Pretende ser un movimiento de
liberación para el siglo XXI
Javier Navascués
ha entrevistado para InfoCatólica a Albert Cortina, experto en transhumanismo,
ideología emergente que acompaña a la globalización tecnológica y a la actual
Revolución digital o Revolución de la inteligencia.
(Javier Navascués/InfoCatólica) Albert Cortina es abogado y urbanista. Promueve un humanismo avanzado para una sociedad en que las
biotecnologías emergentes estén al servicio de las personas y no al revés. Cree
que conectar el cerebro con el corazón es un magnífico camino a recorrer. Se
dedica a capacitar a las personas en la responsabilidad tecnológica, ambiental
y social mediante los principios de una ética universal aplicada a los desafíos
del futuro. Le gusta gestionar de forma integral ideas, valores y proyectos.
Como director del Estudio DTUM
se dedica desde hace más de 25 años a la ordenación de la ciudad y del
territorio, a la preservación de los espacios naturales y a la intervención y
gestión del paisaje. Aboga por una
conversión espiritual del corazón. Actualmente focaliza su atención en
la preservación de la condición humana.
Coautor y coordinador, junto
con el científico Miquel-Àngel Serra, de la trilogía de libros ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y
mejoramiento humano (Fragmenta Editorial, 2015), Humanidad ∞. Desafíos éticos de las tecnologías
emergentes (EIUNSA, 2016) y Singulares. Ética de las tecnologías emergentes en
personas con diversidad funcional (EIUNSA, 2016). Autor
del libro Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica
(Ediciones Teconté, 2017).
¿Qué es el
transhumanismo?
Según la Wold Transhumanist Association podemos entender el trasnhumanismo como una
manera de pensar en el futuro basado en la premisa de que la especie humana en
su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo sino más bien una
etapa relativamente preliminar.
El filósofo Nick Bostrom de la Universidad de Oxford ha definido formalmente el transhumanismo
como un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral
de mejorar biotecnológicamente las capacidades físicas y cognitivas de la
especie humana, y aplicar al hombre las tecnologías emergentes
(nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información, ciencia
cognitiva, inteligencia artificial, robótica, realidad virtual, transferencia
mental, criónica...), a fin de que se
puedan eliminar los aspectos no deseados y no necesarios de la condición
humana: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal.
¿Es por tanto
únicamente una corriente de pensamiento científico?
Desde mi punto de vista, es
algo más. El transhumanismo es la ideología emergente que acompaña a la
globalización tecnológica y a la actual Revolución digital o Revolución de la
inteligencia. Esta ideología se ve a sí misma como un nuevo movimiento de liberación para el siglo XXI. La liberación del
hombre de su condición humana natural y sobrenatural.
El transhumanismo tiene su fundamento en una cosmovisión cientificista,
materialista, reduccionista y atea del ser humano. No obstante, curiosamente está confluyendo con las nuevas corrientes
gnósticas y New Age, conformando
de este modo una especie de tecno-religión con pretensiones hegemónicas en el
Nuevo Orden Mundial que tiene el claro objetivo de sustituir la cosmovisión
cristiana sobre la persona y la creación por otra cosmovisión universal
posthumana.
Así pues, no es de extrañar
que el transhumanismo haya sido
descrito por Francis Fukuyama como «la idea más peligrosa del mundo».
¿Cuál es el origen
de este movimiento filosófico y científico?
Impulsos trascendentalistas
parecidos al transhumanismo se han expresado al menos desde los orígenes de la
humanidad en la misma búsqueda de la inmortalidad y de los intentos
pseudocientíficos de alcanzar la fuente de la juventud, lograr el elixir de la
vida y otros esfuerzos parecidos que pretendían vencer el envejecimiento y la
muerte.
Si recuerda, el «seréis como dioses» (Gen
3,5) fue el argumento decisivo que utilizó el demonio para que el primer hombre
cayera en la tentación. El error humano fue no saber descubrir que la creación no era sólo un
acto de poder y dominio inigualables, sino ante todo un acto de amor gratuito.
Muchos siglos después de este
relato bíblico, el ser humano no ha cambiado mucho y seguimos tropezando en la
misma piedra. Queremos ser como dioses, pero dioses poderosos, controladores de
las leyes naturales y de la moral a merced de nuestra arbitrariedad y
extravagancia. Queremos tener en nuestras manos la decisión sobre la vida y
sobre la muerte.
