ocultaba su hijo,
y como no pudieron obtener lo que deseaban terminaron por matarlo por orden de
Herodes.
LA
MUERTE DE ISABEL
Santa Isabel volvió del desierto a la ciudad de Juta para esperar la llegada de su marido. Al entrar en su casa conoció la triste
noticia de la muerte de su esposo. Su dolor fue muy grande y parecía inconsolable. Retornó al desierto, quedándose allí con el
niño, hasta su muerte, que aconteció poco tiempo antes que la Sagrada
Familia volviera de Egipto. Después de esto, Juan se internó más en el desierto y se estableció junto a un pequeño
lago. Allí vivió mucho tiempo
porque lo vi fabricarse una cabaña o glorieta en medio de los arbustos,
para pasar la noche. Era pequeña y baja, de modo que apenas podía acostarse
para dormir.
Vi también que tenía una varilla atravesada en su bastoncito, de modo
que formaba una cruz.
SE
INICIA EL MINISTERIO DE JESÚS Y JUAN
Cuando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando
cada vez más. Después de la muerte de José se trasladaron
Jesús y María a un pueblito de pocas casas entre Cafarnaum y Betsaida. Luego
Jesús partió de Cafarnaum, a través de Nazaret, hacia Hebrón, y comenzó a predicar. Juan recibió una revelación sobre el bautismo
y, debido a ella, al salir del desierto cavó un pozo en las cercanías de la
Tierra Prometida. En relación con el pozo que estaba haciendo Juan, tuve una visión sobre Elías. Lo vi en
el desierto, desanimado y soñoliento.
En ese momento fue cuando el ángel lo
despertó y le dio de beber. Esto sucedió en el mismo lugar donde Juan iba a hacer la fuente y el pozo. Juan
en medio de la fuente plantó un árbol
especial, con brotes y espinas. El árbol, que parecía reseco y marchito, reverdeció. He visto después que Juan
entró en el agua hasta medio cuerpo. Abrazaba
con una mano al árbol y con la otra sostenía su bastoncito con el cual
pegaba en el agua haciéndola saltar sobre su cabeza.
Cuando hacía esto vi que descendía una luz sobre él y se derramaba sobre
él el Espíritu Santo, mientras dos ángeles aparecían en el borde de su fuente y
le hablaban.
Después de
esta obra salió Juan del desierto y fue
hacia donde le esperaba la gente. Su presencia era imponente: alto de estatura, aunque delgado por los
ayunos; de fuerte musculatura; de porte noble, atrayente, puro, sencillo
y compasivo. El color del rostro
bronceado, la cara demacrada y el continente serio y enérgico. Los
cabellos castaño oscuros y crespos y la barba corta.
SU
PREDICACIÓN
Juan no se
dejaba impresionar por nada de lo que lo rodeaba y sólo hablaba de un asunto: hacer penitencia, pues se acercaba el Mesías.
Todos le admiraban permaneciendo absortos en su presencia. Su voz era penetrante como una espada,
potente y severa, pero con todo bondadosa. Se asociaba con toda clase de gentes y con los niños.
En todas partes iba directamente a su objetivo: no le importaba nada
más, no pedía ni necesitaba cosa de nadie.
¡PREPARAD
LOS CAMINOS DEL SEÑOR!
En ninguna parte se paraba mucho. Anduvo por los caminos de Galilea, alrededor del lago, sobre Tarichea
y el Jordán, por Salem, en el desierto hacia Betel. Y cerca de Jerusalén, que no quiso tocar en toda su vida ya que
sus quejas y lamentos estaban dirigidos muchas veces contra la ciudad depravada.
Aparecía siempre clamando: ‘¡Penitencia! ¡Preparad los caminos del
Señor! ¡El Salvador viene!’.
Tres meses antes de empezar a bautizar recorrió Juan el país, por dos veces, anunciando al que habría de venir
después de él. Su andar era acelerado,
con pasos ligeros, sin descanso, pero sin agitación. No se asemejaba al caminar tranquilo del Salvador. Las palabras ‘preparad los caminos del
Señor’ no eran sólo figuras
retóricas. He visto que Juan
recorría todos los caminos que Jesús y los apóstoles hicieron después,
removiendo los obstáculos y allanando las dificultades. Limpiaba de matorrales y piedras los caminos y hacía sendas
nuevas. Colocaba piedras en ciertos
lugares de vado, limpiaba los canales, cavaba pozos, arreglaba fuentes
obstruidas. Hacía asientos y
comodidades, que después el Señor usó en sus viajes. Levantó techados donde Jesús más tarde
reunió a sus oyentes o donde descansó de sus fatigas.
