Francisco, Obispo de Roma, ha enviado como es de pública información,
una conceptuosa carta de felicitación en su nonagésimo aniversario natal a
Gustavo Gutiérrez en la que le agradece por lo que ha contribuido a la Iglesia y a la humanidad.
La progresía católica ha celebrado el hecho afirmando sin ambages que
éste señala la
rehabilitación del padre de la teología de la liberación.
Asimismo, ha firmado el decreto por el cual declara mártir por odio a la fe al obispo Angelelli, otros dos sacerdotes y
un seglar argentinos. Sin embargo, la muerte del obispo tercermundista Angelelli no tuvo
orígenes martiriales. Un accidente convertido en crimen.[1]
Refutando mi artículo Inoportuna beatificación del
obispo Romero, en abril de 2015, [2]Juan Rubio Fernández, calificaba de
demencial mi escrito, en el que afirmé: el
anuncio de la próxima beatificación del arzobispo Romero, es inoportuno, porque
queda claro, muy al margen de las virtudes y credenciales de santidad del
candidato a los altares, que su figura es una bandera política antes que modelo
espiritual, y que a su vez podría generar una ola de beatificaciones eclesiales
de otros obispos y sacerdotes que murieron a causa de ideologías y no
necesariamente por odio a la fe.
I. EL COMUNO-PROGRESISMO
Juan XXIII al convocar a la realización del Vaticano II, habló de la famosa primavera
de la Iglesia, empero ésta, «no
fue una nueva primavera para la Iglesia, como lo había imaginado su promotor,
pero fue una inesperada revolución en todos los sectores de la Iglesia,
incluido el campo social (…) Una honda simpatía por la solución socialista e
incluso marxista-leninista se imponía en el mundo, que todavía desconocía en su
propia carne la cruel experiencia del socialismo real, y fascinaba a
intelectuales y estudiantes, sin excluir a los seminarios y al clero más joven.
Fidel Castro y Che Guevara eran sus ídolos. (…) Los movimientos que se
consideraban y proclamaban “progresistas”, fuertemente intelectualizados,
apoyados en los medios de comunicación, agudizaron la conciencia revolucionaria
(“concienciación” era el vocablo entonces divulgado por Paulo Freire). El que
no comulgaba con ellos era sumamente descalificado como reaccionario, burgués y
conservador».[3]
En efecto, a inicios de la década de 1960, comenzó a mover sus tentáculos,
con contornos más perceptibles, aquello que se transformaría poco a poco en una
gravísima cuestión, cuando un número muy considerable de personalidades
eclesiásticas inició un movimiento de progresivo abandono de la difusión del
auténtico Evangelio de NS Jesucristo, pasando poco a poco a colaborar en la
difusión de un contra-evangelio, el
contra-evangelio marxista,[4] que desembocó en una legión de
errores y horrores. Se abandonó la tradición escolástica y tomista acerca de la
ley natural, «fundada en las Escrituras», por
nuevas modas de pensamiento científico, teológico y eclesiástico. Las «reformas» litúrgicas post Vaticano II, afectaron
profundamente al Santo Sacrificio de la Misa, el calendario litúrgico y la
música sagrada, y alteraron asimismo otras acciones litúrgicas, los sacramentos
y ritos católicos.
Por ejemplo, en 1976, quinientos sacerdotes
colombianos enviaron una petición al Vaticano acusando a sus obispos de estar
aliados al explotador contra el explotado. El sacerdote Saturnino
Sepúlveda, jefe del grupo marxista Sacerdotes para América Latina afirmó
entonces: Yo
veo a Jesucristo como el secretario general del primer partido comunista.[5]
«La connivencia
entre comunismo y neo-modernismo progresista es una constante que casi no
conoce excepciones».[6]
II. MARXISTIZACIÓN DE LA TEOLOGÍA, GRADUAL
EN LA ESTRATEGIA, RADICAL EN EL OBJETIVO:
Dios es anterior al hombre. El modernismo (llámese Teología de la Liberación) invierte ese orden haciendo
de la religión un
instrumento antropocéntrico en
lugar de teocéntrico.
Bajo el alero de Kant y Hegel (principales figuras instrumentales de la
decadencia del pensamiento occidental), las corrientes progresistas reducen la
teología a antropología, o si se quiere, exaltan al hombre a un nivel superlativo,
como itinerario corruptor a través del cual se llega a un suicidio espiritual: un
antropocentrismo, un inmanentismo, encubierto bajo diversas formas azuzadas
hacia el saqueo
de lo celestial.
Así en los primeros años del post Vaticano II, un tiempo de agitación y
perturbación, irrumpió la «teología de la liberación», bajo
la influencia de la «nueva
teología», «principalmente dentro de la
corriente que toma la sociedad como objeto de su estudio, mostrando una
tendencia hacia el sociologismo dando prioridad a la sociedad frente al hombre,[7] en la que «la palabra redención suele ser
sustituida por liberación, la cual a su vez es entendida, a la luz de la
historia y de la lucha de clases, como proceso de liberación en marcha.
