Los que
ya llevamos varios años tratando de vivir la fe, sabemos que muchas veces somos
como un avión entre bolsas de aire que tratan de alterar su ruta, momentos en
los que resulta difícil perseverar, crisis que vienen y van. Frente a los
obstáculos, aparece en el horizonte el día de Pentecostés, la venida del
Espíritu Santo. Tiempo de hacer un alto para replantearnos la hoja de ruta,
escuchándolo de modo especial. ¿Cómo lograrlo? Abriendo el espacio. Buscar a
Dios, decirle lo que pensamos, atrevernos incluso a reclamar, a enojarnos, pero
sabiendo que al final termina teniendo la razón, aunque a primera vista parezca
una suma de contradicciones. El Espíritu Santo es el sentido de los sinsentidos
que nos sorprenden de vez en cuando. Solamente él puede ayudarnos a perseverar,
conservando el buen humor y la satisfacción de haberlo aceptado como eje de
nuestra vida.
Tiene razón el papa Francisco al advertirnos sobre el error de pensar que nos salvamos por nuestras propias fuerzas, excluyendo al Espíritu Santo, pues él es la “chispa”, la luz que se mantiene encendida a pesar de todo. Se trata de la palabra definitiva de Dios. Escucharlo nos lleva a una serie de aventuras que, al sacarnos de nuestras seguridades, nos impulsa a desear nuevas cosas que nos conecten con Jesús, aquel que es el mismo ayer, hoy y siempre.
Las personas que hacen a un lado su fe y terminan por ceder a lo superficial, es porque no trabajan su interior, ese mundo desconocido que el Espíritu Santo nos lleva a descubrir a través del día a día. Cada hora, tiene un mensaje que viene de él. Palabras, situaciones, personas e incluso la impaciencia con nosotros mismos. ¿Qué nos dice?, ¿hacia dónde nos lleva? Pentecostés es un buen momento para preguntárnoslo. Hay que pedirle que venga, que tome parte, que nos despierte, que nos vuelva a enamorar de la fe, que no deje que seamos cómodos, aburridos o pesimistas. Como decía el V.P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. (1859-1938): “En un segundo, allá en el fondo del alma, el Espíritu Santo puede decir, y dice a veces, una palabra que puede alimentar el alma durante todo el año… a veces durante toda la vida”. Seamos del Espíritu Santo. Es decir, hombres y mujeres que tengan una fe práctica, renovándola todos los días.
Tiene razón el papa Francisco al advertirnos sobre el error de pensar que nos salvamos por nuestras propias fuerzas, excluyendo al Espíritu Santo, pues él es la “chispa”, la luz que se mantiene encendida a pesar de todo. Se trata de la palabra definitiva de Dios. Escucharlo nos lleva a una serie de aventuras que, al sacarnos de nuestras seguridades, nos impulsa a desear nuevas cosas que nos conecten con Jesús, aquel que es el mismo ayer, hoy y siempre.
Las personas que hacen a un lado su fe y terminan por ceder a lo superficial, es porque no trabajan su interior, ese mundo desconocido que el Espíritu Santo nos lleva a descubrir a través del día a día. Cada hora, tiene un mensaje que viene de él. Palabras, situaciones, personas e incluso la impaciencia con nosotros mismos. ¿Qué nos dice?, ¿hacia dónde nos lleva? Pentecostés es un buen momento para preguntárnoslo. Hay que pedirle que venga, que tome parte, que nos despierte, que nos vuelva a enamorar de la fe, que no deje que seamos cómodos, aburridos o pesimistas. Como decía el V.P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. (1859-1938): “En un segundo, allá en el fondo del alma, el Espíritu Santo puede decir, y dice a veces, una palabra que puede alimentar el alma durante todo el año… a veces durante toda la vida”. Seamos del Espíritu Santo. Es decir, hombres y mujeres que tengan una fe práctica, renovándola todos los días.
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