EL COMPLICADO CAMINO
QUE LLEVÓ A TRENTO Y SUS REFORMAS
ADELA SEGURA
Una
lectora del Blog nos envía desde Guatemala este artículo, que con gusto
reproducimos.
El 31 de oct. 1517, Martín
Lutero clavaba las 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de
Wittenberg como una invitación abierta a debatirlas. Las tesis condenaban la
avaricia y el paganismo en la Iglesia como un abuso, y pedían una disputa
teológica en lo que las indulgencias podían dar. Sin embargo, en sus tesis no
cuestionaba directamente la autoridad del Papa para conceder indulgencias. Las
95 tesis de Martín Lutero fueron traducidas rápidamente al alemán y ampliamente
copiadas e impresas. Al cabo de dos semanas se habían difundido por toda
Alemania y pasados dos meses, por toda Europa. Este fue uno de los primeros
casos de la Historia en los que la imprenta tuvo un papel importante, pues
facilitaba una distribución más sencilla y amplia de cualquier documento.
La Turmerlebnis
de Lutero, que se caracterizó por un descubrimiento análogo del valor de la
entrega confiada a la obra de la Gracia, vivencia desarrollada en un contexto
teológico diverso, fue el punto de partida de la lucha contra el papado y de
una reforma que deshizo la unidad de la Iglesia Católica. En 1517 Lutero atrajo
sobre su vigorosa personalidad la atención de todos, muchos vieron en él al hombre
que iba a preparar el camino a la reforma general que termino por minar la
religión Católica y crear división. Adriano VI, que sucedió en 1522 a León
X, mostró tomar en serio el problema de la reforma y su valiente Instructio que
fue leída en la dieta de Nuremberg por el nuncio Francesco Chieregati el 3 de
enero de 1523, despierta admiración, pero su pontificado fue demasiado breve y
no pudieron verse los frutos.
Clemente VII nombrado Papa el
18 de noviembre de 1523, tenía la preocupación de evitar el concilio que se le
pedía con urgencia, especialmente por el emperador Carlos V. Con el Pontificado
de Paulo III, elegido el 13 de octubre de 1534, lograron abrirse paso las
fuerzas reformadoras y penetrar en el centro de la Iglesia. La reforma
protestante avanzaba y esto motivó a Pablo III a reunir en Roma a
representantes del Humanismo reformista y de la restauración disciplinar de las
órdenes religiosas. Bajo la dirección de A. Contarini y una comisión de nueve
miembros, iniciaron un proyecto de reforma general en 1536. En marzo de 1537 se
publicó el Consilium de emendanda ecclesia,
que basado en el abuso de poder de los papas como causa principal de los males
de la iglesia, formula una lista de propuestas concretas.
Bajo el pontificado de Paulo
III se realizó el máximo esfuerzo para iniciar la reforma Papal. La reforma de
la Dataría (oficio de la Curia romana, que daba beneficios y Gracias ) y de la
Penitenciaria ( Tribunal eclesiástico de Roma encargado de dispensar Bulas y
Gracias) se realizan bajo la dirección de Contarini. Las nuevas congregaciones,
nacidas espontáneamente, se revelaron como instrumento preciso para renovar a
la Iglesia dentro del respeto de la tradición.
En 1540, Paulo III aprobó la Compañía de Jesús fundada en París el año
1534 por Ignacio de Loyola; la Compañía acomodaba las formas tradicionales de
la vida religiosa a las exigencias de la edad moderna y se distinguía por un
mayor empeño cultural y por el voto de obediencia al papa. Por estas
características, la nueva orden había de ser el firme sostén del Papado en la
reforma y en la contrarreforma. En 1530 nace el Evangelismo Italiano, diferente
del Luteranismo por su reconocimiento y obediencia al Papa. En Roma
comenzó a prevalecer una tendencia reformadora adversa a los protestantes, su
representante era Gian Pietro Carafa; y por sugestión suya instituyó Paulo III
en 1542 la Inquisición Romana (o el Santo Oficio). El lugar escogido para
realizar el Concilio, después de muchas vacilaciones fue Trento, ciudad que
pertenecía al imperio, pero que estaba situada en Italia. En 1542 se hizo una
convocatoria, que no tuvo resultado positivo por haberse reanudado la guerra
entre Francisco I y Carlos V.