Seguramente el transhumanismo
no sea una lucha por la supervivencia, sino más bien una lucha por el poder.
¿Qué ha querido
decir antes con «impulsos trascendentalistas»?
Si, el trascendentalismo fue
un movimiento filosófico, político y literario estadounidense que floreció
aproximadamente entre 1836 y 1860. Comenzó como un movimiento de reforma dentro
de la Iglesia Unitaria y se basó en un monismo que sostenía la unidad del mundo
y de Dios, así como la inmanencia del mundo. El unitarismo como corriente teológica de un sector del cristianismo
protestante, cree en un Dios unipersonal pero sostiene que Jesús no es el mismo
Dios, sino un hombre creado por éste.
¿Un Jesús
simplemente humano?
Resulta interesante ver la oposición radical que existe entre la visión
transhumanista y la figura de Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero
hombre, que pasó su vida amando y enseñándonos a «vivir como dioses». «Dios es Amor» (1 Jn 4,8) Aquí comenzó una
verdadera revolución; la mejor revolución que ha conocido la historia de la
humanidad. Si queréis ser como Dios – nos dice Jesús-, si queréis ser
auténticamente felices, debéis amar.
Decía el Papa Benedicto XVI,
en la misa de inicio de su pontificado. «No es el poder lo que redime sino el
amor. Éste es el distintivo de Dios» (Benedicto XVI, 20 de abril de 2005).
Ya sabemos pues lo que nos
hará felices, ya tenemos el camino trazado por Jesús, la actitud auténticamente
humana: amar.
¿Algunos
antecedentes históricos más del transhumanismo?
Si, posiblemente la filosofía
de Nietzsche con su exaltación del «superhombre» o la filosofía social de la
Eugenésia que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante
diversas formas de intervención manipulada y métodos selectivos de los seres
humanos. El eugenismo del siglo XIX
pretendía el aumento de personas más fuertes, más sanas, más inteligentes…
Por otro lado, algunos autores
consideran que el origen remoto del transhumanismo, al menos en la formulación
de este término y en su inspiración general, puede situarse en un texto de 1957
del biólogo Julian Huxley.
¿El hermano del escritor
británico Aldous Huxley autor de la novela distópica «Un mundo feliz» escrita
en el año 1932?
Si, efectivamente. Sir Julian Huxley, fue el primer director
general de la UNESCO, colaboró en la
Sociedad Humanista de Nueva York (First Humanist
Society of New York) y en la presidencia del congreso fundacional de
la Unión Internacional Humanista y Ética en 1952 (Internacional Humanist and
Ethical Union). A su vez, fue uno de
los grandes pioneros en la defensa medioambiental a través del World Wildlife Found. (WWF), y ayudó
asimismo a fundar la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza
(UICN). No obstante, también mantuvo
durante un tiempo una posición favorable a la eugenesia, entendida como
manera de mejorar a los seres humanos. Así, en los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1957 en una obra titulada «New Bottles for New Wine» y horrorizado por
el aborrecible uso de la eugenesia que se había hecho, Huxley propuso el
término «transhumanismo» para referirse a la
perspectiva según la cual el ser humano debe mejorarse a sí mismo, a través de
la ciencia y la tecnología, ya sea desde el punto de vista genético o desde el
punto de vista ambiental y social.
¿Y cómo ha ido
evolucionando hasta nuestros días esa idea inicial del transhumanismo?
Tal y como escribe James Hughes,
ex presidente de la World Transhumanist
Association, el transhumanismo es un producto de la «cultura blanca,
masculina, opulenta del Internet estadounidense; y su perspectiva política general siempre ha sido una
versión militante del liberalismo típico de esa cultura». Dicha cultura,
cuyo núcleo principal podemos situar en Silicon
Valley (California, EEUU), desarrolló un híbrido entre la doctrina
neoliberal del libre mercado y la teoría de las redes e Internet.
¿Qué papel juega
Internet en todo esto?
