Les debía este
artículo a mis hermanos venezolanos y lo prometido es deuda.
Venezuela es un país hermano
que está sufriendo un verdadero calvario desde hace ya muchos años: primero con Hugo Chávez y ahora con su sucesor, Nicolás
Maduro. La próxima arbitrariedad que pretende perpetrar el Tirano Banderas venezolano consiste en acabar con
el sufragio universal, cambiar la constitución y convertir en traidores a la
patria a todos aquellos que se opongan a su revolución socialista del siglo
XXI, que, dicho sea de paso, se parece mucho a las dictaduras comunistas del
siglo XX. Miles de venezolanos han tenido que marcharse de su país. Según los
datos publicados por distintos diarios, actualmente cuarenta mil personas
cruzan al día la frontera entre Venezuela y Colombia. Venezuela se ha
convertido en un país dominado por el narcotráfico, por la corrupción
institucionalizada, por la violencia política que atenta a diario contra la
dignidad humana. Un país desabastecido de lo más elemental, empobrecido por
unas élites que roban y saquean a manos llenas mientras el pueblo se muere de
hambre y a causa de la falta de medicinas básicas. Venezuela es hoy en día una
vergüenza dentro de la comunidad internacional y dentro de la Hispanidad.
Así que yo no me puedo callar
y alzo mi voz contra los canallas que oprimen a su pueblo, contra los tiranos
que martirizan a las personas a las que deberían servir y proteger. Han
cambiado la búsqueda del bien común por los intereses de una casta oligárquica
que pretende mantenerse en el poder a toda costa, persiguiendo, encarcelando,
amenazando o asesinando a cualquiera que suponga una amenaza para ellos.
Pero al enemigo de Venezuela
hay que ponerle nombre: es el Comunismo, una ideología política
totalitaria y criminal que ya ha causado más de cien millones de muertos a lo
largo de su historia infame. Ninguna ideología ha sido hasta la fecha
más abominable y asesina que el Comunismo Marxista.
El Marxismo es una ideología muy tentadora y atractiva. Es una ideología satánica al cien por
cien. Como la Serpiente en el Jardín del Edén, nos ofrece ser como dioses y nos
presenta su paraíso como una utopía alcanzable a través de la violencia
revolucionaria. El paraíso comunista sería una sociedad sin ricos ni pobres,
sin explotadores ni explotados; una sociedad justa, sin desigualdades
económicas; una sociedad donde los poderosos serán derrocados para que los
débiles y explotados, los proletarios, impongan su ley y tomen el poder por la
fuerza de las armas. Y una vez tomado el poder, se instaura la dictadura del
proletariado, con un partido único y una persecución feroz de cualquier
disidente, al que se acusa de traidor a la revolución o de contrarrevolucionario.
Y así se les encarcela o se les borra del mapa, a la vez que se instaura un
sistema policial en el que todo el mundo es sospechoso y cualquier vecino que
quiera saldar cuentas contigo no tiene más que denunciarte a la policía
política para conseguir su venganza.
El Comunismo es una especie de
versión apóstata y atea de un pseudocristianismo falso y cambiado de bando, que
adora a Satanás en lugar de a Cristo. Es una nueva religión que endiosa a sus
líderes y los convierte en sumos pontífices de la revolución, en verdadero
iconos de la nueva sociedad socialista: pasó con el
Che Guevara, con Mao, con Lenin, con Stalin, con Fidel Castro, con Ortega, con
el Subcomandante Marcos, y con un largo etcétera de tiranos y asesinos elevados
a la categoría de nuevos mesías y redentores de la humanidad a los que sus
fieles deben rendir culto sin pestañear. El Comunismo propone una
especie de reino de un dios, pero sin Dios. Un reino de Dios sin Dios y contra
Dios solo puede rendir culto a Satanás. Y ese reino satánico solo puede
significar desolación, hambre, tortura y muerte.