En 1544, se hace una segunda
convocatoria para el Concilio, que condujo a su apertura el 13 de diciembre de
1545. La dirección de la asamblea fue encomendada a tres delegados papales: los
cardenales Del Monte, Cervini y Pole. El concilio fue posible gracias a la
voluntad del Papa y del Emperador, al Papa le interesaba mantener intacta la
doctrina amenazada por la herejía y al Emperador le interesaba la restauración
de la unidad religiosa necesaria para la unidad política del imperio, esto dio
motivo para desavenencias entre los dos que dificultó el normal
desenvolvimiento del concilio.
El 22 de enero de 1546 se
decidió tratar paralelamente los problemas doctrinales y los de la reforma
(compromiso entre la tesis papal y la imperial). El trabajo del concilio era
dirigido por los legados, que recibían instrucciones directas de Roma, en
realidad los decretos más relevantes del primer período fueron los
concernientes a la fe, hasta el tercer período no se pudo llegar a resultados
verdaderamente consistentes en el problema de la reforma.
El primer período de la
asamblea tridentina duró del 13 de diciembre de 1545 al 11 de marzo de 1547, se
celebraron ocho sesiones: En el primer decreto, después de fijar el canon de
los libros sagrados, se afirmó la autoridad de la tradición al lado de la
Escritura. En el segundo decreto se declaraba la autenticidad de la Vulgata,
sin que con ello se prohibieran las ediciones críticas en las lenguas
originales ni las traducciones a lenguas vernáculas. En la sesión IV (8 de
abril de 1946) fueron aprobados dos decretos referentes a la Escritura,
rechazando así el principio protestante de la Scriptura sola. En la sesión V
(17 de julio de 1546) fue aprobado el decreto sobre el pecado original, que se
situaba lo mismo contra el optimismo pelagiano, que contra la concepción
luterana de la total corrupción de la naturaleza humana.
El decreto sobre la
justificación, aprobado en la sesión VI (13 de enero de 1547), puede
considerarse como la obra maestra doctrinal del concilio de Trento. Fruto de
laboriosa discusión, no obstante numerosas reelaboraciones, conservó la
impronta de los esquemas preparados por Girolamo Seripando, general de los
ermitaños de San Agustín, que simpatizaba con el evangelismo. El decreto
lograba conciliar la libre elección gratuita de Dios con la necesidad de una
libre cooperación por parte del hombre. La justificación fue presentada como
verdadera santificación por la gracia, que capacita al hombre regenerado para
realizar obras meritorias, cuya necesidad nada obsta a la suficiencia de los
méritos de Cristo. Los méritos del hombre no son sino dones de Dios, por lo que
el cristiano está obligado a poner toda su confianza en Dios y no en sí mismo.
El descontento se transformó
en crisis cuando en la sesión VIII del 11 de marzo de 1547, la mayoría de los
padres aprobó el traslado del concilio a Bolonia, por temor a una epidemia de
tifus exantemático, la traslación era un obstáculo para los planes del
emperador, Catorce obispos del partido imperial se negaron a seguir a la
mayoría a Bolonia. En esta ciudad prosiguieron los trabajos hasta febrero de
1548, en que Paulo III, para no arriesgar relaciones con el emperador, decidió
interrumpirlos. Sin embargo, la suspensión oficial del concilio no tuvo lugar
hasta diecinueve meses después, el 13 de septiembre de 1549. Durante el período
Boloñés se celebraron dos sesiones (IX y X); pero no se aprobó ningún decreto.
El concilio fue convocado de
nuevo en Trento por el sucesor de Paulo III, el cardenal Giovanni María del
Monte, que ya antes había presidido el concilio y fue elegido Papa el 7 de
febrero de 1550 con el nombre de Julio III. Así se inició el segundo período
del concilio tridentino, que duró del 1 de mayo de 1551 al 28 de abril de 1552
y comprendió seis sesiones de la xv a la xvi, fue llamado a presidirlo el
Cardenal legado Crescencio al que asistían dos obispos expertos en asuntos
germánicos: Pighino y Lippomani. Los temas principales de este período fue la
doctrina de los sacramentos. Ya en la sesión del 3 de marzo de 1547, fue
afirmada su eficacia objetiva (ex opere operato); luego pudo redactarse la
doctrina sobre la eucaristía (sesión xiii, del 11 de octubre de 1551), y sobre
la penitencia y extremaunción (sesión xiv, del 25 de noviembre de 1551).