Los visionarios del transhumanismo afirmaban que Internet nos liberaría
de las jerarquías políticas, instaurando una democracia liberal en la que un orden emergente
surgiría del caótico bullicio de las decisiones individuales de agentes libres
y racionales. Pese a su retórica contracultural y revolucionaria con ciertos
tintes de anarcocapitalismo californiano, la filosofía del movimiento
transhumanista es netamente conservadora y neoliberal. Esto se debe en gran
parte al determinismo tecnológico que está en la base del transhumanismo: esa ideología determina que para cambiar la
sociedad bastará con la convergencia de las biotecnologías emergentes y su
hibridación con el ser humano, hasta llegar al advenimiento de la Singularidad que dará paso a una nueva humanidad
constituida por seres transhumanos y posthumano.
¿Es un movimiento
uniforme o hay diferentes tendencias dentro del transhumanismo?
El elemento común de esta
ideología es que tiene como objetivo final, tal y como hemos señalado
anteriormente, transformar la condición humana mediante la interacción e
implementación de biotecnologías que mejoren y aumenten las capacidades
humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.
No obstante, podemos destacar
algunas de las corrientes distintivas
del transhumanismo: el transhumanismo
libertario, el transhumanismo democrático, el tecnogaianismo, el ecomodernismo,
el singularitaranismo, el dataismo, el posgenerismo, el inmortalismo, el
extropianismo, el abolicionismo, el raelismo…
¿Cuáles serían a su
juicio los principales «pros» de esta nueva ideología?
El principal «pro» del transhumanismo es que nos permite volver
a pensar en qué consiste la condición humana, qué es en esencia el ser humano,
cómo entendemos su evolución biocultural y tecnológica, el concepto de persona
y de singularidad humana, y nuestra misión de custodios de la biosfera y de la creación.
Específicamente para los creyentes católicos al contrastar
cristianismo y transhumanismo tenemos la oportunidad de estar de nuevo alerta
sobre la tentación del «seréis como dioses» que
permanentemente nos ofrece Satanás, el dios de este mundo (2 Corintios
4:4), y de este modo, volvernos a asombrar y a maravillar con el Plan de Dios,
auténtico Soberano de este mundo y Rey del universo, que manifiesta su Amor
verdadero y gratuito en sus actos de creación, redención y salvación del mundo
y de la humanidad.
¿Y los principales
«contras» del transhumanismo?
Que se basa en una antropología equivocada e inadecuada para el ser humano.
«Todo me es
lícito, mas no todo conviene» (1 Corintios 10:23-26). Sinceramente creo que no todo aquello que la
ciencia y las biotecnologías puedan hacer o podrán hacer en un futuro nos
conviene o convendrá como personas o como especie humana.
La visión prometeica del transhumanismo, que nace de la muerte de Dios,
es reduccionista respecto al ser humano. Su meta final, su objetivo último es la superación de lo humano
basándose en la falsa promesa de un nuevo hombre transhumano o posthumano que
se cree libre y elevado a un nivel de existencia superior e inmortal. El
transhumano-posthumano se entroniza como el auténtico «Homo
Deus». Ya sabemos que la superación de la humanidad por la figura
ideológica del superhombre tiene raíces profundas en nuestra cultura, unas
raíces que se fortalecen cada vez que en la historia intentamos «liberarnos» del legado de Jesús de Nazaret, es
decir, de la humanidad nueva que, en cambio, se enraíza en su persona y en su
resurrección.
¿Es decir que el
transhumanismo quiere que dejemos de ser humanos?
En efecto, no quiere que vivamos en la plenitud que
supone ser Hijos de Dios.
La singularidad transhumanista
que pretende establecer inexorablemente el nuevo destino de la humanidad,
ahonda en la perdida de todo sentido y nos identifica con la nada. La vida que
nos presenta el transhumanismo es una vida reducida, a pesar de las promesas de
longevidad indefinida y de inmortalidad cibernética, una vida que, por eso
mismo, no vive de ninguna plenitud. El nuevo hombre -el transhumano-posthumano-
desconoce que Aquel contra quien lucha, olvida y niega es el fundamento de su
grandeza, ya que el hombre no es el
mismo ni se perfecciona si no es por la Gracia.
¿En qué ejemplos de
la vida cotidiana, vemos claramente ya la influencia del transhumanismo en la
sociedad?
En la cultura de la mejora y
del mejoramiento humano que se va extendiendo por nuestra sociedad
hipermoderna. En las formas más extremas de la ideología de género relacionadas
con el diseño biotecnológico humano. En las posiciones más radicales del
aumento de capacidades físicas en el deporte, en la valoración extrema de la eficiencia lógico-racional que pronto será
asumida por los robots autónomos inteligentes que tomarán decisiones humanas,
en la creencia de que los algoritmos, el Big Data, el Internet de las cosas nos
salvarán. En la construcción del humano plus (H+) en lugar de en un ser más
humano (+H).