Además el Comunismo tiene una
visión de la sociedad y de la historia que recuerda mucho a los viejos herejes
maniqueos: hay buenos y malos. Y los buenos deben acabar con los malos,
obviamente. Es un planteamiento tan simplista, tan demagógico y populista como
atractivamente falso. Para los marxistas, que son evidentemente materialistas y
no creen en ninguna realidad sobrenatural ni espiritual, todo se reduce a un
conflicto entre ricos y pobres (o empobrecidos). Y la solución es que los
pobres acaben con los ricos, les quiten sus riquezas y se las repartan entre
ellos. Claro que ese reparto nunca llega. Lo único que reparten los comunistas es miseria y plomo. Pero a la
gente que vive desesperada por el desempleo, oprimida por las injusticias
sociales y agobiada por la imposibilidad de dar de comer a sus familias, les
ofrece esperanza: que no es poco, aunque se trate
de una falsa esperanza y al final sea peor el remedio que la enfermedad. Quienes
no tienen nada que perder, porque ya lo han perdido todo, buscan en estas
ideologías una solución a sus problemas y una esperanza de futuro: pero una esperanza que nunca llega. Por eso, los
comunistas se aprovechan de las situaciones de crisis económicas como las que
hemos sufrido en Europa en los últimos años, para volver a rebrotar como las
ortigas en el campo. Así nació Podemos en España, que no es sino un partido
marxista leninista de libro, o Syriza en Grecia. Y de ese humus nacieron
igualmente los brotes venenosos de la extrema derecha filofascista o filonazi
en países como Alemania o Austria. En realidad el veneno mortal se destila de
la misma forma en el comunismo y en el fascismo.
Por otra parte, los modernistas de la Iglesia del Nuevo
Paradigma también creen, como los comunistas, que las estructuras sociales se
pueden y se deben cambiar mediante el compromiso social (socialista) de los
militantes. Para ellos, Dios no hace falta para nada, porque son pelagianos: la
gracia no les hace falta ni creen en ella. Ellos solos con su buena
voluntad cambiarán el mundo. Y además en muchos casos, también son neo-arrianos: Jesús
es un líder liberador, pero no más que el Che Guevara o Mao. Es un
personaje histórico, precursor de los nuevos movimientos populares de liberación
en su sentido más estrictamente político. Pero para ellos, Jesús no es
verdadero Dios: eso fue una invención de la
primitiva comunidad y nada tiene que ver el Jesús histórico con el Cristo de la
fe. Así, niegan los milagros, niegan la encarnación del Hijo de Dios en
la Virgen María, niegan la virginidad de María y niegan la resurrección del
Señor. Por eso no es de extrañar que algún preclaro cardenal haya expresado su
admiración por Karl Marx y por su obra, sin la cual, según él, no se podría entender
la doctrina social de la Iglesia (¡manda narices!). Tampoco es de extrañar que
otro arzobispo haya dicho que la China comunista sea el país donde mejor se
aplica la doctrina social de la Iglesia o que otros sostengan que, en realidad,
los comunistas piensan igual que los cristianos. Los comunistas piensan igual
que los cristianos modernistas. Si ponemos ese adjetivo, podemos llegar a un
cierto acuerdo. Entre un comunista materialista y un modernista inmanentista
que niega la transcendencia y la acción de la gracia, efectivamente hay
similitudes: “Sí, podemos. Otro mundo es posible”. Pelagianadas
así están a la orden del día entre modernistas y comunistas. Entre un
comunista ateo y un modernista arriano, que niega divinidad de Cristo, también
hay grandes parecidos.
Los católicos creemos que poco
podemos por nuestras solas fuerzas: “Sin mí no
podéis hacer nada”, dice el Señor. Y sin embargo, creemos que todo
lo podemos en Aquel que nos conforta: en Cristo lo podemos todo. Pero es Cristo el Salvador y el Redentor: no
nosotros. Él es la Vid verdadera: nosotros solo los sarmientos que para
nada sirven separados de esa Vid. Los católicos creemos que el Reino de Dios lo
instaura Dios. Y que el mundo cambiará
solo cuando todos reconozcan a Cristo como Rey y Señor, se conviertan y vivan
en gracia de Dios. Cuando todos seamos santos, por la gracia de Dios, el
mundo cambiará. Porque los santos viven amando al prójimo como Cristo nos amó.