Finalmente es también fundamental hacer hincapié sobre la praxis: la verdad no
debe entenderse en el sentido metafísico, pues esto sería “idealismo”. La
verdad se realiza en la historia y en la praxis. La acción es la verdad. Por
consiguiente, las ideas que llevan a la acción son, en última instancia,
intercambiables. Lo único decisivo es la praxis. La ortopraxis es la única
ortodoxia».[8]
Esa «relectura», de
acuerdo al cardenal Ratzinger en el informe citado, nació de dos fuentes: «el marxismo y la
hermenéutica protestante racionalista de Bultmann».
«Los marxistas aplicaron un
método profundamente sicológico (y muy efectivo), a saber, el método de
graduación. Primero, por una propaganda adecuada (durante los retiros
espirituales, “jornadas”, “encuentros”, “congresos”, etc., y en los artículos
de los periódicos teológicos) se efectuó un “lavado de cerebros” y de esta
manera se “lavaron” de la mentalidad de una parte del clero, la formación y
educación recibidas en los seminarios y universidades católicas; después, ya
con toda facilidad pudieron inyectar, por pequeñas dosis, la cosmovisión
marxista y especialmente el concepto marxista del cristianismo».[9]
Esa
concepción marxista del cristianismo, buscando la fermentación del marxismo
desde los círculos católicos, se insufla principalmente desde la Teología de la
Liberación, que viene a ser una herramienta de subversión, utilizando la
religión para favorecer al marxismo.
En una síntesis el planteamiento de la teología marxista de la liberación es el siguiente: El hombre contemporáneo es un esclavo
del régimen capitalista, pues el capitalismo es un régimen de explotación y de
opresión, que degenera física y moralmente tanto a los explotados y oprimidos,
como también a los explotadores y opresores; la revolución marxista es la única
fuerza real capaz de liberar al hombre del injusto e inhumano régimen
capitalista; por consiguiente la Iglesia, como institución fundada por Cristo
para liberar al hombre, debería no solamente apoyar la revolución marxista,
sino incluso identificarse completamente con ella.[10]
Los
ideólogos de la Teología de la Liberación, asumen el mismo concepto de la
revolución marxista, tal como lo presentan los mismos marxistas, a saber: Como un proceso sociológico permanente, que transforma la sociedad
por la lucha de clases, que se expresa por el continuo agudizamiento de los
conflictos sociales, las contradicciones internas de la sociedad capitalista y
que lleva fatalmente a la violencia, al desorden, al caos, a las luchas armadas
y a la guerra revolucionaria… revolución que debe ser conducida por los revolucionarios profesionales.
En 1971, el presbítero Gustavo Gutiérrez publicó su obra «La teología de
liberación», en
la que «pretende, en primer lugar,
introducir un nuevo concepto de la teología y, de conformidad con éste
concepto, después trata el tema de la liberación del hombre del régimen
capitalista, para finalizar su estudio con algunas consideraciones
escatológicas muy confusas, en las cuales quiere identificar “el reino de Dios
en la tierra” con la sociedad ideal del futuro, edificada por la revolución marxista». Posteriormente
(1979) publicó «La
fuerza histórica de los pobres», obra
que en gran medida «es una repetición de su obra
matriz», en una perspectiva ortodoxamente marxista.
Así, la obra del ahora rehabilitado Gustavo
Gutiérrez: «La
teología de la liberación», es un claro y decisivo acto de
compromiso con la revolución marxista, guardando cuidadosamente todas las
apariencias de fidelidad a la teología tradicional y a la enseñanza oficial de
la Iglesia.
Dice Gutiérrez: la revolución es sólo una parte
del todo, el todo mismo es la creación «de una nueva manera de ser hombre, una
revolución cultural permanente».[11]
Gutiérrez
se ve llamado a difuminar las diferencias entre Iglesia y mundo, entre
naturaleza y gracia, entre cristianos y no cristianos, entre Reino y liberación
humana, y entre historia de la salvación e historia profana.