PREDICACIÓN
DE JUAN EL BAUTISTA Y EL BAUTISMO DE JESÚS: VISIÓN DE MARÍA VALTORTA
EL
ENTORNO DONDE BAUTIZA EL BAUTISTA
Veo una
llanura despoblada de vegetación y de
casas. No hay campos cultivados, y muy pocas y raras plantas reunidas
aquí o allá en matas — vegetales familias — en los sitios en que el suelo está
por debajo menos quemado. Imagine que este terreno quemado y baldío está a mi
derecha — teniendo yo el norte a mis espaldas — y se prolonga hacia el Sur
respecto a mí. A la izquierda veo un
río de orillas muy bajas, que corre lentamente también de Norte a Sur. Por
el movimiento lentísimo del agua
comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura
tan achatada que constituye una depresión. El movimiento es apenas suficiente para que el agua no se
estanque formando un pantano. El
agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de
un metro, como mucho uno y medio. Tiene la anchura del Arno hacia S.
Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para
calcular con exactitud. Es de un azul
ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo,
hay una faja tupida de hierba que alegra la vista, cansada de la desolación
pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante. Esa voz íntima que le he
explicado que oigo y me indica lo que debo notar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán. Lo llamo
valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde
corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo así porque un valle
presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos. Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que
observo a mi derecha es el desierto de Judá. Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde
no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos
de desierto. Aquí no se ven esas arenas
onduladas que nosotros nos pensamos, sino sólo tierra desnuda, con
piedras y detritus esparcidos. Es como
los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas. Además, junto al Jordán hay una gran paz,
un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del
Trasimeno.
Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces
celestes.
No sé bien
decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu. Mientras observo estas cosas, veo
que la escena se puebla de gente a lo
largo de la orilla derecha — respecto a mí — del Jordán. Hay muchos hombres, vestidos de diversas
formas. Algunos parecen gente
del pueblo, otros ricos. No faltan algunos que parecen fariseos por el vestido ornado de ribetes y
galones.
EL
RECONOCIMIENTO A JUAN EL BAUTISTA
Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que lo veo, lo reconozco
enseguida como el Bautista. Habla a la
multitud, y le aseguro que no son palabras dulces. Jesús llamó a
Santiago y a Juan “los hijos del trueno”… ¿Cómo llamar entonces a este vehemente
orador? Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto…
¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de
hablar y en sus gestos!
Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su
venida, extirpando
de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos. Es un hablar
vertiginoso y rudo. El Precursor no
tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones. Es un médico que desnuda y hurga y
corta sin miramientos.
LLEGA
JESÚS AL LUGAR DEL BAUTISMO
Mientras lo
escucho veo que mi Jesús se acerca
a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría
que sigue el curso del Jordán. Este
rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las
caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar
a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río es fácil vadearlo. El sendero continúa por el otro lado
del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta. Jesús está solo. Camina lentamente,
acercándose, a espaldas de Juan. Se
aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente
del desierto. Como si fuera uno de
tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar
limpios para la venida del Mesías. Nada
le distingue a Jesús de los demás. Parece un hombre común por su vestir. Un señor en el porte y la hermosura, más ningún signo divino lo distingue
de la multitud. Pero diríase que Juan
ha sentido una emanación de espiritualidad especial. Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente. Baja
impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del
grupo apoyándose en el tronco de un árbol. Jesús y Juan se miran fijamente un momento.
Jesús con esa mirada suya azul tan dulce; Juan con su ojo severo,
negrísimo, lleno de relámpagos.
Los dos,
vistos juntos, son antitéticos. Altos
los dos — es el único parecido —, son muy distintos en todo lo demás. Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados,
rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, atavío sencillo pero majestuoso. Juan, hirsuto, negro: negros cabellos
que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura). Negra barba rala que le cubre casi todo el
rostro, sin impedir con su velo que se noten los carrillos ahondados por
el ayuno. Negros ojos febriles.
Oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie. Oscuro por el tupido
vello que lo cubre. Juan está
semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura
por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los
costados delgados. Y dejando
descubiertas las costillas en la parte derecha, esas costillas cubiertas
por el único estrato de tejidos que es la piel curtida por el aire. Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.
EL
BAUTISMO DE JESÚS POR JUAN BAUTISTA
Juan,
después de escudriñarlo con su ojo
penetrante, exclama:
– He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a
mí mi Señor?
Jesús responde lleno de paz:
– Para cumplir el rito de penitencia.
–
Jamás, mi Señor. Soy yo quien
debe ir a ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?
Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se
había inclinado ante Él, responde:
– Deja que se haga como deseo, para que se cumpla
toda justicia y tu rito sea inicio para un más alto misterio y se anuncie a los
hombres que la Víctima está en el mundo.
Juan lo mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla.
Allí Jesús se quita el manto, la túnica
y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto. Luego baja al agua, donde ya está
Juan, que lo bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río. La cual tomada con una especie de taza que lleva
colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media
calabaza secada y vaciada. Jesús es
exactamente el Cordero. Cordero en el candor de la carne, en la modestia
del porte, en la mansedumbre de la mirada. Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración.
Juan lo señala ante las turbas y
testifica que lo ha reconocido por el signo que el Espíritu de Dios le
había indicado como señal infalible del Redentor. Pero yo estoy polarizada en
mirar a Jesús orando, y sólo tengo presente esta figura de luz que resalta
sobre el fondo de hierba de la ribera.
JESÚS
EXPLICA A LA VIDENTE EL SENTIDO DEL BAUTISMO
Dice
Jesús:
– Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo. Su
espíritu, pre-santificado desde el vientre de su madre, poseía esa
vista de inteligencia sobrenatural que habrían poseído todos los hombres sin la
culpa de Adán. Si el hombre hubiera
permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad para con su Creador,
habría visto a Dios a través de las apariencias externas. En el Génesis se lee que el Señor Dios
hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no desfallecía ante
aquella voz y no se equivocaba al discernirla. Era destino del hombre ver y entender a Dios, justamente como un
hijo con su padre. Después vino la
culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido
ni ver ni comprender a Dios. Y cada vez lo sabe menos. Pero Juan, mi primo Juan, quedó limpio de la culpa cuando la Llena
de Gracia se inclinó amorosa a abrazar a Isabel, un tiempo estéril, entonces
fecunda. El pequeñuelo saltó de júbilo
en su seno, sintiendo caérsele de su alma la escama de la culpa, como
costra que cae de una llaga que sana. El
Espíritu Santo, que había hecho de María la Madre del Salvador, comenzó
su obra de salvación, a través de María, vivo Sagrario de la Salvación
encarnada, sobre este niño que había de nacer destinado a unirse a mí. No tanto por la sangre, cuanto por la misión
que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra. Juan los labios, Yo la Palabra. Él el
Precursor en el Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien
perfeccionaba, con mi divina perfección, el Evangelio comenzado por Juan y el
martirio por la defensa de la Ley de Dios. Juan no tenía necesidad de ningún signo. Pero la cerrazón de los demás lo
requería. ¿En qué habría fundado Juan su aserción, sino sobre una prueba
innegable que los ojos y oídos de los tardos hubieran percibido? Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo.
Pero la sabiduría del Señor había
juzgado que ése era el momento y el modo del encuentro. E induciendo a Juan a salir de su cueva del
desierto y a mí a salir de mi casa, nos unió en esa hora para abrir
sobre mí los Cielos.
De donde habría de descender Él mismo, Paloma
Divina, sobre aquel que bautizaría a los hombres con tal Paloma, y el anuncio,
más potente que el angélico, porque provenía del Padre mío: “Éste es mi Hijo
muy amado con quien me he complacido”.
Para que los hombres no tuvieran disculpas o dudas
en seguirme o en no seguirme.
Fuentes:
- https://es.wikipedia.org/wiki/Ana_Catalina_Emmerick
- https://www.ebookscatolicos.com/libros-de-la-beata-anna-catalina-emmerich/
- https://visionesemmerick.net/
- https://es.wikipedia.org/wiki/Maria_Valtorta
- http://forosdelavirgen.org/3136/vision-del-nacimiento-de-juan-bautista-por-maria-valtorta/
- http://www.obramariavaltorta.org/iglesia-1a-parte-2/
- http://www.mariavaltorta.com/index.php/es/
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