A fines de marzo 1552, se
suspende el Concilio, hasta 1555 que de nuevo se toma la dirección anti
reformadora. A Pío IV (25 de diciembre de 1559 a 8 de diciembre de 1565) le
tocó la tarea de dar vida al tercer período del Tridentino, que duró del 18 de
enero de 1562 al 4 de diciembre de 1563 y comprendió nueve sesiones (xvii-xxv).
Fue nombrado presidente el cardenal Ercole Gonzaga, a quien quedaron asociados
como legados Seripando, Hosius, Simonetta y Altemps. Se reanudaron los debates
de carácter dogmático, que definieron ulteriormente la doctrina sobre la
eucaristía y el sacrificio de la misa (sesiones xxi y xxii, del 16 de julio y
del 17 de septiembre de 1562). Esta vez el número de participantes fue muy
superior al de las fases precedentes (en la sesión inaugural estuvieron
presentes 112 obispos, y pasaron de 200 en la final).
Los trabajos quedaron
paralizados durante diez meses; en marzo de 1563 morían, agotados de cansancio
y tensión, los legados Gonzaga y Seripando. El cardenal Morone, que fue
designado por el papa para sustituirlos. En la sesión XXIII, del 14 de
julio de 1563, El deber de residencia fue declarado como «precepto» divino (Esta fórmula que, aun obligando
a los obispos a residir, dejaba al papa la facultad de conceder dispensas). En
esta sesión fue aprobada además la institución de los seminarios.
Las normas para el
nombramiento de cardenales y obispos, señalaban que cada año se celebraran
sínodos diocesanos y cada tres años concilios provinciales, y disponían que el
obispo visitara anualmente toda su diócesis. Los poderes de los obispos
representaba el meollo de la reforma tridentina. En el verano y otoño de 1563,
fueron aprobadas en las dos últimas sesiones del concilio: la XXIV (11 de
noviembre de 1563), en que se definió también el carácter sacramental del
matrimonio, y la XXV (3-4 de diciembre de 1563), en que se precisó la doctrina
sobre el purgatorio, las indulgencias y el culto a los santos.
La bula Benedictus Deus (26
enero 1564) de Pio IV, confirmó e hizo ejecutivos todos los decretos del
concilio de Trento, puede considerarse como el comienzo de la era
post-Tridentina de la Iglesia, época que en muchos aspectos se ha prolongado
hasta el concilio Vaticano II. Los decretos Tridentinos adquirieron primacía,
sobre todo por la lucha anti-protestante, un ejemplo es la “Professio fidei tridentina”, promulgada por Pío
IV el 13 de noviembre de 1563, profesión que vino a ser la fórmula distintiva
de los católicos frente a los protestantes. Pío IV y sus sucesores Pío V,
Gregorio XIII y Sixto V se empeñaron a fondo en que se aplicara la reforma
tridentina y se completara con otras disposiciones de iniciativa papal. De este
modo el concilio, que tanto habían temido los papas, se convirtió en poderoso
instrumento para reforzar el centralismo Romano.
Pío IV cuidó de la compilación
de un nuevo Índice (1564), tarea que el concilio le había confiado. La reforma
de la Iglesia se ejecutaba con un rigorismo que sobrepasaba las disposiciones
del concilio de Trento, como en el caso de la estricta clausura impuesta a
todos los conventos femeninos. Pio V, Dominico de fe sólida y férrea
disciplina, protegió a los pobres creando hospitales y escuelas y apoyando las
misiones en el nuevo mundo, pero decidió aplicar la Inquisición para prevenir
el aumento de herejes. Pío V tuvo el mérito de realizar los deseos del concilio
de que se compusiera un compendio de la doctrina católica (el Catecismo Romano
de 1566) y se reformaran el breviario (1568) y el misal (1570).
El sucesor, Gregorio XIII
(1572-1585), Promovió también la creación en Roma de colegios para la formación
de clérigos de diversas naciones, favoreciendo directamente al Colegio Romano,
fundado por Ignacio de Loyola en 1551, que tomó del pontífice el nombre de
Universidad Gregoriana. Sixto V, representó la etapa final de la reforma
católica, convirtiendo Roma y el Barroco en la representación visual del
catolicismo.
Alberto Royo
Mejía
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