El transhumanismo propone
básicamente tres superaciones: una relativa al alargamiento de la vida, otra
relativa a la agilidad mental, y una última relativa a la eliminación del
sufrimiento, ¿hasta qué punto es positivo y no es incompatible con la ley de
Dios?
En relación al alargamiento de
la vida, lo que los transhumanistas
denominan la Superlongevidad, debemos pensar si ello será un sueño o más bien
una pesadilla. Por supuesto que el aumento de la esperanza de vida con
calidad, cariño y cuidados es bueno. No obstante, longevidades de 100, 120,
130… años en soledad, con un grado de dependencia no correspondido con el amor
de nuestros seres queridos, con agonías y sufrimientos no sublimados por el
sentido y la esperanza cristiana de alcanzar el gozo de la vida eterna
resultaran muy difíciles de sobrellevar. La tentación de la eutanasia y el derecho a decidir cuándo y cómo morir
se generalizarán en nuestras sociedades envejecidas y con déficits
graves en el Estado del Bienestar.
¿Y la agilidad
mental?
Lo que los transhumanistas
denominan la Superinteligencia. Esta
ideología lleva al extremo un camino empezado hace mucho tiempo cuando
el racionalismo hizo de la razón lógico-calculadora la única facultad digna de
ser tomada en consideración. El ser humano reducido a esa forma reductiva de la
razón pierde todo el sentido de lo que es el misterio. El transhumanismo
propone alcanzar una razón que potencia al infinito su reducción de puro
cálculo y toma como modelo de funcionamiento las supercomputadoras y la
inteligencia artificial.
No obstante la persona es multidimensional.
En el primer nivel, tenemos la inteligencia más básica, la inteligencia
emocional, que está más relacionada con el cuerpo, los instintos y es acerca de
sentir. El segundo nivel lo ocupa la inteligencia intelectual que está más
relacionada con las actividades de la mente, lo cognitivo y es acerca de
pensar. Finalmente, el tercer nivel lo ocupa la inteligencia espiritual que
está más relacionada con el bienestar, con vivir una vida feliz con plenitud y
es acerca del Ser.
El aumento de la inteligencia espiritual será esencial en las sociedades
biotecnológicas emergentes para mantener la preeminencia de la inteligencia humana sobre la
inteligencia artificial.
Finalmente, la eliminación del
sufrimiento.
El tercer aspecto que propone el transhumanismo es la eliminación del
dolor, del sufrimiento, mediante nuestra transformación biotecnológica. En definitiva, la creación de un mundo feliz centrado en el
Superbienestar.
El filósofo transhumanista
David Pearce, en efecto, plantea que abolir el sufrimiento sería el detonador
de una nueva etapa en la evolución humana, y que esto es perfectamente posible
con el apoyo de la medicina genética y el desarrollo de fármacos psicoactivos e
inteligentes.
No obstante, todos tenemos
constancia de que el mal, el sufrimiento – sobre todo el sufrimiento inocente-
entra en la categoría del misterio, no tiene respuesta humana. Forma parte de
este mundo y de la condición humana.
Ante el dolor y el sufrimiento, lo que verdaderamente vale más es el
consuelo; y el
consuelo se transmite mediante la presencia, la coparticipación en el de manera
especialmente humana. Cuando uno sufre, lo que más se agradece es la presencia
del otro que le transmite su calor humano. Eliminar el dolor, como propone el
transhumanismo, es eliminar a la vez la presencia consoladora del otro y
también el abrazo de Jesús que no rechazó el cáliz del dolor. Cristo no ha
venido a explicar el sufrimiento ni a resolver el problema del mal: ha tomado el
mal sobre sus espaldas para liberarnos de él.
Si el sistema de valores de la
sociedad biotecnológica del futuro se basa en los principios del humanismo
avanzado, continuaremos pensando que lo
que de verdad importa es consolar y ayudar al que sufre y hacer felices a los
demás.
Usted ha acuñado el concepto
de humanismo avanzado con la intención de contraponerlo al
transhumanismo, ¿Cómo lo definiría?
