miércoles, 18 de abril de 2018

LA TRINIDAD EN LA TIERRA



La meta del hombre es la vida eterna, es decir, ser eternamente feliz con Dios en cielo, consiste esa felicidad eterna en la visión de la Santísima Trinidad.

El santo, en el cielo, se embebe en el infinito amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, más que poseer la felicidad es poseído por el bien que le embriaga. La inteligencia queda llena de la Verdad. La voluntad se une al amor de los amores. El gozo divino llena toda la capacidad humana de felicidad, y para siempre.

Para alcanzar esta meta tan alta -la única que vale verdaderamente la pena- hay sólo un camino: Jesucristo. Su Humanidad es el camino de su Divinidad. Por eso es conveniente fijarse bien en los detalles de cómo vive Jesús y en lo que dice. Hemos visto como la vida oculta de Jesús nos muestra el camino de la humildad, de la pobreza, de la obediencia y del trabajo en la vida ordinaria y familiar de Nazaret. Un resumen de estos años de Jesús en la tierra es vivir como vivían Jesús, María y José. Los tres forman en este mundo como una trinidad que conduce hacia la vida íntima de Dios. Una manera de expresarlo sería: ir a la Trinidad del cielo a través de la trinidad de la tierra que forman Jesús, María y José.

Dios es Amor nos revela San Juan. El vínculo entre las Tres personas divinas es un vínculo de amor pleno e infinito. También en Nazaret el vínculo que une a la Sagrada Familia es de amor. Tanto desde el punto de vista humano como desde el sobrenatural, viven compenetrados en una donación mutua entre los tres que se puede decir que es insuperable en la tierra. Jamás ha existido una comunidad humana con un amor tan grande con todos sus efectos: mutuo entendimiento, servicio, alegría etc.; y todo de una manera tan sencilla y natural que es fácilmente imitable por cualquier ser humano.

La Unidad en Dios es total. Las Tres Personas divinas son un sólo Dios. La Sagrada Familia también está unida fuertemente. El amor divino les une estrechamente. El egoísmo divide a los hombres, el amor les une, pero no un amor cualquiera, sino el más alto que se puede dar en la tierra. En la Sagrada Familia Jesús ama como Perfecto Dios y Perfecto Hombre que es; María como llena de gracia y poseedora todos los dones sobrenaturales y humanos corresponde de una manera total; José es el hombre justo, santo, que recibe la ayuda divina proporcionada, para vivir en este ambiente, y está a la altura de las circunstancias. Unidos entre sí son un modelo tanto de la unión con Dios como de la unidad del género humano.

En la trinidad de la tierra que es la Sagrada Familia podemos ver una diversidad de funciones, que no disminuye la unidad entre los tres sino que la enriquece. Mirando las actividades de Jesús, María y José se aprende a vivir la propia vocación cada uno en el lugar que Dios quiere.
Miremos más de cerca a los componentes de la Sagrada Familia como parte de este conjunto armonioso. A San José la Iglesia le alaba con palabras llenas de elogio y admiración: José, varón bienaventurado y feliz, al que fue concedido ver y oír al Dios al que muchos quisieron ver y oír, y no vieron ni oyeron. Y no sólo verle y oírle, sino llevarlo en sus brazos, vestirlo, custodiarlo, ruega por nosotros. Trató a Jesús con amor de padre y durante mucho tiempo. Trató a María con amor virginal y esponsal viendo en ella la elegida por el Amor eterno de Dios. Con María y Jesús su trato de amistad e intimidad fue el mayor que nadie haya tenido con ellos en esta tierra. Por ello se le puede llamar Maestro de la vida interior, pues la vida interior es oración, y la oración es trato de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama, como decía Santa Teresa de Jesús. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret 85. No se puede imaginar a José separado de Jesús o de María.

Jesús es el Camino que conduce a Dios. María es el atajo que conduce a Jesús. José es el hombre bueno que nos enseña a tratar y conocer a los dos con amor total y generoso.

El trato de José con María debió estar lleno de respeto y cordialidad. Su matrimonio virginal no excluye un auténtico cariño de esposo. Es más, lo purifica, ya que ese cariño queda mejorado como en ningún otro matrimonio puede darse. Entre ellos no cabe ni sombra de egoísmo y de desconfianza, ni de falta de entendimiento. Así lo revela la decisión de abandonar a María cuando la ve encinta sin conocer del todo los planes de Dios. Su decisión revela la honradez de su proceder, y es indicio de que conocía la voluntad de María de permanecer virgen para servir a Dios en cuerpo y alma. Su dolor se convierte en gozo al descubrirle el ángel el misterio de la acción de Dios en María, y, por supuesto, le llevaría a quererla mucho más, pues veía a Dios en Ella. Los dolores se unen así a los gozos. En el Nacimiento de Jesús también se une el dolor al gozo. Ve cómo se van cerrando las puertas de las casas de Belén, quedando como único cobijo una cueva y un pesebre. Si a esto unimos la huida a Egipto ante la persecución de un tirano cruel y asesino como Heredes vemos un camino que desde el comienzo exige mucha visión sobrenatural y mucha generosidad. Ambas cosas no se improvisan de un día para otro.

Sin embargo es en el trato diario de José con Jesús donde se daría una oración más elevada. Para San José la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación 86. Miraría a Jesús y vería al Mesías, al Señor. Junto a esa mirada vendría la reflexión de que su propia vida tenía el sentido de colaborar con la Redención que realizaba Jesús. José es a los ojos de los hombres el padre de Jesús, y como tal se comporta. Su trato con Jesús no es frío o extremo; es el trato propio de esa paternidad según el espíritu, de quien hace las veces de su Padre Dios.

Es lógico que de esa relación tan íntima con Dios Hijo surgiese una vida interior rica, una oración personal con Dios Padre y con Dios Espíritu Santo. Nos es fácil abarcar el trato intenso de José con las Tres personas divinas y la presencia de ellas en San José.

María, a su vez, es modelo y maestra de oración. Todo lo dicho de José puede pensarse también de Ella, pero a un nivel más alto porque además de s.er inmune de pecado, es llena de gracia y Madre de Dios. De hecho nos dice San Lucas que meditaba guardando todas esas cosas en su corazón y ponderándolas como convenía.

La Virgen es también Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Estas relaciones se concretan en una presencia de Dios máxima. Su vida interiores ser posesión de Dios, pero no la deshumaniza; al contrario, lo humano queda en Ella perfeccionado. Un buen resumen de su caminar en la tierra es que en su humildad nada la distrae de Dios.

¿Qué decir de Jesús? Su vida pública nos muestra con claridad su vida íntima de unión con el Padre y de entrega a los hombres. Su vida oculta es equivalente, pero con el matiz importante de que quiere permanecer inadvertido a los ojos de los hombres. En este tiempo de silencio, nos enseña a rezar en lo secreto, ante la mirada de Dios Padre. Ya que es en la intimidad del corazón donde se da en encuentro del alma con Dios.

Jesús, María y José que esté siempre con los tres. Así nuestra vida ordinaria será ocasión de encuentro con Dios y de auténtica santificación del mundo, de la familia, y de uno mismo.

85 Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa. n. 56
86 Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa. n. 54

Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a eunsa@cin.es

Enrique Cases

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