«Teología pródiga en frases ambiguas, que podrían
admitir una interpretación católica, pero que en su contexto significan otra
cosa. Por ejemplo esta sentencia de Gustavo Gutiérrez: La acción liberadora de Cristo (…) está en el corazón del fluir histórico de la humanidad, la lucha
por una sociedad justa se inscribe plenamente y por derecho propio en la
historia salvífica. Gutiérrez no pretende afirmar simplemente que
Cristo es el centro de la historia y su Señor, y que por eso ya está de
suyo cristificada, por decirlo
así, y que la acción
liberadora –dentro o fuera de la gracia, de los sacramentos, de
la Iglesia- es de Cristo ipso facto, lo
es en cuanto liberadora, y que la lucha por una sociedad
más justa –socialista- es salvífica en sí, donde y como se dé».[12]
Gustavo Gutiérrez, en su búsqueda nos ha
conducido lejos de la teología, si es
cierto que ésta es un discurso de la razón
inmerso en la luz de la fe, para iluminar las cosas de la fe;un
discurso que asume plenamente que la verdad de la fe no puede ser superada
por la razón.[13]
La «izquierda
católica» ha sido siempre la «tonta útil» de los
objetivos del comunismo a través de la Teología de la Liberación, la vena
mediante la cual el marxismo hizo correr su veneno revolucionario entre
obispos, sacerdotes, religiosas y «laicos de base»,
muchos de los cuales empuñaron las armas, uniéndose a las guerrillas en
Bolivia, Uruguay, Argentina, Nicaragua, Perú, El Salvador, abanderados con «una “relectura sudamericana” de la Escritura, o
relectura “situada” en la perspectiva de la praxis liberadora de América
Latina. Dicha exégesis nos revela en Jesús “al Cristo libertador”, es decir, al
“subversivo de Nazaret” activamente comprometido en la lucha de clases de su
época, y que murió aplastado por el establishment
burgués (romano-fariseo) como mártir de la causa del pobre. También
la Iglesia se supone radicalmente atravesada por la lucha de clases: por el conflicto
dialéctico entre la Iglesia jerárquica y sacramental –que expresa los intereses
de la burguesía- y la “Iglesia popular”,
que ha optado por la causa proletaria».[14]
III. TRIBALISMO MARXISTA
Ya en 1928, -como lo recuerda el Padre Miguel Poradowski- «el Sexto Congreso de la Tercera Internacional
Comunista instruyó a los partidos comunistas de América Latina para que
aprovechasen el tribalismo para la revolución marxista. Es doloroso constatar
que cuanto el comunismo internacional no pudo realizar, sirviéndose sólo de sus
partidos comunistas, actualmente lo está logrando plenamente mediante la
manipulación con este propósito, de una parte del clero católico» [15].
El protestantismo de los tiempos de
Lutero se presentó como una vuelta al paganismo (germánico). ¿Hay algo de esto
en el catolicismo de hoy día? Desgraciadamente, sí… Pero aquí hay que constatar un fenómeno gravísimo, presente ante todo en
América Latina, a saber: la vuelta consciente a las creencias paganas de las
culturas primitivas, con la agravante que no se trata solamente de algunos
fenómenos espontáneos de parte del “pueblo”, sino
de los esfuerzos criminales (pues es un crimen contra la religión revelada) de
parte de un grupo del clero. Hay, pues, sacerdotes y obispos que se dedican a “resucitar” artificialmente estas creencias
paganas y a integrarlas en el Credo de la fe católica y en la liturgia, incluso
en la Santa Misa. Se trata del “tribalismo”.
En este caso, la vuelta al
paganismo dentro de la Iglesia Católica es un fenómeno mucho más condenable que
la vuelta al paganismo del protestantismo en los tiempos de Lutero, pues
esta última fue más bien espontánea, instintiva y subconsciente, mientras que
en el actual caso latinoamericano no se trata de las reacciones espontáneas,
instintivas y subconscientes de los fieles de origen tribal —lo que a veces
ocurre también, pero es un fenómeno comprensible y, por tanto, perdonable—,
sino se trata de una acción deliberada, llamada “pastoral”,
de algunos obispos, lo cual es criminal también en el estricto sentido
jurídico, pues está castigado por el Derecho Canónico; pero, a pesar de esto, está siendo actualmente
tolerado por las autoridades eclesiásticas correspondientes, como cualquier
aberración que se haga bajo el pretexto de lo «pastoral»
o «ecuménico». Esto comprueba que actualmente en la Iglesia
Católica están presentes criterios protestantes.[16]
Para aniquilar la Civilización Cristiana las mismas fuerzas de la
Revolución que articularon la revolución comunista, requintan la revolución del paganismo
tribal: desmoronamiento del pudor, la rápida desaparición de
las fórmulas de cortesía… Es la cuarta etapa que vivimos hoy. También
esta IV Revolución quiere tribalizar la esfera
espiritual: corrientes teológicas y
canónicas que buscan transformar la estructura eclesiástica en un tejido
cartilaginoso, amorfo, «en los que la firme autoridad canónica va siendo
sustituida gradualmente por el ascenso de los “profetas” más o menos
pentecostalistas, congéneres ellos mismos de los hechiceros del estructuralismo-tribalismo,
con cuyas figuras acabarán por confundirse. Como también con la tribu-célula
estructuralista se confundirá, necesariamente, la parroquia o la diócesis
progresista-pentecostalista.[17]
IV. LA INFILTRACIÓN COMUNISTA EN LA
IGLESIA NO ES RECIENTE, Y TAMPOCO MENOS GRAVE.
Antes de la realización del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica y los
obispos católicos constituían la vanguardia de resistencia al comunismo, hoy en
todas partes los eclesiásticos católicos e intelectuales católicos se han
convertido en los promotores y en la vanguardia de la teología de la liberación. «El
misterio de iniquidad consiste precisamente en que el “Aparato publicitado de la
Iglesia” que debía servir para llevar las almas a Jesucristo, sirve en cambio
para perderlas y esclavizarlas al demonio. Aquí está el “misterio de
perversidad”: que la sal se corrompa y deje de salar (Mt 5, 13)».[18]
_____
No hay comentarios:
Publicar un comentario