Ante los citados desafíos
ideológicos y los retos impresionantes que nos plantea la convergencia de las
biotecnologías y su interacción e integración en el ser humano y en el
ambiente, efectivamente, he acuñado el
concepto de humanismo avanzado, centrado en una antropología adecuada
del ser humano para este siglo XXI, abierto a la Trascendencia, que
evoluciona para ser, precisamente, más humano. Es una reformulación del
humanismo en el que las biotecnologías emergentes estén al servicio de las
personas y de la biosfera y no al revés, y en el que la ética, las humanidades
y la espiritualidad, lideren el nuevo escenario del progreso científico-
tecnológico.
El humanismo avanzado resulta
muy estimulante.
Estoy convencido que con una
mirada interdisciplinar, transversal y humanista de la ciencia y la ayuda de
las tecnologías emergentes al servicio de las personas, podremos construir para
el siglo XXI unas sociedades capacitadoras e incluyentes en la que se defiendan
de forma activa los postulados del humanismo integrador y avanzado, es decir,
la dignidad inherente a toda persona, la libertad del ser humano, su derecho a
decidir, la defensa de su integridad física y moral, el respeto a su dimensión
espiritual y su condición de Hijos de Dios, y la equidad entre todos los seres
humanos. En definitiva, necesitamos
organizar una sociedad que capacite a las mujeres y a los hombres de toda
condición y edad para que puedan desarrollar su proyecto vital, alcanzar la
felicidad, y ser, de este modo, personas singulares, mejores y diversas.
Necesitamos un sistema de
valores humanistas revisado que configure una ética universal para ayudarnos a
discernir en qué casos la interacción e integración de biotecnologías
emergentes en nuestro cuerpo y mente para aumentar nuestras capacidades resulte
moralmente correcta, y en que otros casos no.
Y los católicos tenemos un estimulante camino a recorrer. Necesitamos
conectar el cerebro con el corazón.
Hay muy poca documentación
eclesiástica a este respecto y por lo tanto pocas pautas sobre la moralidad y
licitud de este movimiento.
Efectivamente, tenemos pocos documentos eclesiásticos
católicos de referencia. El pasado mes de noviembre del 2017, en el
Vaticano, se reunieron en asamblea plenaria del Consejo Pontificio de la
Cultura diferentes expertos dedicados a estudiar los temas que hemos ido
tratando en esta entrevista bajo el título: «El futuro de la humanidad: nuevos retos a la
antropología».
En la Asamblea Plenaria del
citado Dicasterio se trataron, en primer lugar, el
mapa del territorio y los modelos antropológicos fundamentales. En segundo lugar el rediseño de la naturaleza
humana: Medicina y genética, en tercer lugar, el hombre, entre cerebro y
alma: Neurociencias y finalmente, en cuarto lugar, en la sociedad de las maquinas pensantes: inteligencia
artificial.
¿Y que dijeron?
Los frutos de las discusiones
se recogerán y publicarán próximamente en la Revista del Dicasterio «Culturas y Fe».
Del discurso del Papa
Francisco en la audiencia a los participantes a la citada Asamblea Plenaria,
cabe destacar la siguiente idea final: «/…/ sigue siendo válido el principio de
que no todo lo que es técnicamente posible o
factible es, por lo tanto, éticamente aceptable. La ciencia, como cualquier otra actividad
humana, sabe que tiene límites que se deben observar por el bien de la
humanidad misma, y requiere un sentido de responsabilidad ética. La verdadera medida del progreso, como
recordaba el beato Pablo VI, es lo que está dirigido al bien de cada hombre y
de todo hombre».
Por lo tanto, es necesario
obrar con mucha prudencia, ¿verdad?
Efectivamente, el principio de
prudencia y el espíritu abierto y crítico resultan básicos ante los retos y
desafíos planteados por los avances biotecnológicos aplicados al ser humano y a
la biosfera. Deberemos estar atentos a la evolución de la ideología del
transhumanismo a nivel global.
El famoso tema de la
implantación del chip bajo pretexto de mejorar la salud, la conectividad, la
seguridad… ¿puede ser una forma muy peligrosa de control de las personas?
Si, la implantación de un chip en nuestro cuerpo y mente, con efectos
profundamente destructivos sobre nuestra privacidad, intimidad e interioridad,
debe ponernos en alerta y abrir un riguroso y amplísimo debate
trasversal que hasta ahora no se ha produciendo.
