El 27 de abril de
1641 el hecho fue reconocido como milagro por la archidiócesis aragonesa.
Por: Catholic.net | Fuente: Varias
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Finales de julio de 1637. Miguel Juan Pellicer,
natural de Calanda (Teruel) tuvo un accidente durante su trabajo. Cayó al suelo
y le pasó por encima de la pierna derecha una de las ruedas del Carro de su tío
rompiéndosela más o menos a la altura del tobillo.
Le llevaron al hospital de Valencia y, al ver
que cada vez empeoraba más, lo trasladaron a Zaragoza donde llegó a primeros de
octubre, con mucha fiebre y la pierna totalmente gangrenada. Antes de ingresar
en el hospital fue a la iglesia del Pilar, donde se confesó y comulgó.
Ya en el hospital, viendo los médicos que la pierna no tenía curación decidieron cortarla cuatro dedos por debajo de la rodilla.
Ya en el hospital, viendo los médicos que la pierna no tenía curación decidieron cortarla cuatro dedos por debajo de la rodilla.
Se la serrucharon sin más anestesia que una
bebida bien cargada de alcohol mientras él se encomendaba a la Virgen del
Pilar. Después de la operación, dos médicos enterraron la pierna en el
cementerio del hospital.
Cuando se repuso de la operación, pasó dos años y medio pidiendo limosna en la puerta del Pilar y durmiendo en una posada o en los bancos del hospital. Regresó a Calanda.
Cuando se repuso de la operación, pasó dos años y medio pidiendo limosna en la puerta del Pilar y durmiendo en una posada o en los bancos del hospital. Regresó a Calanda.
Una noche soñó que se untaba el muñón con el
aceite de la lámpara de la iglesia del Pilar. Al entrar sus padres en la
habitación notaron una extraña fragancia; la madre se aproximó con el candil a
su hijo y vio que le salían de entre las sábanas no una sino las dos piernas.
Era su
misma pierna amputada: con antiguas cicatrices de niño y la lesión
cerca de tobillo que le hizo el carro cuando le pasó por encima.
Además se comprobó que la pierna enterrada en el cementerio del hospital no estaba.
El milagro fue plenamente documentado, testificado por centenares de
zaragozanos que conocían al cojo de Calanda cuando por espacio de dos años
pedía limosna en las puertas del Pilar. La fama de este portento, resistente a
toda crítica histórica, absolutamente riguroso, se extendió por todo el mundo y
contribuyó no poco a difundir la existencia del Pilar de Zaragoza y la devoción
pilarista, principalmente en los países hispanoamericanos.
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