Y cuando vivamos cumpliendo los mandamientos y amando al prójimo, entonces todo
será diferente. Pero eso para nosotros, con nuestras solas fuerzas, es
imposible. Y por eso necesitamos los sacramentos y la oración como cauces de la
gracia de Dios que nos transforma y santifica y, santificándonos a nosotros,
santifica al mundo. El mundo cambiará cuando reconozcamos la soberanía de
Cristo, único y verdadero Rey del Universo. Adorar al Santísimo en el silencio de una Iglesia cambia realmente más el
mundo que todas las revoluciones habidas y por haber. Pero claro… esto a
la mentalidad de la modernidad no le parece útil ni práctico. Lo mejor es la
vida activa y los contemplativos que huyen del mundo no contribuyen a cambiar
la estructura de injusticia estructural que oprimen a los excluidos y
empobrecidos por el sistema capitalista opresor. Yo, obviamente, estoy
firmemente convencido de todo lo contrario: que hacen más las comunidades contemplativas por cambiar el mundo que todos
los que estamos trabajando el mundo juntos. Porque ellos dedican toda su
vida a adorar a Dios y a interceder por nosotros. Y eso vale más que todos los
planes, los proyectos y las acciones comprometidas de los más comprometidos.
Y a los hermanos venezolanos,
cubanos, nicaragüenses, chinos o norcoreanos, ¿qué les queda? Resistir. Ser mártires y santos. Vivir
en gracia de Dios, adorar, rezar el rosario; comulgar con frecuencia siempre
que podáis y si no podéis, comulgar espiritualmente; construid comunidades,
compartid los bienes desde la caridad que viene de Dios. “Es legítimo resistir a la
autoridad en caso de que ésta viole grave y repetidamente los principios del
derecho natural” (Compendio
de Doctrina Social de la Iglesia, 400, 401). Tal vez mis propuestas parezcan
poco útiles y en absoluto prácticas. Pero nada ni nadie es más grande que Dios.
Torres más altas cayeron. Cristo vence y reina. Él todo lo puede. Y lo mejor es
decir que sí a la voluntad de Dios y dejarnos llenar con su gracia. El Señor es
Todopoderoso. Que Dios reine y todo lo demás vendrá por añadidura. ¿Estoy
llamando a la resignación? No. Estoy hablando de resistencia, de combate, de la defensa de la Verdad, de lucha contra la
corrupción, teniendo siempre en cuenta las condiciones que explica la
Doctrina Social de la Iglesia:
401 La doctrina social indica los
criterios para el ejercicio del derecho de resistencia: « La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir
legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones
ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber
agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza
fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores
». La lucha armada debe considerarse un remedio extremo para poner fin a
una «tiranía evidente y prolongada que atentase
gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente
el bien común del país». La gravedad de los peligros que el recurso a la
violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino de la
resistencia pasiva, «más conforme con los
principios morales y no menos prometedor del éxito».
Y volviendo a Venezuela, desde
aquí quiero dejar claro mi rechazo más absoluto al papel que está desempeñando
el señor Rodríguez Zapatero, por su complicidad con los tiranos bolivarianos; y
mi repulsa y mi condena más rotunda al papel que determinados cabecillas
comunistas españoles están llevando a cabo, asesorando y apoyando
explícitamente los desmanes totalitarios del gobierno de nuestro país hermano.
Yo seguiré rezando por
vosotros y alzando la voz siempre que sea necesario para denunciar la
injusticia y la opresión que sufrís. Como yo no soy nadie, muchos pensarán que
lo que escribo “no sirve para nada”. Pero no
estéis tan seguros. Los que nada somos mucho a los ojos de Dios y Él elige a
los que nada valen, a los más necios e insignificantes a los ojos de este
mundo, para dejar patente su gloria.
Tuyo es el Reino,
Tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor. Nuestra confianza está puesta en el Señor, que hizo el Cielo y la
Tierra.
Pedro L. Llera
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