A nivel de la batalla
espiritual que se está librando en estos últimos tiempos entre el bien y el
mal, deberemos tener en cuenta las palabras de San Juan: « Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a
grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, les ponga una marca en la
mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender sino el que
tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia» (Ap 13:16).
Tratar de escapar del sistema del microchip en el Nuevo Orden Mundial
biotecnológico implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, del sistema de
racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero sin dinero
físico, etc.
Por ello, creo necesario que los católicos
reflexionemos profunda y rigurosamente sobre este sistema biopolitico y este
modelo económico biotecnológico que puede acabar siendo dirigido por una
sinarquía contraria radicalmente a los designios de Dios.
¿Hasta qué punto se podría
considerar una rama dentro de la bioética o sería una ética totalmente aparte?
Estamos ante una ética
distinta. Además de la bioética, necesitamos una tecnoética adecuada para
afrontar a nivel mundial los retos de la convergencia de las tecnologías
emergentes. Debemos capacitarnos desde una ética de la anticipación para
ejercer con responsabilidad tecnológica la innovación aplicada al propio ser
humano en la sociedad biotecnológica del siglo XXI. En esta línea, propongo
trabajar en la elaboración internacional de una Declaración
Universal de los Valores Humanos.
El supuesto de eliminación del
sufrimiento sería el más controvertido, pues aparentemente, ¿no cree que se
aproximaría más al budismo que al cristianismo?
Los logros del progreso
científico-técnico son legítimos en lo que respecta a la mitigación del
sufrimiento humano (consagrar nuestro conocimiento de la biología, y en
especial de la genética a la erradicación de enfermedades, a la prolongación
del bienestar y a su universalización…), así como a auspiciar ciertas
capacidades humanas, siempre y cuando se posea certeza de que las
intervenciones destinadas a este fin no comprometen otros bienes y valores, no
se imponen coercitivamente y no implican riesgos mayores que los beneficios
potenciales. Esta es la posición del
cristianismo, siempre adoptando una actitud humilde ante el misterio de la
vida, del sufrimiento y de la muerte.
Curiosamente, el budismo tibetano, a través del Dalai Lama,
ha entrado en contacto con el Proyecto Avatar
2045 sobre inmortalidad
cibernética impulsado por el millonario ruso Dmitry Itskov.
Alargar la vida en esta vida
está bien, pero el hecho de desafiar a la muerte es entrar en un terreno muy
peligroso, pues una inmortalidad humana en la tierra se opondría al plan de
Dios (muerte, juicio, cielo, infierno).
Recientemente algunos transhumanistas afirman que vamos a
asistir a «la muerte de la muerte». Dicen
sin rubor que la muerte no es inevitable y que las religiones nacen del atávico
miedo a la muerte. Hasta hace muy poco tiempo, señalan, ese miedo y ese
deseo de supervivencia sólo encontraba consuelo en paradigmas religiosos. Sin
embargo, el hecho incontrovertible de la muerte ya puede rebatirse- según estos
autores- desde fundamentos científico-técnicos.
No obstante, el sentido de la muerte en la concepción
católica es mucho más rica e integral. Dicha cosmovisión cristiana no se
conforma con una simple inmortalidad cibernética sino que aspira, nada más y
nada menos que a la resurrección del cuerpo-alma y a la vida eterna, contemplando
y viviendo en el torrente inefable del Amor que es Dios.
¿Cuál sería la
línea roja que no debemos traspasar desde el sano avance científico ya que
significaría desafiar a Dios?
Tres de los riesgos
existenciales más apremiantes para la humanidad son las
pandemias, el cambio climático extremo y la guerra nuclear. Muchos
expertos añaden a estos tres, el riesgo
existencial que va a suponer en las próximas décadas la
inteligencia artificial fuerte, es
decir, aquella que se independizará del
control humano hasta adquirir, incluso, consciencia de sí misma.
Desde mi punto de
vista, la línea roja fundamental que las biotecnologías no deberían traspasar
jamás, es la que pueda ir contra la dignidad humana y la libertad personal
ambas constitutivas de la condición humana querida por Dios. La Ley natural nos ayuda en ese
discernimiento y la fuerza del Espíritu Santo nos inspirará para hacer bien las
cosas. No debemos tener miedo y actuar con cautela pero con esperanza.
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